Esta crónica fue creada en colaboración con Scotiabank
“Ahí vienen los maricones, muy chulos y coquetones” era el titular que daba cuenta del primer baile homosexual del que se tenga registro en la prensa mexicana. Por supuesto este artículo, con tintes homofóbicos y que además usaba palabras como “jotitos” y “lagartijos”, no reivindicaba en absoluto a las personas de la comunidad LGBTTTIQA+, sino que los ridiculizaba. Sin embargo, es el primer antecedente escrito, y ha quedado en la memoria de una comunidad que ha encontrado en la celebración una herramienta de resistencia.
En ese famoso baile había 41 asistentes —entre los cuales estaba presumiblemente el yerno del mismísimo Porfirio Díaz—, y desde entonces el número 41 se ha vuelto un sello emblemático. Ser un 41 era la manera en que en el siglo pasado se le decía a una persona homosexual. Si bien la palabra ya no se usa, quedó en la memoria histórica, por lo que se esperaba que esta marcha tuviese ese tinte de festividad, de coquetería, de celebración. Pero ya no desde la clandestinidad ni que acabase en una redada, sino en una explosión de colores, de demandas de derechos y de amor diverso.
Ya desde el Ángel de la Independencia —el punto de partida donde año con año se da el banderazo de salida— se sentía el espíritu de la fiesta. Desde las alturas la Victoria Alada contemplaba a hordas y hordas de asistentes que con coronas, collares de flores multicolores, pelucas y pancartas, esperaban que se hiciera oficial el inicio de la travesía a través de una de las avenidas más emblemáticas de la Ciudad de México: Paseo de la Reforma.
Cuando al fin comenzó el desfile, no solo Reforma sino también todas las calles aledañas, se encontraban totalmente anegadas de glitter, de sonrisas y de creatividad. Acaso sin querer y sin saberlo siquiera, muchos de estos “maricones muy chulos y coquetones”, utilizaron como lienzo sus propios cuerpos para poner de manifiesto que nunca más el clóset será una opción. Vestidos de unicornios, de hadas, estas criaturas míticas desfilaban con una palabra que es la antípoda de la vergüenza: el orgullo.
Mientras en los carros alegóricos no faltaban los hombres musculosos, —esos que la mercadotecnia nos marcan como los “deseables”, como los “estéticos” y “fotografiables”—, a pie de calle, la gente hacía suya la celebración poniendo de manifiesto que hoy no sólo se pugna por reconocer otras formas de amar, sino también de reconocer otros modelos de belleza, de revalorar lo que no es hegemónico y de darle su justo valor. Travestis con sobrepeso, personas morenas, cuerpos flacos, marcados con cicatrices: todos se vistieron de arcoíris, de pluma o lentejuela y dijeron: yo también existo y yo también soy bello.
Una de las grandes joyas de la corona en esta celebración fue ver un carro completo cargado de personas muxes, ese llamado tercer sexo que desde Oaxaca, nos vino a poner en claro que no se puede ser realmente diverso si insistimos en “blanquear” la marcha; que a nosotros la palabra “PRIDE” nos viene guanga: que no necesitamos ver hacia afuera de nuestro país para adoptar figuras emblemáticas y que sin incluir a nuestras comunidades indígenas y pueblos originarios, esta lucha no puede ser ni será.
A diferencia de otros años, en los que la marcha se daba en dos bloques bien diferenciados, en este año se mezclaron los aliados con las organizaciones de la sociedad civil, lo que para muchos provocó malestar, pero para otros fue una señal de que se está marchando en la dirección correcta. “Ya casi no hay universitarios, o colectivos de lucha social”, señaló lamentándose Maricarmen Ruiz, parte de Lesbianas de México. “Creo que se nos está olvidando que aquí no venimos nada más al desmadre, que hay mujeres lesbianas a las que todavía nos están matando. Muchas ya no estamos en el clóset aquí en la ciudad, pero también marchamos por nuestras hermanas que en los estados no la tienen nada fácil”.
