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miércoles, 20 de noviembre de 2019

Tener sexo sin alcoholizarme fue todo un aprendizaje

Artículo publicado originalmente por VICE Estados Unidos.

Los últimos tres años los he pasado con alguien a quien amo: mi primera relación a largo plazo. No te aburriré con lo maravilloso que puede ser, pero, a veces, el sexo llega a ser un desafío.

Mi novia me encanta, el sexo también, pero aún así cuando teníamos relaciones, siempre me costaba trabajo soltarme y disfrutar de lo que estaba pasando. Era muy consciente de cada movimiento que hacíamos, y me concentraba tanto en la mecánica, que nunca conectaba con la otra persona. Un día, pensando demás durante el sexo, se me ocurrió que tal vez no podía entregarme al placer porque no estaba alcoholizada. Tal vez no podía relajarme porque, antes de esta relación, no había tenido mucho sexo estando sobria; en la mayoría de mis encuentros sexuales pasados, dependía del alcohol hasta para coquetear.

Cuando cumplí la mayoría de edad, beber era una parte fundamental para socializar. El alcohol me liberaba de mis obsesiones, me sacaba de mi cabeza y me daba la confianza para acercarme a la persona que llevaba tiempo mirando (o que acababa de conocer). Emborracharme era el primer paso antes de tener intimidad física, aunque no me daba cuenta por completo. No pensaba en beber whisky antes de tener contacto con alguien, y no reconocía que realmente necesitaba beber para poder disfrutar del sexo. Incluso cuando salía con alguien constantemente, íbamos a un bar o tomábamos un par de cervezas antes de que algo pasara.



Antes de empezar a entender la fuente de mis problemas, consulté a algunas amigas heterosexuales sobre cómo hacer para que el sexo fuera más fácil. Me aconsejaron compartir una botella de vino con mi pareja antes de cualquier cosa. Pero ella casi no bebe. Y mientras que yo sí tomo, depender de un estupefaciente para alentar el sexo en una relación amorosa a largo plazo no parecía una respuesta real a nuestros problemas de intimidad.

Además, leí en Healthline que muchas personas LGTBQ tienen una relación intensa con las sustancias. Las personas homosexuales y las lesbianas tienen más del doble de probabilidades de tener un trastorno grave por consumo de alcohol o tabaco que las personas heterosexuales, y las personas bisexuales tienen tres veces más probabilidades de tener un trastorno por consumo de sustancias.

Fue entonces que decidí reconocer mi dependencia con alcohol para evitar sentirme cohibida al momento de la acción, y decidí enfrentar mis miedos para simplemente estar más presente. Fácil.

Con una meta tangible en mente (¡tener mejor sexo!) y un método prescriptivo para lograrlo (¡estar presente!), me sumergí en todo lo relacionado con la atención plena. Comencé a meditar, contemplar cómo se siente el placer y cómo cultivarlo, y sintonizar los pequeños placeres físicos de la vida cotidiana. Andrea Glik, terapeuta y educadora especializada en trauma y trastorno de estrés postraumático para personas queer y trans, dijo que este era un trabajo muy relevante. Según Glik, prestar atención a las sensaciones físicas placenteras, como el calor envolvente de un baño o el sabor de la comida en la boca, puede conducir a una mejor relación sexual. "Mientras más nos percatemos de las cosas, más notamos cuando nos sentimos bien", dijo. “La gente dice, quiero sanar mi relación con el placer, ¿cómo disfruto el sexo? Y es como, está bien, pero ¿disfrutas estar en tu cuerpo más allá del sexo?".

La respuesta se convirtió en un cada vez más fuerte. Leí el libro de Adrienne Maree Brown: Pleasure Activism: The Politics of Feeling Good, una antología que iluminó la conexión entre el placer, la curación y la justicia social. Escuché podcasts sobre lo somático, un campo de estudio y un conjunto de prácticas relacionadas con experimentar plenamente el ser dentro de tu cuerpo. Hice trabajo corporal –que puede ser de muchas formas, pero, en este caso, fue similar al reiki– con mi terapeuta. Ella también me animó a probar clases de baile, y aunque todavía no lo hago (no me alcanza), he bailado en mi sala, sin necesidad de alcohol y sin juzgarme, y me he divertido mucho.

Me sentí muy orgullosa de sumergirme en el placer, en mi éxito al estar más presente y en la sensación de mi cuerpo. Estaba segura de que estaba solucionando el problema de poder tener sexo sobria. Pero después, me desconecté a la hora del sexo. Era como si estuviera flotando sobre la escena, viendo todo, pero sin sentir nada. (No creo que mi pareja se haya dado cuenta, porque resulta que mi cuerpo es excelente guardando las apariencias).

