Artículo publicado originalmente por VICE Estados Unidos. Leer en inglés.
John Frizzle era un veterano de la Marina que sufrió un episodio psicótico y le disparó a su madre. Pese a que recuerda aquel momento y lo que sucedió después con lujo de detalles, asegura que no sabe por qué apretó el gatillo. Brittany Aden era una adolescente cuando le dio un tiro a su padre por los supuestos abusos a los que la sometía, aunque no recuerda el momento en que disparó ni haber oído el ruido. Alphonsus O’Connor era un agente de policía que disparó su arma para salvar a un compañero en acto de servicio.
En vista del alarmante número de tiroteos masivos y de otros episodios de violencia con armas de fuego, menos masivos pero igualmente sobrecogedores, no resulta sorprendente conocer los casos de decenas de miles de personas que le han disparado a alguien con una pistola. En su próximo libro, The Trigger: Narratives of the American Shooter, el escritor Daniel J. Patinkin explora los entresijos morales del acto de disparar un arma, analizando los vacíos existentes entre intención, accidente y las interacciones que pueden dar lugar a la tragedia. Hablamos con él sobre la política divergente de las personas que recurren a la violencia con armas de fuego, el papel que la cultura de las armas estadounidense desempeña en estos tiroteos y el significado de todo ello en la época post-Parkland en la que vivimos.
VICE: Puede parecer extraño que, en la era de los tiroteos masivos en la que vivimos, decidas escribir un libro que muestre la perspectiva de la persona que aprieta el gatillo. ¿Cómo lo justificas?
Daniel J. Patinkin: Siento gran interés por los problemas relacionados con el control de armas y la violencia armada en los Estados Unidos. Es un tema que me perturba bastante, en general. Me preocupa el elevado número de muertes y heridas por armas de fuego en este país, pero también me preocupa el debate que se genera en torno a ello. Yo soy de Chicago, una ciudad en la que hay mucha violencia con armas. Quería escribir algo provocativo pero que resultara atractivo a la vez. No es fácil encontrar a alguien en Estados Unidos que no se interese o posicione en el tema de la violencia con armas o el control de las mismas.
Defensores y detractores de las armas anuncian a voces su postura con todo convencimiento, aunque no siempre presentan argumentos sólidos, como una investigación exhaustiva o una justificación bien fundamentada. Se me ocurrió escribir un libro en el que no se tomaran posiciones, sino que se analizara en profundidad y con precisión las causas que provocan incidentes de violencia armada. Se suele hablar mucho de tiroteos masivos, pero realmente estos casos solo suponen el 1 por ciento de las muertes por arma de fuego en Estados Unidos. El otro 99 por ciento son casos de menor escala, como los que describo en mi libro.
Mi objetivo era mostrar las historias complejas y emotivas de personas que han jalado el gatillo alguna vez y obligar al lector a enfrentarse a las circunstancias sociales y culturales en torno a esos casos. ¿Qué lleva a una persona a sentir la necesidad de disparar un arma? ¿Cuáles son las circunstancias económicas, sociales, raciales y psicológicas en las que se enmarca el acto? Quiero que los lectores hagan su propia interpretación y analicen esas circunstancias. No quiero indicar al lector qué es lo que debe pensar o de qué lado ha de ponerse. Me gustaría que su reacción fuera reflexiva y que llegara a sus propias conclusiones.
Uno de los postulados de tu libro es que las circunstancias del entorno pueden llegar a eclipsar el concepto tradicional de moralidad y provocar la violencia armada. ¿Ha habido algún caso concreto que te hizo ver que eso es así?
Cuando pensamos en los autores de los tiroteos, por lo general tendemos a calificarlos de monstruos. Yo mismo empecé el proyecto con ese prejuicio. Esperaba que fueran sociópatas, o gente horrible, podrida por dentro y por fuera. Pero no lo son. De hecho, son personas normales que, por una serie de razones, tomaron la decisión de disparar un arma y pagaron las consecuencias.
