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martes, 26 de febrero de 2019

“Algo se acostó junto a mí en el cuarto donde más espantaban”: Historias de enfermeras

Cuando sufres un accidente o tu cuerpo se encuentra al borde del colapso por alguna enfermedad, tu vida queda en manos de pocas personas: el equipo médico que busca evitar a toda costa que sigas la luz y pases a mejor vida. Ya sea dentro de una ambulancia o en la sala de un hospital se mantienen firmes con un objetivo: salvarte. Luchar contra la muerte es su trabajo diario.

Pero a veces esa lucha es desigual. Deben de afrontarla en condiciones laborales riesgosas, insalubres o bastante agotadoras. Dentro de ese mundo, las enfermeras son, quizás, las que llevan la peor parte, a las que les toca el trabajo sucio. Son, en muchos casos, el primer contacto con la persona que agoniza y las primeras en actuar.

Para entender un poco más lo que viven día a día hablamos con distintas enfermeras sobre las situaciones que más las hayan impactado en su trabajo diario. ¿A qué se enfrentan? ¿Qué es lo más extraño que han visto en su lucha diaria por la vida? ¿Qué hay detrás de ese mundo lleno de jeringas, sueros y sangre?

Es mi culpa

Un sábado en la madrugada nos llegó el reporte de una riña callejera en Iztapalapa, de inmediato nos trasladamos en ambulancia para allá. Al llegar vimos a un joven de unos 20 años con una herida en el cráneo, se estaba desangrando, por eso lo trasladamos rápidamente a un hospital cercano.

Después de hacerle una tomografía vimos que había desaparecido parte de su tallo cerebral y que prácticamente era imposible salvarlo. El médico que estaba a cargo le dijo a su madre que era momento de despedirse de su hijo. Ella no dejaba de gritar y de llorar, estaba cubierta por la sangre de su muchacho. No dejaba de repetir: “es mi culpa, mi rey, perdóname”, mientras lo abrazaba y besaba. En ese momento la madre nos dijo que quien le había disparado había sido el hermano del joven. Fue un momento muy impactante.

Embarazado no deseado

Hace unos meses llegó a la unidad de urgencias del hospital una señora de 58 años que se quejaba intensamente de un dolor en el estómago. La mujer era diabética, hipertensa y tenía antecedentes de cáncer de mamá. Al revisarla, notamos que también estaba sangrando. Por procedimiento le pusimos un doppler fetal, un aparato que funciona como un ultrasonido.

Después de unos segundos notamos algo que nunca imaginamos. ¡Estaba embarazada! Ella, entre gritos, aseguraba que no sabía. No tenía idea de lo que pasaba. Y es que en realidad no tenía el abdomen de embarazada. Era gordita pero no parecía un embarazo. La acompañaba su hermana, quien también estaba muy sorprendida porque su familiar nunca había tenido hijos y desde hace algunos años estaba soltera.

De repente, la señora comenzó a convulsionar y su hemorragia vaginal fue más intensa. Tratamos de hacer todo para salvar al bebé y a ella pero no pudimos, ambos murieron en una cama del área de ginecología.

La sombra

He trabajado durante cinco años en un hospital pediátrico. En una guardia de madrugada me tocó cuidar a unos bebés. Les di de comer y se durmieron. Yo me fui a recostar mientras las otras compañeras los vigilaban. Después de un ratito escuché el llanto de los bebés, pero al tratar de levantarme no pude. Pensé que era una parálisis de sueño, algo común que ya me había pasado antes en mi casa, pero esta vez fue distinto.

Había una sombra sobre mi que me impedía levantarme. No tenía forma, sólo era una sombra. Quise gritar a mis compañeras y tampoco pude. Mi corazón latía a mil por hora y a lo lejos escuchaba el llanto de los bebés. La sombra no se quitaba. No sé cuánto tiempo pasó, para mi fue bastante. Cuando pude moverme corrí a ver a los niños y sí estaban llorando. No sé qué fue, yo lo relaciono con la parálisis de sueño, pero lo raro aquí es que una sombra no me dejaba moverme. Es algo de lo más feo que me ha tocado.

RCP 3

La muerte es constante en el área de terapia intensiva. Ahí te das cuenta cómo la vida es tan fugaz. Un día fallece un paciente y al otro están lavando la cama para que esté limpia para el siguiente. Recuerdo mucho a un hombre de avanzada edad, sus familiares ya habían firmado el RCP 3, una forma en la que se indica que en caso de que el enfermo presente un paro ya no se le reanime para que no sufra más.

