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lunes, 10 de junio de 2019

El plan radical para salvar el planeta trabajando menos

Artículo publicado originalmente por VICE Estados Unidos.

En 1972, un equipo del MIT publicó The Limits to Growth (Los límites del crecimiento), un informe en el que se pronosticaba qué ocurriría con la humanidad si la economía y la población siguen creciendo a este ritmo. Lo que reveló su simulación por computadora era previsible: en un planeta con recursos finitos, el crecimiento exponencial ilimitado no es posible, ya que llegaría un momento en que se agotarían los recursos no renovables, como el petróleo.

A lo largo de la historia, siempre se ha pensado que el crecimiento es algo positivo, que equivale a seguridad laboral y prosperidad. Desde la Segunda Guerra Mundial, se ha utilizado el PIB "como el indicador definitivo del bienestar general de un país". Uno de los economistas del gabinete de John F. Kennedy, Arthur Okun, teorizó que por cada incremento de 3 puntos en el PIB, el desempleo caía un punto porcentual, lo cual explica por qué las campañas a la presidencia de Estados Unidos se centraban tanto en este indicador.

Pero el crecimiento ha acarreado otros problemas, como el calentamiento del planeta debido a las emisiones de carbono, los fenómenos atmosféricos extremos y la pérdida de biodiversidad y agricultura que todo ello conlleva. Por todo esto, ciertos activistas, investigadores y actores políticos han puesto en tela de juicio el dogma de que el crecimiento es positivo. Este escepticismo ha derivado en el movimiento del decrecimiento, que postula que la progresión de la economía está intrínsecamente vinculada a un incremento de las emisiones de carbono y propone una reducción drástica del uso de la energía y los materiales, medida que a su vez supondría un descenso del PIB.

El Green New Deal, popularizado por Alexandria Ocasio-Cortez, busca reducir las emisiones de carbono potenciando la industria de la energía renovable. Sin embargo, la corriente del decrecimiento defiende que hay que ir un paso más allá y provocar una revuelta social que desmonte el concepto del progreso y el crecimiento económico de una vez por todas. Este nuevo modelo de éxito económico se centraría en el acceso a los servicios públicos, una semana de trabajo más corta y más tiempo de ocio. Este enfoque, aseguran, no solo contribuirá a la lucha contra el cambio climático, sino que nos liberará de la cultura del trabajo y las horas extra en la que muchos se ven envueltos para poder llegar a fin de mes.

"El decrecimiento implicaría la posesión de menos objetos materiales: un menor número de personas dedicadas a trabajar produciendo materiales, un menor número de marcas y menos productos baratos y desechables, entre otras cosas"

La corriente de decrecimiento actual tiene su origen en Francia: a principios de la década de 2000, el profesor de Antropología Económica Serge Patouche, de la Universidad de Paris-Sud, comenzó a escribir apasionados artículos sobre décroissance en Le Monde Diplomatique. Si bien rendía homenaje al informe The Limits of Growth, la décroissance ampliaba el concepto. La pregunta ya no era si había un límite al crecimiento. La nueva cuestión tenía una dimensión mucho mayor: ¿cómo podemos imponernos un límite al crecimiento cuando toda nuestra estructura económica y política está basada en él? ¿Cómo organizamos una sociedad que facilite altos niveles de bienestar humano en el contexto de una economía menguante?

El decrecimiento está ahora en boga entre los miembros de la izquierda y los académicos de todo el mundo; sus partidarios son economistas, ecologistas, socialistas democráticos y activistas de todas las edades, que ven el mundo poscrecimiento como un modo de cambiar radicalmente nuestra forma de medir el éxito y el bienestar y abordar las desigualdades sociales y económicas al tiempo que salvamos el planeta.

Esta visión del futuro tan atractiva está ganando terreno. La primera conferencia internacional sobre decrecimiento se celebró en Paris en 2008 y atrajo a cerca de 140 personas; desde entonces se han celebrado otras cinco conferencias. A la de 2018, sobre poscrecimiento, acudieron más de 700 personas. También ha habido un aumento de los artículos académicos y libros que versan sobre el decrecimiento, y en 2018, 238 académicos firmaron una carta publicada en The Guardian en la que se hacía un llamado para que se tomara en serio un futuro basado en el poscrecimiento.

Sin embargo, teniendo en cuenta que nuestra economía se ha basado en el crecimiento desde hace tanto tiempo, no basta simplemente con poner el freno de emergencia, señala Giorgos Kallis, científico medioambiental y ecologista político de la Universidad Autónoma de Barcelona y autor del libro Decrecimiento. Para poder aminorar el curso de la economía sin causar estragos, apunta Kallis, es preciso que reestructuremos nuestras ideas sobre el sistema económico en su totalidad.

