Ya reciclas. Separas la basura. Cuidas el agua. No usas bolsas de plástico. Dejaste el unicel. Andas en bici. Desenchufas tus aparatos eléctricos. Reutilizas tus envases. Te vistes con ropa de segunda mano. Comes orgánico. Compartes iniciativas de change.org. Hasta dejaste de bañarte. Claramente eres lo que podríamos llamar una persona responsable. Entonces llegas a tu casa, buscas reseñas de buenos rom-coms en Google, te pones uno en Netflix, subes una story de lo que sea que hayas decidido ver y automáticamente pierdes tu medallita verde. Sin saberlo, acabas de ampliar una huella de carbono dañina para el medio ambiente.
Estamos hablando de contaminación invisible. Digital. Desmaterializada. Un tipo de deterioro ecológico que no es evidente y, sin embargo, está ahí. Esta se da porque cada que accedemos a la red mundial interconectada a.k.a. Internet, hacemos uso de dispositivos y espacios de servicio que requieren una extensa cantidad de recursos energéticos para funcionar. Por ejemplo, los centros de procesamiento de datos, que son lugares encargados de hostear y almacenar la información contenida en la web.
Los centros de procesamiento de datos tienen una actividad permanente y su funcionamiento exige de diversos gastos de energías que en la mayoría de casos no son renovables: electricidad para mantenerse encendidos, sistemas de enfriamiento para que su marcha sea óptima, y fuentes de alimentación alternativas que casi siempre sirven con diesel.
El reporte How Green is your Cloud? de Greenpeace establece que “si sumamos la electricidad usada por todos los centros de procesamiento de datos a nivel mundial, llegaríamos a un resultado que ocuparía la sexta posición en el ránking de países con mayor consumo eléctrico”. Lo más preocupante del asunto es que, de acuerdo al mismo reporte, gran parte de la electricidad usada en estos centros —55.1% en servidores de Apple, 49.7% en IBM o 39.4% en Facebook—, proviene de centrales eléctricas de carbón que generan amplias cantidades de emisiones de CO2 en el medio ambiente. Y aún con todo ello, dada la industria multimillonaria que supone invertir en ellos, y dada su capacidad para adaptarse al uso de recursos renovables, los centros de procesamiento de datos son y seguirán siendo la manera más viable de mantener a Internet corriendo en décadas por delante.
Más allá de los centros de procesamiento de datos, hay una extensa lista de fuentes y espacios —equipos de cómputo, smartphones, tablets, smart TVs, antenas, cableado, fibras, routers, etc.— que hacen que calcular un aproximado de la huella de carbono generada por Internet sea prácticamente imposible. Greenpeace establece que un 2% de las emisiones totales de CO2 en el mundo corresponden a la red, mismo porcentaje liberado por la industria aérea alrededor del planeta; es decir que ver Netflix y subir instastories daña a la Tierra de la misma manera que las miles de máquinas que vuelan diario sobre ella. Según The Guardian, ese porcentaje —2%— puede incrementar a un 3.5% en menos de una década, y a 14% para 2040, todo gracias a una constante búsqueda de ampliar el acceso a Internet, especialmente a través de esfuerzos privados —con intereses privados— de compañías como Google o Facebook.
Así llegamos a la necesidad de crear una guía que ayude a minimizar ese impacto de manera individual. Desde luego, y como sucede con otros aspectos de la ecología universal, vivimos bajo un sistema amplísimo de variables corporativas e industriales que hacen ver nuestros esfuerzos personales como recoger una migaja de una galleta gigante destrozada y regada por todas partes. Pero hay dos asuntos: primero, esta guía contiene acciones tan sencillas que ni te va a importar si realmente están generando un impacto o no; y segundo, las empresas con mayor involucramiento en la industria de los centros de procesamiento de datos están encontrando alternativas energéticas que podrían cambiar la panorámica global a futuro. O sea que todos estamos involucrados.
Evidentemente, la acción más sencilla para reducir el impacto medioambiental del uso de Internet es usar menos Internet. Abrir un libro, patear un balón o yo qué sé. Pero tampoco soy un boomer. Y entiendo que más bien hay que encontrar maneras más responsables de hacer uso de la red. A continuación algunas propuestas.
Cambiar hábitos de uso de correo electrónico
La contaminación digital tiene diversas formas. Una de ellas es equiparable a la “contaminación invisible”, que genera la acumulación de gases, la radiación natural, o incluso las emisiones de la telefonía móvil. En el caso cibernético, la variante se denomina “contaminación latente” y básicamente tiene que ver con el almacenamiento de correos electrónicos.
