Artículo publicado originalmente por Broadly Estados Unidos. Leer en inglés.
Puedo recordar vívidamente la primera vez que me enfrenté plenamente al fenómeno del parto.
Tenía 13 años y acababa tener mi primer período. Con mucha curiosidad por las capacidades de mi cuerpo, comencé a hojear uno de los libros de mi madre sobre embarazo y alumbramiento, llegando finalmente a la imagen de una mujer acostada con las piernas abiertas y la cabeza ensangrentada de un bebé saliendo de su vagina. A muchos, esa imagen podría haberles parecido hermosa o, a lo mejor, simplemente asquerosa. Para mí, fue traumatizante.
En ese momento, mi imaginación adolescente acababa de comenzar a aventurarse en el reino de las fantasías sexuales. En la escuela, me sentaba en clase y garabateaba mis sueños eróticos. Y, lentamente, las visiones, que parecían muy reales y muy constantes, me hicieron comenzar a preguntarme si podría haber tenido sexo con alguno de mis compañeros de clase y simplemente haberlo olvidado. Una parte de mí sabía que era totalmente ilógico, pero aun así, el miedo me atormentaba. Y ese miedo no se arraigaba en la idea de que podría haber tenido sexo, o de que pudiera ya no ser virgen. Más bien, en la idea de un embarazo.
Cuando tenía 14 años, me diagnosticaron un trastorno obsesivo compulsivo; y a los 28, supe que tenía el síndrome de Asperger. Esos diagnósticos me han ayudado a entender mis fijaciones mentales. Pero no entiendo bien la forma en que esas fijaciones se manifiestan para mí: un miedo patológico al embarazo y al parto, o lo que se conoce como tocofobia.
Cuando era adolescente, no tenía recursos para entender mi miedo o la pseudociesis —delirios de embarazo— que vino con él. Aunque sabía en el fondo de mí que era virgen, insistía en que me hicieran análisis de sangre y orina para asegurarme de no estar embarazada. E incluso cuando salían negativos, todavía me preocupaba tanto que a veces me despertaba con náuseas (lo cual, por supuesto, me hacía pensar que estaba sufriendo de náuseas matutinas).
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Tales obsesiones y experiencias me han seguido hasta la edad adulta, y se han vuelto más intensas a partir de que me volví sexualmente activa. Se han manifestado en síntomas físicos de embarazo, como experimentar un sabor metálico en la boca, micción frecuente e incluso la sensación de que algo se mueve dentro de mí. A lo largo de los años me he hecho docenas de pruebas de embarazo y, a pesar de siempre usar condón durante las relaciones sexuales, he tomado la píldora del día después más veces de las que puedo contar.
La investigación acerca de la tocofobia es relativamente escasa, pero la que hay indica que los síntomas coinciden en gran medida con mi experiencia, pero varían en severidad. Según un artículo reciente en The Independent, coescrito por tres investigadores médicos, la fobia afecta entre al 2.5 y 14 por ciento de las mujeres, con cifras que varían según la propia definición del investigador de cuál nivel de gravedad califica como tocofobia y cuál no.
De acuerdo con un estudio de 2017 sobre el tema realizado por la candidata al doctorado Maeve O'Connell y otros en el Centro Irlandés para la Investigación Traslacional Fetal y Neonatal del University College Cork, la fobia es más común en mujeres que ya han estado embarazadas antes, lo que se conoce como tocofobia "secundaria", para quienes esto puede deberse a una cesárea previa o a una experiencia de parto traumática. La tocofobia "primaria" la experimentan la mujeres que no están embarazadas y nunca han tenido un bebé antes, como yo, y puede deberse a un trauma del pasado, como presenciar un nacimiento a una edad temprana sin ningún tipo de explicación.
Primero está esa fobia, y luego, además está la carga financiera, el aislamiento, los problemas de intimidad y la vergüenza que conlleva vivir en un mundo donde casi nadie reconoce la existencia de tal enfermedad.
La investigación existente también demuestra que ciertas personas son más propensas que otras a desarrollar esa fobia; específicamente, aquellas con ansiedad, depresión y trauma por abuso sexual infantil (los cuales, desafortunadamente, yo sufro en conjunto). Y aunque el origen varía de persona a persona, es más común que las mujeres con tocofobia primaria desarrollen ese miedo durante la adolescencia.
