Artículo publicado por VICE México.
Además de servir cientos de cubas al día, mantener impecables sus vitrinas y hasta controlar una que otra pelea, son nuestros pañuelos de lágrimas cada que los mezcales nos aflojan las penas de amor.
Los cantineros son una rara especie que la psicología todavía no cataloga, ni remunera como se merece, pero que es necesaria para la salud mental de quienes requieren sus nobles servicios cualquier noche. ¿Pero a ellos quién les pregunta cómo estuvo su día, a cuántos desahuciados han salvado, con qué problemas cargan ellos?
Por eso fui a darme una vuelta por algunas cantinas —tradicionales y no tradicionales— de la Ciudad de México, y le pedí a sus encargados que se tomaran una cerveza conmigo y me contaran sus historias de amor y desamor. Fue una experiencia sublime.
Jorge, El Retorno a la Rioja
En una cantina donde trabajaba, me enamoré de una compañera. Yo al principio no le hablaba y todos querían con ella, pero primero antepuse mi empleo. Nos hicimos amigos, salimos y pasó lo que tenía que pasar: empezamos a andar y me enamoré. Eso pasó hace diez años y ahora tengo una hija de nueve años. Pero apenas supe de su existencia.
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Hace poco me vi con aquella chica y me lo confesó. No me pidió nada, sólo me dijo que quería que yo lo supiera. He pensando mucho en eso y ahora me siento mal por no haberle dado a mi niña lo que necesitaba cuando creció. Quisiera conocerla, ojalá me diera la oportunidad.
Guadalupe, Salón Luz
Mi historia es difícil, pero al final es muy bonita. Hace diez años llegué aquí a trabajar y tenía una pareja. Pero él era muy celoso, violento, controlador. Él venía por mí y se cercioraba de que no hablara con mis compañeros. Yo evitaba el contacto con ellos, aunque me caían bien.
Una vez llegó y me vio platicando con uno de ellos. Armó un escándalo. Incluso empezó a golpearme fuera de la cantina. Ese fue el momento en el que decidí que lo dejaría, aunque tenemos un hijo de diez años. Y así fue. Poco tiempo después empecé a entablar amistad con un chico que era mi ayudante en la barra. Él es mi novio ahora. Mi ex trabaja a unas cuadras de aquí, pero ya no me representa un problema porque estoy muy enamorada y vivo muy feliz con mi pareja. Tenemos una bebé de dos años y llevamos seis años juntos. Estamos muy a gusto.
Martín, La Villa de Sarria
Mi historia no tiene que ver con una mujer. En realidad es de amor, porque me recuerda lo mucho que me encariñé con un cliente que se hizo nuestro amigo por tres décadas. Era un señor norteño, que pertenecía a la policía. Se llamaba Paco y era muy bravo.
Pero falleció la Navidad pasada y eso fue muy triste para todos los que trabajamos aquí. Nos enteramos por pura casualidad: uno de nosotros llamó a su casa para saber cómo estaba, y su hijo nos dio la noticia.
Me acuerdo que don Paco envejeció y perdió la vista, pero aún así venía. El taxista se encargaba de traerlo hasta la barra y lo sentaba. Él se pedía sus cervezas y platicaba con nosotros. Fue algo que personalmente me dolió mucho.
Enrique, Riviera del Sur
Yo alguna vez me enamoré en una cantina de Ciudad Neza. La cajera del lugar se enfermó y llegó a suplirla su hermana. Era guapísima. La invité a bailar a Garibaldi. Ella dijo que sí, pero llevo a la hermana y su respectivo novio. Estuvo bien, pero no fue muy cómodo.
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Después le propuse ir solos a alguna parte y desde esa vez nos hicimos pareja oficial. Bueno, éramos amigos con derechos. A los seis meses nos juntamos, tuvimos una niña y cuatro años después nos divorciamos. Mi hija tiene ahora 26 años y es una gran bendición en mi vida.
Juan, La Villa de Sarria
Yo conocí aquí a mi última mujer, porque era clienta. Empezamos a hablar, salimos y nos hicimos novios. Pero llevamos ya dos años separados, aunque yo todavía la amo mucho. Duramos 12 años juntos y la extraño. Sin ella me siento solo.
Tuvimos problemas porque yo me la pasaba aquí y eso nos hizo terminar mal. La descuidé mucho y se le hizo fácil hacer cosas que sólo se la hacen a la gente que lo trata mal a uno. Y yo nunca la traté mal. Ni modo. Ahora ella está un poco enferma y sólo la veo cada que tenemos que renovar el seguro. Yo todavía la amo y creo que hasta que me muera tendré un buen recuerdo de ella.
Abel, Riviera del Sur
Mi historia es con una chica que llegó destrozada a la barra de un lugar donde antes trabajaba. Tenía el corazón roto y venía de otro estado. Ella empezó a pedir tragos y yo terminé de ponerla como ella quería. Pero todo se salió de control.
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Ella se fue un poco mal de la cantina y no supe más hasta días después, cuando le escribí por Facebook. Resulta que le habían robado y, en general, terminó pasando una noche pésima. Me sentí muy mal y hasta responsable por eso. Yo no la obligué a beber, pero sí estuvo en mis manos lograr que lo hiciera de forma más moderada y que disfrutara su estancia.
Aprendí la lección. Desde entonces cuido mucho a mis clientes. Ella y yo seguimos en contacto. La quiero mucho.
Esteban, Paseo de Gracia
Yo empecé a trabajar en cantinas desde los 19 años. Han estado siempre en mi vida. Me tocó la época en la que las mujeres ya podían asistir a estos lugares. Una vez vi a una hija de gallegos, me gustó mucho, empecé a hablarle, salimos y nos volvimos novios. Fue curioso: todo fue en una cantina.
Pasaron los años, yo me seguí dedicando a lo mismo y a ella dejó de gustarle porque pasaba mucho tiempo aquí. Tuvimos tres hijas. Pero mi familia necesitaba atención y las nuestros ritmos de vida se volvieron incompatibles.
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Un buen día llegué a la casa y me dijo que ya no estaba contenta y que, o dejaba la cantina, o dejaba la casa. Entonces me fui una temporada, me di cuenta que era algo que sabía hacer muy bien y abrí este establecimiento. Me tuve que separar de ella. Tenemos una excelente relación de lejos, pero sin duda se truncó nuestro matrimonio. Ella es el amor de mi vida, le gusta mi cantina y la pasa bien, pero sigue en lo dicho: mientras siga aquí, no puedo regresar a la casa.
Ollin Velasco https://ift.tt/2T19COL
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