Artículo publicado por VICE México.
Denisse Santos* abortó a sus 20 años en Ciudad de México. Tuvo que viajar desde Guadalajara porque en la mayoría de los estados es legal abortar solamente si el embarazo es consecuencia de una violación. Abortar por decisión propia únicamente es legal den Ciudad de México. Luego de ver las manifestaciones en Argentina a favor del aborto legal, seguro y gratuito, Denisse me contactó para contarme cómo fue abortar en Ciudad de México. Esta es su historia:
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Soy hija de madre soltera. Jamás tuve carencias, pero tampoco éramos de clase alta. Fui bautizada y criada bajo la religión católica; iba a misa los domingos con mi familia. Asistí a un colegio de monjas toda la primaria, y en la secundaria pública en la que estudié me pusieron un video que hablaba del “crimen del aborto”.
Nací y crecí en Guadalajara, una de las ciudades más grandes y más conservadoras de México, en donde marchan sólo para que las familias homoparentales no adopten, para que la comunidad gay no se case (porque es un santo sacramento y Dios no lo aprueba) y para que quiten una escultura que combina rasgos de la virgen de Guadalupe con la Diosa azteca Coatlicue. Recuerdo una visita a la basílica de la virgen de Zapopan. Ahí llegué a ver una vitrina donde se veían las etapas del embarazo, y que el bebé ya estaba formado desde su segunda semana [esto es totalmente falso]. Me horroricé al pensar en las mujeres que abortaban, obviamente.
A mis 20 años, estaba en mi primer empleo como profesional, recién egresada, aún vivía en casa de mi mamá y tenía novio. Llevaba casi un año de noviazgo y el anticonceptivo que usaba era el condón, un método 97 por ciento efectivo. Nunca pasó nada extraño: jamás se nos rompió un condón ni tuvimos relaciones desprotegidos o coito interrumpido.
Tenía marcado en mi calendario qué día debía venirme la menstruación, pero no me vino. “Puede ser porque estoy muy estresada”, pensé. Además, en mi adolescencia era muy irregular y anteriormente tuve algunos quistes, así que pensé que podría ser eso. Dos semanas después seguía sin venirme la regla. Por miedo esperé una semana más y me hice una prueba de embarazo casera, que dio como resultado “inválido”. Le comenté a mi novio y fuimos a que me hicieran la prueba de sangre. Luego de comentarle sobre mi retraso, mi novio se empezó a comportar algo distante. Él ya era papá de una niña de seis años para ese entonces, de la cual es responsable tanto económicamente como en su rol de padre.
Nos vimos y fuimos al laboratorio. Tomaron mi muestra de sangre y de ahí me llevó a mi casa. En el laboratorio me dijeron que mi resultado estaría al día siguiente. Les pedí que me lo mandaran a mi correo por si no podía pasar por el resultado después del trabajo. Yo pensé que sólo sería un desorden hormonal y ya. No creí estar embarazada porque nunca tuve síntomas como náuseas o mareos, que son muy comunes en el primer trimestre de embarazo.
Al día siguiente alrededor de las 11AM me llegó el correo del laboratorio. Estaba sola en mi oficina así que lo abrí: el resultado era positivo. Yo fui ese tres por ciento de probabilidad de fallas de un condón, estaba embarazada. El mundo se me vino encima, me desmoroné; era algo que no planeaba y que no deseaba en ese momento de mi vida. Una de mis mejores amigas estaba en la oficina y la llamé, le dije con los ojos llenos de lágrimas y aterrada que estaba muy asustada. Llamé a mi novio, le dije del resultado positivo y el respondió: “Puta madre”. Con esas dos palabras me lo había dicho todo, él no quería tener un bebé conmigo, no quería ser el padre de mi bebé.
Recogimos los resultados y dábamos vueltas por la ciudad en el coche, yo llorando y él gritando y exigiéndome que no llorara. Lo tenía a un lado, pero me sentía enteramente sola. Pensaba en la decepción de mi madre, en la vergüenza de mi familia y el rechazo de mi pareja. No quería ser madre a los 20 años: no tenía casa propia, coche, ni dinero para pagar un parto. Mucho menos para pagar una educación de calidad. Tenía un trabajo que no me daría el tiempo de ser mamá, un trabajo en el que al terminar mi cuarentena tendría que dejar a mi bebé todo el día en una guardería para solo verlo dormir por las noches. Sé que miles de madres lidian con eso, tienen mi respeto y admiración, pero yo no quería vivir así la maternidad.
