Alex tiene cuarenta y nueve años pero solo hasta hace seis pudo poner en palabras su identidad de género: hombre trans. Cuarenta y tres años vivió en un limbo donde su cuerpo fue etiquetado por otros como de mujer o lesbiana. Y etiquetar es una palabra suave cuando son cuarenta y tres años de corrección y silencio.
“A temprana edad me obligaron a casarme como una forma correctiva. Aparte de la violencia psicológica y física, tuve dos hijos fruto de ese matrimonio. Soy padre y abuelo ya. Fue un desastre esa corrección, en algún momento casi me cuesta la vida. Una golpiza me hizo reaccionar porque al cuerpo de Alex todo el mundo estaba imponiendo la etiqueta que quería”.
Alex es cofundador del primer colectivo de hombres trans de Guatemala, Trans-Formación, que desde 2013 viene incidiendo en lo político y en lo material para asistir lo que el Estado guatemalteco les ha negado a las personas trans: salud, educación, trabajo y familia. En 2015, Trans-Formación conformó la primera Red Centroamericana de Hombres Trans (REDCAHT), que conecta a distintos colectivos. En 2019 se expandió a Red Latinoamericana de Colectivos de Hombres Trans con incidencia en países como México, Cuba, República Dominicana, Perú y Uruguay.
El activismo sexodisidente en Guatemala es una labor de alto riesgo. A nivel político, las ONG y la movilización social han sido perseguidas y acalladas con amenazas legales. Con el decreto 4-2020 o “ley de las ONG” el gobierno de Alejandro Giammattei ha buscado minar la libertad de asociación, reunión y expresión en el país. Desde 2017, grupos conservadores e iglesias intentan aprobar la ley 5272 “para la protección de la vida y la familia”, que busca criminalizar a las personas que deciden interrumpir su embarazo, a los profesionales de la salud que los practiquen, incluso a quienes hablen de ello en privado. También contempla prohibir el matrimonio entre personas del mismo sexo y la difusión de información sobre diversidad sexual o género. Es decir: quieren imponer heterosexualidad obligatoria como política de Estado.
En 2019 fueron asesinadas veinticuatro personas de los sectores LGBTIQ+ en Guatemala. En lo que va corrido del 2020, Alex dice que se han registrado nueve homicidios. Entre ellos el de un amigo suyo, Hanss Acevedo, quien también pertenecía a Trans-Formación y fue asesinado por pandillas.
“El punto es que la vida no vale nada por las carencias que tenemos en la cadena de justicia, especialmente ante el crimen organizado que coaptó a Centroamérica con el narcotráfico y las pandillas hasta los altos niveles del Estado”.
En un país donde la edad de consentimiento para declararse homosexual es dieciocho años, Alex explica que la autonomía y el libre desarrollo de los menores es un tema marginal con consecuencias nefastas. En su caso, le tomó gran parte de su vida asumir su verdadera identidad. Pero en Trans-Formación, que actualmente reúne a más de sesenta y cinco hombres trans sólo en Ciudad de Guatemala, han conocido más experiencias en las que la ley resulta un peso para las personas sexualmente diversas.
“La ley que protege a los niños, niñas y adolescentes en el país fue hecha por adultos y dominada por adultos. La voz de los jóvenes es silenciada. A quienes criminalizan es al padre o la madre. Conocí un niño trans de ocho años a quien su mamá le apoya, pero la escuela arremetió contra ella. La Procuraduría General de la Nación quería quitarle el niño. Les ‘institucionalizan’, es decir los llevan a centros perversos donde son víctimas de violación, trata o caen en pandillas y crimen organizado para el tráfico. El derecho superior del niño y la niña no contempla tu identidad de género ni tu orientación sexual”.
Por eso Trans-Formación se ha convertido en un espacio seguro para las personas trans del país. Desde allí, han logrado ganar algunas batallas frente al Estado guatemalteco, como la aprobación de una estrategia de salud diferenciada para personas trans (aunque el gobierno se ha negado a implementarla en lo real a pesar de haber recibido una orden de la Corte Interamericana de Derechos Humanos).
“Como en Guatemala no se tiene derecho a salud por parte de persona trans, montamos la primera clínica de atención en salud para hombres trans. Convertimos la oficina donde trabajamos en un consultorio para el tema de reemplazos hormonales y medicina general”.
Así mismo, se pelearon una cárcel para que la población LGBTIQ+ no se expusiera a la violencia de las pandillas. Aunque Alex lamenta que el Estado sí funcione cuando se trata de criminalizar a las personas sexodivergentes.
Para Alex, quien se define como necio, perseverante, colectivo, amoroso y protector, la batalla más grande ha sido el paternar como hombre trans.
“Me hubiera encantado que en mi época se hablara de abortos en hombres trans. A mí eso me hizo cambiar por completo mis planes de vida y renunciar a ser Alex Castillo, por la obligación de mantener a dos niños en esta sociedad. Para ellos es difícil manejarlo y para mí también. Los veo a ambos como víctimas colaterales de la violencia que fue impuesta en mi cuerpo. No soy psicólogo, pero ni un profesional podría explicar la experiencia de víctimas colaterales de la violencia. Pero si me preguntas qué es ser abuelo trans, es fabuloso. La nieta de cinco años me tiene loco y habla de su abue. Ella es la que vive defendiéndome: no le digan mujer, es un hombre. Esa es mi nieta y es una hermosa experiencia”.
Alex es uno de lxs cincuenta líderes en disidencia sexual y de género cuya vida celebramos en nuestra quinta edición, ORGULLO.
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Julio C. Londoño Á. https://ift.tt/3et88UB
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