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sábado, 30 de junio de 2018

Por qué tomamos decisiones de las que nos vamos a arrepentir

Artículo publicado originalmente por VICE Australia.

Todos tomamos malas decisiones: gastarnos los ahorros, procrastinar, salir con la gente “equivocada”. Y fumar. Generalmente, la satisfacción inmediata de prender un cigarro en seguida se ve reemplazada por un sentimiento de repugnancia y arrepentimiento. Todos sabemos que fumar es malo y nos hace sentir mal. Entonces, ¿por qué lo hacemos? En primer lugar, debemos entender cómo funciona el cerebro cuando se le presenta una elección. El cerebro recoge información (A), la procesa (B) y produce una respuesta (C). A+B=C. Fácil, ¿no? Sin embargo, debido a la tremenda complejidad del cerebro humano, hay un montón de cosas que pueden salir mal en lo que parece una ecuación simple.

Algunas malas decisiones son producto de la falta de información o de la desinformación. Nuestro cerebro no solo se sirve de hechos objetivos para tomar decisiones, sino también de información personal y basada en la experiencia: qué hemos aprendido de decisiones, circunstancias y relaciones anteriores, así como de otras personas. Básicamente, todo lo que hemos vivido influye en las decisiones que tomamos. Por lo tanto, no importa lo fiable que sea la información de que dispones o la cantidad de la misma: en la práctica puedes ser un desastre al usarla.



Luego, el cerebro debe procesar y clasificar toda esa información, tanto subjetiva como objetiva. según unas prioridades. Esto es lo que se conoce como capacidad cognitiva, y sobre ella también influyen infinidad de factores. Aunque algunos son bastante obvios, como el cansancio o el estado de embriaguez, hay otro factor más sutil: el sesgo cognitivo. Se trata básicamente de atajos que nuestro cerebro ha creado y que nos ayudan a resolver problemas y a interpretar rápidamente la información a partir de patrones que hemos vivido anteriormente y que se han ido reforzando con el tiempo. Sin embargo, todo lo que ganamos en eficacia lo pagamos con un criterio deficiente. La comunidad neurocientífica ha identificado cientos de sesgos cognitivos y todavía se siguen descubriendo más.

“Sé que fumar me hace daño a la salud”, señala Ian. “Ahora que estoy a punto de cumplir los 30, he conseguido reducir un poco el consumo y casi no fumo durante el día. Pero cuando llega el viernes, vamos al bar y un amigo prende un cigarro, no puedo evitar hacerlo también”. Al igual que Ian, hay mucha gente que, a pesar de contar con información objetiva sobre las consecuencias negativas del tabaquismo, continúa fumando.

La adicción desempeña un papel complejo, ya que altera el cerebro a nivel neurológico y merma nuestra capacidad de tomar decisiones complejas o racionales. Pero eso no es todo. Los sesgos cognitivos pueden reforzar la decisión de seguir fumando de muchas formas, a pesar de las evidencias de lo dañino que es. Estos pensamientos en apariencia sencillos se fundamentan en distorsiones de la información. Si, por ejemplo, vemos un anuncio contra el tabaquismo y pensamos, Yo nunca acabaré así, ahí está entrando en juego el sesgo del optimismo; cuando señalamos a gente mayor que fuma y parece saludable para justificar nuestro comportamiento, estamos aplicando un sesgo de confirmación; y si nos ponemos más contentos por encontrarnos un billete de 200 pesos en la calle que por ahorrar 200 pesos al no comprar tabaco, se está activando el efecto marco.

Si nuestro cerebro se ve influido por todos esos sesgos, ¿entonces es posible cambiar nuestra forma de pensar o las decisiones que tomamos? Sí, aunque puede ser muy complicado. Los sesgos son patrones que se pueden haber formado en tu subconsciente durante años. “El cambio de comportamiento es difícil porque, con el tiempo, la conducta acaba estando vinculada a gran número de señales y contextos personales y del entorno que actúan como refuerzo. El simple hecho de encontrarse en un entorno determinado puede bastar para recordar a alguien un comportamiento específico”, señala el profesor Andrew Lawrence, jefe de Neurociencia conductual en el Instituto Florey de Neurciencia y Salud Mental. En el caso de Ian, por ejemplo, su hábito de fumar se veía reforzado con las visitas al bar los viernes por la noche.

Reconocer y entender por qué tomamos determinadas decisiones nos puede ayudar a retomar el control y desconectar el piloto automático de nuestro cerebro. El profesor Lawrence señala que es importante reconocer los sesgos cognitivos en el momento en que se producen para que el cambio sea efectivo. A veces puede resultar perturbador, pero es preciso desafiar al cerebro, cuestionarlo, y preguntarse a uno mismo: ¿En realidad es cierto o se trata de algo que he terminado creyendo debido al hábito o porque me hace sentir mejor? Si eres capaz de cambiar tu forma de pensar, podrás cambiar tu forma de actuar.

Ingrid Kesa https://ift.tt/eA8V8J

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