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sábado, 16 de febrero de 2019

Los pros y contras de ser activa como chica trans

Artículo publicado originalmente por Broadly Estados Unidos.

Hay dos razones por las que no me gusta ser activa: la primera es que requiere mucho esfuerzo y prefiero no sudar; la segunda es que soy una mujer trans no operada y la única postura en la que me encuentro cuando penetro a una pareja con mi pene es en una de vulnerabilidad existencial.

He ignorado la mayoría de peticiones para hacer el papel de activa porque sentí que mi femineidad estaba en juego. Si dejara mi papel de pasiva, me estaría apartando de las expectativas que se tienen de las mujeres cisgénero heterosexuales: ser penetradas. Cuando penetro, los deseos de mi pareja parecen más ambiguos: ¿Qué soy yo para él?

Ese sentimiento de ansiedad permeó mi primera experiencia como activa; fue una excepción que concedí a mi antiguo amor de la preparatoria, quien quería perder la virginidad de su trasero después de nuestro primer semestre en la universidad. Al principio dudé, pero quería que mi ex tuviera una buena primera vez anal, así que la activa que llevo dentro tomó las riendas.

Después de sexiliar al rancio de su compañero de departamento, deslicé mi pene en el culo de Matt. Por votación popular, me habían designado como el gay con quien el rey de la fiesta, cuyo nombre cambié para proteger su identidad, tendría su primera experiencia sexual gay. La experiencia de ser activa con él me puso paranoica: ¿Y si yo seguía siendo un chico de 16 años para mi ex? ¿Y si nada había cambiado? ¿Y si yo no he cambiado? Pero obviamente, las cosas habían cambiado: ya era copa B y usaba nuevos pronombres, solo que en ese momento el único cambio que sentía era la sangre que me brotaba de la nariz y caía sobre la espalda de mi ex, que estaba en cuatro patas. Quizá fue una señal de Dios para decirme que el papel de activa no era lo mío.

Aunque hubiéramos echado al compañero de Matt, no sentía que estuviéramos solos. Lo que tengo en la bragueta atrae a visitantes indeseados: curiosos y presentadores de talk shows conservadores. Ellos hacen que el papel de activa sea todavía más violento: siento que mi pene no es mío porque… bueno, muchas veces no quiero que lo sea, pero también porque parece que la opinión de la gente sobre mis genitales vale más que la mía. Mi entrepierna es objeto de debate y escrutinio entre legisladores y comentaristas. Un bulto sospechoso bajo un vestido alerta a los agentes de la Administración de Seguridad en el Transporte (TSA) sobre una “anomalía” que requiere una inspección invasiva. Un cuerpo con pene en un baño de mujeres es una amenaza sexual inminente. Una chica con pito constituye en sí mismo un género de Pornhub con el que la gente se masturba para después olvidarlo al cerrar la ventana de incógnito en Chrome. El cuerpo de una chica trans es o un arma o un juguete sexual.

La relación con el rol de activas de las mujeres trans va más allá del voyerismo transfóbico, así que decidí escribir a varias de ellas (y a unos cuantos hombres a los que les gusta que los penetren chicas trans) para conocer su perspectiva. Para Xris, una mujer trans de Los Ángeles, la representación de las mujeres trans que se hace en el porno convencional no tiene mucho que ver con sus experiencias. “No entiendo esa fascinación con los penes de las trans. Me parece increíble que nuestros genitales se conviertan en un fetiche”, me explica en un email. “Muchos vídeos porno con mujeres trans juegan con un factor sorpresa importante: Trans se convierte en hombre hetero, o ¡El pito de esta trans es increíble! Quiero que me coja una trans”.

“No entiendo esa fascinación con los penes de las trans. Me parece increíble que nuestros genitales se conviertan en un fetiche”

Al final, el problema es muy sencillo, según Xris: “Nunca se nos considera mujeres”. En el porno convencional se nos clasifica como “shemales” o, en un intento por mostrar más respeto, “tgirls”. En las plataformas digitales usadas para ofrecer servicios sexuales, como la ya desaparecida Craiglist o Backpage, las mujeres trans por lo general no se etiquetan con coloquialismos en los que se aprecie un atisbo de feminidad, sino que se nos clasifica con el acrónimo económico y nada descriptivo de “TS”, abreviatura de transexual.

