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martes, 4 de junio de 2019

El diseño recupera a sus ancestros

Presentado por Tanqueray

Antes de que amanezca en Pasto, Nariño, las mujeres han abierto los ojos, porque el amanecer no llega solamente con la salida del sol. En Los Pastos, una etnia indígena al sur de Colombia, el reloj biológico las levanta de la cama para prender su tulpa: un fogón hecho con piedras y leña en el que hierve la chara, la sopa de maíz típica de su cultura, en cuya preparación se agradece a los dioses por permitirles extraer productos de la tierra.

Gloria tiene que levantarse también para atender a su familia y su compañera más frecuente en la jornada diaria es su guanga, un telar vertical “que puede construir cualquiera”, dice, porque cuando era niña recuerda haber visto a su papá armando uno: “con cuatro palos y unas orejeras, unos espacios para poner el pomuel, un palo redondo en el que van las hebras de la lana”. Gloria es tejedora desde los 15 años; aprendió de su mamá, Georgina, quien a su vez aprendió de la abuela, Rosa.

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Telar.

“Mamá hacía ruanas para mi papá y yo quise aprender para hacerle ropa a mi papito y a mis hermanos”, relata La Glorita, como la llaman en el pueblo, porque con un “La” antes del nombre en diminutivo se nombra a las mujeres en esta tierra; parte de sus tradiciones orales.

Ella es una de las tejedoras que hacen realidad el proyecto de moda de la diseñadora pastusa Adriana Santacruz, quien, para graduarse de la Universidad Autónoma de Nariño, propuso un remonte al telar, el mismo que fabricó los vestidos en el Antiguo Egipto. Desde hace dos decenios, Santacruz ha subido estructuras de sastrería irregulares hechas al 100% en telar a pasarelas nacionales e internacionales.

“No quería hacer lo mismo: comprar telas y hacer una ropa sin sentido. Entonces, comencé a experimentar. Conocía mucho los tejidos de mi tierra, porque las vacaciones las pasaba en el campo, compartiendo con las familias campesinas de Nariño y en cualquier casita tu encuentras una guanga. Inicié a hacer ensayos, pruebas, a ver cómo fusionaba la artesanía con los principios claros de diseño. De ahí partió la idea de hacer algo diferente, de aprovechar esa sabiduría ancestral, de los maestros”, relata la diseñadora de Moda con Espíritu.

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Santacruz.

Santacruz no es la única diseñadora colombiana que ha buscado en la artesanía. La dupla Soy de María, Luisa Ortiz y Diego Guarnizo, trabaja con artesanos de diferentes geografías nacionales; Pepa Pombo ha hecho del macramé su bandera; Papel de Punto ha renovado el gusto de los jóvenes por los tejidos; y Paloma y Angostura de Pablo Restrepo ha hilado con las tejedoras de Mapiripán, en el Meta.

Los artesanos también han decidido trabajar solos, emprender, unirse a ferias, salir de casa y recorrer el país, como siempre lo han hecho. Año a año han llevado sus sombreros a las ferias y fiestas, aunque ahora sea más notorio cuando se les ve en stands en espacios feriales con más promoción.

Lejos de Pasto, en una de las pequeñas pero bellas casitas pintadas de colores de Aguadas, Caldas, vive María Edilia Dávila, artesana de sombreros aguadeños. También fue su mamá quien le enseñó a elaborar dichas piezas, hace casi cuarenta años, cuando en ese territorio eran más de 800 las mujeres artesanas dedicadas a buscar la perfección entre el blanco de la iraca y la cinta negra que lleva esta creación. Dávila cuenta que mientras que más de 300 mujeres de su región dejaron de hacer sombreros, nuevos artesanos, como sus tres hijos, se han incorporado.

“No solo es hacer un sombrero, es salvaguardar nuestra tradición lo que me hace motivar a mis hijos a que tengan los sombreros, a que los tejan. Si algún día no tienen forma de estudiar, no tienen empleo, contarán con lo que saben”, relata la artesana, mientras su hija, la joven Lida Isabel, toma de ella enseñanzas necesarias para no equivocarse al tejer.

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Mampujan.

Se debe precisar que los artesanos no son solo invitados a construir vestuario. Objetos utilitarios, escultóricos y piezas decorativas pueden verse en ferias nacionales de artesanos y en pequeñas tiendas que sobreviven de solo vender lo hecho a mano, como en Barichara, Santander, donde almacenes ofrecen decenas de artículos materia prima es el fique.

Tu Taller Design, del diseñador David H. del Valle, en Medellín, presenta novedades desarrolladas con etnias originarias de tierras como la Sierra Nevada. Sillas de tipo “Acapulco” en almacenes prime son el regreso de las mecedoras de la Costa Atlántica, las que las señoras ponían a la entrada de sus caserones “pa echar chisme”.

El mercado de la artesanía (de objetos, específicamente) ha entrado en un auge en los últimos años, presentando crecimientos anuales, con nuevos números para competir en la industria nacional. Se dice que en Colombia hay unos 300.000 artesanos, de acuerdo a proyecciones de expertos derivadas del Censo Económico Nacional del Sector Artesanal hecho en 1998, dejando claro que, en ese año, 58.821 personas en promedio destinaban más del 70% de su actividad a la producción de artesanía.

