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martes, 5 de junio de 2018

'El Cacas', 'La Gárgamel', 'El Glande': Apodos que dejaron marca

En México, de los apodos nadie se salva. Vaya: ni los mismos aspirantes a la presidencia. Ahí tenemos a El Bronco, el Peje o incluso a uno que en pleno debate presidencial fue bautizado —en vivo y en cadena nacional— como Ricky Rickín Canallín (o Canayín, por aquello del juego palabras con su apellido). Para nadie es un secreto que la costumbre de poner apodos está muy arraigada en el habla mexicana. Juguetones y festivos como somos, basta que alguien tenga una particularidad física, una historia curiosa o incluso que su nombre “nos suene a algo”, para que de inmediato nos brote del ingenio un apodo que puede ir desde lo divertido hasta lo ofensivo o traumático.

Ni siquiera los estados, ciudades o colonias de la república se salvan: Establo de México, El Defectuoso, Nezayork, Iztaparrata, Cavernícola Oriental. Y es que por más que digamos “ahora sí voy a madurar”, siempre se nos saldrá una risita o una sonora carcajada ante apodos como La Sapodrilo, El Glande, o La rata de hoyo.

Aquí van algunas historias cortas 100 por ciento reales de personas que, o fueron bautizadas por un apodo del que les costó mucho deshacerse, o fueron los bullies que dejaron marcados a otros para siempre.

La Golosa, por Juanjo

Cuando estaba en la secundaria llegó la hora en que todos teníamos suelta la hormona y yo no era la excepción. Se corrió la voz de que yo iniciaba a mis amigos heteros en los caminos de la homosexualidad y como estaba de moda la canción “Golosa y Glotona”, durante toda la secundaria me llamaron La Golosa.

La Gargamel, por Paco

A mi hermana le decíamos —qué horrible me siento ahora— La Gargamel porque tenía una nariz muy grande. Se debía a que de chica la bulleaban y una vez mientras iba corriendo, le pusieron el pie y su cara rebotó en el suelo. El resultado: 17 fracturas. No pudo operarse hasta que tuvo la mayoría de edad y por cuestiones fisiológicas, pero sé que su nariz le causó muchísimos complejos que no se le han quitado aunque ya esté operada.

La Ballenata, La Morsa, Putía, por Alejandra

Yo era la mejor para poner apodos, y los que los sufrían eran mis profes y compañeros: El Tío Baches, El Compamierdito, La Pasa, La Ballenata, La Morsa, Putía, entre muchos, muchos otros. Tantas historias qué rememorar y me río como mongola.

El Cacas y El Coagus, por Pablo

Yo no los puse ni me tocaron, pero recuerdo cuando, en un viaje a Acapulco, alguien no pudo más y se cagó en los pantalones en plena carretera. Ese incidente bastó para que se le quedara de por vida el apodo de El Cacas. Tampoco es que fuera muy original, pero sí era divertido.

Otro le tocó a un amigo que estaba romanceando con su novia y PUM, un pequeño coágulo de su vagina se le quedó pegado en la pierna y se le ocurrió contarlo. Desde entonces se le quedó para siempre el apodo de El Coagus.

El Glande, por Walter

A mí mis amigos de la prepa me decían El Glande, porque mi nariz es chata y algo grande. Me decían que sólo me faltaba el hoyito.

La Hombre, por Pau

Nunca he sido delicada como una pinche flor, sino todo lo contrario, por eso mis cuates me decían La Hombre.

El Oaxaco, por Ernesto

En la prepa llegué siendo el ñoño de ñoños. Venía de una escuela católica de puros morros, así que ya te imaginarás: me agarraban de bajada. Como resulté ser el candidato perfecto para las bromas me pusieron El Oaxa, por “Oaxaco”, obviamente por mi tono de piel, que es morena. Me daba mucha pena y sí me hizo sentir mal un rato. Ya en la Universidad como usaba afro me decían El Lenny (por Mr. Kravitz) y aunque eso estaba más cool, el referente nunca dejó de ser mi color de piel.

Sam el Tucán y El Camarón, por Albie

Desde niña siempre me hicieron burla por el tamaño de mi nariz; mis compañeros de la primaria me decían Sam el Tucán (el de los Froot Loops). En la secundaria me lo pasé peor, porque con brackets, lentes y esa nariz, era la mega nerd. Cuando llegué a la prepa me decían El Camarón, ya sabes, por el chiste de que “si le quitas la cabeza, lo demás está bueno”. Ya tenía cuerpazo, me quitaron los lentes y brackets, pero mi nariz seguía siendo horrible. Me urgía cumplir la mayoría de edad para pedir de regalo una nariz nueva. Tan pronto cumplí 18 años, mi mamá me apoyó porque sabía cómo sufría mi autoestima por el rollo de mi nariz.

El Pomponio, por Froylán

A mí un tío me decía Pomponio, me bulleaba por el tamaño de mi trasero. Luego ya me empezaron a decir Hilaria (por mi apellido, porque me apellido De Hilario) y en el hospital donde trabajo, me dicen El Hillary.

La hueso de mango, por Liz

A una de mis primas, por narizona y tener la nariz chueca le decimos La hueso de mango.

“¡Es tiempo de Herramientas!”, por anónimo

Mis alumnos me decían una frase que no entendí hasta años después. Cuando entraba al salón, todos gritaban: “¿Saben de qué es tiempo? ¡Es tiempo de herramientas!”, y yo no sabía por qué. Luego, ya mucho tiempo después, me enteré que era una frase que decían en un programa que se llamaba Mejorando la casa y a mí me apodaban Al, por estar gordo y barbón como uno de los personajes de la serie.

El Corazón Hediondo, por Jorge Luis

Siempre he sido chaparro, desde chavito. Me ponían los clásicos apodos para los chaparros: que La Combi (porque nada más llega al metro), que El Lincon (el incompleto) o Enano de Blanca Nieves. Pero con el que se mancharon fue con uno que me pusieron en la prepa, me pusieron El Corazón Hediondo, y eso era porque decían que por mi tamaño, tenía el culo muy cerca del pecho. A la fecha prefiero no ir a reuniones y casi no tengo amigos de aquellos tiempos porque siempre sale a la plática ese pinche apodo ojete.

¿Tú tienes algún apodo que te haya marcado para siempre? ¿O fuiste el autor intelectual de alguno? Nunca es tarde para acudir al psicoanalista, o si fuiste el villano de la historia, para pedir perdón por tus fechorías. Se los dice alguien a quien siempre lo bullearon con una cascada de apodos por prieto, gordo, nerd y encima, más delicadito que el pétalo de una rosa.

@PaveloRockstar

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