Artículo publicado originalmente por VICE Reino Unido.
El siguiente es un capítulo del libro de Alex S. Vitale 'The End of Policing' (2017, Verso), que actualmente se encuentra disponible para su compra o descarga.
La policía existe para salvaguardarnos, o eso es lo que nos han dicho los principales medios de comunicación y la cultura popular. Los programas de televisión exageran la verdadera naturaleza del trabajo policial y la cantidad de delitos graves que combaten durante todo el día. El control del crimen es tan solo una pequeña parte de la función policial, y siempre lo ha sido.
Los arrestos por delitos graves de cualquier tipo son una rareza para los oficiales uniformados, y la mayoría no realiza más de uno al año. Cuando un oficial de patrulla realmente detiene a un criminal violento en el acto, ese se vuelve un momento importante para su carrera. La mayor parte de los agentes de policía trabajan como patrulleros. Toman reportes, realizan patrullajes aleatorios, responden a reportes de violación de normas de manejo y espacios de estacionamiento, quejas de ruido, emiten multas y hacen arrestos por delitos menores como beber en la vía pública, posesión de pequeñas cantidades de drogas o la vaga "alteración del orden público". Los oficiales a los que he acompañado en sus patrullajes describen sus días como "99 por ciento aburrimiento y 1 por ciento terror puro", e incluso ese 1 por ciento es un poco exagerado en el caso de la mayoría de los oficiales.
Incluso los detectives (que constituyen solo el 15 por ciento de las fuerzas policiales) pasan la mayor parte de su tiempo tomando reportes de crímenes que nunca resolverán y que, en muchos casos, ni siquiera investigarán. No hay forma posible en que la policía investigue cada delito denunciado. Incluso las investigaciones de homicidios pueden llegar rápidamente a su fin si no se identifica a un sospechoso claro dentro de los primeros dos días, como enfatiza el documental serial The First 48. Es menos probable aún que se investiguen a fondo los robos y asaltos. La mayoría de los crímenes que se investigan nunca son resueltos.
Crecí viendo programas como Adam-12, que retrataba a la policía como ejecutores desapasionados de la ley. Hollywood, en los años sesenta y setenta, ayudo al Departamento de Policía de Los Ángeles (LAPD) a construir una imagen de profesionalismo como respuesta a los disturbios de Watts en 1965. Hoy en día, estamos inundados de dramas policiales y reality shows con un espíritu y propósito muy similares a los de aquellos años. Algunos tienen más matices que otros, pero en general estos programas retratan a la policía como una corporación que lucha contra el crimen en un entorno complejo y, a veces, moralmente contradictorio. Incluso cuando se retrata a la policía estando involucrada en comportamientos corrupto o brutales, como en la película Dirty Harry o la serie The Shield, se entiende que su principal motivación es atrapar a los chicos malos.
En gran medida, la idea de que la policía existe para protegernos de los malos es una fantasía liberal. Como argumente el veterano especialista en asuntos policiales David Bayley:
"La policía no previene el crimen. Éste es uno de los secretos mejor guardados de la vida moderna. Los expertos lo saben, la policía lo sabe, pero el público no lo sabe. Sin embargo, la policía finge ser la mejor defensa de la sociedad contra el crimen y continuamente argumenta que si se le otorgan más recursos, especialmente más personal, podrá proteger a las comunidades contra el crimen. Esto es un mito".
Bayley señala también que no hay correlación alguna entre el número de policías y las tasas de criminalidad.
Los liberales piensan que la policía es el mecanismo legítimo para usar la fuerza en nombre del interés de toda la sociedad. Para ellos, el estado, a través de elecciones y otros procesos democráticos, representa la voluntad general de la sociedad como cualquier otro sistema podría hacerlo; quienes actúan en contra de ese interés, por lo tanto, tendrían que enfrentar a la policía. La policía debe mantener su legitimidad pública actuando de manera que el público respete y cumpla con el estado de derecho. Para los liberales, la reforma policial es siempre una cuestión de tomar medidas para restablecer esa legitimidad. Eso es lo que diferencia a la policía de una democracia liberal de la policía de una dictadura.
Esto no quiere decir que los liberales crean que la policía estadounidense no tiene problemas. Reconocen que la policía a veces viola sus principios, pero ven esto como el fracaso individual que ocurre al no aplicarle a una persona procedimientos disciplinarios o mejoras en su capacitación y supervisión. Si hay departamentos de policía enteros que presentan conductas discriminatorias, abusivas o poco profesionales, los liberales pugnan por poner en práctica esfuerzos para eliminar estos prejuicios y malas prácticas a través de la capacitación, los cambios de liderazgo y una variedad de mecanismos de supervisión hasta que la legitimidad sea restablecida. Argumentan que es posible expulsar de la profesión a los elementos racistas y brutales y restablecer un sistema imparcial de aplicación de la ley en nombre del interés de toda la sociedad. Quieren que la policía esté mejor capacitada, sea más responsable y menos brutal y racista —objetivos loables, pero que dejan intactas las funciones institucionales básicas de la policía, que nunca han estado realmente relacionadas con la seguridad pública o el control del crimen—.
