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martes, 8 de mayo de 2018

Cómo me enamoré del vino otra vez después de mi violación

Antes de ser violada, amaba el vino.

Yo diría que mi relación con el vino podría haber llegado a convertirse en una leve obsesión. Antes de comenzar mi carrera como escritora, tuve un empleo lucrativo como bartender en un hotel de lujo. Allí, comencé a apreciar el vino y aprendí cada aspecto de la cultura alrededor de él; me enamoré buscando nuevas variedades y cosechas menos conocidas, incluso aprendí a maridarlas con platos. Asistí a tantas degustaciones como pude y aprendí rituales como girar la copa para liberar el bouquet y distinguir las "piernas". Hasta me uní a uno de esos exclusivos clubes de vino. La industria hotelera me dio la oportunidad de viajar y elegía mis destinos según mi pasión por el vino regional. Mi primer viaje fuera del país fue a Italia, principalmente porque quería recorrer los viñedos en la Toscana (y, por supuesto, disfrutar de la pasta).

El vino y la "cultura del vino" pueden significar diferentes cosas para diferentes personas; para mí, gran parte de lo que gozaba eran las opciones interminables a mi disposición. Tenía la opción de elegir vino tinto o blanco, burbujeante o plano. Dependiendo de mi estado de ánimo, podría elegir vinos secos o dulces; Viejo o Nuevo Mundo; vino barato en tetrapack, o cosechas caras. Tenía mi región, uva y cosecha preferidas. Mi conocimiento cada vez mayor de la industria y la toma de decisiones confiada en la elección de los vinos adquirieron cada vez más poder.

Entonces, llegó la noche que cambió todo para mí.

Una noche, hace varios años, salí con algunos amigos a cenar y tomar tragos. Después de la cena, fuimos a otro bar para tomar una copa más de vino. Una copa que se convirtió en tres. Eventualmente, terminé en el auto con un hombre que prometió llevarme a casa. En cambio, a mitad de camino a casa, me sacó del auto en un camino apartado, me tiró a unos arbustos y me violó. Mi capacidad de elección me fue arrebatada esa noche, y con ella, mi amor por el vino también se desvaneció.

Una serie de preguntas pasaron por mi mente después de mi abuso. Al igual que muchas mujeres, asumí que como estaba borracha, fue mi culpa; también decidí que como voluntariamente subí a su auto, era mi culpa lo que sucedió. Quizá debería haber bebido menos vino. ¿Tal vez lo provoqué? Pensé en todas las cosas que podría haber hecho de manera diferente; me culpé a mí misma, a mis amigos por dejarme sola y, por supuesto, culpé al vino. Culpé a todos y a todo excepto a la persona que me agredió.

Después de confesarle a un amigo lo que sucedió, lo primero que me preguntó fue cuánto había bebido esa noche. Y a medida que comencé a compartir mi historia con personas en las que confiaba, recibí la misma reacción una y otra vez: la misma pregunta sobre la cantidad de alcohol que había consumido. Sabía conscientemente que no me merecía lo que pasó, pero me parecía muy difícil poner las cosas en perspectiva.

Una de cada cinco mujeres experimentará algún tipo de agresión sexual en su vida, y las investigaciones muestran que casi la mitad de todas las agresiones sexuales involucran alcohol. Sin embargo, obviamente esto no significa que el consumo de alcohol sea la causa de la violencia sexual. Según los resultados de una encuesta sobre agresiones sexuales relacionadas con el alcohol en los campus universitarios, los hombres que cometieron actos de violencia contra las mujeres usaron el alcohol como excusa de sus actos violentos, mientras que el consumo de alcohol fue una fuente de vergüenza y culpa para las mujeres.


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Culpar a las víctimas de agresión sexual ha penetrado tanto en nuestra sociedad que no siempre es obvio cuando lo hacemos. Incluso el hecho de preguntarle a una mujer cuánto bebió la noche de su agresión refuerza la idea de que las mujeres deben ser las que tomen medidas preventivas, o que la violación es de alguna manera menos ultrajante si se trata de alcohol. Estas cuestiones —y el estigma que se les atribuye— también perpetúan la culpa propia y el miedo a la humillación, lo que desalienta aún más a las mujeres a denunciar sus agresiones.

Debido a estos factores, este tipo de incidentes sigue siendo uno de los ataques sexuales que no se informan a la policía en absoluto, en total un 63 por ciento (esto lo convierte en el crimen menos denunciado en Estados Unidos).

Después de mi violación, no pude dormir durante meses y no toqué el vino por casi un año; de hecho, dejé de beber por completo. Fue un recordatorio de lo que me sucedió, el miedo, la vergüenza y la culpa que sentí, pero sobre todo, me recordaba haber perdido mi capacidad de elección.

Cuando volví al trabajo, tuve que seguir describiendo y vendiendo vino a los huéspedes del hotel. Cada vino tiene un aroma específico y cada aroma en particular tiene una capacidad increíble para desencadenar recuerdos y emociones. Al principio, simplemente estaba ayudando a los huéspedes a maridar el vino con sus alimentos. Pero con el tiempo, enseñar a la gente sobre el vino comenzó a recordarme por qué lo amaba tanto. Me tomó muchos meses, pero al final, decidí que no iba a permitir que mi atacante me impidiera disfrutar de algo que me proporcionaba tanta alegría.

Si bien reencontré mi pasión por el vino, nunca se ha sentido igual. Invertí años en terapia para llegar a la conclusión de que la única persona responsable de la violencia sexual es el atacante, punto.

Sí es verdad que debemos beber de manera responsable por salud, decoro y para la seguridad de uno mismo y de los demás. Pero cuando se trata de violencia sexual, no hay forma de empezar una conversación sobre cuánto bebió la víctima sin llevarla a un espacio de culpa y vergüenza.

Así como el vino puede contar su historia a través del medio ambiente del que proviene (lo que los franceses llaman "terroir"), el vino cuenta mi historia. Mi historia sigue siendo de empoderamiento y fortaleza.

Este artículo fue publicado originalmente por VICE US.

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