El invierno en Islandia es frío y solitario, y más para un país que cuenta con tan sólo 320 mil habitantes. Una nación 400 veces menos poblada que México. Cuando sale el sol, quedan únicamente unas cuantas horas para volver a la oscuridad. La cultura, los oficios, la gastronomía y el estilo de vida, no son para cualquiera. Si para los islandeses es complicado vivir en un lugar con condiciones extremas, difícilmente una persona acostumbrada a desenvolverse en una atmósfera más templada podría mantener el equilibrio, principalmente emocional, ante tales exigencias.
Las condiciones limitan su manera de vivir. Tras la jornada laboral es momento de ir a beber. Testimonio de ello son los asombrosos esfuerzos que ha hecho el gobierno en los últimos 20 años por acabar con el alcoholismo y el tabaquismo entre los jóvenes. La soledad acentuada por la oscuridad del entorno ha obligado a esta sociedad a buscar salidas. De pocos años hasta hoy, el futbol es una de ellas gracias, entre muchas razones, a la histórica labor de un dentista islandés.
Decía Jorge Valdano, extraordinario ex futbolista, y escritor argentino: “El futbol es lo más importante, entre las cosas menos importantes”. Creo que al decir la segunda parte de esa frase aún no tenía idea de las cosas que pueden suceder gracias a la pelota, e incluso al deporte, pero ese es otro tema.
Tras mucho tiempo en la parte trasera de las conversaciones, Islandia se ha asomado más que nunca a la vista del mundo entero y no por su magnífica fiesta de luces, ni por su platillo de tiburón podrido, y mucho menos por ser el primer país en encarcelar a sus banqueros. Tenía que ser el futbol. Los islandeses han encontrado en el balompié una nueva forma de desahogo y vivacidad que tanta falta hace en un lugar no apto para cualquiera.
Heimir Hallgrímsson, actual técnico de Islandia, dejó de ver las muelas de sus pacientes para ejecutar una tarea tan complicada como querer hacer hielo en el infierno. Fue nombrado entrenador de su país, y se puso manos a la obra, con una actividad impensable para cualquier otro equipo: convivir con los aficionados.
Aunque aún se ubican muy por debajo de las grandes potencias mundiales, el combinado islandés ha crecido mucho en diversos aspectos del futbol: técnica individual, recorridos, y demás. Sin embargo, su mejor pieza es el “Tólfan”, que quiere decir, el duodécimo elemento. Ese es el nombre que tiene la barra que en cada encuentro apoya al equipo desde la grada, y con quienes el técnico-dentista se reúne antes de cada compromiso, no únicamente para convivir, sino para compartirles alineaciones, planteamiento del partido, y otras cuestiones internas de la plantilla.
“Ir al bar con los aficionados y luego reunirme con el equipo en el estadio ahora forma parte de mi rutina antes de un partido. Y me gusta”, declaró el técnico en una entrevista con FIFA.
El famoso “grito vikingo” es la carta de presentación de esta relación afición-jugadores y va mucho más allá de una porra o símbolo de apoyo. Sin entrar en discusiones sobre la procedencia u originalidad del ya muy conocido “¡uh!”, atletas, cuerpo técnico y seguidores, han creado una conexión envidiable al grado de llegar a ser (o parecer ser), la energía que transforma al equipo en una oncena temible, a través de esta manifestación que no va dirigida a nadie, más que a ellos mismos. Así, hicieron historia en la Eurocopa 2016, eliminando a Inglaterra en octavos de final.
Es entendible que países de mayor extensión o número de habitantes no tengan esta proximidad entre el equipo y los simpatizantes, algo que dadas las condiciones de esta isla, han aprovechado a la perfección para sumar fuerzas, y crear una organización, disminuida pero eficaz, basada en una fraternidad de por sí, ya cercana y única, pues difícilmente en estos tiempos puede existir una nación en la que el lateral derecho es el arquitecto de tu casa; el entrenador es tu dentista, y el portero, el veterinario de tu perro.
La hinchada islandesa le ha dado mucha seriedad a este plan. Se estima que tanto a la Eurocopa 2016, como al Mundial de Rusia, más de 30 mil aficionados islandeses han viajado para apoyar al equipo. Esto es, el 10% de su población total, únicamente creíble para una nación que vuelve suyos los triunfos de sus compatriotas, y que ha utilizado el balón para solidificar una hermandad, que dada su juventud, seguramente está lejos de llegar a su punto más álgido.
Gabriel Martínez https://ift.tt/eA8V8J
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