La politóloga Naomi Murakawa señala que esta idea errónea por parte de los liberales condujo a las reformas inadecuadas hechas a la policía y la justicia penal en el pasado. Los liberales, según Murakawa, quieren ignorar la profunda y arraigada herencia racista. En lugar de admitir el papel central de la esclavitud y Jim Crow tanto en la producción de riqueza para los blancos como en la negación de oportunidades fundamentales de vida para los negros, prefieren concentrarse en usar algunos programas correctivos, respaldados por un sistema de justicia penal robusto para transformar las actitudes de los negros y que así estén mejor capacitados para desempeñarse competitivamente en el mercado laboral. El resultado, sin embargo, es que los estadounidenses negros parten de una posición desfavorable que los hace más propensos a entrar en contacto con el sistema de justicia penal y ser tratados con mayor severidad por el mismo. Lo que falta en este enfoque liberal es cualquier evaluación crítica de los problemas que el estado le pide a la policía que resuelva y si la policía es realmente el organismo más adecuado para resolverlos.
La realidad es que la policía existe principalmente como un sistema para controlar e incluso producir desigualdad mediante la supresión de los movimientos sociales y el manejo estricto del comportamiento de las personas pobres y no-blancas: aquellos en el lado perdedor de los acuerdos económicos y políticos. Bayley argumenta que el sistema de policía surgió a medida que se desarrollaron nuevas agrupaciones políticas y económicas que produjeron revueltas sociales que ya no podían ser controladas por los procesos existentes privados, comunales e informales. Esto se puede ver en los orígenes de la policía en el siglo XVIII, los cuales estaban vinculados a tres acuerdos sociales básicos de desigualdad: la esclavitud, el colonialismo y el control de una nueva clase obrera industrial. Esto creó lo que Allan Silver llama una "sociedad bajo el control policial", en la cual el poder del estado se expandió significativamente ante las revueltas sociales y las demandas de justicia.
Como señala Kristian Williams, "la policía representa el punto de contacto entre el aparato coercitivo del estado y la vida de sus ciudadanos". En palabras de Mark Neocleous, la policía existe para "producir orden social", pero ese orden se basa en sistemas de explotación, y cuando las élites sienten que esos sistemas están en riesgo, ya sea por revueltas de esclavos, huelgas generales o delitos y disturbios en las calles, confían en la policía para controlar esas actividades. Cuando es posible, la policía previene agresiva y proactivamente la formación de movimientos y expresiones públicas de descontento, pero cuando resulte necesario recurrirán a la fuerza bruta. Por lo tanto, si bien las formas específicas que adopta el control policial han cambiado a medida que la naturaleza de la desigualdad y las formas de resistencia a la misma han cambiado con el tiempo, permanece vigente su función básica de controlar a los pobres, los extranjeros y los no-blancos en nombre de un sistema de desigualdad económica y política.
La fuerza policial original
La mayoría de los académicos liberales y conservadores intentan contrarrestar este argumento señalando a la Policía Metropolitana de Londres, considerada la fuerza policial "original". Creada en 1829 por Sir Robert Peel, esta nueva fuerza fue más efectiva que la "vigilancia" informal y no profesional o la milicia y el ejército, que suelen ser excesivamente violentos y a menudo odiados. Pero incluso este noble esfuerzo no tenía como motivación combatir el crimen, sino controlar el desorden y proteger de la plebe a las clases dueñas de los medios de producción.
Peel desarrolló sus ideas mientras manejaba la ocupación colonial británica de Irlanda y buscaba nuevas formas de control social que permitieran la dominación política y económica continua ante los crecientes disturbiosin, insurrecciones y levantamientos políticos. Durante años, tales "ultrajes" habían estado en manos de la milicia local y, si era necesario, en manos del ejército británico. Sin embargo, la expansión colonial y las guerras napoleónicas redujeron drásticamente la disponibilidad de estas fuerzas a la par que aumentó la resistencia a la ocupación británica. Además, las herramientas de las tropas armadas para enfrentar disturbios y otras formas de desorden masivo eran limitadas. Con demasiada frecuencia se les ordenó abrir fuego contra las multitudes, lo cual creó mártires y enardeció aún más la resistencia irlandesa.
