La Universidad Central de Venezuela fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en el año 2000. La llaman la casa que vence las sombras, porque es la frase que da inicio a la segunda estrofa del himno de la institución. Daniela tiene 18 años y estudia Medicina. Lleva puesta su bata blanca cuando se despide de sus amigos en la puerta roja de la Biblioteca Central. También lleva una mochila negra de proporciones extra grandes y una neverita para guardar su Tupper del almuerzo. Cuando habla parece una doctora de biblioteca. “Ahora estamos en un momento de transición bien peculiar”.
¿Cómo ves la situación de Venezuela? Daniela nació en la pretendida Revolución. “Yo quiero que entre la ayuda humanitaria”. Daniela echa de menos la seguridad y el poder adquisitivo: "no estamos seguros ni dentro de la universidad". Pasearme con la bata es un peligro porque piensan que si estudio Medicina tengo dinero y me pueden robar”. ¿Qué crees que va a pasar el 23 de febrero? “Mi mayor motivación para quedarme en el país es que pase algo el sábado. Estoy a favor de una intervención militar si con eso consiguen sacar a este narcorégimen, porque ellos ya han matado a demasiada gente”. ¿Y no te da miedo una guerra civil? le pregunto. “Nuestra Fuerza Armada es ridícula. Está llena de ancianos desnutridos y además no saben disparar. Eso es una ventaja para el pueblo a la hora de reprimirnos”.
Daniela está dispuesta para las fotos y la charla. Le pregunto qué hace los fines de semana. ¿Vas de fiesta como cualquier chica de 18 años? “No me gusta la rumba”, responde. Hablamos de sus carencias y necesidades. “Echo de menos poder comprar cualquier cosa, aunque en mi caso tengo suerte porque mis papás tienen una situación económica estable en comparación al resto de la población venezolana", reconoce. A Daniela le gustaría estudiar un curso de japonés en la Embajada, pero no puede hacerlo porque no tiene forma de desplazarse. "El transporte público es un peligro y a mi mamá le da miedo que me pase algo. El metro de Caracas es una cosa terrible. Yo no me he montado nunca pero los cuentos abundan”.
Como en la mayoría de universidades del mundo, en la Central hay casi más grupos de jóvenes fuera que dentro de las aulas. Es un buen síntoma de la vida efervescente de cualquier cerebro joven universitario, usualmente cargado de expectativas y hormonas. Sin embargo, cuando le hago esta observación a Jony Medrano, 25 años, chaqueta y gorra Adidas, estudiante de Arquitectura y músico, me dice que si hubiese venido hace unos años habría visto cinco veces más gente deambulando por aquí. “Ahora todo son caras largas. Solo verás chicos preocupados por si tienen efectivo, si pueden comprar algo de comida o cómo van a conseguir transporte para volver a sus casas”. “Ellos (el chavismo) quieren simplemente negar que existe una emergencia en el país y yo creo que ya es inevitable que entre esa ayuda humanitaria. Son 20 años de deterioro. No logro recordar otro gobierno más que el del dictador (por Hugo Chávez) que ya está muerto y después el de su sucesor (Nicolás Maduro) con el que todo ha ido en declive”.
¿Qué te gustaría que pasara? “Echo de menos poder sentirme pleno, sentirme seguro. Creo firmemente en mi país, no voy a irme. Solo quiero poder vivir en una Venezuela donde pueda ser libre y donde pueda vivir de mi trabajo, sustentar a mi familia o tener una buena salud”.
Ricardo y Elisabeth Noite viven en el oeste de Caracas, tradicionalmente la parte popular de la ciudad. Tienen 26 y 18 años y son venezolanos hijos de portugueses. Él trabaja en la alcaldía de Caracas, ella estudia Educación en la Universidad. Los dos son profesores voluntarios en una escuela de fútbol de su barrio donde los niños aprenden disciplina, se olvidan de sus problemas, se alejan de la calle y hacen amigos para siempre. Ricardo es chavista. “La situación del país es convulsionada, es caótica”, dice. “A veces la situación te pega, te hace flaquear… pero uno retoma la idea de Chávez, de la Revolución, del poder popular y organizado para construir otra sociedad. Lo leo, lo releo y me digo que no puedo caer”.
La corrupción a todos los niveles es el peor mal endémico para Ricardo. Eso y el bombardeo de necesidades superfluas que los medios han creado en los jóvenes venezolanos. Asegura que hace lo mismo que antes. Sale a rumbear, se toma sus cervezas y de vez en cuando se come una hamburguesa. “Hago lo mismo pero en menos cantidad”. A su hermana Elisabeth le preocupa la falta de valores de la sociedad venezolana en tiempos de crisis. Cree que ya no son capaces de “reconocer quién es nuestro hermano”. Sobre si prefiere a Maduro o a Guaidó dice que a ninguno. “Me gustaría una nueva imagen, que salga de repente, algo liberal, comprometido, que de esperanza”.
Como a quince minutos del barrio de La Pastora, dos amigos charlan en la céntrica Plaza Bolívar. Llevan sus mochilas al hombro, tienen 20 y 22 años; Carlos Javier y Fabiola. “Estamos en la plaza porque no cuesta dinero, y tú no deberías estar con ese celular ahí parada. Es peligroso”, me dice ella. Asiento con la cabeza pero si no lo saco, ¿cómo les grabo…? ¿Qué creen que va a pasar en Venezuela después del 23 de febrero? ¿Creen que va a poder entrar la ayuda humanitaria? “No tengo muchas esperanzas de lo que pueda pasar. Al final nunca pasa nada”. ¿Y cuáles son sus planes de futuro? Los dos piensan en acabar su carrera y marcharse. “Nos vamos todos y eso da pena… Pero si el país no te da garantías ni oportunidades… ¿qué hacemos aquí?”.
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