Artículo publicado originalmente por VICE Reino Unido.
He visto a las mejores mentes de mi generación arruinadas por... ¿el cuidado propio? Sería extremo decirlo con certeza pero, cada vez más, me doy cuenta de que es cierto. Cuando veo a los jóvenes que respeto enfocados con tanta intensidad en sí mismos, se vuelven completamente introspectivos y pierden contacto con el mundo exterior. El cuidado propio los lleva a abandonar la vida, tanto la suya como la de los demás. Cuidan tanto de sí mismos que al final se vuelven apáticos.
Se estima que la industria del cuidado propio vale 10.000 millones de dólares, una cifra que solo ha aumentado desde la elección de Donald Trump. Se ha comercializado como una actividad necesaria para la Generación Z: ya sea ponerse una mascarilla facial o publicar un meme inspirador. Tenemos la presión de volver al cuidado propio una prioridad. Actualmente hay 21,2 millones de publicaciones con la etiqueta #selfcare (#cuidadopropio) en Instagram. Este mercado en rápida expansión no muestra signos de desaceleración, pero en una era de catástrofe climática y amenazas a nuestros derechos humanos, ¿acaso el cuidado propio nos está distrayendo del trabajo real que debemos hacer?
"El cuidado propio es un lavado de cerebro colectivo de las comunidades progresistas", dice mi amiga Sophia, sentada frente a mí en un bar de Berlín. "Es una forma de evitar que hagas preguntas reales y difíciles".
Nuestra otra amiga Angie se nos acerca y nos cuenta la historia de un verano en el que estaba deprimida, donde básicamente lo único que hizo fue hacerse mascarillas faciales, comer ramen y mirar Netflix en la cama. Ya saben cómo es. Nunca se había sentido más aburrida. "El cuidado propio se trata de sentirse cómodo y eso no es necesariamente bueno para ti", explica, mientras describe cómo escapó finalmente de esa espiral de cuidado propio al comenzar a hacer de nuevo las cosas que la asustaban, tanto social como artísticamente.
Karl Marx consideraba que la religión era el opio de las masas. Alrededor de un tercio de los millennials no tienen vínculos con ninguna religión y la Generación Z es la generación menos religiosa de la historia, con el doble de porcentaje de ateos que el resto de la población de Estados Unidos. La religión no es exactamente nuestro opio. Pero aunque no todos contamos con Dios, todos tenemos Instagram.
Para los jóvenes de hoy, las redes sociales nos han presentado industrias emergentes como la astrología y el bienestar que pueden llenar vacíos existenciales similares. Casi el 30 por ciento de los estadounidenses cree en la astrología, una estadística que claramente va en aumento, a medida que las nuevas aplicaciones y los empresarios inundan una "industria de servicios míticos" de 2.100 millones de dólares.
Recibimos notificaciones de nuestros horóscopos generados por inteligencia artificial, a medida que leemos citas ligeramente motivadoras mientras nos ponemos una mascarilla facial de té verde. Alimenta la fantasía de que controlamos nuestro destino al hacer todo tipo de actividades de cuidado propio. O incluso podemos simplemente quedarnos sentados y dejar que los planetas predigan nuestro futuro. En nuestra era de hipervigilancia, fascismo creciente y capitalismo omnipresente, el cuidado propio se convierte en un consuelo y un sedante.
Si bien no es una noticia impactante que la élite mundial está interesada en presionarnos para que nos cuidemos a nosotros mismos como una forma de adormecimiento subversivo, es interesante ver cómo nuestra generación no intenta liberarse del ciclo. Muchos de nosotros hemos llegado a confiar en que el cuidado propio es lo más radical que podemos hacer, en lugar de entenderlo como un aspecto simple e importante de ser humano.
El cuidado propio es cinismo corporativo diseñado para atacar nuestras inseguridades. Muchos productos que dicen ayudar al cuidado propio no están respaldados por la ciencia, desde mascarillas faciales y CBD hasta paquetes de suscripción de vitaminas comercializados en Instagram. Las "aplicaciones de meditación que generan miles de millones de dólares" y "el descubrimiento de la espiritualidad" son frases que ahora se escuchan en la misma oración. Creer en el concepto del "trabajo emocional", que de alguna manera se ha puesto de moda, implica que apoyar a alguien que te importa inevitablemente agota su propio suministro de bienestar, como si los sentimientos modernos fueran Bitcoins y hubiera un límite fiscal para la compasión.
Esta búsqueda del cuidado propio a toda costa me recuerda historias como la oscura novela satírica del año pasado My Year of Rest and Relaxation, o la película de culto American Psycho. Me viene a la mente una frase de esta última, en la que el protagonista —un corredor de bolsa de Wall Street y asesino en serie obsesionado con el régimen de belleza—, interpretado por Christian Bale, dice: "Tengo todas las características de un ser humano: carne, sangre, piel, cabello; pero sin ninguna emoción única, clara e identificable". Los protagonistas de estas historias hacen eco de estudios que vinculan el narcisismo encubierto con el aburrimiento: cómo en los tiempos modernos, volverse aburrido se ha convertido en un efecto secundario de las prácticas narcisistas del cuidado propio.
A pesar de la crítica, la serie de televisión Euphoria —lanzada el verano pasado— se sintió casi como el primer drama adolescente moderno en alejarse de la mentalidad esterilizada del cuidado propio creada por los millennials. Mostró a la protagonista llevando a cabo lo que algunos podrían etiquetar como cuidado propio —ver un maratón de Love Island sin para para sobrellevar una ruptura amorosa—, en toda su miseria mundana. No trata de aparentar que los problemas de sus personajes pueden solucionarse si solo se preocupan más, y creo que es exactamente por eso que el público a su vez se ha interesado tanto en ellos.
Muchos han dicho que la Generación Z, tal y como se presenta en la serie de HBO, experimenta más depresión, agotamiento y ansiedad que cualquier otra generación hasta ahora. Esto ocurre a pesar de los estudios que demuestran que también participamos en comportamientos menos riesgosos —como el uso de drogas— que las generaciones anteriores. Sin embargo, es la razón por la cual se siente errónea la sugerencia del cuidado propio como el antídoto contra el agotamiento (que ahora es una condición real y diagnosticable) y la depresión. Después de todo, ¿no es el cuidado propio solo un curita para tapar heridas más serias?
El cuidado propio no es superficial ni romántico. No se relaciona con los conceptos del Eros o la pasión o la consumación, ni tampoco apela a nuestro impulso innato de muerte. Solo es estático. Pone nuestras vidas en silencio y nos engaña haciéndonos creer que el agotamiento es una dicha, que la mundanidad puede ser tan vigorizante como un dulce azucarado.
Es importante tener cuidado con el corazón. No hay formas incorrectas de tratar de ser comprensivo en una sociedad que es bastante apática. Pero es desalentador observar la forma en que este movimiento supuestamente positivo se ha convertido en una anestesia comercializada en masa para nuestra generación: estamos tan protegidos del riesgo que ahora nos estamos volviendo indiferentes y aburridos. Nos estamos cerrando a todas y cada una de las experiencias difíciles bajo la pretensión del cuidado propio.
El mundo está en llamas: ¿realmente quieres estar acostado en la cama con una mascarilla facial mientras ocurre?
Dane Maximov https://ift.tt/eA8V8J
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