Artículo publicado originalmente por VICE España.
"Así es mejor porque no habla". Eso le respondió Manuel Delgado Villegas al inspector de Policía Salvador Ortega cuando le preguntó cómo había podido ir hasta allí para acostarse con una muerta. Con "allí" se refería al descampado del Puerto de Santa María donde fue encontrado el cadáver de Antonia Rodríguez, Toñi para los amigos, la que había sido la novia de Manuel hasta que, una tarde, decidió asfixiarla con sus propios leotardos.
"Retrasada mental, ¡quién me manda meterme con una idiota como tú!", solía decirle a la muchacha, de 38 años, diez más que él, según recogen las crónicas. Hablan de que tenía el desarrollo intelectual de una niña y de cómo celebraba que El Arropiero —así apodaban a Manuel por el dulce que vendía su padre, arrope, mosto cocido con frutas— la hubiera elegido como novia.
La tarde del 18 de enero de 1971 la pasó a recoger en moto a su casa del Puerto. La llevó hasta un lugar apartado del pueblo y, tras unos matorrales, tuvieron sexo hasta que Toñi le pidió cambiar de postura y él decidió matarla. Porque "aquello lo había hecho ya con otros hombres", según declaró. Y porque, como analizarían después los psiquiatras y forenses que se ocuparon de su caso, Manuel Delgado Villegas, El Arropiero, el peor asesino de la historia de España con 48 homicidios declarados a sus espaldas, analfabeto, disléxico, tartamudo y portador del gen XYY, una anomalía que en los años 70 empezó a asociarse a la criminalidad, era incapaz de sentir empatía.
"Pues claro que volví a hacer el amor con ella, tres días seguidos. Y me tocaba otra vez hoy, si no es por ustedes. ¿No era mi novia? Viva o muerta, era mía. Estaba tan guapa", le dijo al inspector Ortega en el interrogatorio tras el descubrimiento del cadáver de Toñi. Su coartada inicial había sido que a la hora del asesinato estaba en el cine. Presentó una entrada cortada como prueba pero cuando el inspector, gran amante del cine, le preguntó sobre la película, descubrió que no tenía ni idea. No la había visto. El Arropiero acabó confesando ser el autor del asesinato de Toñi y de casi 50 personas más. "Son tantos los crímenes que confiesa que ya cuesta trabajo creerlo", reza un titular del diario de sucesos El Caso de la época. La pieza va a acompañada de una foto de Manuel con su característico bigote estilo Cantinflas.
Una infancia de abandono y miseria
Reconstruir la historia de Manuel Delgado Villegas no es tarea sencilla; sus titubeos y delirios son constantes, pero no han sido pocos los que lo han intentado. En 1993, TVE le dedicó un Dossier 21 con una extensa entrevista en la que habla de su vida en la cárcel psiquiátrica. En 2009 se estrenó en cines Arropiero. El vagabundo de la muerte, un documental de Carles Balagué que reconstruye su historia a través del reguero de sangre que dejó a su paso, desde su infancia hasta su muerte en el sanatorio.
"No existen datos fiables sobre su alumbramiento", declaraba Juan Ignacio Blanco, exdirector de El Caso al diario ABC y probablemente una de las personas que más han hablado del caso en nuestro país. "Personalmente dispongo de documentos en los que se afirma que nació el 25 de enero de 1943, y otros (incluidos su DNI) que afirman que fue el 3 de diciembre, casi 11 meses después", continuaba. Fuera como fuera, la existencia de El Arropiero estuvo, desde su nacimiento, marcada por la muerte: su madre Josefa falleció al alumbrarlo, a los 24 años, en el Puerto de Santa María.
Manuel pasó sus primeros años en un arrabal sevillano junto a su padre, José, de quien heredó el mote y que se dedicaba a la venta ambulante de arrope. Elaboraba el dulce y lo vendía en verano y se dedicaba a la chatarra en invierno mientras criaba a su hijo entre golpes y gritos. Fue a la escuela pero no logró aprender a leer ni a escribir y suplía sus carencias intelectuales con una "fuerza sobrehumana" que, según relató Juan Ignacio Blanco, años después le serviría para matar sin necesidad de arma alguna a muchas de sus víctimas. Años más tarde su padre lo mandó a vivir con su abuela a Mataró. No tenía dinero para seguir manteniéndolo. Allí vivió hasta que en 1961, a los 18 años, decidió alistarse en La Legión.
Allí aprendería el que unas crónicas llaman el "golpe del Legionario" y otros, como Blanco, el tragantón, "un golpe dado con el canto de la mano en el cuello que oprimía la glotis y producía la muerte por asfixia" según cuenta. Ese golpe se convirtió, si no en su seña de identidad, sí en uno de los detalles que hicieron de él uno de los personajes más turbios de la crónica negra nacional, que pronto abandonó la carrera militar para dedicarse al crimen. Según unas versiones Manuel empezó a consumir cannabis y a sufrir ataques epilépticos que harían que fuera declarado no apto para el servicio. Según otras, fue él mismo quien decidió abandonar el cuartel para darse a la calle.