Mi novio me dijo que si lo quería tener, él le podía dar su apellido y lo podría mantener, pero que no estaría conmigo y que quería mantener al bebé en secreto, porque si su ex pareja se llegaba a enterar no lo dejaría ver a su hija, y que él no podría con eso. Estaba sola, embarazada y sin recursos. Le dije que yo sola no lo tendría, que mi bebé merecía ser parte de una familia, no sólo una pensión mensual. Le dije que teníamos que interrumpir el embarazo.
Me dijo que estaba bien, que investigara clínicas para realizar el aborto y que él lo pagaría. Yo no tenía el dinero para esto. En Guadalajara existen clínicas particulares que hacen este procedimiento, pero esto es un secreto a voces y no quería decirle a nadie de mi situación. Entonces busqué clínicas en Ciudad de México. Le dije a mi novio que tendríamos que ir y que había dos tipos de procedimiento: uno con pastillas en el que te dan una dosis y te mandan a tu casa a que sangres y arrojes el producto. El otro era quirúrgico, en el que te sedan y extraen el feto junto con la placenta. Me decidí por el procedimiento quirúrgico, que costaba cerca de 5,000 pesos. Nos pusimos de acuerdo para la fecha del viaje.
Contaba los días para ir, estaba asustada, temía que mi familia se diera cuenta, que me juzgaran y la culpa era mi única compañía. Me dieron permiso en el trabajo. Previo al viaje fui con mi ginecóloga, le expliqué mi situación, me hizo un eco para asegurarse que todo estuviera bien. Vi un puntito en un eco, y supe que era capaz de dar vida. Mi ginecóloga me dijo: "Como médico estoy a favor de la vida, ya que yo juré protegerla. Pero como mujer te entiendo y debes hacer lo que sea mejor para ti. Porque las consecuencias de ser madre o de no serlo solo las vivirás tú".
Llegó el día del viaje. Las indicaciones previas al procedimiento eran no beber agua y un ayuno de ocho horas. Llegamos a la clínica, llené una forma donde daba mi consentimiento para el procedimiento, mis datos y antecedentes clínicos. Un médico me valoró, le platiqué que previo a eso había ido con mi ginecóloga y que ella me había asegurado que no había nada fuera de lo normal en mi embarazo. El médico me hizo un eco en ese momento y lo confirmó. Rectificó que no hubiera bebido agua en las últimas ocho horas y que no hubiese ingerido alimentos. Nos explicó los cuidados de recuperación y me preguntó si estaba segura de mi decisión; le respondí que sí. Luego una enfermera nos pasó a una habitación. Me dijo que me desnudara y me pusiera una bata, que si necesitaba ir al baño fuera y que en cuanto estuviera listo el quirófano iría por mi.
Estaba asustada. Tenía miedo, lloré un poco porque a pesar de estar convencida de mi decisión y de estar consciente que en mi situación era lo mejor que podía hacer, fue una decisión triste: jamás me alegré de abortar, pero tenía claro que era lo mejor para mí. En mi mente le hablaba al feto que llevaba en mi vientre; le decía que no era su culpa, que lamentaba no ser la madre que merecía y que no podía recibirlo y hacerme cargo de él en ese momento de mi vida.
Entré al quirófano, me subí a la plancha, me pidieron que pusiera mis piernas en los estribos y comenzaron a vendarme. Se acercó la anestesióloga, me explicó que me vendarían piernas y brazos para que no me fuera a mover o caer durante el procedimiento. Me pidió que contara de forma regresiva del diez al uno. Solo llegué al número ocho y me dormí anestesiada.