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Después de ver ese libro de nacimientos en mi adolescencia, sólo crecí para sentir un enorme disgusto ante el proceso de inseminación y la idea de sacar a un niño ensangrentado de mi vagina. Incluso más allá de los aspectos físicos del embarazo, mi miedo se descompone en ansiedades con respecto a problemas potenciales aparentemente interminables relacionados con el embarazo: si me embarazara, tendría que elegir entre aborto, nacimiento, adopción y maternidad, ninguno de los cuales me agrada en absoluto personalmente. También me provoca paranoia la idea de tener un aborto espontáneo, tener un bebé con un defecto de nacimiento o lastimar al bebé en alguna forma. Incluso cuando las pruebas de embarazo salen negativas, me obsesiona la posibilidad de un "embarazo críptico", otra condición poco conocida en la que la hormona HCG no aparece en las pruebas, la menstruación continúa, el feto tarda mucho más en desarrollarse, y la mujer no suele tener idea de que está embarazada hasta que da a luz. (Esto puede sonar increíble, pero el programa de TLC I Did not Know I Was Pregnant [No sabía que estaba embarazada] está dedicado a las mujeres que no se dieron cuenta de que estaban embarazadas hasta que el bebé salió). Y, por desgracia, el control natal, de cualquier tipo, no brinda alivio a mis preocupaciones.
Existen muy pocos servicios de atención específicamente para las mujeres con tocofobia, especialmente con tocofobia primaria, y al parecer no hay un consenso sobre la mejor manera de tratar el padecimiento. Según O'Connell, hay algunas pruebas de que ser testigo de un nacimiento en el escenario correcto puede conducir a una disminución de ese miedo. Amy Wentzel, terapeuta cognitiva-conductual y profesora asistente en la Universidad de Pensilvania, me dijo por correo electrónico que cree que la terapia de exposición (exponer a alguien al video de un nacimiento o al escenario de una mujer embarazada), la reestructuración cognitiva (modificar pensamientos poco útiles), y la concientización (permanecer en el momento presente) son las mejores apuestas para que las mujeres tocofóbicas superen ese miedo, aunque ella nunca ha tratado esa fobia personalmente. Según un artículo de 2015 en Mic, muchas mujeres se unen a grupos de apoyo en línea cuando no están seguras de a quién recurrir.
Entiendo por qué las mujeres quieren apoyo de otras tocofóbicas. Porque primero está esa fobia, y luego, además está la carga financiera, el aislamiento, los problemas de intimidad y la vergüenza que conlleva vivir en un mundo donde casi nadie reconoce la existencia de tal enfermedad.
Cuando visito al ginecólogo, me da demasiada vergüenza mencionar la tocofobia. Nunca le he hablado a profundidad de mi fobia a ninguno de mis psicólogos, en parte por vergüenza y en parte por temor a que la minimicen y digan que es sólo otra obsesión irracional, pues hay muy poca investigación y conocimiento al respecto.
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Cuando me hice la prueba de embarazo más reciente de sangre y orina (por lo general me hago entre una y cuatro por año), pude escuchar a la enfermera y al médico susurrando sobre mí en el pasillo mientras esperaba en la sala de espera del ginecólogo, completamente humillada. El médico se me acercó con los resultados negativos, con una expresión ligeramente irritada y crítica en su rostro, y me dijo que debería "ser selectiva" con respecto a con quién me acuesto. (Incluso después de eso, decidí que quería que me practicaran mi primera ecografía transvaginal porque seguía sintiendo movimientos en el abdomen).
Mi tocofobia en ciertos aspectos puede ser una maldición, pero en otros la considero una bendición.
De hecho, la tocofobia casi ha terminado con mi vida sexual. En el pasado, he sido demasiado cuidadosa, pidiéndole a cada una de mis parejas que no eyaculara dentro de mí. Después, siempre reviso meticulosamente el condón e incluso lo pruebo llenándolo de agua para asegurarme de que no tenga fisuras. Normalmente no puedo disfrutar plenamente del sexo porque me preocupa constantemente que el condón se salga o se rompa, y a muchas de mis parejas les molestan mis rituales paranoicos.
Actualmente, soy célibe, y planeo seguir así por un tiempo. No quiero quedarme sin intimidad durante años, pero por ahora, no estoy del todo segura de cómo vencer este miedo mas que practicando la abstinencia.
Mi tocofobia en ciertos aspectos puede ser una maldición, pero en otros la considero una bendición. Me ha obligado a asumir mi responsabilidad y (principalmente) a tomar decisiones cuidadosas sobre mi cuerpo y mi sexualidad. Aún así, es necesario que haya más investigación, conciencia y apoyo para las mujeres sin hijos con tocofobia como yo.
Escribo esto porque, si hay otras mujeres experimentando el mismo temor allá afuera, quiero que sepan que no están solas.
Gemima Rigby https://ift.tt/eA8V8J
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