Artículo publicado por VICE Argentina
En Nochebuena, Evelina estuvo sola en su departamento. “Las fiestas son una farsa”, dice, "porque te ves con gente a la que no te cruzas en todo el año". Comió matambre comprado en una panadería, bebió alcohol y escuchó música. Su número preferido es el 23: a esa cifra jugó su padre el dinero que había ganado en un trabajo y el número salió. Con el premio terminó de construir la casa familiar de San Fernando, en zona norte del Gran Buenos Aires, donde transcurrió la infancia de Evelina. Una infancia difícil, llena de carencias.
En plena crisis de 2001 su mamá se quedó sin trabajo y accedió a planes sociales. Durante la semana almorzaba en la escuela pero los domingos se hacía pasar por evangelista para ir a comer a la iglesia. Allí Evelina era una más y pasaba desapercibida, hasta que un día apareció en escena. “Cuando los evangelistas bautizan a alguien les tiran mucha agua. Un día vi un bautismo y pensé que estaban ahogando a la persona entonces empecé a gritar: ¡Asesino! ¿Qué estás haciendo? ¡Lo vas a ahogar!”.
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Entre los 15 a los 17 años vivió en la calle donde no mendigó ni robó, algo que nunca se le cruzó por la cabeza, dice. Se las arregló como pudo: fue cuidacoches en el Puerto de Frutos de Tigre, hacía changas, repartía volantes, fue camarera en “lugares turbios” y hasta llegó a cuidar prostitutas. “Tenía que estar parada y controlar que nadie se zarpe con ellas, que no les quieran robar, pegar o que nadie se mande una. Hasta que una vez me pegaron a mí y me echaron del lugar”. Su historia es dura, pero ella no reniega de lo que le pasó. “Fue lo que me tocó. Conocí a esas mujeres prostitutas a las que señalan porque llevan una vida fácil y no es así porque sino yo sería puta” dice Evelina.
En aquella época tuvo un techo donde refugiarse en los días de lluvia, o de frío extremo o cuando necesitaba darse una ducha: sus amigas del colegio estaban ahí para cuando las cosas se volvían más complicadas. “En la calle sos un autista, estás solo y tenés suerte si estas con alguien que está con vos y te cuida. Pero no podes ser amigo de nadie porque no sabes si mañana vuelve. Por eso se valora mucho el momento que una persona comparte con vos”.
Lo único que Evelina rescata de sus años en la calle son los códigos. “Había unos pibes que paraban conmigo y decíamos a tal hora en tal esquina y estábamos a la hora que habíamos dicho. Si había para fumar un solo cigarrillo se compartía entre todos. El código era la palabra. La gente de la calle te dice una cosa y ya está. A eso lo extraño, es lo que más me marcó. No lo viví nunca más”. Lo que no extraña de aquellas épocas es “cagarse a trompadas”, algo que no solo le sucedió mientras vivía en calle. “En la escuela me cagaba a piñas porque no me gustaba que le hagan bullying a una compañera por ser pobre y negra. Y cagarme a trompadas era una forma que no me pasen por encima y no me ataquen a mí”. Esa actitud defensiva puede percibirse en el hablar de Evelina: al comienzo de una charla puede ser seca, cortante, extremadamente concisa, pero a medida que avanza la conversación se suelta y el caparazón se cae para dar lugar a una mujer con mil historias para contar.
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Luego de tres años viviendo en la calle Evelina tocó fondo y tuvo un intento de suicidio. Fue en ese momento cuando decidió volver a la casa familiar y luego de un tiempo fue consiguiendo distintos empleos: formó parte de una banda de cumbia, trabajó como encargada de una fábrica y mesera. También fue bailarina en un boliche, vendió fiambre y trabajó en La Salada. Así logró hacerse sus primeros pesos y con ese dinero se compró un CD de Billy Blanks, el famoso profesor de tae bo y gurú del fitness. Comenzó a entrenar en su casa, bajó de peso y eso la hizo sentir bien. Descubrió que lo suyo era la actividad física y ese fue el comienzo de un camino que la llevaría, años más tarde, a lugares que nunca hubiera imaginado.