Peel se vio obligado a desarrollar una forma de control de menor costo y más legítima: una "Fuerza de Preservación de la Paz", compuesta por policías profesionales que buscaban controlar a las multitudes integrándose más a profundidad en las localidades rebeldes, para luego identificar y neutralizar a los alborotadores y sus líderes mediante amenazas y arrestos. Esto condujo finalmente a la creación de la Real Policía Irlandesa [Royal Irish Constabulary], que durante aproximadamente un siglo fue la principal fuerza policial rural en Irlanda. Desempeñó un papel central en el mantenimiento del dominio británico y un sistema agrícola opresivo dominado por los británicos leales, un sistema que produjo pobreza, hambruna y desplazamiento generalizados.
El evento que por sí solo mostró la necesidad de una fuerza policial profesional fue la Masacre de Peterloo de 1819. Ante la pobreza generalizada que se combinó con el desplazamiento del trabajo especializado debido a la industrialización, surgieron movimientos en todo el país para pedir reformas políticas. En agosto de 1819, decenas de miles de personas se reunieron en el centro de Manchester, pero tal manifestación fue declarada ilegal. Entonces, la caballería de la milicia local, ramada con sables, mató a una docena de manifestantes e hirió a varios cientos más. En respuesta, el estado británico desarrolló una serie de leyes sobre la vagancia, diseñadas para obligar a las personas a realizar trabajos "productivos". Lo que se necesitaba era una fuerza que pudiera mantener el control político y ayudara a producir un nuevo orden económico de capitalismo industrial.
Para tales fines, Peel, como ministro del interior, creó la Policía Metropolitana de Londres. Las principales funciones de la nueva policía, a pesar de afirmar su neutralidad política, eran proteger la propiedad, sofocar disturbios, reprimir huelgas y otras acciones industriales, y generar una fuerza laboral industrial disciplinada. Este sistema se extendió por toda Inglaterra, que estaba inundada de de movimientos contra la industrialización. Los luditas se resistieron a la explotación mediante el sabotaje del lugar de trabajo. Los jacobinos, inspirados por la Revolución Francesa, fueron una fuente constante de preocupación. Sin embargo, los más peligrosos fueron los cartistas, que pidieron reformas democráticas fundamentales en nombre de los trabajadores ingleses empobrecidos. Los agentes y las milicias locales sin preparación profesional no pudieron hacer frente a estos movimientos de manera efectiva ni hacer cumplir las nuevas leyes sobre la vagancia. Al principio solicitaron los servicios de la nueva Policía de Londres, que había demostrado ser bastante efectiva para sofocar disturbios y ataques usando un mínimo de fuerza. Sin embargo, esa fuerza siempre llevó el sello de la intervención del gobierno central, lo cual solía exacerbar aún más los movimientos, por lo que con el paso del tiempo las ciudades crearon sus propios departamentos profesionales de policía de tiempo completo, basados en el modelo de Londres.
El modelo de Londres fue importado a Boston en 1838 y se extendió por las ciudades del norte de los Estados Unidos durante las siguientes décadas. Ese modelo tuvo que adaptarse a los Estados Unidos, donde la inmigración masiva y la rápida industrialización crearon un entorno aún más social y políticamente caótico. Los líderes económicos y políticos de Boston necesitaban una nueva fuerza policial para controlar los disturbios y el desorden social generalizado asociado con las clases trabajadoras. En 1837, los disturbios de Broad Street involucraron a una multitud de 15,000 entre yankees nativistas e inmigrantes irlandeses. La revuelta fue sofocada solo después de que un regimiento de milicias, que incluía una caballería de 800 miembros, fue llamado a las calles. Después de esto, el alcalde Samuel Elliot inició la creación de una fuerza policial civil profesional.
Nueva York superó por mucho a Boston, creando una fuerza policial aún más grande y más formal en 1844. La ciudad estaba llena de nuevos inmigrantes que estaban siendo devorados por la rápida y a menudo cruel industrialización, lo cual produjo agitación social y empobrecimiento que se expresaron como crimen, conflictos étnicos y raciales y disturbios laborales. Los trabajadores portuarios blancos y negros se declararon en huelga y emprendieron acciones destructivas de sabotaje en 1802, 1825 y 1828. Hubo grandes oleadas de huelgas de trabajadores especializados que fueron desplazados por la producción en masa en 1809, 1822 y 1829. Esto culminó en la formación del Partido de los Trabajadores en 1829, que exigió una jornada laboral de diez horas, y condujo a la fundación del Sindicato General en 1833. Los disturbios se generalizaron durante este período, en ocasiones llegaron o producirse mensualmente. Durante los disturbios de la Navidad de 1828, 4000 trabajadores marcharon en los distritos ricos, golpeando a los negros y saqueando tiendas en el camino. La guardia nocturna se reunió para bloquearlos, pero falló para horror de la élite de la ciudad, que observó cómo se desarrollaban los eventos desde sus mansiones y una fiesta en el City Hotel. En respuesta, los periódicos comenzaron a pedir una mayor expansión y profesionalización de la guardia, lo que concluyó con la creación de la policía.