En este sentido, la sensación era agridulce: por un lado muchos festejaban los logros ya conquistados, pero por el otro, también había comentarios acerca de que solía haber más slogans que consignas. “O sea, sí, que marchen, porque la marcha es de todos. Nos ayudan con el tema de la visibilidad. Pero que no lo hagan hasta enfrente, que no manchen. Que no se les olvide que son aliados y no protagonistas”, señaló Joel Jiménez, de Universitarios Arcoíris.
Pero más allá de estas voces críticas —importantísimas, hay que decirlo, porque parte del festejo es la reflexión— el ambiente no dejaba de ser de una gran fiesta. Y en ocasiones, hasta de una gran kermés, donde podías encontrar souvenirs para lo que quisieras. ¿Preocupado por el sol o porque las lluvias se desataran de repente? Había paraguas arcoíris. ¿Sed de la mala o de la buena? Lo mismo se ofrecían micheladas escarchadas con chile de colores que aguas o paletas heladas con figuras de unicornio. ¿No tuviste la oportunidad de producirte con algunos “props” antes de venir? Sin problema: aquí lo mismo te vendían collares, barbas, pestañas postizas, pelucas, banderas, tocados, bigotes, collares, playeras. Y para los que ya pensaban en el after de la marcha, llovían condones de los carros alegóricos.
Como si de una sede alterna al Bosque de Chapultepec se tratase, tampoco faltaron los pintacaritas. Armados con pinceles, con pintura de colores y diamantina, convertían a cualquier caminante en coquetas gatitas, en fantásticos unicornios, o en drags de banqueta. Eso sí: los accesorios como orejitas, cuernos para completar el outfit o los pelucones de nervios, se vendían por separado. Negocio es negocio.
“Hay que ser jotas, pero no marranas”, decía un cartel sostenido por una chica trans. Empelucada y empoderada, recibía de muy buena gana la basura de los asistentes, arrancando además risas y felicitaciones por parte de los asistentes. Llevaba tres costales diferentes, uno para botellas de pet, otro para latas de aluminio y uno más para otro tipo de basura, como papel o cartón. “Si vamos a ser cochinas, que sea en la cama”, decía otro de sus carteles, haciendo gala al mismo tiempo de creatividad y de conciencia social y ecológica.
Tampoco faltaron las mascotas: “siempre perra, nunca imperra” se leía en la capita de un canino que desfilaba como quien convierte el Paseo de la Reforma en una pasarela. Las fotos y los piropos hacia este cuadrúpedo no se hicieron esperar. “Tengo dos papás y no estoy confundido”, se leía en la espalda de otro, haciendo alusión a las críticas de quienes hoy, en pleno 2019, se oponen a las adopciones homo o lesboparentales porque “hay que pensar en los niños, ellos que hagan lo que quieran, pero que no confundan a los menores”.
En esta edición de la marcha también hicieron su aparición los infaltables cristianos que, como año con año, aprovechan el río revuelto del orgullo para hacer proselitismo religioso. Con Biblia en mano, predicaban frases como “todavía estás a tiempo de abandonar esa vida de concupiscencia. Dios te ama y si lo aceptas en tu corazón, él te querrá como seas. Dios ama a quien quiere dejar de ser pecador, pero aborrece al pecado”. Afortunadamente eran los menos. “Ya siéntese, señora”, le gritaban los y las asistentes a la marcha que no iban a permitir que nadie censurara su manera de ser o de amar, y mucho menor en un día de celebración.
A diferencia de otros años en que en la marcha se gritaba la famosa consigna “esta marcha no es de fiesta, es de lucha y de protesta", en la edición número 41 de la Marcha del Orgullo parece haberse entendido que el festejo y la exigencia no se encuentran divorciados, sino que no son amasiato que comenzado a olvidar sus diferencias para reconciliarse. Que el festejo y las demandas por las reivindicaciones sociales no están en lados opuestos del ring, y que se puede protestar mientras se hace gala de la creatividad y la algarabía. Que mostrar el cuerpo y festejar con alegría también tienen una carga política.
