Artículo publicado por VICE Colombia.
Este testimonio personal es producto de una entrevista realizada por la periodista Tania Tapia.
Sé que es raro, pero yo supe que iba a tener un hijo antes de que la mamá supiera. Ella y yo no llevábamos mucho tiempo juntos, nos habíamos conocido hace apenas dos meses en Buenos Aires, donde vivíamos. Lo de tener un hijo no fue planeado, solo pasó. Yo me di cuenta porque, de repente, un día empecé a sentir una energía diferente. Cuando pasaba por los jardines de niños sentía algo distinto y se me pasó por la mente la idea de que iba a ser papá, no sé por qué.
Se lo dije a ella, le dije que se hiciera un examen porque me parecía que estaba embarazada. Ella no lo tomó muy bien, dijo que era imposible y no volvimos a hablar del tema. Un par de semanas después, llegó a mi casa a decirme que se había hecho un examen y estaba embarazada.
Calculo que cuando se lo dije ella tendría unas dos o tres semanas de embarazo. En ese momento yo tenía 23 años, ella 28.
Yo soy hijo de una mamá soltera, mi papá nunca respondió por mí. Entonces, cuando supe que iba a tener un hijo lo más importante para mí fue pensar en darle una familia. Claro, antes de eso estaba la decisión de ella: si quería tenerlo, lo teníamos, si no, aunque me doliera en el alma, estaba dispuesto a respetar esa decisión.
Finalmente, ella decidió que quería tenerlo y acordamos que nos íbamos a quedar juntos para formar una familia. Hasta ese momento ella era una mamá soltera, tenía una hija de nueve años, así que la idea de formar una familia le gustó.
Unos tres meses después nos devolvimos a Colombia. En esa época yo trabajaba en publicidad y en Colombia me habían ofrecido trabajo en varias agencias, así que la mejor decisión era devolvernos. Nos fuimos a vivir juntos en un apartamento que ella tenía, ahí todo empezó a fallar: empecé a notar cosas que no me gustaban, pero pensaba que seguro tenía que ver con la sensibilidad de estar embarazada.
Pero todo empeoró cuando nació Fernando*, específicamente después del segundo mes de lactancia. Hubo muchas malas experiencias, violencia intrafamiliar y problemas de alcohol. Yo aguantaba por mi hijo, por no dejarlo, pero hubo un momento en que un incidente me llevó a separarme de ella y me fui a vivir a otro lado por un mes. Luego lo intentamos una vez más, ella me había dicho que iba a cambiar, que estaba pasando por momentos difíciles. Pero no sirvió de nada, volver a vivir juntos nos llevó a peores experiencias. En un par de ocasiones me tocó acudir a la policía y al Bienestar Familiar, situaciones en las que ella no entendía que una cosa eran nuestras discusiones de pareja y otra era la vida de los niños. Finalmente, me fui del todo.
Seguí respondiendo por mi hijo y todos los meses le daba a ella una cuota por él. Pero ella me manipulaba y me decía que no me lo iba a dejar ver. Fue una época terrible en la que vivía lleno de miedo. Tenía 26 años cuando decidí que ya no iba a aguantar más y presenté mi caso al Bienestar Familiar. Así empezó un largo proceso en el que era su palabra contra la mía: ante las psicólogas y la trabajadora social ella buscaba hacerme quedar mal, decía que yo era drogadicto y vivía con drogadictos; yo tranquilamente respondía que eso no era así, que podían visitar mi casa para que vieran las condiciones en las que yo vivía. Así empezó un seguimiento a la vida de los dos por parte del Icbf: la visitaron a ella, a mí también, y se fueron dando cuenta de que su vida en ese momento era un desastre.
Finalmente, la decisión del Icbf fue que la cuota que yo le daba a ella tenía que disminuir, le estaba dando mucho dinero, y ella tenía la obligación de dejarme ver a mi hijo. Pero las cosas siguieron mal, varias veces que yo salí a comer o a tomar algo, me la encontré borracha el fin de semana que ella tenía que estar con los niños. Lo que colmó mi paciencia fue enterarme de que estaba saliendo con una persona que yo había visto en fiestas y que sabía que sí era un drogadicto. Esa fue la última de varias cosas que me llevaron a pedir la custodia de mi hijo.
Cuando le dije mi intención a la trabajadora social que había llevado nuestro caso me respondió que era muy complicado que me dieran la custodia. Aún así, fui juntando las pruebas y los testigos, que incluían a la mamá y a la cuñada de ella, así de grave era la situación.
