Este texto fue publicado en colaboración con Oxfam. José Luis Rocha, el autor, es Doctor en sociología por la Philipps Universität de Marburg. Investigador de la Universidad Rafael Landívar y la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas”.
La revuelta de abril de 2018 no fue —como muchas veces se dijo de la caída de la Bastilla— “un estallido en un cielo sereno”. Las protestas contra los fraudes electorales, las manifestaciones contra la ley que prohíbe todo tipo de aborto, las luchas contra la ley del canal interoceánico del movimiento campesino y el movimiento #OcupaInss de 2013 en defensa de las pensiones, fueron antecedentes explosivos que revelaron y canalizaron la inconformidad con las políticas y métodos de enriquecimiento, autocracia y afianzamiento en el poder de Daniel Ortega y sus seguidores. Pero fueron luchas aisladas, esporádicas, no sostenidas, reprimidas y aparentemente aplastadas o reducidas a niveles y formas inocuas. La revuelta de abril de 2018 ha durado un semestre, ha sido masiva, su cobertura geográfica ha sido casi nacional en diversos momentos y la represión —más cruel y sangrienta que la aplicada a las protestas que la precedieron— no ha conseguido abatirla, aunque sí someterla bajo una bota policial y paramilitar desde octubre hasta la fecha (febrero de 2019). Y, lo más importante, la rebelión pretende derrocar el régimen de Ortega y su sistema político.
Sin embargo, pese a todos esos bríos e impactos, fue imposible anticiparla. Desde su retorno al poder en 2017, el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) cultivó lo que un analista llamó “populismo responsable”. Populismo = cierto nivel de distribución de los bienes públicos entre una clientela partidaria. Responsable = los recursos distribuidos fueron los beneficios procedentes de la venta a precios de mercado del petróleo venezolano obtenido a precios concesionales, de modo que al gran capital no se le incomodó con exigencias tributarias. A esto se suma el control de las organizaciones de masas, probado y ejecutado mil veces desde su gobierno desde abajo. Mediante hábiles negociaciones con su principal rival político —el Partido Liberal Constitucionalista— el FSLN se había hecho con el control del Consejo Supremo Electoral y la Corte Suprema de Justicia y la mayoría de los juzgados. Una vez en el poder, recuperó —si es que alguna vez lo perdió— el control de la Policía Nacional y el Ejército de Nicaragua. En las siguientes elecciones se apoderó de la mayor parte de las alcaldías municipales y el grueso de los escaños en la Asamblea Nacional. Una alianza con el empresariado consolidó su dominio. Mantuvo las exenciones de impuestos y algunos miembros de su cúpula incursionaron como socios en las nuevas oportunidades empresariales. El proyecto del canal interoceánico, que provocó enconadas reacciones de intelectuales, periodistas y sobre todo del movimiento campesino, lo acercó más a las élites, que pronto se percataron de las oportunidades de negocio. Esta disposición del tablero político le permitió ejercer poder omnímodo que en algunos surtió el efecto de plegarse por oportunismo y en otros el de acoplarse por pragmatismo resignado. Los indicadores macroeconómicos estaban más saludables que nunca: crecimiento sostenido por encima del nivel regional, exportaciones en ascenso y una brecha comercial que era saldada por el flujo también incremental de remesas familiares.
En un nivel subterráneo, el descontento iba avanzando. Lo hacía silenciosamente porque el régimen reprimía las más insignificantes muestras de resuelta oposición. Y también porque los episodios más sangrientos de esa represión ocurrieron en zonas rurales, donde la cobertura mediática era más débil y la indiferencia citadina permitía pasar la página con celeridad. Las recurrentes crisis del sistema de pensiones fueron el detonante y también lo fue el mal manejo del incendio en la Reserva biológica Indio Maíz. Hubo otros elementos: los fraudes electorales, los militantes sandinistas decepcionados, el estrechamiento de las oportunidades laborales para los recién graduados de las universidades y las múltiples iniciativas organizativas de los universitarios, cada vez más interesados en la política, entre otros. Pero las pensiones y la reserva fueron los problemas que más convocaron. La rebeldía vino de dos extremos de la pirámide poblacional: los ancianos y los jóvenes que se volcaron a las calles para apoyarlo. El resto lo hizo la represión del régimen y la imaginación empática de los jóvenes. Al ver a las masas en las calles, el Gobierno dio la orden: “Vamos con todo”, que se tradujo en francotiradores destrozando cráneos de universitarios. En lugar de arredrarse, las y los jóvenes, y muchos más, siguieron nutriendo las manifestaciones de protesta.