Guardar y consultar e-mails hace que los servidores que permiten que nuestras bandejas estén disponibles 24/7 trabajen de manera ininterrumpida en centros de procesamiento de datos que, a su vez, requieren una serie de recursos inmensos para mantenerse en funcionamiento.
¿Cuántos mails tienes sin leer en tu bandeja? ¿Cuántos mails que ya leíste no te van a servir nunca más? ¿Cuántos mails de 500 caracteres pudieron ser un mensajito de un renglón? Cambiar los hábitos de correo electrónico es tan sencillo como responder sólo en casos necesarios —evitar el “¡Gracias!” o “Abrazo de vuelta” cuando ya haya acabado la conversación–, dejar de usar el “reply all” para personas que nunca van a pelar tu correo, cortar hilos de mails y caracteres, eliminar cosas que ya leíste o no sean importantes, o incluso aprender a redactar correos concisos y sencillos.
Lo material no está tan mal
Desde luego, los recursos y plásticos empleados en una biblioteca de libros, música, películas o cualquier otro coleccionable material generan un daño ecológico mucho mayor que el que se emplea en la descarga de PDF, mp3 o .mov desde la web. Es decir que, en términos prácticos, invertir en una suscripción a Spotify es más sano para el medio ambiente que comprar 100 discos elaborados con policarbonato y otros materiales no degradables. Sin embargo, ya hecho lo hecho, dañado lo dañado, no queda mas que echar mano de ello, de lo material, y así evitar que la alternativa digital genere aún más daño.
Ya que tenemos los contenidos de manera física a la mano, hay que aprovecharlos. Decisiones sencillas, como poner un DVD en lugar de Netflix, ir a tomarte un café en lugar de hacer un Hangout, o dar un recado cara a cara en lugar de enviar un Whatsapp, reducen el impacto dañino que puede tener la conectividad en línea en el medio ambiente. Sí, quizás sea una alternativa menos práctica, pero ayuda de manera significativa. Ahora, piensa solo en opciones que realmente ayuden al medio pero también a ti, que sean útiles y efectivas en tu día a día.
Desconéctate a ratos
Hoy en día, “desconectarse” de nuestro personaje diario resulta casi imposible. Vivir en lugares remotos sin un gramo de señal es un oasis a la vez que una pesadilla. Pero por salud mental, dinero, y hasta para favorecer nuestras maneras de relacionarnos fuera de la pantalla, es simplemente necesario dejar la red y todas sus bondades por momentos.
El uso de energía eléctrica en equipos y dispositivos con acceso a Internet es uno de los causantes más graves de contaminación digital, así que apagarlos, o simplemente desconectarlos de su entrada a la web, supone un cambio muy importante. La alternativa más sencilla y común es apagar el celular, computadora, smartwatch y tablet durante la noche, dejando al menos alguno disponible en caso de emergencia. A la vez, funciona apagar routers, módems y otros puntos de acceso Wi-Fi cuando no estén en uso.
Aligera tus páginas, bb
Este punto va dirigido esencialmente para quienes hostean sitios web, blogs, canales o plataformas de contenidos o ventas, sea de la manera que sea. Crear páginas ligeras y optimizadas ayuda en ambos sentidos, de subida para quien lo produce, y de bajada para quienes lo consumen.
El chiste es diseñar espacios con material gráfico —fotografía, video ilustración— que tenga un peso y una dimensión bajos. Embedear materiales que vengan de otros lados también es una alternativa valiosa, siempre y cuando se suban también sin una carga tan amplia de bytes. A eso se le añade también la necesidad de tener siempre un código limpiecito, que nos ayude no solo a aligerar el sitio sino también a que cargue más rápido.
Otra cosa, los banners y pop-ups son un equivalente de lo que los espectaculares y volantes generan en la vida real: impacto medioambiental innecesario cuando se pueden encontrar otras alternativas de marketing y monetización, como contenido brandeado o menciones en texto.
Descarga y arma tu despensa básica
Según datos de The Shift Project, tan solo el año pasado, el tráfico de videos en línea —streaming, reproducción en línea y descarga— produjo un estimado de tres mil millones de kilogramos de CO2, equivalente a lo producido en países como España a través de todo su gasto energético (no solo digital, también material). En cuanto a streaming de música, los datos tampoco varían mucho, pues el almacenamiento, transmisión y reproducción de música digital generó —en Estados Unidos— un gasto energético equivalente al de la producción de entre 200 y 350 millones de kilogramos de residuos plásticos.