Así conciben este proceso los partidarios del decrecimiento: tras reducir el consumo de material y energía, medida que provocaría la contracción de la economía, debería producirse una redistribución de la riqueza existente y una transición de la sociedad materialista a una cuyos valores se basaran en estilos de vida más simples y en el trabajo y las actividades no remunerados.

"Trabajar menos, ganar menos y reducir el consumo de bienes materiales seguramente tendría un impacto negativo en la calidad de vida de la mayoría a no ser que la sociedad supliera esas necesidades"

En última instancia, el decrecimiento implicaría la posesión de menos objetos materiales: un menor número de personas dedicadas a trabajar produciendo materiales, menos marcas disponibles en las tiendas, menos prendas de una sola temporada y menos productos baratos y desechables. Las familias tal vez tendrían un coche, en lugar de tres; cogeríamos el tren en vez del avión para irnos de vacaciones, y el tiempo libre no lo dedicaríamos a irnos de compras, sino a realizar actividades que no implicaran gastar dinero con nuestros seres queridos.

En la práctica, esto también requeriría un aumento de los servicios públicos gratuitos; la gente no tendría que ganar tanto dinero si no tuvieran que pagar los servicios sanitarios, la vivienda, la educación y el transporte. Algunos defensores de este modelo sostienen que sería necesario establecer un ingreso mínimo universal para compensar la reducción de la semana laboral.

Hoy día es posible intentar llevar un modo de vida basado en el decrecimiento comprando menos cosas, si bien es complicado adherirse a él sin disponer de los servicios públicos mencionados. Ahora mismo, nuestro trabajo, el tiempo libre y la calidad de vida general que disfrutamos están marcados por el consumo. Trabajar menos, ganar menos y reducir el consumo de bienes materiales seguramente tendría un impacto negativo en la calidad de vida de la mayoría a no ser que la sociedad supliera esas necesidades.

Puesto que existen tan pocos ejemplos de decrecimiento en la vida real, Kallis se ha servido de una utopía ficticia para explicar el concepto en un informe de 2015. En él hace alusión al planeta Anarres, de la novela de Ursula K. Le Guin The Dispossessed [Los desposeídos]: una sociedad con recursos modestos pero estructurada alrededor de un sistema igualitario que propicia un entorno ecuánime y pertinente en el que vivir, a diferencia del planeta vecino Urras, más capitalista.

"Es como imaginamos la buena vida”, dijo Kallis. “Una vida más sencilla, no una en la que no paramos de producir más y más y de ir cada vez más acelerados y de tener más y más productos entre los cuales elegir".

Los detractores del decrecimiento sostienen que se trata más de una ideología que de un modelo de futuro práctico; que hacer menguar la economía no provocaría que los niveles de carbono se redujeran a cero y que, dada la actual distribución desigual de los ingresos, desacelerar la economía podría privar a los más necesitados de recursos esenciales como la energía y la comida.

Robert Pollin, profesor de Economía en la Universidad de Massachusetts Amherst y codirector del instituto de investigación de economía política de dicha universidad, explicó que, si bien comparte muchos de los aspectos de la corriente del decrecimiento, no cree que un sistema así pudiera funcionar, al menos no en el plazo de tiempo en el que haría falta que funcionara.

“Lo que debe reducirse a cero es la industria de los combustibles fósiles, pero hay que expandir enormemente los sistemas de energías limpias, la inversión en energías renovables y la eficiencia energética”

Pollin coincide en que la reducción del PIB contribuiría a reducir las emisiones, pero no de forma significativa. Contraer la economía un 10 por ciento supondría una reducción de las emisiones en un 10 por ciento. En términos económicos, esto provocaría un escenario dos veces peor que el que se produjo durante la Gran Recesión; en otras palabras: un potencial de riesgo social muy alto para lograr solo un 10 por ciento de reducción de CO 2.

Para reducir las emisiones a cero, haría falta un "decrecimiento" centrado específicamente en el consumo de combustibles fósiles "Eso no significa que el decrecimiento deba hacerse en todos los ámbitos", añadía Pollin. "Lo que debe reducirse a cero es la industria de los combustibles fósiles, pero hay que expandir enormemente los sistemas de energías limpias, la inversión en energías renovables y la eficiencia energética". En eso consiste básicamente el Green New Deal: una iniciativa para fomentar el uso de energías renovables y eliminar los combustibles fósiles, así como la aplicación de medidas para propiciar una transición justa para quienes viven de este sector.