Los protestantes ricos y nativistas sentían temor y resentimiento hacia los nuevos inmigrantes, que a menudo eran católicos, sin educación, desordenados, políticamente militantes y propensos a votar por los demócratas. Intentaron disciplinar y controlar a esta población imponiendo restricciones al consumo de alcohol, las apuestas y la prostitución, así como también a comportamientos mucho más mundanos, como la forma en que las mujeres llevaban el pelo, los trajes de baño y los besos en público. La formación de la policía de Chicago estuvo vinculada directamente a tales esfuerzos. El alcalde del Partido de la Ley y el Orden, Levi Boone, estableció la primera fuerza de "policía especial" después de su elección en 1855 con la intención expresa de hacer cumplir una variedad de leyes de moral nativista, las que incluían las restricciones al consumo de alcohol. En respuesta al arresto de varias docenas de taberneros, un grupo compuesto principalmente por trabajadores alemanes intentó liberarlos, lo que provocó lo que se conoce como los disturbios de la cerveza Lager. Según el historiador Sam Mitrani, las élites locales respondieron celebrando una reunión de "Ley y orden" para exigir un cuerpo policial aún más grande y profesional. A la semana siguiente, el Ayuntamiento respondió creando la primera fuerza policial oficial de Chicago.
Fue la creación de la policía lo que hizo posible por primera vez la aplicación generalizada de las leyes relativas a los vicios e incluso el código penal. Estas leyes de moralidad le dieron al estado un mayor poder para intervenir en la vida social de los nuevos inmigrantes y abrieron la puerta a la corrupción generalizada. La corrupción relacionada con los vicios se volvió endémica en los departamentos de policía de todo el país. Aunque los sótanos de las estaciones policiacas solían albergar a indigentes, y los oficiales manejaban una gran población de jóvenes huérfanos, como señala Eric Monkkonen, estos esfuerzos fueron diseñados principalmente para vigilar y controlar a esta población, no para brindarle una asistencia significativa.
Los primeros policías urbanos de Estados Unidos eran corruptos e incompetentes. Los oficiales generalmente eran elegidos en función de conexiones políticas y sobornos. En la mayoría de los lugares no hubo exámenes de servicio civil o incluso entrenamiento formal. También se utilizó a los policías como una herramienta de los partidos políticos para suprimir el voto de la oposición y espiar y reprimir las huelgas, reuniones y organizaciones de trabajadores. Si un hombre de negocios local tenía vínculos estrechos con un político local, solo tenía que ir a la estación y enviarían un escuadrón de policía para amenazar, golpear y arrestar a los trabajadores según fuera necesario. Los pagos por parte de los apostadores y, más tarde, los contrabandistas fueron una fuente importante de ingresos para los oficiales; además, estos pagos hicieron crecer la cadena de mando. Este sistema de "sobornos" siguió siendo un procedimiento estándar en muchos departamentos importantes hasta la década de 1970, cuando surgió la resistencia en forma de denunciantes como Frank Serpico. La corrupción sigue siendo un problema, especialmente en relación con las drogas y el trabajo sexual, pero tiende a ser más aislada, menos sistémica y sujeta a algunos controles disciplinarios internos, ya que los reformadores liberales han trabajado para apuntalar la legitimidad policial.
El principal trabajo de los primeros detectives era espiar a los políticos radicales y otros alborotadores y reemplazar a los ladrones privados que recuperaban bienes robados a cambio de una recompensa. Curiosamente, muy pocos ladrones eran atrapados por la nueva policía. En muchos casos, la policía trabajaba estrechamente con ladrones y carteristas, tomando así parte de sus ganancias y protegiéndolos al intercambiarles mercancías robadas por una recompensa, así no tenían que venderlas en el mercado negro a un muy bajo costo. Los primeros detectives como Alexander "Clubber" Williams acumularon fortunas significativas con este tipo de tratos.
El alcance de la corrupción policial fue tan grande que tanto los líderes empresariales y religiosos como los periodistas se unieron para exponer la corrupción y la ineficiencia de la policía, y exigir que se volviera más profesional y tomara medidas enérgicas contra el crimen, el vicio y la política radical. En respuesta a este y otros esfuerzos similares, a fines del siglo XIX y principios del siglo XX, la policía se profesionalizó mediante la implementación de pruebas de servicio civil, procesos de contratación centralizados, capacitación y nuevas tecnologías. Se corrigió la corrupción y la brutalidad y se incorporaron las ciencias administrativas. Reformadores como August Vollmer desarrollaron cursos de ciencia policial y libros de texto, utilizaron nuevas tecnologías de transporte y comunicación e introdujeron la toma de huellas digitales y los laboratorios policiales. Como veremos más adelante, muchas de estas ideas surgieron de sus experiencias como parte de las fuerzas de ocupación estadounidenses en Filipinas.