Según cifras de Artesanías de Colombia, uno de los grupos más grandes de artesanos del país, en 2015 se vendió un total de $21.681 millones y que el pasado 2018 crecieron a $26.670. Las mochilas wayuu, la chamba, las vajillas del Carmen del Viboral, la mochila arahuaca y los werregues hacen parte del listado de más vendidos. Artesanías de Colombia precisa que la mayor concentración de artesanos está en Nariño (14,34%), Sucre (10,06%), Córdoba (9,34%), Boyacá (8,43%), Cesar (6,95%), Atlántico (6,52%) y Tolima (5,15%), quienes comercian así: Un 0,30% de las artesanías vende en plaza de mercado y únicamente el 11,58% vende en otros sitios; el 0,03% de los artesanos participa en ferias artesanales y el 0,01% en forma ambulante. El 85,16% de la producción se vende en los municipios de origen, el 8,18% en otros municipios, y solamente el 3,45% en otros departamentos.

Dice Ana María Fries, gerente de Artesanías de Colombia, que “el diseño colombiano se garantiza un lugar en el mundo gracias a la articulación con las técnicas, las historias y los artesanos. Es un trabajo colaborativo, de las industrias creativas y del sector artesanal, logrando que ambos crezcan, tanto en su parte social, cultural y económica en sus regiones”.

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Paloma y Angostura.

El fenómeno

Si bien la moda nacional abrió debates sobre cómo, con qué materiales y bajo qué conceptos debía desarrollarse la industria, con proyectos como Identidad Colombia, plataforma que impulsó nuevos ideales del diseño nacional en ciudades europeas como Milán, a donde llevó a diseñadores colombianos para presentar sus creaciones inspiradas en la herencia ancestral y participación de los artesanos; uno de los antecedentes recientes a lo que hoy pasa en la unión moda-artesanía fueron las macrotendencias otoño-invierno 2016/2017, cuando se habló de una revisión de los orígenes, bajo un concepto denominado desde París por las academias como Resurgimiento.

“El poder de la memoria y el recuerdo nos lleva a nuestros orígenes y a la necesidad de rescatar el valor de lo hecho a mano y lo casero, donde se eleva lo común y se le da un nuevo giro a lo cotidiano. Como también se le da un resignificado a lo artesanal que conlleva a un aprovechamiento de los recursos, los cuales generan una revolución para los fabricantes, que a través de un gran sentido de pertenencia buscan rescatar lo primitivo y ancestral”, explicó Martha Cálad, cuando era directora del Laboratorio de Moda de Inexmoda.

Sin que se notara, la música ya había llevado a tarimas internacionales el sombrero vueltiao para cantar vallenatos, los mixes de cumbia con ritmos modernos pusieron de nuevo a bailarinas con polleras en shows vistos por millones y los trajes artesanales de las Miss Colombia ganaron en Miss Universo, con trabajos como el del diseñador antioqueño Jaime Arango, con cintas entretejidas y alusiones a las filigranas y a las aves nacionales, en 2001.

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Wade Davis

Y autores como el antropólogo Wade Davis daban luces, con la llegada del Siglo XXI, sobre cómo la antropología contemporánea abría caminos para conocer a las comunidades ancestrales, sus prácticas e historias, con el fin de integrar sus conocimientos a los dilemas actuales. Así está expresado en su libro Los guardianes de la sabiduría ancestral, editado por Sílaba, publicado en 2015.

“El problema no es el cambio. En Occidente solemos engañarnos con la engreída presunción de que mientras nosotros hemos venido celebrando y desarrollando toda suerte de prodigios técnicos, de alguna manera los otros pueblos del mundo han permanecido estáticos e intelectualmente ociosos. Nada más lejos de la verdad. Todos los pueblos en todas partes del mundo están siempre cortejando nuevas posibilidades para la vida”, es una de las reflexiones del autor en la obra.

Sin embargo, Juan José Cadavid, director de la Escuela de Pensamiento Creativo de la Colegiatura Colombiana, cree que este fenómeno puede ser positivo y negativo, que la recuperación de las tradiciones no solo debe verse como un reconocimiento a la herencia, plantea que hay más de largo que de ancho por cortar:

“Creo que es positivo que se revisen los procesos y la producción artesanal, para que desde esta nueva mirada se le dé el justo valor a este tipo de cultura material y a las comunidades que la producen. Creo que el diseño puede aprender de ella, pero considero un error copiarla, modificarla o intentar transformarla”, dice el experto, quien plantea que no es una suerte para la artesanía, sino más bien una oportunidad para el diseño de transformar y evolucionar, al observar y estudiar la artesanía, no al contrario.

Paralelamente, Cadavid califica la unión artesanía-diseño “como una expresión contemporánea del colonialismo”: “esta ‘unión’ es fruto de la inevitable voracidad de la cultura occidental que convierte todo aquello que no le es propio en espectáculo en objeto comercial, despojando del valor cultural ancestral a los objetos que considera exóticos. Es la banalización de la cultura, la transformación de esta en bien comercial, en objeto publicitario, en pura exterioridad, en superficie sin espesor”.

Por su parte, el exdirector de Poblaciones del Ministerio de Cultura, Moisés Medrano, ha apuntado que en aquella nombrada “economía naranja”, que tiene gran presencia en el Plan de Desarrollo del país recientemente aprobado, el sustrato, el zumo de esas naranjas, son las comunidades ancestrales, por lo que son ellas quienes deben decidir al respecto: “Ellos son los portadores, los dueños del conocimiento y la decisión de someter una pieza a criterios de diseño es del portador”, concluye.

Daniel Grajales Tabares http://bit.ly/2MtOr5R

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