Artículo publicado por VICE Argentina
"Para mí las películas nacen de los vínculos que se establecen con las personas, es un proceso de transformación" dice Ezequiel Yanco al pensar en La vida en común, su segundo largometraje, que se estrenó en la Competencia Argentina del BAFICI. La película está filmada en Pueblo Nación Ranquel, en San Luis y la protagoniza Uriel, un niño de 11 años de la comunidad. El director estuvo yendo y viniendo durante varios años al pueblo y trabajó, sobre todo, con los chicos. De ese proceso nació un film que tiene forma de ficción y navega por las aguas de la niñez y la adolescencia, donde la cacería de un puma es central.
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Un joven adolescente, con el pelo como el de el Duki, sale a atrapar pájaros. En el pueblo suelen hacerlo así: para engañar a la víctima se usa el sonido de otro pájaro, el llamador. Ese sonido no sale del animal, sale de su smartphone. Una escena así puede sintetizar el espíritu de la película, una especie de sincretismo, de unión entre dos formas, la ancestral y la contemporánea. La mirada de la cámara es cercana, es familiar, hay una complicidad con los chicos. Yanco es historiador, se nota en su forma de investigar con el material documental, aunque también, a través del trabajo de campo, se le ven ciertas facetas de antropólogo. La vida en común se mueve en el camino de la mixtura y la intimidad, y bastante lejos de la condescendencia.
VICE: ¿Cómo nació este proyecto?
Ezequiel Yanco: Surgió hace varios años, primero fue una idea: soy historiador, tenía ganas de trabajar en la zona de lo que fue la Conquista del Desierto. Entonces aparecieron las ganas de poner en relación mi formación como historiador con el cine, así que me fui a La Pampa alrededor de 2014. Ahí me entero, en uno de los viajes, que hay una celebración de Año Nuevo ranquel en Leubucó, en la Pampa, y también en San Luis, en Pueblo Nación Ranquel. Voy a San Luis con una cámara, estaba empezando a filmar cosas de investigación. Y paso el Año Nuevo en la comunidad ranquel, me quedo a dormir varios días. Ese fue el principio de la organización de la película: descubrir ese lugar y descubrir a las personas que vivían ahí.
¿Por qué es una ficción y no un documental?
EY: Nació con una base más documental, me cuesta mucho escribir de la nada, o sea sentarme a escribir un guión. Es una película sin guión. Ese no es el proceso que hago. El proceso empieza a partir de ideas o puntos de interés, después investigo, hago trabajo de campo, y en el trabajo de campo siempre son fundamentales los espacios y los personajes, y estos me parecieron tan especiales que dije ‘'acá hay una película”. Entre ese momento y terminarla hubieron capas y diferentes ideas de procesos. La arquitectura en particular se transformó en protagonista también de la película. Después fueron apareciendo otros elementos: la idea de Uriel como personaje principal porque era una figura muy potente frente a la cámara. Luego, en alguno de los viajes, apareció la idea del puma que estructuró la historia y también fue apareciendo la voz en off que terminó de darle forma a todo, organizó el material disperso que ya tenía. La estructura de producción que se pensó para hacer la película estaba armada mediante viajes: yo viajaba, filmaba, volvía con ese material, editaba, a partir de esa edición, volvía a ir a filmar y así.
Casi como un documental...
EY: Claro, con la estructura de búsqueda más documental. El proceso de edición fue fundamental. La editora, Ana Godoy, fue la que dio la estructura narrativa de la película. Había mucho material y se fue depurando. Después, básicamente en cada etapa, fue ir encontrando un elemento más para acercarse a la estructura final de la película, y acomodar las partes, ahí también decidí trabajar con las biografías de los personajes.
Si bien decís que te encontrás con esto en los viajes, es llamativo que elijas otra vez trabajar con niños como en tu primera película: Los días (2012)
EY: Es raro cómo se dan las cosas. No era la idea original trabajar con los chicos de la comunidad, pero en el momento de poner en relación un espacio, unos personajes y la cámara, lo que siempre termino sintiendo es que con los niños tengo mayor facilidad para llevarlos a zonas de ficción, con naturalidad y organicidad, que con los adultos. Con los adultos, cuando les pido que actúen ciertas escenas si no son actores se vuelve un material más complicado, pierde fuerza. Con los niños, lo hago de una forma más sencilla, tengo una conexión que me permite llegar a una intimidad con ellos para generar esas escenas. Siento que los niños me devuelven un material cinematográfico mucho más interesante.