En 2011, después de dos años de proceso, cuando Fernando tenía tres años, las psicólogas y la trabajadora social nos citaron a los dos para contarnos su decisión: ella, la mamá de mi hijo, no estaba en capacidad para tener a sus hijos, en el caso de Fernando yo podía tener la custodia; en el caso de la hermana de Fernando tenía que irse a un hogar sustituto pues no había nadie de su familia que se hiciera cargo de ella. Fue un momento complicado porque, por un lado, yo estaba feliz de que Fernando por fin estuviera conmigo, de darle la vida que él necesitaba, pero a su hermana la iban a llevar a un hogar sustituto y no había nada que yo pudiera hacer.
Pero lo que pensaba en el momento era que esa iba a ser una situación provisional, que probablemente viviría con mi hijo unos seis meses mientras su mamá se daba cuenta de sus errores, los corregía y volvía por sus hijos. Nunca pasó. Ella, que hasta entonces tenía una empresa, lo perdió todo y terminó vendiendo artesanías en la calle. En 2017, cuando Fernando tenía unos siete años, me dijo que se iba a buscar suerte en Suramérica, que las artesanías las compraban muy bien en Ecuador y en Perú, y que así por fin me iba a poder dar el dinero que le correspondía. Hasta hoy no he visto el primer peso.
Por mi parte, cuando Fernando llegó a mi vida, y cuando llegó a vivir conmigo, todo me cambió. Antes, cuando estaba en Buenos Aires, vivía la vida de soltero: me gustaba andar de farra, era DJ, entonces tocaba en muchas fiestas, me levantaba a las 10 de la mañana y entraba a trabajar a las 11. En fin. Con Fernando pasé a levantarme a las seis de la mañana para bañarlo, alistarlo, darle desayuno, llevarlo al jardín y luego volver para alistarme y ponerme a trabajar. Esa vida me hacía muy feliz.
Fueron pasando los años, tuve una relación que duró cuatro años, ella vivió con nosotros y se llevaba muy bien con él. Pero cuando todo se terminó fue muy doloroso y desde entonces me he vuelto más cuidadoso para tener relaciones sentimentales con alguien. Siento que mi deber es estar emocionalmente bien para que Fernando también esté bien, por esa razón he dejado de lado las relaciones y me he dedicado a él y a mi profesión.
Una de las cosas que disfruto de ser su papá y ser joven es que compartimos muchos gustos: desde que tiene cinco años le enseñé a montar en longboard y salimos los dos a la ciclovía, cada uno con su longboard; también le estoy enseñando cosas sobre música, a mezclar; otras veces nos sentamos a dibujar, yo soy ilustrador y a él le encanta dibujar. También hablamos con libertad de temas que otras generaciones nos han vendido como tabú, como la marihuana, por ejemplo, un tema que tocamos hace poco y sobre el que yo le dije mi opinión.
Tal vez una de las cosas cansonas de ser papá soltero es que los colegios no están preparados para uno, siempre está el discurso del papá y de la mamá. De hecho, una vez en un jardín en el que Fernando estuvo invitaron a los papás una noche a la celebración de amor y amistad, yo fui solo y cuando llegué había un camino de velas por el que caminaban todas las parejas, yo era el único que estaba solo. La única razón por la que no me fui fue por la comida.
Y para él es más difícil, cuando en el colegio hablan de las mamás, o cuando celebran el día de la madre, es complicado. Pero siento que él ya sabe cómo llevarlo, es algo con lo que ha aprendido a vivir.
Por nuestra parte, la de Fernando y la mía, siento que es mejor que ella esté lejos. Prefiero ir solo a recibir las notas de Fernando que tener que ir con ella, y desde que ella no está la vida se ha vuelto más tranquila, yo me he encargado de darle a mi hijo un hogar lleno de amor y de buen trato.
Claramente ha sido un proceso de mucha paciencia, de hacer muchos esfuerzos y sacrificios personales, de lidiar con dificultades económicas. Pero independientemente de todo eso ha sido sobre todo una experiencia de pura alegría. Fernando, de verdad, ha sido lo mejor que me pudo haber pasado. Más allá de todas las cosas que tuvieron que pasar para poder estar juntos, ha sido una experiencia divina.
*El nombre fue cambiado para proteger su identidad.
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