Artículo publicado por VICE Argentina
Cuando charlé con Natalia ella estaba indispuesta. Me lo cuenta y yo me río con esa carcajadilla tan típica mía de cuando algo me ruboriza, como cuando me mencionan la palabra “calzones”, que vaya usted a saber por qué siempre me incomoda.
Con Natalia justamente hablaba sobre su menstruación y lo que la llevó a dejar de tomar pastillas anticonceptivas sin fines reproductivos.
En los años 60, la píldora significó el empoderamiento de las mujeres, una forma de tomar el control de su cuerpo gestante y la puerta de escape para salir de la cocina. Ahora, algunas se plantean abandonarla ante una realidad: Nos puede hacer sentir mal, disminuye la cachondez premenstrual y es una monserga tomar una pastilla todo el mes para anular las 48 horas en las que somos fértiles.
Natalia tiene 23 años. Comenzó a tomarlas desde los 14 debido a que, por un desorden alimenticio, perdió su periodo. Un año después inició una relación sexo afectiva heterosexual y ya no las dejó, pero nunca se dio el tiempo de cuestionarse si era la forma en la que quería prevenir un embarazo.
“Me daban dolores de cabeza, a veces tenía mucho dolor de panza antes de indisponerme y yo no sabía si eso era lo que naturalmente a mí me pasaba porque prácticamente nunca tuve una menstruación normal. Tampoco ninguna médica me dijo que podría ser un efecto de las pastillas”.
Otro de los síntomas que la alertó fue que prácticamente perdió el deseo sexual a pesar de que se sentía atraída por su pareja. La fuente donde encontró información fue Facebook. Vio un publicación de una chica que contaba que le pasaba lo mismo y en los comentarios había varios posteos donde recomendaban poner atención el anticonceptivo.
Con esto, hace poco más de un año, terminó de decidirse a dejarlas y enfrentarse con su cuerpo. Lo que se encontró es que es bastante regular en su ciclo menstrual, que su deseo sexual no es plano ni tampoco sus estados de ánimo.
“Ahora me cuido con preservativo. La verdad yo sé que mi decisión es un privilegio de clase. Otra cosa es que en ningún consultorio me hablaron nunca del doble método. Me planteaban o pastillas o condón, cuando lo cierto es que solo el preservativo protege de enfermedades”.
Lo del privilegio es una realidad. La socióloga Celeste Abrevaya contextualizó que generalmente son las mujeres de clase media con ciertos niveles de conciencia las que pueden plantearse que el control de la natalidad es un asunto de corresponsabilidad con sus parejas sexuales.
El 11 de mayo de 1960 por primera vez la píldora anticonceptiva se puso a la venta en Estados Unidos. A Buenos Aires llegó casi de forma paralela y en 1961 se producía localmente.
Celeste recordó que el gran aporte de la píldora fue que le permitió a las mujeres verse a sí mismas como algo más que solamente madres. Datos de la ONU indican que el 66 por ciento de las gestantes argentinas de entre 15 y 48 años usa algún anticonceptivo moderno, siendo las pastillas uno de los más populares.
Pero esto es desigual. Del otro lado están quienes por algún factor socioeconómico siguen sin acceder a este derecho. Se estima que el 59 por ciento de los embarazos en el país son no intencionales, una cifra que crece a 68 por ciento en menores de 19 años.
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La página de Chequeado demostró que actualmente desde la estructura gubernamental se entregan menos preservativos y anticonceptivos que el 2015.
“Una de las consignas más importantes que tiene la campaña por el aborto legal, seguro y gratuito es: educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar y aborto legal para no morir. No todas las mujeres tienen las herramientas para plantarse frente a un varón y pedirle que se ponga un preservativo”, ahondó la socióloga Celeste.
Cuando dejarlas no es fácil
Después de que nació su quinto hijo, la abuela materna de Diana comenzó a tomar pastillas anticonceptivas, lo hizo a escondidas de su esposo y eso le permitió tener una mejor vida que la de la abuela paterna, quien se pasó más de una década pariendo y amamantando. Diana recuerda esa historia con orgullo y reconoce que gracias a ese acto de rebeldía ella ahora está en posibilidad de decidir lo opuesto: tras 20 años de tomarlas no quiere meterle a su cuerpo una pastilla anticonceptiva más.
Tiene 38 años y un hijo. Habló con su pareja porque no quiere volver a ser madre y decidieron que él se realizara la vasectomía. Después de que Diana se tomó la última píldora empezó el calvario.
