Faltan muy pocos días para la elección y la mayoría de las casas encuestadoras, independientes o privadas, parecen mostrar un consenso sobre cómo será el resultado de las elecciones presidenciales de México: Andrés Manuel López Obrador, candidato de la coalición "Juntos haremos historia", será presidente. Los últimos datos arrojados por sitios de consenso de encuestas como Oraculus o Bloomberg, posicionan a López Obrador cómodo con más de veinte puntos de diferencia con el siguiente contendiente, dependiendo de ciertos resultados, Ricardo Anaya o José Antonio Meade. El electorado, no obstante, se presenta como volátil bajo el escenario de que la encuesta no sea favorable, posiblemente pertenezca a un medio “bajo nómina”, su metodología no parezca apropiada o, simplemente, se deseche por falta de interés.
A partir de que en Reino Unido, con la salida de la Unión Europea o “Brexit”, y en Estados Unidos con la victoria del actual presidente, Donald Trump, la desconfianza en los sistemas de estadística no está injustificada. Medios de renombre como New York Times, Reuters, CBS, CNN, todos predecían a partir de sus encuestas que la victoria de Hillary Clinton era un hecho. Por su parte, en Reino Unido, las encuestas eran más cerradas, pero aún así existía confianza de que el voto general se diera por quedarse en la Unión Europea. Los resultados no mienten; las encuestas, de repente, sí se equivocan.
Entonces, ¿podemos confiar en ellas? ¿se puede esperar una certeza nacida a partir de los sondeos hechos y el consenso de estos mismos? El Dr. Salvador Hernández, quien trabajó para el agregador de encuestas de Bloomberg, me cuenta sobre cómo funcionan este tipo de sistemas y partir de qué criterios pueden ser tomados en cuenta como una fiel interpretación de todas las encuestas que se han hecho alrededor de las elecciones. “Estos agregadores lo que hacen, Oraculus, Bloomberg y El País, me parece, es sumar los resultados de variadas encuestas según van entrando dependiendo de quién la ha realizado. Ahora, esto no se debe comprender como un simple promedio, sino que se introduce información de cómo se llevó a cabo la encuesta: si es por teléfono, quién la hizo, a cuánta gente se tomó en cuenta y demás factores”, me comenta. “Por ejemplo, en Bloomberg, también tomamos en cuenta si fueron telefónicas o de vivienda, donde las segundas normalmente son más precisas. Son tres factores: la encuestadora, el método y el tamaño de la encuesta”.
El modelo de agregador revisa los datos y busca encontrar una tendencia dentro de todos los datos que van recibiendo, esto con el fin de comprender cómo es el movimiento al poner todos los resultados e interpretarlos para producir una predicción final. “El sistema tiene que saber todos los modos y de quién viene. Oraculus pondera de manera diferente pero, al final, es más o menos un producto similar. Lo que estos subsistemas intentan hacer es una estimación de dónde está el ‘dato real’”, Salvador hace énfasis en las comillas ya que tal dato, como bien señala, no existe. “A diferencia de lo que arroja una única encuesta”.
Cuando le pregunto sobre qué podemos hacer como ciudadanos con el escepticismo que conlleva ver información que podría señalar una situación específica, por ejemplo, un titular que diga “El Bronco ya va en segundo lugar”, y al revisar se vea que se refiere al sector empresarial mayor de 40 años de San Pedro Garza García, Salvador comenta: “Es bueno el escepticismo. Es necesario. Tanto políticos como reporteros pueden tener una idea de algo que quieren presentar. Hay que saber identificar de dónde viene y quién lo dice. Lo que sucede con las encuestas es similar. Los encuestadores serios viven y dependen de su reputación, de su ‘fórmula’ de encuestar, por así decirlo. Una vez que sale un encuestador maquila números para alguien, su línea de trabajo no vuelve a ser la misma, todos intentan hacer un buen trabajo, independientemente de quién sea su empleador, si ellos no son fidedignos a los resultados finales, hay problemas”, recalcando que siempre es necesario ver precisamente qué medio o de dónde están saliendo los resultados.
“En Estados Unidos también existe esta institución llamada el colegio electoral, hay toda una serie de capas que diferencia los votos de la gente y quién termina ganando. El error de predicción de todas las encuestas es que en unos estados clave donde todo el mundo descontó a favor de Clinton, porque habían votado por Obama consistentemente, nadie se tomó la molestia de medirlos con precisión y de que se estaban yendo para Trump muy rápidamente y por grandes números. No hubo muchas encuestas ahí y esos votos terminaron escapando a la mayoría. Fue grave porque los dieron por descontado. También hubo muchos errores de predicción de quién iba a votar o no. Ese modelo es lejano de ser infalible, es muy difícil de medir, aquí en México al menos no hay mucho peso porque siempre es demasiado volátil. Existió un modelo que yo revisé después de las elecciones que efectivamente señalaba la victoria de Trump cercana a como se dió, pero también existe una cuestión de que cuando salen resultados demasiado diferentes a los demás deja de ser conveniente su publicación. Un último problema fue también que, en efecto predijeron que Clinton iba a ganar el voto popular, pero en cuanto a los puntos del colegio electoral el tema era diferente. Seguido el sistema, en estos estados que dieron por hecho sin hacer mediciones certeras, ‘puerta a puerta’, los investigadores no se dedicaron a investigar por completo cómo estaba cambiando el voto en zonas estratégicas, cosa que finalmente terminó por afectar fundamentalmente el resultado de la elección”.