Su santo preferido es San Expedito, lo tiene tatuado en el cuerpo y llegó a él a través de Fede, su mejor amigo. “Trabajaba en una fábrica de sillones y me separé de quien era mi novio: él me echó de la casa”. Fede, a quien conoció en una “joda” de barrio, le dio una mano y la invitó a pasar unos días en su hogar, hasta que pudiera acomodarse. La mamá de su amigo, para contenerla, le dio una estampita de San Expedito junto a una vela, y le dijo que le pidiera lo que necesite. Unos días después su jefa en la fábrica de sillones la invitó al hipódromo y Evelina jugó los únicos 50 pesos que tenía al caballo número 12, con tanta suerte que resultó ser el ganador. A las horas “me dicen que hay un lugar para alquilar sin garantía y gracias a esa plata que gané por el caballo, alquilé. La mamá de Fede me dijo que no fue suerte, fue San Expedito”. Y ella lo creyó a tal punto que decidió agradecerlo: se fue con un grupo de jubiladas a la Iglesia de San Expedito, en Once. “Cuando vi la imagen me largué a llorar. Ahí nació mi amor por este santo y eso que no soy creyente. Pero desde entonces todos los 19 voy a visitarlo”. Además de a San Expedito Evelina tiene tatuado un diamante: porque simboliza la suerte, dice.
La suerte la acompañó también en su primera prueba en un club deportivo: Platense.
Llegó allí para acompañar a una jugadora con la que compartía equipo en uno de los primeros torneos privados en los que compitió. Había llegado al fútbol a través de una clienta que conoció mientras trabajaba en un bar: la mujer jugaba y Evelina le insistió para sumarse. El asunto es que su compañera, la que quería probarse en Platense, se puso muy nerviosa. “Entonces le dije que me iba a probar yo y que si entraba yo que era malísima, ella tenía que quedar”. Y así fue como Evelina quedó seleccionada para jugar en en club de Saavedra, al norte de Capital Federal.
Años después descubriría que le gustaba más dirigir que jugar y estudió para DT en la escuela de la AFA. En 2012 dirigió el equipo argentino en el Homeless World Cup. Hoy dirige un equipo de mujeres en el penal 47 de San Martín. “Me dieron el pabellón de mala conducta y dije acá es corta: o me respetan o me cagan a piñas. Yo vengo del mismo lugar que muchas de ellas” pensaba Evelina durante los primeros entrenamientos, cuando las reclusas intentaban marcar territorio. “Estas pibas son mujeres que están estigmatizadas por no tener o no encontrar otra solución y yo me veo reflejada en ellas”.
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La DT tiene una escuela de fútbol femenino junto a Boca Juniors, armó equipos de fútbol femenino en varios clubes y fundó la Asociación Femenina de Fútbol Argentino para promover el crecimiento y desarrollo de las mujeres futbolistas. Un día una chica ciega le escribió y le pidió que armara un equipo para mujeres no videntes y ella se conmovió cuando se dio cuenta de que en Buenos Aires no había ninguno, mientras que los varones no videntes tenían su propia selección, llamada Los Murciélagos, hacía 20 años. Así que respondió afirmativamente al llamado de la joven que la contactó y creó Las Ramonas: el equipo de fútbol de mujeres no videntes.
“A mí el fútbol no me rescató. Yo había cambiado mi vida desde antes, pero sí me dio normas, un orden. Salí adelante por querer mejorar y encontré en el deporte un rumbo, un camino” cuenta Evelina a VICE.
Evelina es verborrágica y habla tan rápido que por momentos pega las palabras y su relato parece una continuación vertiginosa de escenas que no entrarían ni siquiera en una película de aventuras. El año pasado fue elegida para hablar sobre su historia de vida en el Foro de la Juventud del Consejo Económico y Social de Naciones Unidas, que reúne a jóvenes líderes de todo el mundo. Tiempo después participó en la cumbre del Woman 20, una reunión a la que asistieron mujeres de distintos lugares del mundo en el marco del G20 que se realizó en diciembre pasado en Buenos Aires. Habló allí del amor romántico. “Cuando sos mujer y pobre te dicen que `ojalá te aparezca un príncipe´. Ese príncipe sería alguien con más dinero que vos y que, si se enamora, puede sacarte de esa realidad. Generalmente eso no sucede y las mujeres no buscamos eso”.
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