Artículo publicado por VICE México.
Hace un par de años visité Boca del Cielo, una playa virgen —dicen— de Chiapas a la que sólo se puede llegar cruzando en lancha. Ahí, en una isla sedienta de azúcar porque la cocacola los había castigado dejándolos sin refresco, tuve una revelación: me le adelanté a Harvard, sólo que sin argumentos científicos, pero descubrí por experiencia propia que, al menos a mí, me apendejaba el calor: me hacía lento, no me permitía reflexionar de forma correcta, me quitaba energía y poco a poco me iba drenando las ideas. Mi novia de ese momento me dijo que estaba loco, que aprendiera a disfrutar del “solecito” —una perra bola de fuego a la que nos vamos acercando cada vez con más furia—, y como procuro ser relajado y de discusiones buenaonda, desplacé mi observación de la plática y nos acostamos en la arena para terminar de cocer nuestra masa encefálica bajo el sartén celeste del sol chiapaneco.
Los últimos años han sido de los más calientes en la historia humana. Todo está desfasado, llueven presas por segundo, las coladeras están tapadas, los animales de hielo comienzan a desaparecer por completo, y hay crisis por donde te asomes: playas, bosques, polos y ciudades. Estamos en un punto en el que la única vuelta atrás será posible sólo si nosotros, los humanos, dejamos de existir. Con este escenario es clarísimo que pedir nuestras bebidas sin popote es más un padre nuestro que un acto ecológico.
Para confirmar mi teoría, descubrí una investigación de la Harvard T.H. Chan School of Public Health, la escuela de postgrado en salud pública de la Universidad de Harvard, que consistió en realizar un experimento el mes pasado en el que analizaron pruebas cognitivas de estudiantes puestos a diferentes temperaturas en sus dormitorios.
Para esta prueba, los investigadores usaron como espacio de estudio dormitorios estudiantiles con y sin aire acondicionado, y gracias a esto, este estudio ha sido el primero en demostrar que las condiciones de temperatura sí pueden llegar a afectar el rendimiento de estudiantes y trabajadores.
Según José Guillermo Cedeño-Laurent, líder de la investigación, muchos de los estudios que se han realizado alrededor de esta hipótesis se han hecho con muestras y ecosistemas vulnerables —con personas mayores, por ejemplo—, lo cual hace creer a la mayoría de la gente que están absueltos de sufrir daños causados por el calor. Esto es una mentira y José y su equipo se esforzaron mucho por demostrarlo.
Debido a estas observaciones, Cerdeño-Laurent decidió hacer una investigación con estudiantes jóvenes de Boston, un lugar que al igual que muchas partes del mundo, ha experimentado recientemente cambios muy bruscos en su temperatura.
Según la investigación publicada, se utilizaron 44 estudiantes divididos en dos grupos, uno con aire acondicionado y otro sin, observándolos durante 12 días consecutivos en el verano del 2016. Los investigadores monitorearon la temperatura de sus dormitorios, la cantidad de dióxido de carbono, humedad y niveles de sonido, también midieron su actividad física y patrones de sueño.
El experimento, en síntesis, consistió en dividir la observación por días: 5 días de temperatura estacional, 5 de golpe de calor y 2 frescos. Cada día los estudiantes realizaron pruebas cognitivas en sus teléfonos como detectar colores y resolver problemas aritméticos, de esta forma los investigadores diagnosticaron la velocidad y eficacia con la que los estudiantes procesaron información y su capacidad de retentiva y reflexión.
Cuando el periodo de análisis y observación terminó, los investigadores se dieron cuenta de que los estudiantes con condiciones de temperatura menos extremas —con aire acondicionado— fueron los que mejor puntaje obtuvieron en velocidad y exactitud de sus respuestas, logrando comprobar a través de la ciencia que el calor sí apendeja.
Seguimos en espera de la segunda parte de esta investigación que nos ha dejado cientos de dudas como: ¿El apendejamiento será perpetuo? ¿Puede uno acostumbrarse a estas temperaturas? ¿Será el calor una inteligencia artificial que busca terminar con nosotros? ¿Los nuevos bebés sienten el calor igual? ¿La gente en Alaska es más brillante? ¿El frío extremo apendeja? En lo que esperamos más información y vemos nuestra inevitable decadencia desde barrera, procuremos mantenernos en la sombra.
A Luis le caga el calor, síguelo en Instagram.
No hay comentarios:
Publicar un comentario