De Filipinas a Pensilvania
En algunos casos, las primeras fuerzas policiales se crearon específicamente para suprimir los movimientos obreros. Pensilvania fue el hogar del sindicalismo más militante de finales del siglo XIX y principios del siglo XX. La policía local era muy escasa y a veces simpatizaba con los trabajadores, por lo que los propietarios de minas y fábricas recurrieron al estado para proporcionarles fuerzas armadas que controlaran las huelgas e intimidaran a los organizadores. La respuesta inicial del estado fue autorizar una fuerza policial completamente privada llamada la Policía del Carbón y el Hierro. Los empleadores locales solo tenían que pagar una comisión de un dólar por persona por nombrar oficial de la ley a cualquiera de su elección. Estas fuerzas trabajaban directamente para el empleador—a menudo bajo la supervisión de la Agencia Nacional de Detectives Pinkerton u otras fuerzas de seguridad privadas— y, por lo general, se usaban como rompehuelgas y agentes provocadores que fomentaban la violencia como una forma de romper los movimientos de los trabajadores y justificar su pago continuo. La policía del carbón y el hierro cometió numerosas atrocidades, incluida la masacre de Latimer en 1897, en la que mataron a 19 mineros desarmados e hirieron a otros 32. La gota que derramó el vaso fue la huelga del carbón de antracita en 1902, una batalla campal que duró cinco meses y creó escasez nacional de carbón.
A raíz de esto, los líderes políticos y los empleadores decidieron que un nuevo sistema de control laboral pagado por las arcas públicas sería más barato para ellos y tendría mayor legitimidad y efectividad pública. El resultado fue la creación de la Policía Estatal de Pensilvania en 1905, la primera fuerza policial estatal en el país. Se inspiró en la Policía de Filipinas, utilizada para mantener la ocupación estadounidense allí, la cual se convirtió en el campo de pruebas para nuevas técnicas y tecnologías policiales. La población local resentía la ocupación estadounidense y desarrolló organizaciones y luchas anticoloniales. La fuerza policial nacional intentó desarrollar vínculos estrechos con las comunidades locales para así poder monitorear las actividades subversivas. Además, Estados Unidos se apresuró a instalar cables telefónicos y telegráficos que le permitieran una comunicación rápida de la información descubierta por sus equipos de inteligencia. De esta forma, cuando surgían las manifestaciones, la policía, a través de una enorme red de informantes, podía anticiparlas y colocar espías y agentes provocadores en ellas para sembrar la discordia y facilitar el arresto y la neutralización de sus líderes y otros agitadores.
En Pensilvania, esta nueva fuerza paramilitar representó un cambio importante en el poder, al alejarlo de las comunidades locales. Este cambio favoreció inequívocamente los intereses de los grandes empleadores, que tuvieron así una influencia significativamente mayor sobre los políticos a nivel estatal. Aunque supuestamente estaba bajo el control político civil, la realidad era que la policía estatal seguía siendo una fuerza importante para sofocar huelgas, aunque por lo regular empleaba menos violencia, pues tenía mayor autoridad legal y política. Sin embargo, los resultados en general fueron los mismos, ya que participaban activamente como rompehuelgas y en el asesinato de mineros, como pasó en la huelga del carbón del condado de Westmoreland en 1910 y 1911.
Los ataques frecuentes de esta policía llevaron a los mineros eslovacos a darles el sobrenombre de los "cosacos de Pensilvania" y motivaron al legislador estatal socialista James H. Maurer a solicitar, recopilar y publicar una gran cantidad de correspondencia que describía sus tácticas extremas bajo el título The American Cossack [El cosaco americano]. Curiosamente, muchas de las cartas señalaban que la nueva policía estatal no solía mostrar interés en controlar el crimen y que, más bien, servía estrictamente como un rompehuelgas financiado con fondos públicos. En 1915, la Comisión Estatal de Relaciones Laborales la describió como:
una fuerza extremadamente eficiente para aplastar huelgas, pero... no tiene éxito en prevenir la violencia relacionada con las huelgas, ni en salvaguardar los derechos legales y civiles de las partes inmiscuidas en la disputa o en proteger a la población. Por el contrario, la violencia parece aumentar en lugar de disminuir cuando el agente policial se involucra en una disputa industrial, los derechos legales y civiles de los trabajadores han sido violados en numerosas ocasiones.
Jesse Garwood, una figura importante dentro de las fuerzas de ocupación estadounidenses en Filipinas, aplicó los métodos de espionaje militarizado y represión política en los mineros y los trabajadores de las fábricas de Pensilvania.
