Artículo publicado por VICE México.
El nivel de sudoración de cada persona varía mucho. Existen personas que a pesar de estar en una fiesta subterránea, rodeados de 300 personas con música a 128 BPM, se mantienen secos como un desierto; del otro lado existen los que con el más mínimo aumento de calor o movimiento comienzan a derretirse, y esta condición puede llegar a ser muy incómoda para quien la experimenta.
A Kenya Méndez le detectaron hiperhidrosis en 2012. Los médicos le dijeron que era una enfermedad rara, que había sido detonada por la fuerte descarga hormonal de su primera menstruación. Ahora, a sus 25 años, por fin encontró una solución al inconveniente de empapar su ropa con sudor todo el día, pero llegar a eso fue una verdadera tortura.
Kenya nos contó cómo fue someterse a este tratamiento, lee su historia abajo.
Tener esta enfermedad es bien difícil. Desde que me la detectaron oficialmente he pasado por varios tratamientos para controlarla, pero nunca daban resultados.
Intenté con inyecciones de hormonas y medicamentos muy específicos. No podía usar ropa con manga larga y tenía que cambiar de blusa hasta tres veces al día, era muy incómodo. Me hablaron de un desodorante especial que se llama Drysol, de la famosa cirugía para remover las células, de consumir salvia, de dejar de fumar y tomar. Probé todo —menos la cirugía, porque me dio mucho miedo— y nada dio resultado.
Un día escuché que el bótox servía para detener parcialmente la sudoración, pero que era un procedimiento doloroso. No lo tuve que pensar mucho: lo hice de inmediato.
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La primera vez que lo intenté tuvieron que inyectarme más de 15 veces en las axilas, pero tampoco funcionó. Me dolió muchísimo. Gasté 15 mil pesos y al final no me devolvieron el dinero, porque antes de someterme al procedimiento me explicaron que existía esa posibilidad. Y yo lo acepté.
La segunda vez me atendió un cirujano, amigo de mi mamá. Me aplicó una solución especial para ver donde reaccionaban las células que me hacían sudar y así pudo inyectarme justo donde lo necesitaba. En aquella ocasión fueron 30 piquetes. Tuve que quedarme parada cerca de dos horas. Me dolió lo doble.
Sin embargo, el tratamiento empezó a surtir efecto un par de días después. La cura me había salido en 8 mil pesos —casi la mitad de la ocasión anterior—, sólo me pidieron no usar desodorante ni asolearme durante un día entero, y me funcionó de maravilla.
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Mi situación de antes no se compara con la de ahora. Estoy convencida de eso. Ni siquiera tuve un punto de quiebre que me llevara a buscar remedir el sudor a toda costa. Sólo necesitaba un pretexto. Yo sudaba todo el tiempo y eso era verdaderamente molesto.
Con el tiempo le vi el lado bueno a las cosas y hasta solía hacer bromas de mi problema. Así la gente ya no me decía nada. Eso sí, las miradas incómodas siempre existieron. Al principio me daba un buen de pena con mis parejas, pero por suerte siempre estuve con buenos chicos, que hacían como si no pasara nada. Como debe de ser.
Lo único malo de todo este sueño es que tengo que repetir las inyecciones cada seis meses. Y, ni modo, así lo haré.
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