Artículo publicado por VICE México.
México tiene el primer lugar en difusión de pornografía infantil a nivel mundial. Y eso no es cosa menor. De acuerdo con datos de la Procuraduría General de la República (PGR), en el país se han detectado por lo menos 12 mil 300 cuentas de internet que distribuyen fotos y videos que exhiben a niños (principalmente mujeres entre los 11 y los 15 años) explotados sexualmente.
Dada la magnitud del problema, identificar a un tratante de menores no es una tarea sencilla. La identidad de estas personas es resbaladiza a propósito. Teresa Ulloa, directora de la Coalición Regional contra el Tráfico de Mujeres y Niñas en América Latina y el Caribe (CATWLAC, por su sigla en inglés), asegura que cientos de organizaciones han buscado durante mucho tiempo dar con un perfil exacto de este tipo de proxenetas, pero que sólo han podido sistematizar algunos indicios.
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Ella misma cuenta que está segura de haber viajado en el mismo avión con un hombre que se dedicaba a eso.
“Él era mayor, de tez morena y con bigote. El niño era rubio, como de cuatro años, y no paró de llorar en todo el vuelo. Me di cuenta que el hombre iba nervioso, y que el menor no dejaba que éste lo tocara siquiera”, dice Ulloa.
Una vez que empezó a notar las señales, la activista se levantó a hablar con una azafata y le planteó sus sospechas. La sobrecargo le dijo que avisaría a las autoridades del aeropuerto donde aterrizarían, para que cuestionaran al hombre sobre la identidad del niño.
Una vez en su aeropuerto de destino, el sujeto bajó a toda velocidad de la aeronave. Nadie le cerró el paso. Él ni siquiera recogió las maletas de la banda de entrega de equipaje y salió corriendo de la terminal. Ulloa pidió la información personal del hombre en la aerolínea, pero se la negaron por cuestiones de confidencialidad de la empresa.
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Luego de que tantos casos similares —y peores— hayan pasado por la CATWLAC, en la organización ya consideran ciertos parámetros como posibles indicadores de que alguien pudiera ser un tratante de menores. Especialmente, si se les avista en aeropuertos, hoteles o centrales camioneras:
- No hay similitudes físicas entre los menores y ellos.
- No permiten que el niño hable.
- Intentan desesperadamente, y con nerviosismo, que dejen de llorar ante la más mínima provocación.
- Llevan a un niño que no está vestido acorde a su edad. Se da el caso que les ponen prendas de alguien mayor.
- Da la impresión que los menores acompañantes están bajo los efectos de drogas o alcohol.
- Los niños pueden verse desnutridos, con moretones, cicatrices recientes o quemaduras de cigarro.
Dice el FBI que un depredador sexual frente a una computadora se tarda siete minutos en convencer a un niño de que se desnude ante la cámara. Por eso es que Ulloa hace hincapié en siempre estar al tanto de las actividades de los niños, especialmente cuando tienen acceso libre al internet.
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La experta afirma que resulta impredecible cómo puede empezar una historia de terror de este tipo. Pero que si de algo está segura es que suele ser muy sencillo para los tratantes, porque son maestros en volverse invisibles.
“A pesar de que tenemos identificados ciertos rasgos comunes, la mayoría pasa de largo sin que se le descubra. Podríamos irnos a la cama con uno todas las noches, compartir diario la mesa con él. Hay que tener los ojos abiertos siempre”, concluye.
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