Estas prácticas después serían integradas a la policía nacional estadounidense. El líder policial más importante del siglo XX, August Vollmer, después de servir en Filipinas, se convirtió en jefe de policía en Berkeley, California, y escribió el libro de texto más importante para la policía moderna. Vollmer fue pionero en el uso de patrullas de radio, huellas digitales y otras técnicas que ahora se consideran una práctica estándar. El general de marina Smedley Butler, quien creó la policía haitiana y desempeñó un papel importante en la ocupación estadounidense de Nicaragua, se desempeñó como jefe de policía de Filadelfia en 1924, dando paso a una ola de modernización tecnológica y tácticas policiales militarizadas. Fue destituido de su cargo después de una protesta pública por sus métodos represivos.
Los Estados Unidos establecieron fuerzas policiales coloniales adicionales en América Central y el Caribe a principios del siglo XX. Jeremy Kuzmarov documenta la participación de Estados Unidos en la creación de fuerzas policiales represivas en Haití, República Dominicana y Nicaragua. Estas fuerzas fueron diseñadas para formar parte de un programa de modernización y construcción de nación de la Era Progresiva, pero rápidamente se convirtieron en fuerzas de represión brutal al servicio de los regímenes respaldados por Estados Unidos. Estas fuerzas de seguridad formadas por los Estados Unidos cometieron abusos horribles contra los derechos humanos, como tortura, extorsión, secuestro y asesinatos masivos.
Estados Unidos continuó estableciendo fuerzas policiales como parte de sus objetivos de política exterior durante el período de la posguerra. En Japón, Corea del Sur y Vietnam del Sur había fuerzas policiales creadas por los Estados Unidos cuyos propósitos principales eran las operaciones de inteligencia y contrainsurgencia. El reformador de la policía de la posguerra O.W. Wilson, coronel de la policía militar durante la Segunda Guerra Mundial, estuvo involucrado en la desnazificación de Alemania después de la guerra. Luego de eso, dio clases de ciencia policial en Berkeley y fue nombrado comisionado de policía de Chicago en 1960 e influyó con sus ideas de vigilancia preventiva en toda una generación de funcionarios ejecutivos policiales.
Los Rangers de Texas
Estados Unidos también tuvo una versión local de su policía colonial: los Rangers de Texas. Habiendo iniciado como un grupo inconsistente y poco articulado, los Rangers fueron contratados para proteger los intereses de los colonos blancos recién llegados, primero bajo el gobierno mexicano, luego bajo la República independiente de Texas, y finalmente como parte del estado de Texas. Su trabajo principal era ir tras las poblaciones nativas acusadas de atacar a los colonos blancos e investigar delitos como el robo de ganado.
Los Rangers también actuaban frecuentemente como justicieros en nombre de los blancos en las disputas con las poblaciones española y mexicana. Durante más de un siglo fueron una fuerza importante para la expansión colonial blanca, al expulsar a los mexicanos mediante la violencia, la intimidación y la interferencia política. En algunos casos, los blancos saqueaban el ganado de los ranchos mexicanos y luego, cuando los vaqueros mexicanos intentaban recuperarlo, llamaban a los Rangers para que recuperaran su "propiedad robada". Los mexicanos y nativos americanos que se resistían a la autoridad de los Rangers podían ser asesinados, golpeados, arrestados o intimidados. Mike Cox describe esto como una campaña de exterminio en la que casi toda la población indígena fue asesinada o expulsada del territorio.
El libro Forgotten Dead: Mob Violence against Mexicans in the United States, 1848–1928 [Los muertos olvidados: violencia criminal contra mexicanos en los Estados Unidos, 1848-1928] de Carrigan y Webb es parte de un esfuerzo que involucra a familias, académicos y la comunidad tejana en general para sacar a la luz esta historia oculta. Tal esfuerzo culminó con una exhibición en el Museo de Historia del Estado de Bullock, titulada "Vida y muerte en la frontera", que narraba los muchos abusos perpetradas en contra de los tejanos de herencia mexicana, quienes fueron expulsados por los colonos blancos con la ayuda de los Rangers de Texas. Esto incluye la horrible masacre de 1918 en Porvenir, en la que los Rangers mataron a 15 lugareños desarmados y llevaron a la comunidad restante a México por temor a más violencia. Esto condujo, en 1919, a una serie de audiencias legislativas estatales sobre ejecuciones extrajudiciales y brutalidad por motivos raciales en nombre de los ganaderos blancos. Esas audiencias no dieron pie a ningún cambio formal; los registros gráficos de abuso fueron sellados durante los siguientes 50 años para evitar cualquier mancha en el "heroico" récord de los Rangers.
Esta fuerte violencia fue impulsada en parte por separatistas dentro de la población mexicana de Texas, quienes estaban cansados de la constante usurpación de sus tierras, las políticas segregacionistas y la exclusión del proceso político, todo lo cual fue impuesto por los Rangers y la policía local. Este movimiento de sediciosos engendró una terrible reacción que fue celebrada por los periódicos locales: "Los bandidos y forajidos identificados están siendo cazados como coyotes y son asesinados uno por uno... La guerra de exterminio continuará hasta que hayan sido aniquilados todos los hombres que se sabe que estuvieron involucrados en el levantamiento".
