Artículo publicado por VICE Colombia.
Escribo esta columna desde el aeropuerto de Pula, en Croacia, a miles de kilómetros de Bogotá, Colombia, en donde vivo.
Desde el pasado 20 de agosto decidí emprender, de la manera más apresurada, un mini viaje por Europa. Madrid por un par de días, Berlín la mayoría del tiempo, Pula y Dubrovnik, en Croacia, como destinos más exóticos, y quizá termine explorando algunas ciudades de Bosnia y Herzegovina. Esa parte del viaje aún es incierta.
Tengo conciencia del privilegio propio: solo una parte mínima de la población colombiana puede darse un viaje así. Y tengo la seguridad de tener a mi lado a uno de mis mejores amigos durante el viaje, acompañándome. Yo cuidándolo a él, él cuidándome a mí. Una seguridad que no sentí durante mi estadía en Madrid, España, cuando todavía no estaba con él. Me quedé dos días. Una de las noches, mientras me devolvía después de un show de flamenco sola para mi Airbnb, varios hombres intentaron abordarme en la calle en la madrugada, cerca de la Plaza Mayor, uno de los destinos turísticos más concurridos.
Luego de perderme varias cuadras, en parte por mi desubique, en parte por tratar de evitar hombres acosadores, llegué a mi Airbnb sudando, asustada. Ya en mi casa en Bogotá llego demasiado asustada en la noche por pensar que me pudo pasar algo, no solo por la incesante delincuencia común, sino por pensar en una posibilidad latente de violación cada vez que un hombre intenta abordarme en el camino, acosándome. No quería entonces imaginarme la posibilidad de que algo podía pasarme a miles de kilómetros de mi casa, lejos de mi familia, sin la posibilidad de que alguien conocido me socorriera. Que me pasara algo por el simple hecho de haber sido una mujer sola, indefensa, desprotegida…
Quizás eso mismo pensaban las turistas a las que asesinaron a comienzos de este mes en Costa Rica. La una, española, la otra, mexicana, ambas murieron en zonas turísticas del país, ambas asesinadas mientras se apartaron de los familiares y las parejas con quienes viajaban. La española Arantxa Gutiérrez, por ejemplo, murió en las playas de Tortuguero mientras se daba una caminata matutina, cuando un hombre, a quien ya se identificó, la asfixió mientras intentaba violarla. Albin Díaz Hawkings, de 33 años, fue identificado como el presunto violador, luego de que se encontrara su ADN en el cuerpo de la víctima.
María Trinidad Matus, de 25 años, fue asesinada en horas de la madrugada mientras caminaba por la playa de Santa Teresa con una amiga inglesa. Dos asaltantes las abordaron, y mientras la inglesa pudo forcejear con el segundo atacante, quien intentaba llevarla a la playa para ahogarla, un primer atacante asesinó en plena playa a la turista mexicana, cuyo cuerpo fue encontrado luego por las autoridades.
Una, como todos, también se propone cumplir el sueño de viajar. Y entonces a veces lo quiere cumplir sola, ya sea porque el objetivo es precisamente ese, ya sea por querer encontrarse a sí misma en otros rumbos, otros paisajes, ya sea porque nadie quiere viajar con una o porque ese viaje prometido con la pareja prometida nunca se dio, pero igual queremos cumplir el sueño por nuestra cuenta.
Y muchas de nosotras, aparte de todos los riesgos que de por sí implica un viaje, somos conscientes de que quizá no regresemos vivas, solamente por el hecho de ser mujeres. Algo que, en varios países del mundo, pareciera ser una licencia para intentar abusar de nosotras en muchos sentidos.
Les pasó hace dos años a las argentinas que asesinaron en Montañita, Ecuador, cuyos cuerpos fueron encontrados en bolsas negras en la playa y cuyas memorias fueron irrespetadas, cuando una masa de personas en redes empezó a afirmar que la culpa había sido de ellas por ir a Montañita a tomar, bailar y provocar a sus victimarios y por ‘viajar solas’, a pesar de que eran dos. Les pasó este mes a Arantxa y María Trinidad, una iba sola, otra, acompañada, ambas mujeres, ambas solas, es decir sin un hombre al lado.
¿Que sería de nosotras si siguiéramos siendo el tipo de mujer que los hombres que nos violan y nos matan en nuestros viajes quieren que seamos?
Los recientes asesinatos nos hacen reflexionar a las mujeres viajeras acerca del riesgo latente y de todas las cosas de las que tendríamos que privarnos, según esta sociedad aparentemente feminicida. Según estos hechos, no deberíamos cruzar nunca ninguna frontera sin la compañía de un hombre. No deberíamos tratar de ubicarnos en el transporte público de una ciudad que no conocemos con un idioma que no sabemos porque no vamos a ser capaces. No deberíamos poder disfrutar de un festival de música en otra latitud, como vine a hacer yo, porque es muy probable que se aprovechen de nosotras y nos violen y quién sabe qué más cosas.
¿Qué sería de nosotras si obedeciéramos lo que la sociedad nos está intentando dar a entender? ¿Si no creyéramos que, así como tenemos derecho a irnos, tenemos derecho a volver? ¿Que sería de nosotras si siguiéramos siendo el tipo de mujer que los hombres que nos violan y nos matan en nuestros viajes quieren que seamos?
Por fortuna, muchas seguimos decidiendo lo contrario. A pesar de los riesgos, a pesar de las posibles consecuencias. Porque también es nuestro derecho conocer el mundo sin nadie a nuestro lado.
En unos días volveré a Madrid, sola de nuevo. Una ciudad que me recibió en el vuelo con un aeromozo diciéndole a su compañero que en el vuelo había una ‘feminazi’ que tenía una camiseta sobre opresión y que le iba a decir que no la quería atender por feminazi. Antes de servirme la comida, le dije que a mí tampoco me atendiera, porque probablemente también era una feminazi para él. Así es que nos toca todos los días, al parecer en casi todos los países del mundo.
Paz en la tumba de Arantxa y de María Trinidad.
Las recuerdo.
Nathalia Guerrero Duque https://ift.tt/eA8V8J
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