Sin embargo, según Neal, un hombre transamoroso de Nueva York, para la mayoría de los hombres a los que les gusta que los penetremos, nuestro mayor encanto radica precisamente en nuestra feminidad. Neal empezó a interesarse por las mujeres trans después de que lo penetrara una mujer cisgénero con un strap-on. “Lo que realmente me gustaba como pasivo era la feminidad de una mujer trans”.

Conozco a varias mujeres trans que se sienten especialmente femeninas cuando penetran. Octavia, educadora sexual de 20 años de Nueva York, practica la penetración con personas de todos los géneros. Se siente empoderada cuando penetra a un hombre porque para ella es una forma de joder su masculinidad en más de un sentido. Le gusta pensar cosas como: ¡Toma este pito de chica! Solo un hombre de verdad puede con tanta mujer. Para ella, el rol de activa contiene una carga energética que “desafía a la masculinidad de su pareja”.

Pero cuando está con una mujer cis, Octavia siente que está frente a una persona cuya anatomía se considera el estándar de la feminidad. Ella dice que no es capaz de definir su feminidad contrastándola con lo que no es. En lugar de eso, tiene que asumir que dos mujeres están teniendo sexo, aunque una de ellas esté penetrando a la otra con su pene y la otra nunca haya tenido ni vaya a tener esa capacidad, si no es mediante el uso de un strap-on.

Para Grace, de 21 años, estar con otra mujer fue su forma de introducirse en el rol de activa, algo que necesitaba. “Nunca me había sentido cómoda con la dominación hasta que la vi a través de la identidad lésbica”, dice, y señala que penetrar como hombre heterosexual para ella significaba negar su propia feminidad y cosificar la de su pareja sexual, algo que no le gustaba. “Yo aprecio mi feminidad cuando penetro como lesbiana. En ese momento me siento una mujer fuerte y capaz de dar apoyo”, me cuenta en su mensaje. “Ostento mi feminidad, no la suprimo”.

No obstante, muchas mujeres trans a las que les gusta asumir el rol de pasivas también encuentran placentero el acto de penetrar. “Compartir una parte de mi cuerpo con una pareja que parece tener más control que yo sobre ella no tiene por qué ser algo malo”, me explica Xris. “Quiero que mi pareja se sienta bien”. Este tipo de dinámica puede transformar un acto que normalmente se caracterizaría por el rechazo y la ansiedad en uno de placer mutuo, incluso si a la persona que penetra la mueve más la generosidad que el deseo sexual.

“Estoy mostrando a mi pareja una parte de mí que no suele gustarme. Cuando penetro, no solo me siento vulnerable, sino que tengo la sensación de estar sobrepasando los límites de mi propio confort”, explica Xris. “No me importa hacerlo siempre que se hable previamente”.

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Foto por Emerson Ricard.

Según Grace, a veces se espera de las trans activas que no tengan límites sexuales, refiriéndose a su experiencia como activa. Ella opina que normalmente las pasivas esperan que las activas den sin cuestionar nada, mientras que en el otro sentido se requiere consentimiento. Este desequilibrio es, obviamente, absurdo: “El consentimiento de la persona que recibe no es lo único importante”, reivindica Grace. Esta idea reductivista refuerza la cultura de la violación: ignorar la vulnerabilidad de quien penetra consolida el concepto de que la pareja que recibe es pasiva.

Grace recuerda que tuvo “relaciones ocasionales con una joven trans”, durante las que asumió en muchas ocasiones el papel de activa. Pero ¿qué pasaba cuando no había penetración? “Me decía que la estaba provocando para fastidiarla. ‘No’, le respondía yo, ‘solo estoy haciendo lo que me apetece hacer. Si quieres que haga otra cosa, me lo tienes que pedir’”. Hablar de los límites puede suponer la diferencia entre la incomodidad y la violación. Si esa conversación no se produce, la penetración puede acabar convirtiéndose en lo último.