El streaming se ha convertido en una bondad notable de Internet. La posibilidad de alojar contenidos de entretenimiento en nube para su consumo preferencial es simplemente increíble. No obstante, cada película, disco, capítulo o canción consumida, supone una descarga de miles de millones de bytes que se repite una y otra vez en caso de ser vistos/escuchados más de una ocasión.
Es mejor tener a la mano un disco duro de gran capacidad donde, una vez descargados, podamos alojar nuestros contenidos favoritos para siempre. Una especie de despensa básica donde guardemos las temporadas cinco, seis y siete de los Simpson junto a la discografía de Kendrick Lamar y después todo lo demás, de forma que podamos consumir nuestros consentidos sin necesidad de Internet y ahorrando de paso las descargas inútiles del streaming.
Deja los malditos newsletters
A ver, seamos completamente honestos. ¿Cuándo te ha servido o le has puesto atención a un newsletter? ¿Una, dos veces? Como herramienta de marketing, el newsletter se ha vuelto casi obsoleto, y aunque existen nuevas y eficaces maneras de publicitarse vía mail, el boletín periódico dejó de ser una cosa funcional para convertirse en una fuente inagotable de spam y mails no leídos.
Cada mail (sencillo) enviado genera aproximadamente 10 gramos de emisiones de CO2 que, por sí solos, pueden parecer insignificantes. Ahora, multiplica ese número por todos esos mails de newsletters que te llegaron y no leíste a lo largo del mes y entonces te encuentras una cifra más relevante. Recuerda que además, como dijimos anteriormente, cada mail que se conserva en tu bandeja de correo también genera un impacto medioambiental tan solo con mantenerse almacenado. Y, a diferencia del unicel, esto no se degrada ni en cientos de miles de años.
Busca de manera inteligente
Buscar es, por excelencia, una de las tareas más comunes a la vez que complicadas de la labor humana. Buscar trabajo, un buen libro, ropa en el clóset, nuestra dignidad, música fuera del algoritmo, etc. Vivimos buscando cosas, todo el tiempo, y aún así, no hemos logrado optimizar la tarea del todo. Aunque eso sí, nos hemos acercado.
El 15 de septiembre de 1997, dos manes de Stanford le dieron vida al motor de búsqueda más popular a nuestros tiempos, y a una fuente de sabiduría inagotable que ha hecho del homo sapiens una especie más práctica, pero también inútil y perezosa: Google. La gran G ha permitido que todas las soluciones de nuestro día a día queden al alcance de un clic, un tap o cualquier otra onomatopeya del millennial contemporáneo. A la par, se ha convertido en una de las fuentes más importantes de contaminación cibernética.
Los datos de la huella de carbono generada por Google son abrumadores. Checa. Cada búsqueda de Google produce aproximadamente entre cinco y siete gramos de emisiones de CO2. Al día, se hacen en promedio 3.500 millones de búsquedas de Google, que se traducen en casi 18 millones de kilogramos de CO2, o sea un 40% de la huella de carbono diaria causada por Internet. De hecho, si quieres conocer un aproximado de las emisiones de CO2 generadas por Google en tiempo real, puedes ingresar a CO2GLE y medir el impacto tu mismo. Es impresionante.
Así que ya sabes: puedes guardar tus búsquedas favoritas, armar tu directorio de páginas, o simplemente aguantarte las ganas de ver imágenes de cerditos comiendo helado en una mesa de picnic.
No es obligatorio publicar, we
Uno de los mantras más repetidos del año en turno nació de ese poético y solemne video de un payaso en boina que se graba para hacer saber a su interlocutor que publicar contenido en redes sociales no es una tarea obligada, por lo que de no poseer un buen meme, comentario, tuit, story, post o lo que sea, es mejor abstenerse e irse a dormir otro rato. Y su recomendación, más allá de la gracia y el impacto generado en la cultura popular, no es únicamente ingeniosa, sino también oportuna y necesaria.
Internet está saturado de todo tipo de material, desde spam, propaganda y contenidos basura generados por bots, hasta videos de 10 horas en YouTube, series completas en páginas ilegales, bibliotecas digitales de la A a la Z y feeds de Twitter con 100 mil tuits. Y todas y cada una de esas cosas ocupa lugar dentro de un centro de procesamiento de datos. Así que el consejo es bastante sencillo: no publiques contenido irrelevante. Hablo de blogs, sitios y servidores, pero también de espacios menores, como las redes sociales. No quiere decir que dejes de subir fotos con tu abuela o de lo que te comiste en McDonalds —si ello nutre de manera sustancial tu persona digital—, si no de material verdaderamente innecesario para los otros 7.699 millones de humanos en el mundo.
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Juan Carlos Rios https://ift.tt/32DGqhj
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