Siempre es lúdico el trabajo con los niños
EY: Siempre es lúdico. Tratan de impostar menos, están más cerca de una zona de ficción, de los juegos, más cerca de una protoficción. Los adultos no tanto. Limpiar esa capa de actuación, o no tenerla, con los niños es más sencillo. Es a través del juego. Uriel tenía una capacidad única. Las indicaciones que le iba dando eran muy precisas, y él respondía increíblemente bien. Fue como “acá hay alguien especial” y la película se termina de abrir con él. Descubrir la voz de él era también un enigma. Teníamos una voz en off que la grababa yo para hacer pruebas antes de grabarlo a él. No sabía lo que me iba a encontrar hasta grabarlo. Fue un trabajo de llevarlo a ciertos tonos, de cierta cadencia, pero que le salían muy naturalmente y muy orgánicamente, era sorprendente encontrarme con alguien que me daba una voz muy preciosa, muy misteriosa. De repente entraba en una situación de concentración muy especial, fue un descubrimiento muy bueno para la película.
En los adolescentes se ve una unión muy natural, del tema de la tecnología y vivir en una comunidad ranquel
EY: Siempre es trabajar con lo que ellos dan, con su mundo, y llevar ese mundo a esas zonas de ficción por las que pasaba la película. Es ese trabajo de equilibrio, entre estar atento a lo que ellos están proponiendo y dando, y hacia donde yo también quería que todo eso confluyese. Y por eso me pareció tan interesante esa comunidad porque tenía en sí estos dos elementos cruzados, la vida moderna, lo contemporáneo, y las tradiciones. Todo el tiempo estaba mezclándose esto. Bailaban el choique purrun que son las danzas tradicionales de los ranqueles y a la vez escuchan cumbia, estaban al día con toda la cumbia del momento.
En un pasaje de la película, se nombra a un cacique que tuvo un problema en la comunidad: robó mucho dinero y tuvo que escaparse. Los niños lo cuentan con la inocencia propia de la edad. Algo parecido ocurre cuando uno de los chicos narra la separación de sus padres por una infidelidad. Yanco elige matizar y no idealizar a los ranqueles a través de la mirada infantil.
¿Por qué casi no hay presencia de adultos en la historia?
EY: El mundo de los niños me organizaba a la comunidad y podía ver las tradiciones, los ritos, la vida cotidiana, todo desde los niños, es decir, entrar por esa mirada. Poner la cámara la altura de ellos, sumergirme a través de ellos, y también a través de ellos, eliminar, entre otras cosas, el exotismo del indígena. Esos niños viven la vida ahí en la comunidad, pero van en moto, escuchan cumbia. La presencia de los adultos aparece en la escuela, como institución, como ámbito, que tiene un doble aspecto. Por un lado se enseña la lengua ranquel, que está perdida, y por otro lado, es un elemento de ciudadanía, se festejan los actos, las simbologías nacionales. El adulto aparece relacionado con lo institucional.
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En las viviendas también se ve esa conexión entre lo ancestral y lo contemporáneo
EY: Fue lo que me interesó del lugar, ver las formas de vida actual de los ranqueles. Me encontré con ese lugar que me llamó la atención porque era una puesta en escena de lo indígena, o de cómo es la idea de lo indígena, las tolderías, la vida en el campo, de cómo vivían hace un tiempo. Está la tensión entre un escenario en arquitectura que respondía a un identidad más tradicional y, por otro lado, las formas de vida contemporánea. Me gustaba esa mezcla de elementos, lo moderno y lo arcaico. También es interesante la formación de una comunidad que ya no existía. Los ranqueles vivían en las ciudades vecinas, el Gobierno construyó 24 casas de cemento, en forma de campamento, ahí en medio de la nada, y los ranqueles se mudaron a habitarlas y empezaron a tener la vida comunitaria que no tenían.
¿Uriel vio la película?
EY: Todavía no, vienen al estreno. Estoy muy contento, tenía miedo de que no quisieran venir. Nunca vinieron a Buenos Aires. Cuando grabamos la voz en off, yo quería que viniera acá, fui a grabarlo ahí, puse tres colchones en una habitación, me metí ahí adentro con los micrófonos. Si hubiese estado acá no se hubiera generado ese grado de intimidad. Y ahora va a conocer Buenos Aires, vienen él, Ángel y Brian, los más chicos, es un viaje muy importante, va a ser bastante emotivo. Ellos van a estar juntos, se van a divertir, va a ser una aventura.
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