Su hija estaba presente cuando su corazón estaba en las últimas. Se le avisó que en cualquier momento morirá. Es difícil para la familia, pero a uno siempre le toca acompañarla en esos momentos. Ahí estaba yo con su hija, viendo como el corazón de su padre se detenía en el monitor. Sólo trataba de agarrarla para que no se cayera, porque se desvanecía por ver a su papá ahí. Le aconsejé que le hablara al oído para despedirse de él. Yo lo había cuidado por algún tiempo y ya hasta sentía cariño por el señor, había visto su mejoría y su colapso, por eso me pegó tanto su muerte.

Malos cuidados

Nos pidieron trasladar a un hombre enfermo de un domicilio a un hospital. Cuando llegamos la casa la esposa del paciente nos dijo que el enfermo padecía cáncer en los huesos. Al entrar al cuarto donde lo tenía percibimos un olor nauseabundo. Al verlo, notamos que estaba en pésimas condiciones: tenía llagas en los pies y en la cadera, la sonda para que drenara la orina estaba infectada y lo peor es que había materia fecal entre sus sábanas y sus manos.

Le dijimos a la señora que debíamos limpiarlo antes de trasladarlo. Ella se indignó y nos dijo que era una falta de respeto que nosotros insinuáramos que su esposo estaba descuidado. Después comenzó a tomarnos fotos y a amenazarnos con demandarnos por negar el servicio. Luego me tomó del antebrazo y me dijo que ojalá yo muriera sufriendo de la misma forma que su esposo. Nos tuvimos que retirar. Pobre hombre, enfermo y obligado a soportar a esa mujer.

Visitante extraño

Un día me tocó hacer guardia nocturna en el hospital, pero el cansancio físico venció a mi cuerpo, por lo que decidí irme a dormir un ratito al cuarto de terapia intensiva. Mis compañeros estaban cenando. La verdad había sido una noche muy tranquila. Un ratito más tarde sentí como la cama donde me acosté comenzó a hundirse como si alguien se hubiera acostado junto a mi. Sentí como me fui de lado. Luego luego me paré.

No estaba soñando, fue algo real. Cuando me levanté por el susto, vi como una parte de la cama estaba hundida. Había algo que se había acostado a mi lado. Salí en chinga del cuarto corriendo. Mis compañeros se asustaron y les conté. Ellos no se habían dado cuenta a dónde me había ido a dormir. Me dijeron que justamente en ese cuarto era donde más espantaban. Es uno de los mayores sustos que he tenido.

Sin dedos

En diciembre pasado un indigente nos solicitó ayuda para un hombre que acaban de atropellar. El accidentado circulaba en su bicicleta cuando un tráiler lo arrolló. En el lugar de los hechos encontramos a un hombre desorientado, con el dedo meñique y anular separados de su mano izquierda, por lo que compramos hielo y los guardamos para después trasladarlo al hospital, pero nos negaron el servicio porque tenían cambio de turno.

En un segundo hospital iniciaron el tratamiento quirúrgico para salvar sus dedos pero el señor se negó. Nos sorprendió a todos que no se dejara curar. Gritaba intensamente, pero sólo pedía que le dieran algo para el dolor. Le insistíamos que era urgente iniciar el procedimiento para salvarle sus dedos pero él se negaba. Preguntaba por el responsable del accidente para que le pagará las curaciones. Estaba como loco. Cuando llegaron sus familiares nos culparon por no haberlo suturado.

Último adiós

En la unidad de cancerología se ven cosas muy tristes todo el tiempo. Una vez me tocó ver agonizando a una mujer mayor, tenía el cáncer extendido por todo su cuerpo. Ya sólo era cuestión de esperar. La acompañaba su esposo. Él estaba devastado, llorando le dijo que haría todo por irla a cuidar a donde quiera que ella fuera. Cuando le dijo eso todos lloramos.

Después le dijo que la quería para siempre. Justo después de eso ella falleció. Fue algo bastante difícil. Parecía que esperaba el último adiós de la persona que amo por tantos años. Son de las cosas que más me han marcado.

Bendiciones

Una vez nos llamaron para atender a un joven que estaba “raro”, o al menos eso nos dijo su hermano. Cuando llegamos al domicilio vimos muchísima gente y a un chico de 19 años que ya no presentaba sus signos vitales. Su cuerpo estaba rígido, su piel fría y amarilla. Había muerto horas antes.

Su madre nos pidió que le aplicaremos trabajos de reanimación, pero le explicamos que ya no había nada que hacer, que había fallecido desde hace horas. Nos dijo que si alguna de nosotras era madre la entenderíamos y ayudaríamos. Así lo hicimos, no para reanimarlo, eso ya era imposible, sino para dejar tranquila a su mamá. Después de varios minutos nos dijo: “¿Es inútil, verdad?” Le dijimos que sí. Nos persignó a todos los del equipo médico, nos besó la mano y al final, agradecida, nos dijo que nuestra labor era una bendición.

Rogelio Velázquez https://ift.tt/eA8V8J

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