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miércoles, 22 de enero de 2020

El cuerpo migrante como símbolo de explotación y resistencia

Este contenido fue publicado originalmente por Mutante.

El reto de huir de la crisis económica de Venezuela viene acompañado del reto de sobrevivir. Como se hizo evidente esta semana con #HuirMigrarParir, una investigación transnacional sobre la vulneración de los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres migrantes venezolanas, los altos costos y el desabastecimiento de anticonceptivos en Venezuela arremetieron directamente contra la autonomía de las mujeres al obstaculizar el acceso a métodos de planificación familiar. Madres de todas las edades parten para proteger a sus hijos del hambre. El camino es complejo porque está marcado de informalidad, hostigamiento, detenciones y persecuciones por parte de actores legales e ilegales.

En Colombia, dada la imposibilidad de regularizar su estatus migratorio y de obtener un trabajo asalariado, muchas de ellas acuden a la prostitución, la mayoría de las veces sin haberla ejercido antes. Según un informe del Observatorio de Equidad de Género, el 74% de las venezolanas que se dedican a la prostitución lo hacen por primera vez. La respuesta a por qué son prostitutas es casi unánime: sus familias no cuentan con el mínimo vital. Un estudio de la Secretaría de la Mujer de Bogotá señala que el 84,5 % de las venezolanas que ejercen la prostitución son el sostén de sus hogares.

Forzadas a un sistema de dependencia económica que las invisibiliza como trabajadoras, suelen ser víctimas de violencia policial y agresiones avaladas por el Estado. En 2016, la ONG Parces alertó que el 62% de las prostitutas habían sido maltratadas físicamente por la fuerza pública. Tanto así que el Código de Policía ha sido demandado múltiples veces por considerar que viola los derechos fundamentales de las trabajadoras sexuales, al imponer multas y sanciones desproporcionadas para ellas.

El negocio, ya inequitativo y desprovisto de garantías para las locales, se mueve de manera prejuiciosa y abusiva con más saña sobre las refugiadas. Inmersas en este contexto violento, el 71% no denuncia los maltratos por miedo a que su vida pueda quedar en riesgo, según la Secretaría de la Mujer.

Junto a la fotógrafa Paula Thomas he tenido la posibilidad de conocer este sistema, cargado de inmensa misoginia. En cada viaje periodístico a la frontera hemos derrumbado nuestros prejuicios, cerrado brechas y conectado con personas de las que nunca más volvimos a saber, pero cuyas valientes historias nos calaron dentro.

La complicidad con las madres trabajadoras sexuales siempre es inmediata: Paula es mamá de Valentín y yo soy migrante venezolana. Así como para nosotras es fundamental acompañarnos, entre las putas también se forman esas redes de apoyo donde la hermandad, la protección y el cuidado les salvan la vida. En contextos paramilitares, machistas y xenófobos, hablar de cuidado es una hazaña de alto riesgo.

La siguiente serie es un ejercicio de reconciliación con el cuerpo. Fue producida en Cúcuta en septiembre de 2019, durante uno de los viajes del equipo de #HuirMigrarParir. En muchas de las fotos aparecen plantas. Paula las incorporó porque, al igual que el ser humano, estas necesitan cuidado para mantenerse vivas. Una flor puede pasar épocas oscuras y marchitarse, pero con cariño vuelve y crece. Así mismo, las putas deben reparirse, mantenerse vivas y abrazarse.

Los testimonios que acompañan estas fotos muestran cómo son vulnerados los derechos de las trabajadoras sexuales venezolanas.

María, 26 años

Valencia, Venezuela

Cuerpo migrante Paula Thomas

“El año pasado me violaron y se rompió el preservativo. Fui al hospital, mostré mi documento y el médico me dijo que no atendía venezolanas. Mi preocupación era que me contagiara de una enfermedad y que pasaran 72 horas. Tuve que acudir a unas trabajadoras sociales que me ayudaron a exigir el derecho a la salud. Antes de darme antirretrovirales, los médicos me dijeron que eso me pasaba por puta. Yo respondí que, al igual que ellos, también era profesional. En contra de mi voluntad, me mandaron a la policía, quienes concluyeron que esto no era una violación porque me habían pagado. ‘A mí no me pagan para maltratarme’, les dije. ‘Me pagan por una penetración segura’”.

Cuerpo migrante - Paula Thomas

“La primera noche fue horrible porque nunca había estado con alguien que no fuera mi pareja. En una relación uno se besa, aquí yo no sabía qué hacer con esa persona. Apagaba la luz para que no me viera y él la prendía. Me senté a llorar. Por suerte, él entendió la situación y se puso a hablar conmigo. Fueron los 30 minutos más horribles que he vivido en mi vida”.

Cuerpo migrante Paula Thomas

“Trabajaba en un hospital, pero el sueldo no me alcanzaba. Tengo dos carreras, soy profesora de salud ocupacional y licenciada en enfermería. Llegué a Colombia engañada. Una amiga me dijo que aquí tenía un paciente que necesitaba alguien que lo cuidara. No había ningún paciente. En ese momento mi mamá me llamó y me dijo que mis hijos sólo habían comido ahuyama. No tenían absolutamente nada. Por eso tomé la decisión de trabajar en esto”.

Cuerpo migrante Paula Thomas

“Hace como cuatro meses me traje a mis hijos porque me extrañaban mucho. Una vez me preguntaron que si yo no los quería. Yo no le he dicho a mi mamá que trabajo en esto, pero sé que ella sabe. Me avergüenza porque me crió sola junto a mis seis hermanos”.

Carolina, 26 años

Valencia, Venezuela

“Pasé por un río que me mojaba las rodillas. Sólo tenía la cédula, no tenía pasaporte. Así que tocó por la trocha. Me daba miedo porque no conocía nada. Dormí en la calle con una cobija y a veces no comía. Mi plan era buscar trabajo para sacar adelante a mis cuatro hijos. Al principio yo no quería porque era la primera vez que lo hacía. Lo pensé dos veces, pero soy mamá soltera”.

Cuerpo migrante - Paula Thomas

“En enero del 2019 fui violada, intenté denunciar, pero me dio miedo que me buscaran y me mataran los que me agredieron. Me quedé quieta. No lo sabe mi familia, ni mis hijos”.

Cuerpo migrante - Paula Thomas

“Cuando me enteré que estaba embarazada decidí no tenerlo, hubiesen sido cinco niños. Era un hijo no deseado, no sabía quién era el papá. Es algo muy difícil porque el bebé no tiene la culpa de los errores de los padres. Pero ya no eran cuatro, sino cinco. Y yo no podía darle a todos lo poco que conseguía”.

Cuerpo migrante - Paula Thomas

María, 21 años

Maracay, Venezuela

Cuerpo migrante - Paula Thomas

Cuerpo migrante - Paula Thomas

Para conocer más de este proyecto, puedes visitar los canales de @MutanteOrg en todas las redes sociales y seguir la etiqueta #HuirMigrarParir.

Adriana Abramovits https://ift.tt/36fK42D

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