“Para que nos sucediera lo que les pasó a ellos tendría que suceder un apocalipsis nacional que descalificara completamente a AMLO, el puntero actual”, continúa Salvador. “Los errores de medición de las encuestas son lo única que podrían propiciar un resultado diferente, pequeñas cosas como errores de encuestadores, sesgos demográficos y demás pero en realidad es de un margen de entre 2% y 3%. Esos son errores muestrales que siempre suceden, pero cuando ya se llevan más de 20 puntos de ventaja como en muchos casos se señala, se ve muy complicado. Aquí es muy diferente de Estados Unidos porque el voto es nacional y las encuestas se pueden llevar a cabo acorde a eso. Existe la probabilidad de que AMLO tenga considerablemente menos votos de lo que los encuestados han estado consistentemente diciendo y de que, por decir alguien, Anaya tenga muchos más, sí pero es muy pequeña”, afirma Salvador. No duda en también puntualizar que “la vida es una tómbola” y siempre puede suceder cualquier cosa, pero comparar nuestra situación con lo vivido en otros procesos electorales recientes no es completamente apropiado. Agrega que su intuición alrededor del proceso actual es que parece existir, en efecto, un sesgo a favor de López Obrador y que la gente podría hacer algo que no había dicho durante las encuestas por cualquier razón posible.
Platicando con el Dr. Fernando Galindo, profesor de la escuela de filosofía de la Universidad Panamericana, especializado en política y ética, me cuenta que la razón detrás del debacle de las encuestas estadounidenses se debe, principalmente, a tres razones: primero, la concentración en una “campaña de aire”, es decir, enfocada en los medios digitales prescindiendo de lo cualitativo y enfocándose en lo cuantitativo, cuando deben de ser ambas. A través de su sistema de redes se generaron esferas muy compactas donde el flujo de información generó la afamada “cámara de eco”, donde rara vez se escuchan posturas, posiciones y sondeos fuera de la posición del individuo; segundo, la gente por temor a ser encasillada o mal vista seguido respondió de manera diferente a como tenía planeado votar; tercero, un exceso de confianza en estadística sin periodismo de campo que pudiera asegurarla. “Yo creo que el caso aquí (en México es diferente)”, apunta Fernando. “No existe el ‘sobre-estadismo’ que afectó tanto en Estados Unidos, pero también creo que las encuestas son poco confiables”, contrastando con Salvador. “En México simplemente no se tiene el alcance ni la sistematización necesaria para cubrir lo gigantesco que es el país. Los sistemas de encuestas me parecen falibles y llenos de errores, además de que en muchos casos los medios más grandes del país parecen estar completamente comprados. Unos hablando de casos como el Partido Verde para que no pierdan el registro u omitir claramente cualquier información sobre un candidato, se vuelve evidente que existe una nómina de por medio. Honestamente, yo no confío en las encuestas”. Lo que él recomienda, en cambio, es participar activamente en la política a través de lo que se puede reconocer a voces o a través de editorialistas, sin importar su postura, que pueden conocer el panorama de manera más amplia, “la realidad es que nadie sabe que va a pasar”, me dice.
“Hay otras cuestiones que además se presentan poco o extrañamente en EU y aquí son el tema clásico de la vida electoral. Hablo de cosas como la compra de votos, que es inconmensurable el alcance de su impacto real y final sobre el voto de la gente, la antipatía o secciones de personas que simplemente no van a votar cuando habían dicho en las encuestas que sí o respuestas sin veracidad o relevancia”, comenta por el lado del electorado sin alejarse mucho de Salvador en tanto que se tienen también presentes estos temas, aunque con menor peso. “En cuanto a los encuestadores, mi escepticismo comienza desde el marco conceptual a partir del que se fijan las preguntas y se convierten en el estándar, las pequeñas palabras y gestos que terminan por determinar los resultados finales de las encuestas, incluyendo la capacidad de capacitación para cada uno de los encuestadores en el campo — si es que hay suficientes — y el uso de herramientas nuevas en contraste con el periodismo tradicional que hace falta, ir por muestras que puedan ser una muestra real del sentimiento del país”.
Dando su veredicto final, Fernando me dice que ve muy complicado decir que la elección ya está decidida, ni de que gane López Obrador o de que lo haga por un gran margen. A su vez, ambos coincidieron que la estrategia del llamado al “voto útil” no sólo es inverosímil sino prácticamente ridícula. Salvador me comenta que lo más probable que pase es que ese tipo de votos se terminen cancelando entre sí pues no hay un discernimiento real entre quién va mejor o peor de manera definitiva. Además, señaló, no es una fuerza política tremendamente fuerte que llegue a rebasar tan sólo unos cuantos miles de votantes, sin llegar a los millones. Fernando, por su lado, lo tilda como una “traición a la patria” y un signo de hipocresía hacia el legado que han formado los gobiernos de los últimos 18 años. “Creo que al final será más poderoso el voto de castigo que el voto útil”, declara al terminar.
Sergio Pérez Gavilán https://ift.tt/eA8V8J
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