Artículo publicado por VICE Colombia.
Unas 20 veces se muere Nadia en los ocho capítulos de Russian Doll, la serie de Netflix que se estrenó el pasado 1 de febrero. La primera vez la atropella un carro, de ahí en adelante son una veintena de muertes más que van de lo chistoso a lo trágico: tropiezos absurdos en escaleras, infartos, explosiones, disparos, abejas o a veces nada, muertes súbitas.
Ese es el punto de arranque de la serie que, a partir de ahí, hace de todo sin dar un paso en falso: cambiar de género —de comedia, a drama y a veces a terror—, construir una historia con personajes originales, jugar con las posibilidades de la ciencia ficción, invadir los capítulos de chistes y gags, crear personajes femeninos y masculinos lejos de estereotipos, hablar de enfermedades mentales, lucirse con el vestuario y la decoración. Todo mientras avanza con un guion impecable.
En esencia la serie se trata de una mujer que, sin razón aparente, muere todo el tiempo y revive en el mismo momento: la noche que cumple 36 años, en el baño, mientras su fiesta de cumpleaños sucede al otro lado de la puerta. Cada vez que revive recuerda todo lo que pasó la vez anterior —que nunca dura más de un día—. Nadie más lo hace, y ella se ve condenada a repetir las mismas interacciones y a escuchar las mismas conversaciones de quienes sienten que es la primera vez que lo hacen.
Decir algo más sobre lo que pasa después o cómo la repetición se va volviendo profunda sería arruinar parte de lo gratificante de la serie. Es mejor llegar sin mucha más información.
La idea de Russian Doll, y la razón de su genialidad, tiene que ver, claro, con las cabezas detrás: Amy Poehler y Natasha Lyonne, su protagonista, las que empezaron todo. Luego se sumarían otras cinco cabezas, todas mujeres, que dirigen o participan en la escritura de la serie. Russian Doll es la prueba contundente del valor y de la identidad única que tiene un producto cultural que sale de la cabeza de mujeres y se realiza con libertad, sin restricciones.
En primer lugar, el personaje principal, Nadia Vulvokov —que, por cierto, fue un apellido creado para sonar como “vulva”— es una mujer lejos de parecerse a la mujer estereotípica: es una diseñadora de videojuegos con miedo al compromiso que habla duro, que busca sexo casual, nihilista y rodeada de una crisis existencial anclada a su madre. Básicamente muchos de los rasgos que generalmente se reservan para los personajes masculinos. Y a ella la rodean varios personajes que también se salen de las categorías típicas: hombres que se permiten ser vulnerables, que resultan más tiernos y suaves que ella misma y que buscan el compromiso; también otras mujeres con orientaciones sexuales diversas alejadas estéticamente del “deber ser femenino”, y mujeres viejas que viven solas y que destilan autoridad.
Nadia no persigue un hombre, ni un sueño, ni un amor imposible, simplemente quiere entender por qué sigue muriéndose, lo que la lleva por un camino de buscarse a sí misma y a su autoestima mientras saca de debajo del tapete los tormentos que enterró. A su alrededor, los hombres no aspiran a logros profesionales magnos ni a metas personales de héroe, buscan relaciones románticas y compromisos mientras entienden también los vacíos personales a los que sus necesidades responden. Todo eso Russian Doll lo cuenta a punta de chistes finos que hacen que la mayoría se devore la serie en un par de días.
Pero mucha de la autenticidad tiene que ver también con que Nadia Vulvokov está basada en gran parte en la propia vida y personalidad de Natasha Lyonne, la actriz que la interpreta. Durante la década de los 2000, Lyonne tuvo varios escándalos por abuso de drogas, quejas de sus vecinos y de sus locatarios —en un momento incluso amenazó sexualmente al perro de una vecina, lo cual es fuerte pero también un poquito chistoso (¿o no?)— y llegó varias veces al hospital por enfermedades relacionadas con su demente estilo de vida: un pulmón colapsado, hepatitis C, cirugía de corazón abierto por una infección. A la vez, es descrita como una persona única, sin artificios, chistosa, llena de naturalidad, “con un pesado acento de hombre neoyorquino de los años 20”, según una larga nota sobre ella de 2012.
Esa personalidad de Lyonne fue la semilla para todo: Amy Poehler, quien conocía a Lyonne desde hace años, la llamó para decirle que quería hacer una serie sobre ella, sobre la forma en que siempre lograba ser la persona más vieja del lugar. Un alma vieja. Old soul era el nombre de la serie en la que la protagonista trabajaba en un geriátrico y resultaba teniendo más cosas en común con los ancianos del lugar que con la gente de su edad. El piloto salió y no pegó, así que las dos se sentaron junto a Leslye Headland —directora de Sleeping with other people y Bachelorette— y crearon lo que hoy es Russian Doll: una serie sobre una mujer que ha estado viviendo perdida, que ahoga sus angustias con lo que tiene a la mano y que tiene una segunda oportunidad —o más bien una veintena de oportunidades— para intentar hacer las cosas distinto.
No es de extrañar cómo eso puede resultar autobiográfico para una persona que logró salir de una adicción a la heroína, a la cocaína y al speedball.
Sin embargo, conocer esas referencias y reflejos de la vida de Lyonne en la serie no es para nada necesario para disfrutar Russian Doll. La serie hace lo suyo con naturalidad y sin necesidad de ningún insumo extra para entender la autenticidad de su historia. Tampoco lo hace dando ningún tipo de lección sobre “lo bueno de tener otra oportunidad” o sobre cómo “todos nos equivocamos”. De hecho no cae en ningún tipo de cursilería aunque navegue a veces en las escenas más conmovedoras posibles. Un ejemplo de eso es la escena final en la que la historia logra un cierre perfecto sin ser obvia ni pretenciosa. Sin olvidar que ante todo la trama es un asunto de ciencia ficción.
La sensación de que Russian Doll es un producto único de televisión que se aleja de tanto producto formulático también tienen que ver sus personajes, cuyas personalidades se pueden entender como apuestas políticas sin que esa “política de la representatividad” sea el centro de la serie. Russian Doll no es un show que se lea de entrada como una serie feminista ni de pretensiones políticas. En el centro lo que está es la comedia y el conflicto de la trama: ¿por qué la protagonista muere todo el tiempo para revivir exactamente en el mismo momento? Lo demás, las representaciones distintas, más auténticas, de lo que es ser una mujer y un hombre hoy, en Nueva York además, es solo el resultado de un libreto escrito por mujeres que no pretenden retratar ideales absurdos sino contar una buena historia con personajes creíbles y auténticos. Mujeres que hicieron una comedia como se les dio la gana.
Tania Tapia Jáuregui http://bit.ly/2RYsUjc
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