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martes, 30 de junio de 2020

El trabajo sexual no se ha detenido durante la pandemia de coronavirus

Artículo publicado originalmente por VICE España.

Si pensamos en crisis, nos vienen a la cabeza libreros, dueños de pequeñas tiendas de ropa u hosteleros como parte de los muchos profesionales o pequeños empresarios cuyo futuro es incierto, pues se están viendo gravemente afectados por la tremenda crisis económica que está generando el COVID-19.

Sin embargo, ¿qué pasa con las trabajadoras sexuales? En España, el trabajo sexual emplea a unas 100 000 mujeres y genera 4 000 millones de euros al año. Al igual que muchos otros países, España tolera el trabajo sexual pero no lo ha legalizado, dejando a las trabajadoras sexuales en un cruel purgatorio legal: pueden pagar impuestos, pero no se encuentran reconocidas como empleadas.

Cuando el país entró en cuarentena en marzo, el trabajo sexual no se consideró un servicio esencial y, por lo tanto, quedó prohibido. Es difícil imaginar que un sector de ese tamaño suspenda sus actividades sin un gran apoyo del gobierno, pero después de que en un inicio las trabajadoras sexuales estuvieran completamente desamparadas, el 21 de abril, el gobierno español anunció medidas de emergencia destinadas a ayudar a las mujeres obligadas a realizar trabajos sexuales. "Hoy, extendemos nuestra protección destinada a las víctimas de violencia de género a las mujeres que son víctimas de trata, explotación sexual y prostitución", dijo la ministra de Igualdad, Irene Montero, a través de Twitter.

Para acceder a esta protección gubernamental, las trabajadores sexuales tenían que demostrar que eran víctimas de explotación, para lo cual debían ponerse en contacto con los servicios sociales, o ser identificadas por la policía al llevar acabo el cierre de burdeles. Se trata de una política que excluye a quienes eligen el trabajo sexual como modo de vida, o a quienes no tienen los medios o el conocimiento para buscar ayuda. Cuando España comenzó a flexibilizar las medidas de confinamiento a finales de mayo, hablé con tres trabajadoras sexuales radicadas en la ciudad de Madrid sobre cómo se las arreglaron para sobrevivir. Si bien ninguna había solicitado el apoyo del gobierno, cada una tuvo una experiencia distinta de una época en que solo algunas trabajadoras sexuales pudieron absorber el costo dejar de trabajar, mientras que la gran mayoría no tuvo más remedio que seguir trabajando.

La primera de ellas es Cristina. Cristina es una chica de veintisiete años y de origen uruguayo que lleva viviendo cuatro años en España, dos de ellos en el mundo de la prostitución como escort: "un familiar mío me consiguió trabajo de camarera, así que me vine desde Montevideo a España. Cuando me quedé sin trabajo y sin tener ni estudios ni formación concreta, no encontré otra salida más que esta", me cuenta.

Cristina no ha dejado de trabajar ningún día desde que se decretara el estado de emergencia en España a mediados de marzo, por lo que las diferentes fases de la vuelta a la normalidad tampoco le van a afectar demasiado. Ella trabaja en una especie de "cooperativa del sexo", como ella misma lo define, cerca de la parada de metro de Goya, en el barrio de Salamanca: "por cada hora cobro ochenta euros. La mitad se lo lleva la casa y la otra mitad yo".

"Cuando empezó el confinamiento, dejaron de venir algunos clientes, pero empezaron a volver pronto. Muchos hombres con los que me acuesto tienen dinero y viven por la zona, así que no les ha importado saltarse el confinamiento para nada. Imagino que ese tipo de personas no les tienen miedo a las multas. Desde que Madrid entró en la fase uno y la gente se empezó a reunir más, la clientela ha aumentado. De hecho, me atrevería a decir que en la fase uno tenemos más clientes que antes de que empezara todo lo del coronavirus. Supongo que los hombres jóvenes están volviendo a la rutina de salir a tomar una cerveza con los colegas y acabar buscando prostitutas. Eso les gusta mucho aquí en España".

"No se puede poner en la entrada a tomarle la temperatura a todos los clientes que vengan. Sobre todo, porque no volverían"

"A pesar de que siempre tenemos a alguien que custodia la casa", continúa diciendo cuando le pregunto si han tomado —o van a tomar— alguna medida para prevenir la transmisión de la COVID-19, "él no se puede poner en la entrada a tomarle la temperatura a todos los clientes que vengan. Sobre todo, porque no volverían. No hay que olvidar que esto es un negocio ilegal".

Cristina me cuenta que como escort se ha acostado con gente con mucho dinero e incluso algún famoso, y me contó que durante la cuarentena, un cliente de este tipo le pidió que fuera hasta su casa. "Normalmente no suelo ir a las casas, ya que, si quieren que me desplace, solo acepto ir a hoteles por seguridad. Además, en ese momento no estábamos ni en la fase cero, así que me podían multar sin problema, pero el cliente era tan importante que mis jefes me dijeron que aceptara ese trabajo, que ellos me pagaban la multa si pasaba algo".

Tras una búsqueda de unos minutos en Google, conseguí el teléfono de Charo*. Al igual que Cristina, Charo también procede de Latinoamérica, concretamente de Colombia. Tiene 32 años y lleva desde los 22 viviendo en España, aunque prefirió no decir cuanto tiempo lleva dedicándose al trabajo sexual.

A diferencia de Cristina ella no es una escort de lujo de las de cita previa. Charo, que cobra cuarenta euros por cada hora, trabaja en un local con mucha menos clase que el de Cristina cerca de la parada de metro de Quevedo, entre Chamberí y Malasaña. "A mí esto del confinamiento me ha hecho polvo", me dice, "donde yo trabajo llegaban chicos borrachos por la mañana que volvían de haber salido de copas de la zona de Tribunal, pero claro, ahora no hay fiestas", me comenta.