En las décadas de 1960 y 1970, las élites locales y estatales utilizaron a los Rangers para suprimir los derechos políticos y económicos de los mexicoamericanos y desempeñaron un papel central en la subversión de los movimientos de los trabajadores agrícolas al acabar con sus asambleas, intimidar a los partidarios y arrestar y brutalizar a los participantes y sus líderes sindicales. Los Rangers también fueron convocados frecuentemente para intimidar a los mexicoamericanos y que así no votaran en las elecciones locales. La mayoría de los latinos fueron sometidos a una especie de "leyes de segregación" en las que se les negó el derecho a votar y se les prohibió el uso de instalaciones de alojamiento privadas y públicas, ya fueran hoteles, restaurantes, salas de espera de estaciones de autobuses, piscinas públicas y baños.
La primera embestida directa a este sistema ocurrió en 1963 en el pequeño pueblo agrícola de Crystal City, en el cual los tejanos constituían la mayor parte de la población pero no tenían representación política. El sistema político blanco impuso la segregación, cobró a los latinos impuestos más altos y les proporcionó servicios de calidad inferior. En 1962, los mexicoamericanos locales comenzaron a intentar registrarse para votar, solo para enfrentar el acoso y la intimidación de la policía y los empleadores locales. Después de un esfuerzo extenso que involucró a monitores externos, la atención de la prensa y hasta demandas, lograron registrarse y, en 1963, presentaron una lista de candidatos para el consejo municipal local. En respuesta, los Rangers de Texas emprendieron un programa de intimidación. Intentaron evitar que atrajeran votantes, amenazaron a los candidatos y sus partidarios, e incluso se involucraron en ataques físicos y arrestos. Al final, debido a la extensa atención de la prensa externa, los Rangers tuvieron que dar marcha atrás y sus candidatos arrasaron con las elecciones, dando paso a un período de mayores derechos civiles para los mexicoamericanos.
En 1935, Walter Webb escribió una versión masiva de la historia de los Rangers llamada The Texas Rangers: A Century of Frontier Defense [Los Rangers de Texas: un siglo de defensa fronteriza], la cual cuenta sus virtudes sin ambigüedades y los presenta como un modelo a seguir para la policía estadounidense. El presidente Lyndon B. Johnson incluso escribió el prólogo a una edición posterior. El libro de Webb inspiró una generación de películas y novelas que elogiaban a los Rangers, la cual culmino en la serie de televisión de los años noventa, Walker, Texas Ranger, protagonizada por el derechista experto en artes marciales Chuck Norris.
El papel de la esclavitud
La esclavitud fue otra fuerza importante que inicialmente le dio forma a la policía estadounidense. Mucho antes de que se formara la Policía Metropolitana de Londres, las ciudades del sur de Estados Unidos como Nueva Orleans, Savannah y Charleston ya pagaban el salario de una unidad de policía de tiempo completo que vestía uniforme, debía responder a los funcionarios civiles locales y estaba vinculada a un sistema de justicia penal más amplio. Estas primeras fuerzas policiales no se derivaron del sistema de vigilancia informal, como sucedió en el noreste, sino de patrullas de esclavos, y se desarrollaron para evitar revueltas. Tenían el poder de inspeccionar la propiedad privada para asegurarse de que los esclavos no albergaran armas o fugitivos, ni realizaran reuniones o aprendieran a leer o escribir. También jugaron un papel importante en evitar que los esclavos escaparan al norte, mediante el patrullaje regulare de los caminos rurales.
Si bien la mayoría de las patrullas de esclavos eran rurales y no profesionales, las patrullas urbanas como la Guardia de la Ciudad de Charleston se profesionalizaron desde el año 1783. En 1831, la policía de Charleston tenía 100 guardias contratados por la ciudad y 60, por el estado, esto entre las patrullas a pie y montadas, las cuales estaban en servicio las 24 horas del día. Las personas esclavizadas regularmente trabajaban lejos de la propiedad de sus dueños en almacenes, talleres y otros lugares, como parte de la industrialización. Esto significaba que un gran número de esclavos podían moverse solos por la ciudad siempre y cuando tuvieran un pase adecuado. Podían reunirse con otros esclavos, frecuentar tabernas clandestinas e incluso establecer asociaciones religiosas y benévolas, por lo regular esto en conjunto con negros libres, lo que produjo una tremenda ansiedad social entre los blancos. La policía profesional llegó a considerarse esencial. Richard Wade cita a un charlestoniano en 1845:
En el campo escasamente poblado, donde las pandillas de negros están confinadas dentro de las plantaciones bajo la disciplina y el control inmediato de sus respectivos dueños, a los esclavos no se les permite holgazanear y deambular en busca de diversión... Una inspección ocasional y la supervisión general de una patrulla pueden ser suficientes. Pero, es absolutamente necesario un sistema más enérgico y puntual en las ciudades, donde debido a la densidad de la población y la cercanía de los asentamientos debe haber una circunspección más cercana y cuidadosa.
