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martes, 4 de junio de 2019

Cómo sobreviví a la depresión después de sufrir un accidente

Artículo publicado originalmente en VICE Estados Unidos.

El año pasado estuvo lleno cambios inesperados. El primero y más dramático fue cuando fui atropellada por un auto.

Estaba haciendo más ejercicio de lo normal, veía a mis amigos con regularidad, comía nutritivamente y ganaba suficiente dinero como escritora independiente para poder costearlo todo. Luego, una tarde que salí a caminar, vi a dos autos chocar mientras esperaba que las luces del semáforo cambiaran. Pensaba en lo horrible que era la escena, cuando me di cuenta de que uno de los autos aún seguía en movimiento. Venía justo hacia a mí.

El accidente resultó en un doloroso tobillo roto, lo que hace que me resulte imposible caminar por más de 10 minutos. Eso significó un cambio de 180 grados para mí, pues cuando tenía la necesidad de despejarme para volver a ser yo misma, mi primer recurso era salir a dar largas caminatas. Esto exacerbó mi ansiedad: empece a sufrir ataques de pánico frecuentes al salir de mi departamento.

Poco después del accidente, me ofrecieron un trabajo en una editorial que quedaba a seis horas de donde vivía. Esa distancia parecía alentadora: quería reiniciar mi vida manualmente, y Dios sabe que me sentía inquieta.

Después de mudarme, esperaba explorar mi nuevo entorno, pero no me sentía preparada para hacerlo. Todos los días eran iguales: después del trabajo me acostaba a ver televisión y comía alimentos congelados que no requerían mucho esfuerzo en su preparación. Los fines de semana, reunía fuerzas para salir a dar una caminata corta, pero apenas unos minutos después entraba en pánico y volvía a casa. El sentimiento que pesaba sobre mí se intensificó desde el accidente. No podía reconocer mi vida.

Como escritora independiente tenía la libertad de organizar mis horarios y ver a mis amigos todo el tiempo; sin embargo, mi nuevo trabajo de 40 horas a la semana y mi dolor crónico me aislaron. Mis amigos me invitaban a conciertos, pero no podía ver a otras personas bailar frenéticamente sin sentir celos. En las fiestas de la oficina, no podía divertirme y convivir con todos como los demás, así que me quedaba en solo lugar y me iba temprano para minimizar mi dolor corporal. La gente subestimaba mi situación diciendo que estaba exagerando o insistiendo en que era una persona fuerte. Un amigo me dijo que el accidente había ocurrido porque el universo estaba balanceando todas las cosas positivas que me habían sucedido antes. Para ilustrar lo afortunada que era, un conductor de Uber me contó la historia de un hombre que estuvo en coma durante 28 años después de ser atropellado por un automóvil afuera de una tienda de conveniencia. Con cada conversación, sentía que mi cerebro se deformaba. Si creyera en lo que la gente decía, al parecer la progresión natural de mi vida me llevaría a convertirme en una oradora pública que visitara las preparatorias y diera conferencias a los adolescentes sobre el preciado valor de la vida: el más funesto de los resultados.

Me desperté en el aniversario del accidente esperando ser "yo" otra vez, como si viviera bajo una maldición con una fecha de expiración específica. La maldición no se terminó, así que renuncié a mi trabajo aproximadamente un mes después, con la intención de volver a encarrilar mi vida. Aproximadamente cuatro semanas después terminé en una librería. Sentí poca conexión con los libros, así que fui a la sección de crucigramas. En un impulso, compré el libro más barato de crucigramas del New York Times. Rápidamente me volví dependiente. Los crucigramas exigían mi atención y me distraían de las fuerzas externas que parecían estar castigándome. Me hacían compañía cuando estaba postrada en cama. Si me sentía abrumada al hacer mis diligencias, encontraba un lugar para sentarme y completar un crucigrama. Me acerqué de nuevo a los amigos de los que me había alejado: la pista recurrente que decía "La revolucionaria revelación que hizo Ellen en un programa de televisión en 1997" con su correspondiente respuesta, "IMGAY" [soy gay], pedía a gritos que la reenviara a todos.

Los crucigramas resucitaron mi vieja curiosidad por el mundo, la cual, en primera instancia, me había llevado a convertirme en escritora. La facilidad con que llenaba los espacios en blanco confirmó el minúsculo indicio de que mi cerebro, de hecho, albergaba información útil. Me motivaba el hecho de encontrar orgánicamente las respuestas a pistas que a veces no lograba descifrar, ya fuera que estuviera en una tienda de comestibles haciendo asociaciones en mi cabeza, como que la nuez moscada era la especia asociada con las natillas y el ponche de huevo, o visitando a un amigo que coincidentemente mencionaba la respuesta a una pista sobre cine, como en el caso de la película Yentl de Barbra Streisand. La curiosidad exultante que sentía al hacer crucigramas era justo como la emoción de proponer un pitch o de quedar absorta en una novela. Los crucigramas me motivaron a acercarme a esa parte de mí misma, casilla a casilla.

Incluso cuando no tengo ganas de socializar o salir a caminar, los crucigramas me conectan con la gente: porque están hechos para una audiencia general, me sacan de mi perspectiva y me conducen a una más amplia. Los crucigramas me llevan a aprender sobre las vidas de otros y me alientan a adquirir nuevas capacidades. (Una breve lista de las cosas nuevas que he aprendido: una espada de esgrima es también un florete, Oleg Cassini es el hombre responsable de la imagen estilística de Jackie Onassis, y el ave del estado de Hawai es el nené). Me recuerdan por qué amo lo que hago, y por qué otras personas pueden amar lo que hacen. Al resolverlos, me siento menos inquieta. Siento una cercanía con el mundo.

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Rachel Davies https://ift.tt/eA8V8J

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