Artículo publicado por VICE México.
Hola, soy María y tengo estrías en las nalgas y gran parte de mis muslos. Muchas. Ahora mismo quiero contarlas, pero no alcanzo. Y antes de que sigas leyendo, por si estás en las mismas, te lo advierto: no se quitan. Una vez que aparecen no se van nunca.
No estoy segura de la edad en la que las descubrí, sólo recuerdo que en la secundaria fui de las primeras que empezó a desarrollarse, a ponerse grandota —por no decir nalgona—. Sé que a los 20 comencé a darles demasiada importancia y pasé los siguientes años de mi vida en una lucha constante y sumamente agotadora por desaparecerlas, por verlas un poquito menos con tal de no detestarme tanto. Gasté muchísimo tiempo y dinero en cremas, masajes y tratamientos estéticos a lo pendejo. Sí, mi inseguridad me hizo presa de la industria que dicta los estándares de belleza y se hace millonaria con las carencias de mujeres que no saben cómo habitar su propia piel. Lo peor es que en una de estas tantas citas para tratar de “mejorar” mis piernas, me preguntaron que si también quería un tratamiento de lipoescultura sin cirugía para mis “chaparreras” y mi celulitis. “¿Tengo eso?, no lo sabía… Bueno, la piel de naranja ya la había visto, pero no creí que fuera tan grave”, pensé. Y ahí inició la cruenta batalla María contra María.
Empecé a envidiar a las mujeres que lucían diminutos shorts o bikinis, las criticaba o pensaba cosas horribles de ellas con tal de sentirme mejor, con tal de apaciguar mi tristeza y domar la vergüenza interna que no me permitía sentirme libre y feliz conmigo misma. Cuando me topaba con mujeres “imperfectas”, y que en algún momento me habían parecido un modelo a seguir, ejemplo, personalidades de la farándula, me tranquilizaba y pensaba “Bueno, qué puedo esperar yo, una simple mortal”. Hoy sé que no quería sus piernas, lo que añoraba era su seguridad, su libertad, su empoderamiento, su comodidad y su “Esta soy yo, y si no te gusta, te chingas”.
Lo peor de querer cambiar una cosa, es que terminas por desear ajustar muchas más… Que si los senos pequeños, que si el brazo de monedero, que si el cabello oscuro o güero. Y así una lista interminable de obsesiones inútiles, mientras los mensajes negativos resuenan desde muchos lugares: televisión, revistas, redes sociales, familia, amigos y pareja. Recuerdo mucho el día que mi mejor amiga me llamó llorando desde un probador porque su novio le había dicho que cómo se iba a poner ese vestido —había bajado 10 kilos y por fin iba a usar lo que “nunca pudo”—, que se le veían los gorditos de los brazos y la espalda. Me puse furiosa, pero también triste, porque a eso estamos sujetas, a cómo nos ven los demás. Basta, me repito constantemente. Y es que no dejo de escuchar historias similares: “No puedo con mi gordura y no puedo dejar que nadie más la vea”, “Mi celulitis es más grande que yo”, “Crecí traumada por el tamaño de mi nariz”, “Mis senos son tan pequeños que creo nadie me puede querer así”. Basta.
Me cansé de enfrentarme a mí misma, de estar todo el tiempo cuidando que nadie viera lo que consideraba feo. Pondré un ejemplo con el que tal vez podrías identificarte: mi novio tiene estrías en la cintura y una panza que se pronuncia mucho más después de comer o beber, lo que es normal en todos los cuerpos. Al verlo, nunca pienso que es menos atractivo, ¿por qué nosotras sí creemos que no somos hermosas si tenemos esos detalles? Yo hasta me excusaba cuando me ponía panzona después de la tercera cerveza en alguna comida familiar: “Es que la chela me inflama”. ¿A quién le importa? Dejemos de disculparnos por ser como somos, la belleza es subjetiva y viene en tamaños y colores distintos. Este cuerpo —hablando de lo físico— es lo único que tenemos: hay que cuidarlo, apapacharlo y agradecerle por aguantarnos tantas locuras. Si hay algo que podemos hacer para sentirnos mejor, como comer saludable o llevar una rutina de ejercicio para estar más fuertes, qué bueno.
Hoy considero que una de las maneras más revolucionaria para derribar el sistema opresor, los padecimientos inventados y los estándares de belleza que se han construido por décadas, es amándonos y aceptándonos. Las estrías, las axilas oscuras, las ojeras, las lonjas, los barritos y la piel de naranja nos hermanan, es lo ordinario. Ni tú ni yo estamos “mal construidas”, solo somos músculo, carne, grasa y huesos.
Sé que es difícil salir de la trampa del estereotipo, puedes empezar por alejarte de círculos agresivos y si es necesario, ir a terapia; es muy triste y muy agotador odiarte, es un trabajo 24/7.
Y aunque se escuche como algo del pasado que poco a poco hemos ido superando, es cierto que la felicidad no está en la perfección, está en la mente y en cómo te tratas; se los dice esta mujer que tardó muchos años en ponerse el bikini que cada verano veía y se le antojaba, pero que nomás no se atrevía.
Pasa que cuando eres tan dura contigo, piensas que los demás harán lo mismo, y la verdad es que a nadie le importa, y si te molestan por ello, es tema de esa persona, no tuyo. Hoy en la playa, con el bikini que no había tenido el valor de usar, comprendo que el "sentirse poderosa" es el “amiga date cuenta” de mi vida.
María Font https://ift.tt/eA8V8J
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