La primera persona a la que entrevisté fue Lester Young, Jr., un traficante de crack de los 90 que le disparó a un cliente y estuvo en la cárcel mucho tiempo. Me enteré de su caso porque tecleé en Google la frase “asesino reconvertido en orador motivacional”. Lo encontré en Facebook. Yo estaba muy nervioso y pensé, Dios, voy a entrevistar a un asesino y quizá a partir de este encuentro hasta desarrollemos algún tipo de relación. Se me pasaban por la cabeza ideas locas como que a lo mejor intentaría matarme. A no ser que sufras un episodio psiquiátrico grave o algo parecido, dispararle a alguien es una decisión común, como las que tomas a diario en tu vida.
Hay personas que se vieron envueltas en una situación determinada y optaron por dispararle a alguien. En la mayoría de los casos, se trata de una decisión horrible, pero me di cuenta de que se trata de gente ordinaria que, debido a las circunstancias sociales o de su entorno, apretaron el gatillo. Y creo que en el momento en que lo hicieron no estaban conscientes de las implicaciones de sus actos. Obviamente, es algo muy traumático para la víctima, pero también lo es para quien dispara.
Es una obviedad que, respecto a la política sobre armas en Estados Unidos, la ley favorece más a los blancos que a los negros. ¿Cómo has abordado las discrepancias de raza y clase social en tu investigación, y en qué medida crees que esos aspectos han influido en la historia de tus personajes? ¿De qué forma recibían un trato distinto por parte de las autoridades?
Ninguno de ellos se quejó de cómo les trataron las autoridades. Al agente de policía no lo arrestaron, y los demás aceptaron más o menos que habían hecho algo malo y que merecían ser arrestados. La forma en que los trataron las autoridades no es un tema central en el libro, como sí lo es el trato que recibieron en prisión, lo cual resulta desconcertante.
Tenemos el caso de Brandon Clancy, un joven blanco que seguía el estilo de vida straight edge. Fue ingresado en la prisión de Chino, California y no solo tuvo que soportar las dinámicas raciales, sino también el abuso de poder de los funcionarios. También está Brittany Aden, que fue a una prisión de mujeres en Albuquerque. Todos tuvieron experiencias negativas en la cárcel.
Se tiende a pensar que los tiroteos masivos son un fenómeno relativamente moderno. Sin embargo, como bien señalas, en algunas ciudades los picos de casos se produjeron hace décadas.
Probablemente el número de heridas y muertes por violencia armada ha bajado. A estos tiroteos cada vez se les da más visibilidad y cunde el alarmismo, cuando realmente no son necesariamente peores que hace 10 o 20 años. Chicago sale siempre en las noticias por este tema, pero el pico más reciente de violencia armada en esta ciudad se produjo en 2016.
Si analizamos las estadísticas sobre violencia armada, en lo que respecta a muertes y tiroteos en Chicago, era mucho peor a mediados de los 90 y en cambio no había todo este revuelo público. Creo que en parte se debe a que antes estos episodios violentos se limitaban a zonas muy concretas de la ciudad, mientras que ahora ocurren por todas partes.
El tiroteo masivo que marcó de alguna forma el inicio de todo esto fue el de Columbine, hace 20 años, pero en Estados Unidos ha habido violencia armada y tiroteos desde hace décadas. Sin embargo, ahora son tan extremos e inhumanos que los medios acaban informando de ellos de forma muy sensacionalista y las verdaderas estadísticas no llegan a trascender.
¿Qué papel desempeña la cultura de armas estadounidense —uno de los temas favoritos de liberales y conservadores— en estos tiroteos?
El mayor problema, que es común a todas las historias del libro, es la disponibilidad de las armas. Y no estamos hablando de legalidad, sino de lo fácil que es acceder a un arma de fuego, especialmente cuando no debería poderse, es decir, en momentos en que las personas son más proclives a cometer un acto violento.
Lester Young estaba en Carolina del Sur, donde la gente cambiaba armas por drogas todo el tiempo. Brandon Clancy tomó la pistola de su abuelo. Brittany Aden la cogió de la pared de casa de su padre. La disponibilidad de las armas sin duda contribuye a la violencia. Y no tengo mucha fe en que el Gobierno federal sea capaz de cambiar esto, aunque sí se pueden hacer cosas.