Durante el tiempo que estuve en el campus de la universidad, un entorno en el que aspectos como el consentimiento y la agresión sexual adquieren una dimensión compleja, vi cómo se le hacía un lavado de cara al sexo y se reducía a dualidades mutuamente excluyentes en las que agresor y víctima eran cis. En las sesiones de orientación para alumnos de primer año, los testimonios solían ser de mujeres blancas heterosexuales. Los orientadores narraban historias de violación en las que las víctimas suplicaban a sus agresores que dejaran de penetrarlas. Así, se me estaba enseñando de forma implícita que la persona penetrada estaba al borde de ser violada.

"Quizá yo no penetro porque el poder supuestamente implícito en ser activa no me aporta placer. Tampoco me siento poderosa siendo pasiva, pero no es algo que necesariamente esté buscando"

Por eso no es descabellado que el acto de penetrar vaya acompañado del miedo a causar daño. Esa es, según Octavia, otra de las razones por las que no se siente segura a la hora de penetrar a mujeres cis. “¿Y si este acto está relacionado con las dinámicas de poder? ¿Y si lo que estoy haciendo no está bien?”, se pregunta en esos momentos. Su miedo radica en el posible riesgo de violar sin quererlo a una mujer cis, y en que eso la convertiría implícitamente en un hombre, ya que el discurso imperante dicta que el sexo con penetración es violación y que solo los hombres hacen daño a las mujeres.

Los roles activo y pasivo están vinculados a las dinámicas de poder y suelen corresponderse con los de dominante y sumiso, respectivamente. Quizá yo no penetro porque el poder supuestamente implícito en ser activa no me aporta placer. Tampoco me siento poderosa siendo pasiva, pero no es algo que necesariamente esté buscando.

Para mí, hacer de pasiva es “lo que pasa cuando algo o alguien elige tus deseos por ti”, como dijo la crítica Andrea Long Chu. Haciendo de pasiva delegas la responsabilidad física del deseo en algo o alguien. Me gusta hacer de pasiva porque me permite negarme a ejercer mi propio poder.

En mi caso, hacer de activa se parece mucho a hacer de pasiva, como si la persona que penetra estuviera siendo cogida por la que es penetrada. La persona pasiva determina cómo se desarrollará el encuentro. Esto desbarata la expectativa misógina del agujero como receptáculo pasivo, algo que solo puede recibir y no dar. Pero el agujero también puede ser el que te coge. En otras palabras: cuando yo penetro, para mí todas las pasivas están empoderadas.

Este tipo de rol de activa vulnerable fue presentado a las masas por el icono tras que nadie quiere: Maura Pfefferman en Transparent. En una escena del último episodio de la segunda temporada, Maura está tumbada en la cama de una habitación de hotel y sobre ella está sentada en cuclillas una mujer de mediana edad que probablemente comparte el gusto de la protagonista por las chalinas y la cadena de radio NPR. Vicki, la pareja cis de Maura, envuelve la entrepierna de Maura con la suya. Montando al estilo vaquero, Vicki mueve el cuerpo contra el de Maura y, pese a que se desliza un pene en su interior, Vicki es claramente la activa.

A su vez, Maura hace de pasiva mientras penetra. Pero esta contradicción sexual no es exclusiva de personajes de ficción: yo misma la viví la siguiente vez que hice de activa. Varios meses después de que me sangrara la nariz sobre la espalda de mi ex, tuve otra sesión en la que un chico pasivo me montó como Vicki montó a Maura. Al cabo de un minuto, me empezó a sangrar de nuevo la nariz, probablemente porque me sobrepasaba la situación de estar haciendo de activa penetrando a un pasivo que estaba haciendo de activo conmigo. Pero el sexo siempre es complicado. Incluso cuando estoy en mi postura preferida —sobre mi espalda con las piernas levantadas—, nunca estoy del todo segura de lo que voy a recibir… o dar.

Sessi Kuwabara Blanchard http://bit.ly/2TSi9Rf

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