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lunes, 18 de febrero de 2019

Cómo el caso de David Ledesma destapó lo peor del 'slut-shaming'

Hace unos días trascendió que David Alexir Ledesma, escritor, ensayista, poeta y comunicólogo en formación (sin título) había sido nombrado subdirector de comunicación del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt). A decir de Jesús Ramírez Cuevas, vocero de presidencia, la subdirección no era más que un membrete heredado de administraciones anteriores: lo que hacía David no era lo que muchos imaginan como un subdirector de una institución.

“No tenía ningún puesto directivo realmente. Hacía labores de respaldo. No tenía nombramiento, estaba haciendo funciones de comunicación, como llevando las redes sociales. Presentó su renuncia por todo el cuestionamiento en la prensa y en las redes. Fue por voluntad propia”, explicó Ramírez Cuevas. Y no solo eso: también desapareció prácticamente toda información suya de redes sociales debido al acoso y la violencia recibidas.

David no era EL (así, con mayúsculas) subdirector de Conacyt como se hizo creer en medios. Era el subdirector de uno de sus departamentos: el de comunicación. Habiendo sido editor en jefe del sitio de noticias de Jenaro Villamil y así como haciendo trabajado en diversas ONG’s en el área de comunicación y divulgación, David estaba calificado para el puesto desempeñado. Por supuesto, el dato que más saltó fue que aún era un estudiante de comunicación. Con estudios anteriores en química, la comunicación era una segunda carrera, área en la que David se interesó e involucró con ahínco. Pero los medios prefirieron enfocarse en sus estudios en curso, así como una aparente cercanía con Dolores Padierna. Esos datos resultaban más que suficientes para cuestionar su capacidad, así como la legitimidad de su nombramiento. Acostumbrados como estamos a la cultura del dedazo y de las designaciones turbias y discrecionales, la duda germinó y creció, hasta echar sombra sobre la figura del joven que nunca vio venir la avalancha mediática que días después lo sepultaría.

No bastó que el mismo Conacyt emitiese un amplio comunicado al respecto, hablando de su trayectoria así como de las funciones desempeñadas por David. Tampoco bastó que el mismo David prácticamente borrara todo rastro de fotos personales en sus redes sociales: el daño ya estaba hecho. Después de un acoso repetido, sostenido y sistemático en diversos medios y que se replicó por parte de particulares en redes sociales, vino la segunda bomba: sin consentimiento alguno de David, divulgaron fotos íntimas que él utilizó en sus redes personales, así como en aplicaciones de ligue.

Y ahí es donde la cosa tomó un sesgo moralino y de abuso. Porque en efecto: todos tenemos derecho a plantearnos la sana duda de si un funcionario público es o no apto para desempeñar sus actividades, y a cuestionarnos y cuestionar de manera abierta si es que llegó a ese puesto por méritos propios o gracias a una red de amiguismos, nepotismos o compadrazgos. Lo que no es válido es argumentar bajo la famosa falacia “ad hominem”: creer que una persona es incapaz de desarrollarse en un área porque es homosexual (como David), porque es joven, porque tiene piercings, porque es moreno o porque mostró en sus redes sociales (y de ligue) fotos en las que está con poca ropa.

“Pero esas no eran fotos privadas, él mismo las compartió”, podrían decir algunos. Falso. Lo que toda persona comparta en sus redes sociales PERSONALES o las fotos que se tome con el objeto de ligar, son cosas de carácter privado. Que alguien más haya tomado esas fotos, que las haya reproducido y publicado sin consentimiento expreso del afectado, es el verdadero problema.

Ahí tuvimos hace unos meses al famoso “cadete guapo” que acompañó a Andrés Manuel López Obrador en su toma de posesión. Bastó con que una imagen de él se hiciera viral para que fuese víctima de doxxing. ¿Qué es esto? Que sin consentimiento alguno, se divulgue la identidad de alguien así como datos sensibles, haciéndolo vulnerable al acoso y un blanco fácil de la delincuencia digital y física. En un país en el que el secuestro, los asesinatos y las desapariciones forzadas son el pan de cada día, divulgar información no consentida es poco menos que ponerle una diana en el pecho a cualquier individuo.

Algo similar pasó con David. Si bien no ocurrió un caso de doxxing como tal, lo que sí ocurrió fue slut shaming. Aunque este término nació para nombrar a la conducta de tildar de prostitutas a mujeres empoderadas y que viven de forma libre su sexualidad, esa palabra también aplica a minorías históricamente vulneradas, minimizadas y violentadas.

Actualmente a los homosexuales se les permite serlo siempre y cuando enmarquen sus conductas dentro de la heteronorma: que no muestren “demasiada piel”, “que no hagan sus cosas en público”, que vayan a ser putos ahí donde no incomoden a las buenas conciencias. Y eso es algo que escuchamos en cada Marcha del Orgullo Gay, por ejemplo. “O sea, sí, que marchen, pero que no se encueren”, “yo tengo amigos gays pero que no se exhiben así”, “¿han pensado que en las calles hay niños?”... Y así, ad infinitum.

Si David hubiese sido blanco, si en lugar de usar camisetas de tirantes hubiese usado traje y corbata, si no hubiese tenido tatuajes, si no hubiese usado fotos en toalla para ligar en sus redes sociales personales tal vez el acoso mediático hubiese sido menor. Insisto: qué bueno que hoy tengamos la oportunidad de cuestionar los nombramientos. Qué bueno que no nos quedemos callados y que nuestra participación política no se limite a emitir un voto cada seis años, para después olvidarnos de nuestras obligaciones ciudadanas. Qué bueno que estemos al tanto de la realidad política del país y que gracias a las “benditas redes sociales” hagamos escuchar nuestra voz cuando algo no nos parezca justo y exijamos transparencia.

Lo que es triste y lamentable es el nivel de argumentación y debate. Si seguimos exhibiendo a la gente por su orientación sexual, por su apariencia (como tanto ha ocurrido con El Mijis), o porque se atrevió a tener fotos en poca ropa, entonces no somos mejores que esas personas a las que con tanta saña criticamos. Porque no nos hagamos: todos cogemos. Todos somos seres sexuales y no tenemos por qué avergonzarnos de ello. Dejemos de relacionarnos con el sexo desde la tradición judeocristiana de la culpa.

Y por supuesto, no seamos tan basuras como para aplicar el famoso porno de revancha o el slut-shaming. ¿Por qué nos sentimos con libertad de señalar a alguien por tomarse fotos con poca ropa o de divulgarlas si nos las mandan? ¿De verdad ustedes no tienen sexo, nunca se han masturbado, jamás han mandado una nude pic? Diría una amiga muy sabia y a la que quiero mucho: “ahora resulta que aquí todas cogen, pero la puta es una”. Y si no lo hacen o no lo han hecho, entonces les urge. Tal vez así estarían menos pendientes de la vida sexual ajena y estarían más felices satisfaciendo la propia.

@PaveloRockstar

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