Artículo publicado por VICE Argentina
“¡¿San Marcos Sierra?! Siiii, el pueblo del museo Hippie”, es la referencia que se escucha cuando uno pregunta en una estación de servicio, peaje o en el paraje de la policía caminera, por esta localidad ubicada a 150 km de la capital de Córdoba. Todos coinciden en lo mismo: hippies y marcianos fumando porro en las sierras —cualquier coincidencia con un sketch de Peter Capusotto y sus videos es pura realidad— Si bien hoy con Internet podes acceder a ver las fotos del lugar más inhóspito, todavía ningún dispositivo logró superar la experiencia de estar ahí. Así que conseguí un auto prestado y en medio de las vacaciones, convencí a mi compañera, y hasta allá fuimos. A comprobar que tan cierto era eso del tal museo.
Para llegar al sitio hay que dejar el auto a unas cuadras, en una rotonda tapada de árboles, y atravesar caminando una especie de bosque frondoso con forma de túnel. Serán aproximadamente dos cuadras por ese trayecto denominado “el camino de los duendes”. Ahora sí, acá estamos. En la puerta del famoso museo hippie que tantas veces salió en televisión y por qué no, YouTube. No se tocan las manos y tampoco hay timbre. Se golpea con un hueso —parecido al que decía Luca Prodan que era de su abuela— una especie de garrafa hueca que suena como un gong. Intento varias veces hasta que una larga cabellera de color blanco se asoma: “Adelante, por acá”.
Parecido al mago Gandalf del Señor de los anillos, este hombre que invita a pasar se llama Daniel “Peluca” Domínguez. Peluca es el responsable de llevar adelante esta casa hongo, donde se exhiben los objetos que va agrupando de las distintas personalidades de la cultura, los primeros hippies y las cosas que le van dejando los viajeros que visitan el lugar. “Están sentados en el primer museo hippie del mundo, inscripto en el ILAM (Instituto Latinoamericano de museos y parques)” dice Peluca a los turistas que estamos acá.
Somos un grupo de 10 personas que escuchamos atentamente. Peluca nos da una charla que denomina “Hippies, eran los de antes”. Muestra un cuaderno anillado con distintas fotos y hace un revisionismo de aquellos primeros hippies a los que se refiere. “Yo hablo desde la historia de la filosofía, de los cínicos y de los primeros cristianos como hippies, los goliardos, los cátaros, Francisco de Asís, los socialistas utópicos, Tolstoi y Gandhi”, cuenta.
En esta habitación de luz natural, generada por las botellas de plástico que están incrustadas en el techo, algunos turistas se aburren y deciden abandonar la experiencia. A Peluca no le importa y se aventura a mostrar todo lo que tiene. Entre los objetos preciados se lucen: Una guitarra que fue de Tanguito (tal vez con la que compuso La Balsa); el primer Long Play de Los Beatles, editado en América por el sello VeeJay de Chicago; un manifiesto hippie en una bolsa de arpillera (vendido como la pieza más barata en el arteBA2009); un manuscrito original de una canción de Javier Martinez (baterista de Manal); un obsequio de Yoko Ono a Peluca (una bolsa de esas para ir al supermercado con un pezón de la viuda de Lennon como portada); un original de Marta Minujin; otro de Roberto Fontanarrosa; otro de Marcial Schvartz y otro de Liliana Maresca.
Peluca hace un paréntesis en la muestra cuando llega al afiche de Pájaros Volando y cuenta su nexo con esa película del 2010 (dirigida por Néstor Montalbano) que contó con las actuaciones, entre otros, de Diego Capusotto, Luis Luque y Verónica Llinás. Parte del rodaje de ese largometraje se hizo en San Marcos Sierra y él fue quien gestionó la logística y hasta tuvo el lujo de actuar. Peluca, además de ser el loco que creó el primer museo hippie en el mundo, es la cara del Gaucho Córdoba en la película. Un personaje muy arraigado a sus tradiciones y un tanto xenófobo, que es recordado por cantar cosas como: Soy argentino trigo limpio/ conmigo nadie se mete/ los chinos a su continente/ desde el campo grito con pasión/ vivan los gringos de mi Nacion!/ antes q sushi como sorete!
Peluca también aprovechó para contar su relación de amistad con Capusotto después de haber hecho esa película y nos regaló una anécdota como parte de la estadía. “Un día estaba dando esta misma charla, así como con ustedes ahora, y lo veo entrar al Capu (se refiere a Capusotto) al patio de mi casa con un paquete de facturas. Me venía a visitar. Quise atinar a saludarlo, pero se me adelantó y su presencia alertó a los que me estaban escuchando porque vino directo a gritarme: hippietalista. Por supuesto lo que estaba diciendo quedó en segundo plano y todos lo que estaban ahí se fueron a sacar fotos con él”.
Un ácido en el país de las maravillas
Pipas de agua, diferentes piedras que parecen tener textura de hierba y algunos otros caramelos con una envoltura que precisan explicación. Estamos frente a una vitrina repleta de drogas. “Acá tengo todas las drogas que me fueron regalando. Desde marihuana prensada hasta el ácido que tomó Lewis Carroll para escribir Alicia en el país de las maravillas. Y que también tomé yo para abrir el museo”, relata Peluca y aprovecha para recomendar el cultivo hogareño para exterminar el narcotráfico y no fumar cosas con “veneno para cucarachas”.
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Peluca, ahora, nos dirige hacia un patio que está atrás de la casa hongo. Nos muestra el ambiente que está construyendo con las botellas de vidrio que va recolectando y nos propone, como hace con todos los que visitan el lugar, que dejemos un mensaje para el futuro dentro de una botella vacía. Todos escribimos. Mientras acomoda las botellas en los paredones, uno le pregunta si cree que los hippies siguen existiendo. Peluca esboza una sonrisa y da a entender que sí sigue vigente el hippismo, pero con algunas mutaciones: “mochilebrios, artesanganos”, bromea.
Al fin y al cabo: hippies, eran lo de antes.
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