Rita Indiana escribe burlando la ley.
—Los piratas son mis tatarabuelos culturales. Me encanta la cultura bucanera por esa marginalidad tan vital, tan punk rock, en la que vivían. Su estética y sus imágenes me han parecido siempre hermosas: el tesoro enterrado, el fantasma que te guía, el mapa que no es lo que parece, los pliegues que se requieren para truquearlo. Muchos lenguajes que tiene la piratería son lenguajes del secreto. Y eso es muy queer: me recuerda a la cultura gay de los setenta cuando identificabas qué le gustaba a alguien por un anillo en cierto dedo o por un pañuelo amarillo.
Con astucia bucanera, la escritora y cantante dominicana ha asaltado desde 1998 las economías culturales dominantes para llenar un cofre sin fondo en el que Goya y Severo Sarduy comparten saco con el culto a los orishas y las películas de Viernes 13. Contrabandeando hábilmente recursos de campos como las artes visuales, la cultura pop gringa, los ritmos afrocaribeños, la ciencia ficción y la santería, Rita ha amasado un robusto botín: dos libros de cuentos, cinco novelas (y una en proceso) y una carrera musical que en 2009, con el merengue anfetamínico que inventó junto a Los Misterios en su disco El juidero, la volvió un fenómeno de masas en la región.
Pero antes del saqueo vino la fuga.
—Lo raro que me gusta buscar en las cosas tiene que ver con la idea de estar en cautiverio. Ser una mujer homosexual, y además muy masculina, me hizo vivir en un confinamiento de niña mientras estaba en el clóset. Por eso una de mis obsesiones es leer sobre la Guerra de Vietnam: un poco por el tema de la masculinidad, que trato en toda mi obra, pero también para entender el PTSD (Síndrome Postraumático). En un testimonio que leí, un soldado gringo habla sobre sus cinco años apresado por el Vietcong. Él cuenta que lo que hacía durante el encierro era construir una casa en su mente. Si a él le hubiera tomado tres días hacer el hoyo para hacer los cimientos de la casa, duraba tres días en su mente haciendo el hoyo. El cuerpo encerrado obliga a imaginar y produce creatividad. Yo cuando tenía trece años y no me atrevía a decir que era lesbiana, también imaginaba. Si sentía atracción por una amiga, yo decía: “Qué tal que Dios me convirtiera en hombre por veinticuatro horas”. En mi mente no era posible pensar que desde mi cuerpo podía decirle a una mujer que fuéramos novias. Eso me llevó a la literatura, que no es otra cosa que estar en muchos sitios al mismo tiempo, ser muchos cuerpos al mismo tiempo, hablar muchas lenguas al mismo tiempo.
La Montra —así la apodaron desde pequeña en Santo Domingo y bajo ese nombre ha reafirmado la voluntad devoradora que mueve su arte— navega desde entonces buscando “la belleza de lo raro” desde las marginalidades que la impulsan y atraviesan. En el monstruoso arrecife que es su obra viven personajes como Acilde, una de las protagonistas de su novela La mucama de Omicunlé, que cambia de sexo con una inyección de Rainbow Bright y viaja en el tiempo a través de una anémona de mar y un ritual santero, o Mandinga, una alienígena queer que es su alter ego en el “cancionero posapocalíptico” que produjo con Eduardo Cabra y que lanzará este mes, Mandinga Times.
Su literatura, piensa, puede leerse en clave de weird caribeño, un estilo que ha ido martillando experimentalmente, con libertad rítmica y fiereza política, desde su “trilogía de las niñas locas” (La estrategia de Chochueca; Papi, que escribió pensando en su padre asesinado en el Bronx, y Nombres y animales) hasta su novela más reciente, Hecho en Saturno. La crítica y sus lectores han celebrado las riesgosas aventuras estéticas que emprende en su música y sus libros, desde las cuales su escritura acumulativa y caníbal erosiona las herencias afectivas del capitalismo neoliberal, la cultura de consumo mafioso en el archipiélago y, sobre todo, los cimientos de las masculinidades hegemónicas del Caribe hispano.
—Del tropicalismo brasilero aprendí a canibalizar la cultura oficial para vomitar cosas nuevas. Aunque ahora vivo una vida más bien tradicional, porque soy madre y mi obra es cada vez más aceptada, sigo siendo la punk rocker que montaba skate en Santo Domingo, a la que confundían con un hombre porque medía seis pies y que se sentía un Frankenstein. Todos tenemos una semilla de marginalidad, y por eso me entusiasma lo queer y lo weird: me encanta la idea de encontrar el alma detrás del monstruo. Porque eso soy: una mujer lesbiana, altísima, masculina y migrante que mira desde los bordes hacia adentro.
Rita es una de lxs cincuenta líderes en disidencia sexual y de género cuya vida celebramos en nuestra quinta edición, ORGULLO.
A Felipe lo encuentras en Instagram y Twitter como @estimadofelipe.
Felipe Sánchez Villarreal https://ift.tt/3fLOvY8
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