Se puede educar a la gente en cómo guardar sus armas de forma segura, o intentar acabar con el mercado negro de las armas de fuego. Las autoridades locales pueden tomar medidas para reducir los robos de armas y actuar para que no sea tan sencillo comprarlas en las ferias de armas sin haber superado los requisitos necesarios. En cualquier caso, la solución a los problemas de las armas solamente está en manos de los estadounidenses. La gente piensa: “Ah, pues cojo una pistola y le disparo”.
Todas las personas que aparecen en el libro vieron en las pistolas una solución razonable a sus problemas. Brandon Clancy vivía en San Bernardino, en California. Le preocupaban las actividades de las mafias de la ciudad. Veía que la gente sacaba armas y su reacción fue coger la de su abuelo para resolver la situación. Su instinto fue hacerse con una pistola para protegerse, y creo que esa actitud es el pilar de la cultura de las armas de este país.
Marvin Gomez se enzarzó en una pelea de bar en Albuquerque. Más tarde, el hombre con quien se había pegado se le acercó y el primer instinto de Gomez fue echar mano de la escopeta. Pensó que no tenía muchas más opciones, aunque bien podría haberse puesto a correr y haber gritado para pedir ayuda o haberse encerrado en el coche. Sin embargo, sacó el arma casi instintivamente. Esa es la clave de la cultura de las armas en Estados Unidos.
Habiendo analizado tan profundamente la cultura de las armas, sus antecedentes y los factores asociados a ella, ¿cómo ves el activismo a favor del control de las armas tras la masacre de Parkland?
Pues lamentablemente, creo que la masacre de Parkland no nos ha enseñado casi nada que no supiéramos ya por anteriores tiroteos en institutos. El asesino no tuvo ningún problema en acceder a un arma de fuego pese a que tenía antecedentes de problemas mentales. Aunque, la verdad, si le hubieran puesto pegas para comprar el arma en una tienda reglamentaria, lo más probable es que la hubiera conseguido fácilmente de un amigo, un pariente, un anuncio clasificado o del mercado negro.
Sin embargo, lo que hace distinta la masacre de Parkland es la enorme movilización ciudadana, especialmente de adolescentes, que hubo como respuesta, exigiendo que el gobierno federal pusiera más control sobre la tenencia de armas. Pese a ello, en toda una generación, las autoridades federales no han tomado medidas significativas al respecto, y yo sigo teniendo mis dudas de que el Congreso apruebe alguna ley que contribuya a reducir la violencia por armas de fuego. Las soluciones más asequibles están en otra parte: regulaciones a nivel local y estatal, iniciativas policiales y comunitarias y un cambio cultural y económico gradual.
¿Hasta qué punto crees que el problema actual puede atribuirse al presidente Trump y a Jeff Sessions, su gestión del ATF (Departamento estadounidense de Alcohol, Tabaco, Armas de Fuego y Explosivos) y a su negativa a considerar que la violencia armada debe formar parte del debate sobre las tiroteos masivos?
No sé exactamente cómo el presidente Trump ha influido sobre los traficantes de armas de fuego, pero sí sé que derogó una regulación de Obama que incluía a más ciudadanos estadounidenses con trastornos mentales a la base de datos que se usa para la concesión de licencias. Trump atribuyó a las enfermedades mentales la escalada de violencia armada del país y, sin embargo, ha tomado medidas que precisamente facilitan la adquisición de armas de fuego por parte de personas con enfermedades mentales.
En un sentido más amplio, el presidente Trump, a través de su retórica y su apoyo a la ANR, impide que la población se plantee siquiera el factor más importante: los más de 300 millones de armas de fuego que hay en Estados Unidos. Según Trump y sus aliados en este debate la facilidad de acceso a las armas no es en absoluto la causante de la violencia, un argumento que han refutado numerosos estudios y que, por otro lado, resulta totalmente absurdo.
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