Mendigo, prostituto y criminal
Al abandonar el ejército, El Arropiero empezó a vivir en la calle. A mendigar y a pedir limosna en Barcelona y en algunos puntos de Francia e Italia hasta los que se desplazó. Gracias a uno de sus múltiples achaques, el anaspermatismo, la ausencia de eyaculación que padecía, le fue fácil empezar también a trabajar como prostituto, lo que lo llevó a ser detenido varias veces por la Ley de Vagos y Maleantes. Siempre se libró de la cárcel, aunque no de ser internado en varios centros psiquiátricos ya que, tras sus detenciones, incluida la que se produjo años después tras el asesinato de su novia, escenificaba una serie de convulsiones.
Blanco añadió, en declaraciones a ABC, que además de todo esto actuaba como proxeneta con alguna prostituta "que estaba encantada con los servicios que luego le realizaba" y que, además, "estaba muy bien dotado". Además, se ganaba la vida vendiendo su sangre en clínicas privadas. "En El Caso averiguamos en exclusiva que vendió su sangre en más de 1.000 ocasiones. Casi todas las semanas durante tres años colocó 400 centímetros cúbicos. Eso le permitió sobrevivir", declaró el narrador de sucesos más célebre de nuestro país, cofundador de Criminalia.
Según las autoridades, el primer asesinato que cometió fue en Garraf, en Barcelona. Nunca explicó muy bien qué ocurrió aquel día de enero de 1964 cuando, caminando sin rumbo, se encontró con un hombre que dormía en la arena, con una chaqueta cubriendo su cara, y le tiró una piedra a la cabeza. Era Adolfo Folch, un cocinero que había acudido a la zona en busca de arena para limpiar la grasa de las cacerolas que había utilizado y se había parado a reposar un rato. Su muerte fue instantánea y El Arropiero le robó unas monedas y su DNI. Pero que había sido él el asesino de Adolfo y de otras 46 personas no se supo hasta que cometió su mayor error: asesinar a Toñi, su novia, aquella tarde de viento en el campo gaditano.
48 asesinatos confesados
Al Arropiero se le asoció a 22 crímenes y confesó 48, pero solo se consiguieron demostrar siete. Nadie ha podido contabilizar exactamente sus víctimas y ese es, quizá, el alimento principal del que se nutre su leyenda. Pero también hay otros: sus filias sexuales, que le llevaron a practicar la necrofilia según él mismo confesó en varias ocasiones, la brutalidad con la que asesinaba a sus víctimas, su impulsividad —a Venancio Hernández, un vecino de Chinchón, lo mató y arrojó su cadáver al Tajuña por responderle que "se fuera al infierno, que trabajase para poder comer" cuando le pidió una limosna— y que nunca se le llegara a condenar.
Tras 26 años entre cárceles psiquiátricas y sanatorios, Manuel falleció el 2 de febrero de 1998 en el Hospital de Can Ruti de Badalona, a los 55 años y a causa de una afección pulmonar. Tras su detención, varios informes clínicos lo calificaron como mentalmente desequilibrado y en junio de 1978 la Audiencia Nacional archivó provisionalmente su causa. Fue internado en el Psiquiátrico Penitenciario de Carabanchel, pero la Reforma del Código Penal lo liberó. Fue liberado y trasladado al psiquiátrico de Santa Coloma de Gramanet, en Barcelona, cerca de su familia.
Durante su estancia en los psiquiátricos fue visitado por un puñado de especialistas interesados en su caso, en su psique y en su condición de portador del cromosoma XYY. Fue catalogado médicamente como "un deficiente mental que rayaba en la oligofrenia" y las entrevistas que concedió durante sus años de internamiento dejan patentes unas barreras comunicativas y sociales que no le impidieron acordarse y relatar con detalle todos y cada uno de los asesinatos que, supuestamente, había cometido. Inicialmente, las autoridades creyeron que se trataba de megalomanía. Que, como tituló El Caso en su momento, eran tantos los crímenes que confesaba que costaba creerlos todos. Pero poco a poco y dado el detalle con el que era capaz de reconstruirlos, le fueron creyendo.
"Todo el tiempo que estuve hablando con él, con los barrotes de por medio, estuvo masturbándose con el pene por fuera de los pantalones. Lo hacía como si fuera lo más normal del mundo", contó Juan Ignacio Blanco sobre su encuentro con El Arropiero en el psiquiátrico penitenciario de Carabanchel. Y, como si fuera lo más normal del mundo, sin mostrar arrepentimiento alguno, hablaba también del casi medio centenar de personas que asesinó a lo largo de los años 60 y 70 y que hicieron de él el mayor asesino en serie de la historia de España.
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Este artículo apareció originalmente en VICE ES.
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