Hoy más que nunca, por ejemplo, se puso de manifiesto que la comunidad LGBTTTIQA+ no está sola, y que el cambio social se construye a través de alianzas. Que no somos enemigos de nuestros diferentes, sino que podemos hermanarnos en la lucha por el bien común. Si esta edición de la marcha estuvo tan nutrida es porque no solo marcharon homosexuales, lesbianas, bisexuales, personas trans o queer, sino que se unieron muchas personas que sin necesariamente ser parte del colectivo, reconocen que solo a través de reconocer, respetar y festejar la diversidad somos un país más fuerte.
Uno de los momentos más emotivos de la marcha lo dieron un grupo de madres que se encontraban situadas en la esquina de Avenida Juárez y el Eje Central, justo enfrente del Palacio de Bellas Artes. “Si no tienes quién te abrace o si te rechazan en tu familia, nosotras te queremos”. Y este pequeño acto, simbólico si se quiere, fue un parteaguas que nos recordó un problema que sigue siendo nodal aún en 2019: hoy por hoy, a muchas personas de la comunidad se les sigue expulsando de los hogares. Es en sus familias donde escuchan las primeras palabras de rechazo que habrán de acompañarlas durante mucho tiempo. Y es por esto que ejercicios como los de estas madres tienen valor: porque nos recuerdan que aún cuando hay algunas familias que rechazan a sus miembros, hay otras familias, las familias de elección, que pueden cobijar a aquellos que fueron rechazados de sus hogares por ser diferentes.
Ya entrando hacia el primer cuadro del Centro Histórico, la marcha se bifurcó: mientras los contingentes de a pie entraron por el andador de Madero, los carros alegóricos fueron desviados por la calle de 5 de mayo. De un lado antros, marcas y corporativos, de otro lado los amigos, las parejas, los contingentes contestatarios y rebeldes que no olvidaron que aun hoy, en medio del festejo, hay muchos derechos y demandas que aun no se conquistan.
Justo llegando a la plancha del Zócalo, donde el templete ya esperaba para comenzar con todo la pachanga, nos recibió también un Palacio Nacional vestido con las diferentes banderas de la comunidad LGBTTTIQA+. Y también, para beneplácito de muchos, estaban los retratos de 41 figuras emblemáticas en la historia de nuestra comunidad, entre los que destacaron Nancy Cárdenas, una de las primeras lesbofeministas de nuestro país, o Juan Jacobo Hernández, quien con el Frente Homosexual de Acción Revolucionara, hace 41 años, desafió al statu quo con su lengua incendiaria y una playera que decía: “Soy homosexual, ¡y qué!”.
En este lugar donde orgullosa ondea la bandera de México, muchas otras banderas, como sus pequeñas hijas, ondeaban también con su propio orgullo: el orgullo de ser, el orgullo tantas peleas ganadas, el orgullo de resistir a pesar de los pesares. Y como dice un texto de Braulio Peralta, que se encuentra sembrado a mitad del Zócalo: “Largas han sido las batallas”. Sí, han sido largas, pero han valido la pena. Porque ya no somos los mismos que hace 41 años. Porque hoy tenemos derecho al festejo. Porque entre el torso al viento la pluma y el tacón, sabemos que nuestras demandas siguen siendo legítimas y están vigentes. Porque seguimos siendo los 41 esos maricones muy chulos y coquetones, pero la historia nos dignificó y se puso de nuestro lado. Porque tenemos puesto un ojo en nuestro pasado, ese que nunca debemos olvidar, y otro en la esperanza de un país que un día abrace y celebre por entero toda su diversidad.
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