El pasado domingo 10 de noviembre la población cochabambina inundó el famoso Prado de Cochabamba, un paseo tradicional con atmósfera usualmente tranquila y familiar, bajo árboles y frondosa vegetación. En esta ocasión, el Prado sería un mar de banderas rojo, amarillo y verde ondeando orgullosamente mientras la gente se conglomeraba en motocicletas, automóviles y camiones para dar vueltas y celebrar la renuncia de Evo Morales, presidente de Bolivia por casi catorce años (2006-2019). Era una sinfonía de tambores, petardos, motores y gente cantando “sí se pudo” y “Bolivia jamás será vencida”. Este sector de la sociedad, en su mayoría de clase media alta, celebraba con gran ímpetu lo que había estado exigiendo.
La renuncia llegó luego de casi tres semanas de enfrentamientos violentos entre afines al Movimiento al Socialismo (MAS), liderado por Morales, y la oposición. Enfrentamientos que dejaron más de 300 heridos y tres muertos, y que se dieron durante las protestas y el paro que venía cubriendo gran parte del país en respuesta a la controvertida elección presidencial que se realizó el 20 de octubre.
En la noche de ese día de elecciones, luego de una jornada bastante tranquila, el sistema de conteo rápido del Tribunal Supremo Electoral (TSE) emitió un primer resultado a través del sistema de Transmisión de Resultados Electorales Preliminares (TREP). Con 83% de las mesas de votación ya oficialmente computadas, se dio un reporte preliminar en el que Morales tenía 45.28% de los votos frente a 38.16% del segundo candidato, el expresidente Carlos Mesa, líder del partido Comunidad Ciudadana (CC). La estadística pronosticaba que tendría que haber una segunda vuelta debido a que la diferencia entre ambos candidatos era menos que 10%.
Un rato después, el mecanismo de conteo de votos por “transmisión inmediata” se paralizó repentinamente durante 24 horas, generando un ambiente de desconfianza en el país. Ahí empezaron los problemas. Cuando el TSE reapareció con nueva información, los datos del TREP señalaron una estrecha victoria para Morales sin necesidad de segunda vuelta: tenía 46,86% de los votos frente a 36,72% de Mesa. El recuento final demostraba una ventaja de 10.55%, la cual aseguraba el cuarto mandato sin interrupción de Morales: sería presidente del país hasta 2025.
Poco después de la noticia, Evo Morales festejó “un triunfo más”. Entre tanto, el candidato opositor acusó los resultados preliminares como “fraude escandaloso” y dijo que confiaba “en que la ciudadanía no iba a aceptar esta votación”.
Las sospechas que surgieron por la manera de proceder del TSE, más la influencia de Mesa, llevaron a la oposición a declarar fraude electoral y con eso se desató una ola de protestas e indignación en varias ciudades del país.
En Cochabamba los manifestantes marcharon hasta el centro de cómputo del Tribunal Electoral Departamental (TED). La gente cantaba “Bolivia se respeta, carajo” y “hermano policía únete a la lucha”. A medida que la energía agresiva crecía, algunos de los líderes insistían a los manifestantes que hicieran una protesta pacífica. Sin embargo, inevitablemente se desataban enfrentamientos agresivos entre los manifestantes y la policía. La avenida Simón López apestaba a llanta quemada. Volaban petardos y piedras que los manifestantes arrojaban contra los oficiales de la policía, mientras ellos devolvían gas lacrimógeno y gas pimienta.
Bolivia: una crisis anunciada
Irónicamente, Morales llegó por primera vez al poder presidencial en 2006 tras exigir la renuncia del entonces presidente Carlos Mesa a través de tácticas parecidas: protestas y bloqueos. Su victoria presidencial como primer presidente indígena de Bolivia resultó ser la más contundente en la historia del país. La gente lo apreciaba: alcanzó a tener hasta 80% de aprobación en 2007 y consiguió logros importantes. Por un lado promulgó la nueva Constitución, que consagró al país como un Estado Plurinacional inspirado por la "permanente lucha de liberación desde los tiempos de la colonia española”. Además, bajo su liderazgo político y económico, la pobreza se redujo del 63% de la población al 39%. Esto fue impulsado principalmente por el boom de las materias primas y una serie de nacionalizaciones de empresas del sector energético.
Pero con los años, aparecieron duras críticas hacia su uso del poder judicial como arma contra sus opositores y casos de corrupción. Se podrían mencionar otros acontecimientos polémicos durante sus casi catorce años de mandato, pero hay uno significativo que se remonta al año 2016, cuando Morales planteó un referendum para modificar la Constitución y poderse postular a la presidencia por cuarta vez. Aunque el “no” ganó, igual el Tribunal Constitucional reconoció el “derecho humano” de Morales y este se postuló para las elecciones de 2019.
Entró la Biblia, salió la Pachamama
El 21 de octubre, tras la polémica del conteo de votos de las elecciones presidenciales, la Misión de Observación Electoral de la Organización de Estados Americanos (OEA), sugirió en un comunicado una segunda vuelta anunciando “profunda preocupación y sorpresa por el cambio drástico y difícil de justificar en la tendencia de los resultados preliminares conocidos tras el cierre de las urnas”. Confiado en los resultados, tres días después Evo Morales invitó a la OEA a que hiciera una auditoría del conteo de votos.