“Un homeópata me preguntó qué sentía esos días cuando dejé las pastillas y yo le decía que fue como entrar en un hoyo negro, como si el mundo se me fuera a caer, me empezaron a dar depresiones. Incluso una vez en mis días de regla tuve un ataque de pánico”, recordó. Le salieron granos como nunca antes, manchas en la piel y menstruaciones dolorosas. Los ginecólogos que consultó lo único que atinaron fue a darle más pastillas, por eso buscó ayuda homeopática.
Reconoce que después de año y medio de dejarlas, cada vez se siente mejor. “Yo las empecé a tomar cuando tenía 15 años y agradezco porque eso evitó que tuviera un embarazo adolescente. Tomarlas me hizo libre pero ahora dejarlas también me libera porque quiero ser una mujer saludable, llegar a la menopausia lo más desintoxicada posible. Imagínate 20 años tomándote una pastilla, lo que eso significa. El miedo a haberla olvidado, la presión a comprarla: ¡El dinero que me gasté!”.
En ese punto la socióloga Abrevaya vuelve a poner el foco. Cuando se habla de mujeres que dejan las píldoras sin fines reproductivos es importante contextualizar que las relaciones sexuales no son iguales en las etapas etarias de la vida, por lo tanto es esperable que los métodos anticonceptivos varíen.
Las píldoras también son medicina
A los 20 años a María le diagnosticaron síndrome de ovario poliquístico por lo que le recetaron pastillas anticonceptivas, tenía una pareja estable por lo que parecía cómodo que ella tomara el control del cuidado natal.
Su ciclo menstrual se regularizó pero su cuerpo cambió. Se le resecó la piel, le apareció celulitis, arañitas y subió de peso, sumado a que nunca fue muy disciplinada para tomarlas. Cada que olvidaba ingerir la pastilla era el mismo drama: ¿Qué hago?, ¿Me tomo una, dos?, ¿Cómo me cuido? Cuatro años después dijo “basta” y el cambio fue instantáneo.
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Le mejoró la piel, bajó de peso, desapareció la celulitis aunque las arañitas se quedaron. Por diversas cuestiones de su vida ella misma fue transformándose, se volvió vegetariana, después vegana y la voz interior del feminismo fue elevando el tono.
“Hoy en día decidir no tomar la píldora anticonceptiva es empoderarse. Que la otra persona se cuide con preservativos es una forma mínimamente invasiva de prevenir tanto un embarazo como enfermedades. No veo por qué tenemos que andar sometiendo nuestros cuerpos para que otra persona pueda en todo caso coger sin forro y sentir más placer”, reclamó.
Ahora que ya no toma pastillas y cambió su alimentación los doctores le dicen que, en realidad, no tiene síndrome poliquístico.
¿Por qué dicen que no?
Para Laura, de 33 años, el asunto de la píldora tiene implícita una ambivalencia. Si bien es un gran logro controlar nuestra fertilidad, al final del día el cuidado natal termina siendo obligación de la mujer, aunque a ella nadie la obliga a nada.
Comenzó a tomarla cuando tenía 22 años porque no encontró una mejor opción, después la dejó y en noviembre pasado probó con el anillo, que si bien es más cómodo porque te lo pones una vez cada tres semanas, es un método caro. Aunque su prepaga le cubre el 40 por ciento, desembolsa 700 pesos por unidad. Con su pareja acordó comprarlo un mes ella y otro él.
“Aún así no estoy del todo conforme ¿Por qué tengo que estar sometiendo mi cuerpo a esto? Yo llevo una vida vegetariana, compro productos orgánicos, va en contra de mis ideales y a la vez es muy cómodo. Trato de no pensarlo pero estoy en una encrucijada”, confesó.
Un blíster de píldoras Secret 28 ronda los 430 pesos y uno de Biofem cuesta 261, aunque los dos tienen la misma droga. Por su parte, una caja de condones Tulipán con 3 unidades está en alrededor de 70 pesos y una de Prime con espermicida y 12 condones, sale cerca de 370.
Lucia, también de 33 años, comenzó a tomar las pastillas alrededor de los 20 porque no le plantearon otra opción. La ginecóloga se las recetó y ya. Hace seis años las dejó, entre otras cosas, porque es fumadora y está contraindicado.
Stefanía, por su parte, las abandonó cuando terminó con una pareja estable, pero detrás hay una impronta ideológica.“La acción de tomarlas me parece que representa uno de los bastiones más grandes de desigualdades entre cómo percibimos la sexualidad y cómo nos cuidamos las mujeres de los varones.”
Pero, en realidad, lo que habría que discutir, reclama, es en igualar las oportunidades de acceso a métodos anticonceptivos. Sin eso como una base firme, arenga Stefania, las reflexiones sobre la decisión de usar o no la píldora quedan un poco en el aire.
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Laura Santos http://bit.ly/2YlG1yw
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