Pollin opina que incluso esto supondría una mejora radical. Un plan para llegar a cero emisiones de carbono en 30 años implicaría el cierre de una de las industrias más poderosas del mundo, una iniciativa que ya considera lo suficientemente ambiciosa sin contar con la aplicación de otros cambios sociales de mayor calado.

"Si nos tomamos en serio la ciencia medioambiental, solo nos quedan unas pocas décadas para realizar avances de enorme magnitud", aseguró Pollin. "Y me guste o no, no vamos a conseguir derrocar al capitalismo en ese plazo".

¿Podría un país como Estados Unidos adoptar el decrecimiento? El Yale Climate Survey más reciente reveló que más de la mitad de los estadounidenses, incluidos los de los estados republicanos, coincidían con la afirmación de que la protección del medioambiente era más importante que el crecimiento económico.

Sam Bliss, estudiante de doctorado de Recursos Naturales de la Universidad de Vermont y miembro del colectivo DegrowUS, dijo que, en términos culturales, la popularidad de personajes como Marie Kondo demuestra el sentimiento generalizado de que nos hemos vuelto demasiado materialistas.

La tendencia al decrecimiento puede también reflejar más que una simple inclinación al minimalismo, sino también el desgaste de un sistema en que el crecimiento no ha generado grandes beneficios para muchas personas. Aparte del acceso a bienes más abundantes y baratos, la gente entiende que los beneficios del crecimiento no están distribuidos de forma equitativa. En 1965, los directivos de empresas ganaban 20 veces más que la clase obrera; a partir de 2013, en cambio, ganaban 296 veces esa cantidad. Entre 1973 y 2013, la remuneración horaria aumentó solo un 9 por ciento, mientras que la productividad lo hizo un 74 por ciento. "Esto significa que los trabajadores han estado produciendo mucho más de lo que reciben de sus empleadores", señalaba en un informe el Economic Policy Institute, un laboratorio de ideas especializado en economía.

"Es gracioso que el hecho de que te robe el coche y lo venda, por ejemplo, contribuya al crecimiento, pero cuidar a una persona anciana o criar a tres niños perfectamente funcionales no”

Incluso en periodos de crecimiento generalizado, a los millennials se los catalogó como "la generación del agotamiento extremo". Muchos tienen dificultades para encontrar y mantener un trabajo o una vivienda asequible o pagar el seguro médico.

Con este panorama, el decrecimiento ofrece un mundo en el que el ruido de la mercantilización queda amortiguado, en el que la valía personal no se mide por el dinero y en el que no es preciso trabajar hasta la extenuación para tener acceso a necesidades básicas.

Esto no significa que el decrecimiento sea la estrategia más efectiva para reducir las emisiones de carbono en un plazo estricto, si bien el movimiento pone sobre la mesa cuestiones importantes sobre cómo medimos nuestro éxito como sociedad.

"Dicho de forma sencilla, tener más cosas no implica automáticamente un mayor bienestar ni más felicidad", dijo David Pilling, autor de The Growth Delusion: Wealth, Poverty, and the Well-Being of Nations, en una entrevista para The Washington Post. Puso el ejemplo del sistema de sanidad de Estados Unidos, que aportó un 17 por ciento del PIB, mucho más de lo que gastan otros países, pese a que muchos asegurarían que hay sistemas sanitarios mejores.

El PIB estadounidense no tiene en cuenta el trabajo invisible y que no implica un intercambio de dinero, como el de los cuidadores, labores desempeñadas generalmente por mujeres y ciudadanos marginados. "Es gracioso que el hecho de que te robe el coche y lo venda, por ejemplo, contribuya al crecimiento, pero cuidar a una persona anciana o criar a tres niños perfectamente funcionales no", señaló Pilling en la entrevista.

Quizá podamos aprender una lección del decrecimiento que está más relacionada con nuestra forma de vivir que con la política. Como apuntó Jason Hickel, antropólogo de la London School of Economics, el decrecimiento exige "florecimiento humano". Hemos asociado el crecimiento con la capacidad de resolver problemas sociales: erradicar la pobreza, mejorar la calidad de vida y garantizar el empleo pleno, pero no está funcionando.

"¿Por qué estamos tan convencidos que es la única forma posible, cuando se trata del sistema económico?", añadió. "Es disparatado, en cualquier caso. Creo que debemos deshacernos de esa absurdo apego que tenemos por este sistema y reconocer que hay que evolucionar hacia uno mejor".

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