Mientras se esperaba el reporte de la OEA, la oposición continuaba con los bloqueos y protestas. En Cochabamba miles de cocaleros llegaron desde el Chapare, hogar de la hoja de coca, para “defender la democracia”, como había pedido Morales, lo cual resultó en olas de violencia. Los grupos —opositores y defensores de Morales— se enfrentaron a golpes y con piedras hasta que llegó la policía en tanto la sede de la Federación de productores cocaleros fue incendiada por gente de la oposición.
En otras ciudades, líderes cívicos anunciaron el 4 de noviembre que intensificarían sus protestas con bloqueos en las fronteras y la paralización de las entidades estatales. Miles de personas a lo largo del país se congregaron para los cabildos en sus respectivas ciudades: La Paz, Cochabamba, Santa Cruz, Tarija, Chuquisaca y Oruro.
Esas nuevas medidas se sumaron a la huelga ciudadana, que a ese momento llevaba dos semanas. El presidente del Comité Cívico de Santa Cruz, Luis Fernando Camacho, afirmó ante miles de personas: “Se nos agotó la paciencia”. La ciudad de Santa Cruz es el principal bastión de la oposición, por lo cual este Comité Cívico tiene gran influencia sobre la dirección de la oposición en general. Entre otros puntos, los cabildos declararon el rechazo a la segunda vuelta y a la auditoría a las elecciones por ser “una maniobra distraccionista para desmovilizar la lucha del pueblo”, y que lucharían hasta que Evo Morales renunciara a la presidencia.
Las redes sociales se convirtieron en un patio de recreo para difundir “fake news” y opiniones disfrazadas de hechos, contribuyendo y aumentado la psicosis en el país. Mensajes de voz y textos circulaban sin citar las fuentes originales.
Y luego pasó lo inesperado, algo que instigó un cambio muy rápido en el país. El viernes 8 de noviembre, un grupo de policías de la Unidad Táctica de Operaciones Policiales (UTOP) de Cochabamba se amotinó. Como un efecto dominó, los motines policiales se masificaron y multiplicaron a través de las ciudades. Las Fuerzas Armadas (FFAA) anunciaron que no intervendrían, y en cambio, alentaron a preservar “la paz y la convivencia entre hermanos bolivianos”.
Dos días después, el 10 denoviembre, la OEA publicó el documento de 13 páginas donde concluye que es improbable estadísticamente que Evo Morales ganara las elecciones presidenciales en la primera vuelta. Luego de reconocer el informe de la OEA, Morales aceptó ir a nuevas elecciones con otro TSE. Su decisión llegó tarde para la gente de la oposición que exigía su resignación.
En menos de 48 horas renunciaron al menos 17 autoridades, entre alcaldes, gobernadores y viceministros. Williams Kaliman, comandante de las Fuerzas Armadas, le pidió la renuncia a Morales.
El llamado de los militares y la policía pareció ser la gota que rebasó el vaso para el entonces presidente, que desde una improvisada sala de prensa en Cochabamba anunció su renuncia junto a la del vicepresidente, Álvaro García Linera.
“Mi responsabilidad como presidente indígena y de todos los bolivianos es evitar que los golpistas sigan persiguiendo a mis hermanos y hermanas dirigentes sindicales, maltratando y secuestrando a sus familiares”, anunció Morales.
Tras la renuncias, el presidente del Comité Cívico de Santa Cruz, Luis Fernando Camacho, entró caminando por los pasillos del palacio de Gobierno sosteniendo la bandera boliviana en una mano y la Biblia en la otra. Uno de sus seguidores exclamaba a los medios en el exterior: “Ha vuelto a entrar la Biblia al palacio. Nunca más volverá la Pachamama”. El comentario demuestra una ideología colonialista que continúa existiendo y fortaleciendo la división y el racismo en todo el país.
A pesar de que la oposición logró la renuncia del ahora expresidente Evo Morales, los conflictos no han cesado. Las olas de violencia se siguen sintiendo en las calles. El ambiente de conflicto y las diferencias ideológicas siguen primando. Ahora, las Fuerzas Armadas operarán junto a la policía para detener actos vandálicos.
En su rumbo hacia México, el país que le brindó asilo político, Morales compartió en su Twitter: “Me duele abandonar el país por razones políticas, pero siempre estaré pendiente. Pronto volveré con más fuerza y energía”.
Ayer, Jeanine Añez, quien era anteriormente la vicepresidenta del senado, asumió la presidencia. Declaró que hará todo lo posible para que Bolivia tenga un presidente el 22 de enero. En su discurso, pidió al público boliviano "que cese la violencia, no importa de que bando sea. No podemos estar maltratándonos. Les pido por el amor de Dios que cese la violencia, esta bandera significa la unidad".
Chantelle Bacigalupo https://ift.tt/eA8V8J
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