Desperté y seguía en el quirófano; ya habían terminado. El médico se acercó y me preguntó cómo me sentía. “Todo está bien, ya pasó”, me dijo. Me quitaron las vendas y subí de nuevo a la silla de ruedas. Tenía un nudo en la garganta, pero estaba tranquila, el miedo había pasado. Llegué a la habitación, la enfermera me llevó desayuno y me dijo que me tendrían en observación unas horas y que si todo seguía bien me darían el alta. Así fue. Salí por mi propio pie y tranquila.
Terminé la relación con mi novio pocos días después de regresar de Ciudad de México. Me recuperé del proceso y fui con mi ginecóloga para asegurarme que todo estuviera bien. No había nada extraño, mi cuerpo estaba bien.
Yo tuve la posibilidad de decidir si quería ser madre o no. Pude abortar con discreción y no me arrepiento de mi decisión. Soy afortunada por haber abortado en condiciones de salud dignas. En 2016 se registró que murieron 47,000 mujeres por prácticas de aborto clandestino. En mi país a diario mueren mujeres porque no tienen la opción de abortar con discreción por falta de dinero y muchas otras dan a luz porque “pues ya qué”. Creo que la maternidad debe ser deseada. Así como nadie obliga a abortar, nadie debe obligar o presionar a la mujer a parir. México es uno de los países con la tasa de embarazos en adolescentes más alta en el mundo. A los 13 años una debe ser una chica que estudia y disfruta su adolescencia, no una madre. Para mí, tanto el aborto como la maternidad son actos de responsabilidad.
Con la ola verde que surgió en Argentina, el odio y el apoyo se despertaron en el mundo. He leído comentarios tan agresivos que duelen, y se me hace incomprensible cómo alguien se cree con la superioridad moral para juzgar a las mujeres que pasamos por esta situación.
Me siento cobijada y acompañada por todas esas mujeres con pañuelos verdes que gritan consignas y que exigen sus derechos y no juzgan a las otras mujeres. Les agradezco su lucha y me uno, porque todas debemos tener la opción de decidir cuándo ser madres. Agradezco también el apoyo de los hombres que son conscientes de que la problemática real no es el aborto en sí, es el aborto en condiciones de clandestinidad, y que se suman a la lucha por la equidad. Sé que no estoy sola como hace siete años, y les comparto esto para decirles a todas las mujeres que están pasando o que vivieron lo que yo, que no están solas.
La que vivirá los dolores del parto y correrá los riesgos de dar a luz soy yo, la que tendrá que pagar el parto, las consultas con el ginecólogo, los pañales, el pediatra, las mamilas. Por eso decido yo. Yo soy quien se desvelará y cambiará los pañales y quien tendrá la responsabilidad de formar a un ser humano pleno, sano y capaz de aportar a la sociedad. Este tipo de responsabilidades no son para niñas de 12 años, ni para ninguna mujer que no esté dispuesta a asumirlas. El aborto es algo que se ha hecho desde siempre, a escondidas, pero es una realidad. Hemos perdido muchas mujeres por la pasividad de los legisladores y la desinformación.
Mi experiencia al abortar fue positiva y me sentí segura. Era una clínica bien establecida que cumplía con todos los lineamientos y normas de salud, me atendieron médicos buenos y enfermeras muy amables, jamás me sentí juzgada o agredida. Fue una suerte que mi exnovio lo pagara, porque de no ser así yo habría intentado abortar con plantas o pastillas en la dosis que me indicara el internet y sin la asesoría ni los cuidados de profesionales.
En los días previos a mi cita en el laboratorio para hacerme la prueba de sangre me había tomado más de un litro de té de ruda para que me bajara, pero no pasó nada. Después de los años que han pasado desde que aborté pude crecer profesionalmente, independizarme y apoyar a mi mamá económicamente.
¡Que todas seamos libres de decidir! ¡Aborto legal y gratuito! Porque el gobierno nos ha fallado en temas de prevención y educación, porque a muchas se les impone la religión y no la conciencia de decidir sobre su propio cuerpo. Porque los violadores no usan condón y la justicia en mi país es una falacia. Porque no podemos negar que miles de mujeres pobres se están muriendo por legrados mal practicados y la pasividad de los legisladores.
*El nombre de Denisse fue cambiado para proteger su identidad.
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