Para alguien tan sentimental como yo, puedo ser bastante cautelosa para no revelar lo que siento. Puede ser que me ponga sarcástica o que conteste con una pregunta a otra pregunta, pero hago lo que sea para no mostrar mis sentimientos. El alcohol me ayudaba mucho con eso, tanto para ser más "abierta" como para cerrarme a lo que estaba sucediendo. Me permitía arriesgarme. Podría atraer a la gente y al mismo tiempo distanciarme. Así era como mantenía el control y permanecía invisible.

"El alcohol y otras sustancias reducen la inhibición", dice la Dra. Christina Nelsen, directora ejecutiva del Centro de terapia sexual e íntima de San Francisco. “Hacen que nuestra lista de 'sí' aumente [y] adormecen nuestra incomodidad. El problema con eso es que impide tener una intimidad real".

Una forma en la que empecé a pensar sobre el rol del alcohol en el sexo, al menos para mí, es como una capa de invisibilidad que cubre tu cuerpo desnudo. Elimina algunas inhibiciones y te da una sensación de libertad y al mismo tiempo te protege de ser visto. También te protege de cualquier sensación o sentimiento de conexión física y emocional (intimidad) que pudieras experimentar si estuvieras realmente expuesto.

Como señalaron Nelsen y Glik, no tener inhibiciones no es sinónimo de intimidad. La intimidad real requiere presencia. Y la presencia, cuando estás desnudo con la persona que amas, requiere vulnerabilidad. Todo el arduo trabajo que había estado haciendo en el placer me llevó a una mayor conciencia de mi cuerpo y menos incomodidad durante el sexo. Pero los mecanismos de defensa son astutos: la sensación de desencarnación no fue una respuesta a la timidez sin sustancias, sino a disuadir activamente la cercanía, evitando ser visto. Al disociarme, mi cerebro muy inteligente y adaptativo intervino para crear distancia y protegerme de ser vulnerable, tal como lo había hecho el alcohol en el pasado durante mis encuentros más casuales.



Nunca había experimentado una verdadera intimidad dentro del contexto de compromiso con una pareja que me importaba profundamente, y me asustó muchísimo. “Dos personas se están enamorando. Hay un vínculo que se está creando. Ahora tienes algo en riesgo", dijo Nelsen. Es realmente aterrador... revelarte a ti mismo, especialmente frente a alguien que deseas profundamente en tu vida y no quieres perder. Metafórica y literalmente desnudarte. Ser visto. ¿Qué tal si te dejan, te critican, te rechazan o te ignoran?

Trabajar con la intimidad en la cama exige mucho esfuerzo fuera del dormitorio. Una cosa era sentirme más cómoda desnudándome literalmente con la persona que amo, pero para tener un buen sexo sin alcohol, para sentirme sexy, conectada, vista, tuve que enfrentar la pregunta: ¿Qué pasa si me dejan, me critican, me rechazan o me ignoran?

Esa pregunta ha guiado los últimos años de mi vida. En terapia, en conversaciones con amigos y en reflexiones dolorosas después de largos períodos de desesperanza, he descubierto algunas de las creencias, patrones de pensamiento y hábitos básicos que he desarrollado. Me abrí a mis miedos desatendidos, mi vergüenza, mi autoestima, todas las cosas profundas y aterradoras que surgieron, inesperadamente, en momentos de vulnerabilidad, todo lo que había dado forma e interferido con mi enfoque de la intimidad, sin que yo lo supiera.

Había momentos en la cama que mi novia me miraba a los ojos y tenía que apartar la vista. Estaba muy cerca. Pero cuando me di cuenta de que me estaba conteniendo por miedo al abandono o al rechazo, comencé a correr riesgos dentro de la relación. Expresé necesidades que suprimí sin darme cuenta. Empecé a aceptar ayuda sin preguntar. Actué como si ella realmente fuera a estar ahí, sin importar lo que pasara, como muchas veces me lo había dicho. Y así fue. En el transcurso de unos pocos meses, hacerme vulnerable pasó de desgarrador a incómodo a... no tan malo. En el espacio que la ansiedad había ocupado, sentí una sensación de asociación y seguridad que nunca antes había experimentado.

Abrirme emocionalmente y aceptar la sensación de seguridad con la que mi novia se había encontrado, también contribuyeron a una mayor apertura al sexo y a la intimidad física, sin ninguna intervención química (o disociación). Descubrimos algo nuevo entre nosotras. Por supuesto, la intimidad siempre será una conversación continua, e inevitablemente habrá otras cosas que se interpondrán en el camino, por ambas partes. Pero hay libertad para descubrir y manifestar de lo que tu cuerpo es capaz por sí mismo, sin intoxicantes, y por lo tanto, con una persona que te vea más plena.

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