Este artículo fue publicado por VICE México.
Cuando era adolescente me cagué en los pantalones. Fue en el segundo año de secundaria. Un día, durante las audiciones de coro, en un imprevisible momento de gases me salió una tremenda y aguada sorpresa. Todos notaron que un intenso olor empañaba el salón. Enseguida cambié de asiento con un compañero y me fui a la esquina del salón sigilosamente hasta que llegué a la salida y, sin avisar, corrí al baño con ese característico paso de pingüino de alguien que no desea escurrir por los calzones. Regresé al salón y todos molestaban a mi compañero con el que había cambiado de lugar por el olor. Y así fue por un par de días. Amigo anónimo: yo sé que no fuiste tú, y lo siento.
Los accidentes pasan, y no solamente cuando eres adolescente. A continuación comparto algunos testimonios de “popolegas” míos que han sufrido cuestiones similares, incluso en su vida como adultos:
Guadalupe, 27 años
Supongo que esto le ha pasado a más personas: en una ocasión estaba un poco enfermo del estómago, pero valientemente creí poder soportarlo en mi vida cotidiana. Fui a trabajar y a pesar de los gases y el espontáneo burbujeo estomacal que en ocasiones experimentaba, me sentía bien. El problema fue que uno de esos pedos sordos, en los que solemos confiar por su densidad aparente leve, salió con premio.
Fui al baño de la oficina y mi calzón estaba hecho un desastre. De pequeño hubiera huido a casa, pero de grande uno tiene responsabilidades. Envolví mi truza en un papel para secar las manos, me limpié, y después de guardarla en mi mochila continué mi jornada hasta la hora de salida.
Regina, 29 años
Fue una asquerosa pesadilla. Hace un par de años, en un festival de música electrónica, la fiesta ya estaba a todo: mucho MDMA, mucha coca, mucho alcohol y muy poca comida. En fin, después de haberme dado unos cuantos “dedos” de MDMA y los primeros “pericazos”, se desató la furia en mi estómago. Estaba con una amiga y le rogué que me acompañara al baño porque neta no iba a aguantar. Todo parecía salirse de control y los baños, de esperarse, estaban a reventar.
Tuvimos que correr hasta el baño más lejano de todo el festival, donde por suerte había menos gente. Pero fue en vano: con la corrida y la adrenalina de buscar el baño y, claro, la drogada, pues ni me di cuenta de que ya me había cagado en el bikini. Nadie se dio cuenta, tampoco creas que fue muchísimo. Mi amiga me prestó su pareo y con los recursos disponibles en el baño (que obviamente no era de los portátiles) lavé mi bikini y a seguir la fiesta.
Juan Amadeo, 23 años
Hace tiempo trabajaba en una cafetería. Lo último que se hacía era la limpieza, así que si no ibas al baño antes de que la hicieran pues te la pelabas y no podías ir. Mi rutina era darme un toque cuando salía para agarrar el metro e irme a mi casa. Precisamente en ese día no alcance de ir al baño y como que pensé que me ayudaría para aguantar. De hecho, en el trayecto del metro hacia mi casa ni lo pensé, pero en cuanto me salí de la estación las ganas regresaron durísimo.
Todavía para llegar de la estación a mi casa son como unos diez minutos caminando. La cosa fue que llegó el punto en el que ya no podía aguantar más por nada del mundo. Nunca había sentido algo así: tal cual, cada paso que daba sentía que mis intestinos reventaban. Si aflojaba un poquito se me iba a salir todo. Te juro que sentí que me iba a morir si no hacía caca. Afortunadamente, justo estaba pasando por una glorieta que tiene un parque, muy cerca de mi casa, y pues ni hablar. Me vi en la necesidad de meterme entre los arbustos, las plantitas, y cagué un poquito, lo menos para que pudiera seguir caminando, y sin limpiarme me regresé a mi casa corriendo. Ya llegando me limpié, terminé chido y ya.
Orlando, 26 años
Todavía no era un adulto, pero fue de las experiencias más intensas que he tenido en mi vida. Cuando tenía 13 años me fui de intercambio a Canadá y ahí vivía con una familia. Un día regresando en el camión de la escuela me dieron las ganas más duras que he tenido en mi vida. Hasta la fecha no sé cómo le hice para aguantarme, pero llegué a mi casa con el temor de cagarme en el camión y apestarlo sin intención de hacerlo. Salí corriendo del autobús y cuando llegué a la puerta de mi casa, me di cuenta que olvidé mis llaves.
Con sentido común, me fui a la casa de la vecina para rogarle que me dejara usar su baño. No dudó en dejarme pasar, cosa que probaría ser un error. Llegué a la taza del baño del segundo piso y explotó una sinfonía digna de los dioses. Como se trataba de una caca explosiva, me manché las nalgas bastante y para como estaba mi suerte ese día, no había papel. Intenté hablarle a alguien pero no hubo respuesta. Entonces agarré de las toallas de las manos y me limpié todo hasta el final. Sabía que si la echaba al escusado pues se iba a tapar y me iban a cachar, lo mismo si la tiraba al basurero. Así que por la rendija de aire del baño decidí aventar la toalla manchada. Poco sabía yo que la razón por la que no me habían respondido era porque estaban en lo que parecía una comida familiar en el jardín. Cuando me asomé a ver dónde había caído la toalla, fue cuando me di cuenta que se encontraba al lado de la mesa de comida, y todos habían visto de dónde había salido.
Sergio no la caga en Instagram.
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