¿Por qué fue así? Esto fue lo que dijeron unas y otros. Según el activista matagalpino Alfredo Ocampo: “La indignación ha sido permanente, pero para mí fue contundente sobre todo cuando empezaron a agredir a los viejitos otra vez en León y en Managua. Eso fue el colmo para mí y fue lo que me arrechó más. Y lo otro fue cuando mataron a los primeros estudiantes de la UPOLI”. Esa fue también la experiencia que impulsó a Edwin Carcache: “Fue después, estando en mi trabajo, que me voy dando cuenta de que golpean a muchos conocidos míos en la UCA, en el Camino de Oriente, al inicio de las protestas. Yo decido salir de mi trabajo y me voy a manifestarme con la gente”.
A Carlos Herrera le entró el pesar, la rabia y se sumó a otros rebeldes, como hicieron muchos de sus conciudadanos de Carazo hasta formar un mar de gente, pese a su militancia sandinista y a su distancia ideológica de la oposición: “A qué nivel hemos llegado, me dije. Y ya cuando miro en las noticias cómo el 18 de abril vinieron y golpearon a los periodistas, a los chavalos que se estaban manifestando ahí en Camino de Oriente… y miro algunos chavalos a los que conozco, que son estudiantes, chavalos bien activos en cuestiones políticas, chavalos serios y bien interesados en un cambio, y también miro a unos chavalos de una institución del Gobierno en la que trabajé, miro que esos chavalos con los que trabajé eran los agresores, chavalos que sólo están ahí por cargos políticos porque en realidad no son ni capaces de ejercer los cargos donde están, y sé cuál es su actitud violenta, y los miro agredir a estos otros a los que también conozco, eso fue bien chocante. Y miro a uno de los muchachos heridos… porque ahí estaban tirando balas de goma. A uno de los muchachos lo conozco de mi barrio. Estudia medicina veterinaria. Y sale en las noticias, y lo miro con el gran… ahí donde le pegaron. Después me di cuenta de que hirieron al hermano de uno de mis mejores amigos, que es un chavalo al que conozco desde siempre, un chavalito que acababa de entrar a la universidad… y eso me impacta (…) Y en ese momento sí exploté: vine, me puse un suéter con capucha, me puse una pañoleta y me puse a hacer Molotov en la casa. Y salí con los otros amigos a pelear contra esos majes en una lucha desigual porque ellos nos tiraban morteros e incluso balas. Al inicio en la marcha era pequeña. Y entonces miramos cómo la gente se iba uniendo: iban saliendo de las casas… hasta que se hizo un montón de gente”.
La indignación emanó de la represión, como ocurrió con la revuelta y represión que culminó en la masacre de Tlatelolco. La represión empujó a tomar decisiones y construyó en parte la rebelión. Provocó que las protestas aisladas y a veces lánguidas se transformaran en un movimiento potente y de cobertura nacional. Pero su influjo no determinó la forma y los instrumentos de la lucha: la represión fue armada y cruel, la rebelión mantuvo predominantemente su opción no violenta. De la represión no emanó su agenda y métodos, sí su impulso, su masividad y su importancia. Más que ningún discurso político, el hecho mismo de la represión politizó a la gente. Y la autoridad del FSLN se degradó. El acumulado de malestares se transmutó en impulso de rebelión cuando se nutrió de imaginación empática ante varios eventos de represión. Razón y sentimiento de la mano. La revuelta, en parte protagonizada por el sandinismo desilusionado, pero también complejizado y puesto al día con luchas feministas y ecologistas fue el fruto del procesamiento de la represión en la imaginación empática.
José Luis Rocha https://ift.tt/2UaM2wi
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