Artículo publicado por VICE Argentina
El mapa hacia el taller del luthier Francisco Frugoni en un barrio cerrado de Tigre es un zigzag rosado. No hay nombres de calles, solo lotes y manzanas, hasta que finalmente emerge una pequeña construcción de madera detrás del jardín de la casa familiar. “Podría matarte acá y no te escucharía nadie”, dice, pero es una broma que ejemplifica el nivel de aislamiento sonoro.
Frugoni crea réplicas de guitarras que no se consiguen. Su especialidad es conseguir materiales prácticamente extintos y darles un uso obsesivo hasta crear el producto perfecto. Para este graduado en música clásica, esa perfección puede significar estudiar el desgaste natural de una guitarra eléctrica producto de 50 años de uso y reproducirlo sin errores: “Todas las guitarras que comparaba, las desarmaba, les cambiaba los mics y el mango. En un momento me compré un pedazo de madera cualquiera, después hice un desastre, después otro, después un desastre menos desastroso, fue un proceso muy gradual, nunca me di cuenta de que podía tener una empresa. Un amigo me pidió una, después subí la foto a la red y explotó todo, porque no se hacía en Argentina. El fenómeno de las guitarras nuevas añejadas empezó cuando Keith Richards quiso guardar la que sacaba de gira”. Segundos atrás, durante la producción de fotos de VICE, vi cómo se transformaba su expresión al mirar el cuerpo de una de sus creaciones: pasó de la tranquilidad a la demostración de una dedicación extrema.
VICE: ¿Cómo se generó ese mercado para este tipo particular de luthería?
Francisco Frugoni: Está bueno destacar la diferencia entre una réplica y una falsificación. Se venden de forma diferente. Se sabe que no es la original, sino una copia lo más fiel posible, aclarando que está hecha en estos días. El período dorado de la fabricación de las guitarras eléctricas fue del 50 al 65 aproximadamente. Son los instrumentos más buscados hoy en día por coleccionistas. Hay un fetichismo que agrega valor a lo largo del tiempo, por la rareza o por los materiales. Se considera que en ese lapso de 15 de años se produjeron los mejores instrumentos, ya sea por el proceso de fabricación, los materiales, los modelos. Si bien no siempre tuvieron el valor que tienen hoy, una Stratocaster de 1957 tenía un valor que hoy sería equivalente a 1.500 dólares. En los 80, no las quería nadie, pero a partir de los 90 dejaron de ser viejas para convertirse en vintage. Una Stratocaster con todas las piezas originales puede salir 30 mil dólares; una de 1950 puede valer 300 mil dólares. No tienen nada mágico, siguen siendo guitarras… son una muy buena inversión, pero no dejan de ser guitarras que pueden ser fabricadas ahora. No tienen ningún componente mágico, pero sí poseen unos muy buenos: buena calidad de madera, una fabricación mucho más manual y rústica de la que se suele utilizar hoy en día.
¿Cómo buscás los componentes para el instrumento?
FF: Hay componentes que hoy prácticamente no existen. Nos destacamos por conseguir cosas que casi no se consiguen, por ejemplo, el celuloide, que se dejó de fabricar hace varios años, se volvió obsoleto; la evolución de los plásticos fue gradual, hoy hay unos mucho más resistentes. Para los pigwards usaban plásticos de celuloide y nosotros conseguimos planchas muy viejas de recortes para hacerlos de ese material. Por otro lado, esa madera que ves se llama brazilian rosewood, está prohibida y no se consigue en casi ningún lado. Está en una lista de conservación donde entra flora y fauna que escasea o está en peligro de extinción.
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Este árbol entró hace 20 años y ninguna fábrica masiva puede usarlo. Era la madera de esa época en la que abundaba… no fue extraída ilegalmente, sino que se conseguía en una zona de Bahía llamada Jacarandá. Hay casas de campo donde las puertas están hechas de ese material. La persona que compra la madera la compra así, estable y seca porque estuvo comprada y añejada hace un montón de años. Las fábricas masivas tienen otros requisitos y permisos para usarla… solo podemos sacarla de maderas que ya fueron talladas. Tiene un montón de factores de textura y olor que la hacen distintiva. En el mercado de las réplicas se trata de que sea lo más parecido posible a lo viejo, todas las guitarras de esa época hoy tienen 60 años y estaban pintadas con una pintura que hoy prácticamente no se usa porque era parte de la industria automotriz. Es una pintura mucho más frágil, fina y receptiva al medio ambiente; se amarilleaba, se golpeaba, se iba saliendo. Entonces, ante la imposibilidad de disponer de 30 mil dólares para gastar en una viola vieja, se busca una más parecida, pero hecha hoy. Tengo la suerte de tener un amigo con una fábrica de pintura. Hace una fórmula original, entonces puedo pintar con el mismo catálogo de colores de la época, con la laca, los selladores, un proceso de secado acelerado y después podemos añejarla para que parezca que tuvo 60 años de escenario. Es un detalle estético, lo que hace al sonido de la guitarra, la calidad de la madera y de los micrófonos, el sonido final es la suma de todas sus partes. El micrófono es una bovina con imanes que genera una transmisión de vibraciones, una corriente eléctrica pequeña. Las cuerdas y la vibración del mueble de la guitarra afectan a ese imán que es el micrófono, cualquier cosa que le cambies va a alterar el sonido, un 1 por ciento si le cambias la clavija y un 50 por ciento si le cambias el mango.
¿Cuál es proceso para los desgastes que les haces a las guitarras?
FF: No hay nada de azar, mucha gente me dice en joda: “Las atás al auto y arrancás”. Yo me baso mucho en guitarras originales y su desgaste natural. Hay un montón de lugares donde la guitarra se gasta más por donde se apoya el brazo o la posición del cinturón también genera un patrón similar. Yo analizo las fotos en los libros, los detalles, puedo hacer la copia exacta de una guitarra en particular: cada golpecito, cada detalle o cada añejado. Muchas otras veces me dan la posibilidad de hacer una de época o libre y ahí es donde interviene mi criterio.
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Son detalles muy específicos. ¿Te considerás un perfeccionista?
FF: Sí, es un arma de doble filo: te ayuda un montón a mejorar pero quizás encontrás errores donde otros no lo ven y nunca estás contento, básicamente nunca estoy contento. Veo los progresos que se van dando, empecé solo y ahora somos varios en el taller y en las ventas, veo el revuelo que causa en las redes, gente que va a las exposiciones especialmente desde una provincia. También tenés que tratar con los haters. Antes me molestaban, ahora sé que son parte del juego. Está bueno porque si te odian es porque saben lo que haces.
Hernán Muleiro http://bit.ly/2DmpuCf
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