"Normalmente mis chicos", como cariñosamente llama a sus clientes, "salían de fiesta con la esperanza de ligar, pero no. Los pobres se emborrachaban y se metían cocaína hasta más no poder y luego se venían aquí, a cerrar la noche pagando con sus tarjetas de crédito. Como se metían coca, ya no podían tener erecciones y por eso con muchos ni coito había. Me tenía que pasar una hora haciéndoles sexo oral porque no había forma de que se les parara. Es lo que pasa con la droga".

"Me da bastante miedo contagiarme, pero dime: ¿qué hago?"

"A pesar de que me he pasado todo el confinamiento metida en la casa esperando a que viniera alguien, no hemos tenido suerte. Ni yo ni mis compañeras. De momento, hasta que Madrid no pase a la fase tres y vuelvan a abrir las discotecas, supongo que estaré aquí adornando la habitación y no tendré ni un cliente. Llevo sin trabajar desde el último día que se pudo salir de fiesta. De hecho, cuando me llamaste y sonó el teléfono, me hice ilusiones porque pensé que podía ser un cliente. Aunque a mí nadie me pide cita previa. Todos llegaban al burdel por la mañana".

"También te digo que, cuando venga el primer cliente voy a tener un poco de miedo", prosigue. "Me da bastante miedo contagiarme, pero dime: ¿qué hago? ¿Les digo que me toquen las tetas o el culo con guantes? ¿Les hago sexo oral con condón? Como haga eso, aquí no vuelven jamás. Y mi jefa me diría que yo tampoco vuelva".

Charo tiene que pagar el tratamiento de leucemia de su madre en Colombia y no tiene otra opción que seguir trabajando a pesar de las condiciones. "Mi madre lleva unos meses sin recibir dinero y ha tenido que dejar su tratamiento. Si no quiero que se muera, tengo que aceptar toda la mierda de mis clientes, de verdad que no me queda otra. ¿Quién me va a dar a mí trabajo si mi única especialidad es hacer que un hombre eyacule en 45 segundos?".

Con el estómago hecho un nudo tras las declaraciones de Charo, colgué el teléfono y marqué el móvil de Eva, una buena amiga que también se dedica a la prostitución, para preguntarle cómo iba a afrontar ella las etapas de vuelta a la famosa "nueva normalidad".

"A lo mejor me planteo comprar test rápidos para ver si tienen el virus antes de dejarlos pasar a mi casa. Depende de lo que cuesten"

Aunque antes me referí a Cristina como una prostituta de lujo que genera ochenta euros por cada hora de sexo, hay un nivel aún más alto de lujo en este turbio mundo de degenerados. El siguiente nivel sería el de Eva, que además de scort de lujo independiente es una artista conceptual de 35 años de origen cordobés: "el trabajo sexual paga mis cuentas. El resto del tiempo me dedico a pintar o a esculpir". En la mayoría de sus sesiones finge ser la pareja del chico y cobra por hora la enorme suma de setecientos euros, ya sea mediante tarjeta de crédito o en efectivo.

Eva dejó de trabajar incluso antes de que el gobierno decretara el estado de alerta, "para algunas cosas soy muy hipocondriaca y ya desde finales de febrero dejé de recibir clientes", me dice. "Por suerte tengo bastante dinero ahorrado y puedo permitirme estar unos meses sin trabajar".

Eva está dada de alta como trabajadora autónoma y factura como asesora independiente, "declaro hasta el último euro que gano" me cuenta. "A Hacienda, mientras le sigas pagando, le da exactamente igual qué asesores (risas). Además, como todos mis clientes son habituales y la mayoría de ellos ganan mucho dinero y tienen empresas, luego se desgravan la factura. Al final ganamos todos".

A pesar de sus reticencias a trabajar durante la cuarentena, me cuenta que a principios de abril todo cambió: "me llamó uno de mis clientes más habituales, un empresario muy importante de Madrid y, como te podrás imaginar, tiene mucho dinero. El hombre me hizo una propuesta increíble: me propuso que me mudara con él a su chalé a cambio de diez mil euros al mes. Me los daría de forma no oficial, para no tener que declararlos, eso sí, pues dijo que me los daría al principio de cada mes y por adelantado en un maletín".

"Me dijo que no tenía que hacer nada en concreto, solo estar con él durante la cuarentena y hacerle compañía, pues vive solo. Podía llevarme todos mis materiales de arte y hacer lo que quisiera durante todo el día y que solo tendríamos sexo cuando a mí me apeteciera. Al principio, me tomé un tiempo para pensar su oferta, pero luego la acepté. Increíble, diez mil euros al mes por vivir en un chalé con todo a mi disposición. Dime, ¿tú qué harías?. Ahora mismo te hablo desde el porche de su patio", me cuenta mientras sigo atónito.

"Aun así, aunque poco a poco vayamos cambiando de fase y la gente pueda empezar a venir a verme, creo que, por lo pronto, no voy a aceptar visitas. Esperaré hasta que todo esté completamente tranquilo; no tengo prisa por trabajar. Ten en cuenta que muchos de mis mejores clientes no son de Madrid, algunos ni siquiera son de España, por lo que, aunque ya se pueda pasar de provincia a provincia o de país a país, no sé qué pueda estar sucediendo en la ciudad de cada uno. Te juro que he estado hablando con un par de contactos y, a lo mejor, me planteo comprar test rápidos para ver si tienen el virus antes de dejarlos pasar a mi casa. Depende de lo que cuesten".

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Israel Merino https://ift.tt/eA8V8J

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