El resultado, según Wade, fue "una lucha persistente por minimizar la fraternización entre los negros y, en especial, por evitar el crecimiento de una comunidad de color organizada". Esto se hizo a través del monitoreo e inspección constante de la población negra. La policía fuertemente armada inspeccionaba con regularidad los pases de los esclavos que salían a trabajar y los de los negros libres. La policía libró una batalla constante por cerrar bares clandestinos, grupos de estudio y congregaciones religiosas. El único límite al poder policial era que las personas esclavizadas eran propiedad de otra persona; matar a un esclavo podría resultar en responsabilidad civil ante el propietario. En las zonas rurales, la transición de las patrullas de esclavos a la policía fue más lenta, pero la conexión funcional básica fue la misma.
Cuando fue abolida la esclavitud, el sistema de patrullas de esclavos también lo fue; los pueblos pequeños y las zonas rurales desarrollaron sistemas policiacos nuevos y más profesionales para hacer frente a la población negra recién liberada. La principal preocupación en ese período no fue tanto prevenir la rebelión, sino forzar a los negros recién liberados a desempeñar roles económicos y políticos de manera sumisa. Las nuevas leyes que prohibían la vagancia se utilizaron extensivamente para obligar a los negros a aceptar un empleo, principalmente en el sistema de aparcería. La policía local hizo valer los impuestos electorales junto con otros esfuerzos para lograr la supresión de votantes y garantizar el control de los blancos sobre el sistema político.
Cualquier persona en las calles sin comprobante de empleo era sometida de inmediato a acciones policiales. La policía local era la principal puerta de entrada a los males del arrendamiento de convictos y las granjas carcelarias. Los alguaciles locales arrestaban a los negros libres con pruebas endebles o inexistentes, para luego conducirlos a un sistema de justicia penal cruel e inhumano cuyos castigos solían resultaban en la muerte.
Estos mismos alguaciles y jueces también recibían sobornos y en algunos casos generaban listas de negros fuertes y trabajadores para que fueran encarcelados en beneficio de sus empleadores, quienes luego los alquilarían para realizar trabajos forzados con fines de lucro. Douglas Blackmon narra las terribles condiciones de las minas y los campamentos madereros donde miles de negros perecieron. En la era de las leyes de segregación racial, la policía se había convertido en una herramienta indispensable para mantener la desigualdad racial en todo el Sur, y se complementaba de manera perfecta con grupos vigilantes como el Ku Klux Klan, que a menudo trabajaba en estrecha colaboración con la policía local, pues muchos de sus integrantes pertenecían a esa corporación.
La policía del norte también se vio profundamente afectada por la emancipación. Los líderes políticos del norte temían profundamente que hubiera una migración de los negros rurales recién liberados, a quienes veían como criminales, ignorantes y socialmente, si no es que racialmente, inferiores. Para controlar esta creciente población, se establecieron guetos en las ciudades del norte y la policía desempeñó la función de contención y pacificación. Hasta la década de 1960, esto se logró en gran medida gracias a la aplicación racialmente discriminatoria de la ley y el uso generalizado de la fuerza excesiva. Los negros sabían muy bien cuáles eran los límites geográficos y de comportamiento y el papel que desempeñaba la policía para mantenerlos tanto bajo las leyes de segregación racial en el sur como en dentro de los guetos en el norte.
Manejo político de la policía en la era de la posguerra
Con el surgimiento del movimiento por los derechos civiles, se produjo una acción policial más represiva. En el sur, la policía se convirtió en la primera línea de represión del movimiento. Negaron los permisos de protesta, amenazaron y golpearon a los manifestantes, realizaron arrestos discriminatorios y no pudieron proteger a los manifestantes de las turbas criminales y las acciones de los grupos de vigilantes, incluidas las palizas, las desapariciones, los bombazos y los asesinatos. Todo esto ocurrió para preservar el sistema de discriminación racial formal y la explotación económica.
En las ciudades del norte y el oeste, la represión del movimiento por los derechos civiles al principio adoptó un enfoque más matizado, pero cuando falló, se produjo de inmediato una violencia manifiesta. Muchas ciudades permitieron una gran variedad de acciones de protesta con tan solo restricciones menores. Los boicots y manifestaciones en apoyo del movimiento sureño fueron ampliamente tolerados, al igual que las protestas dirigidas a los gobiernos locales que demandaban empleo, educación y servicios sociales. Sin embargo, a medida que estos movimientos crecieron y se volvieron más militantes, fueron sometidos a tácticas cada vez más represivas. Se desarrolló un nuevo grupo policial, los "Escuadrones Rojos", que reunía información a través de informantes, infiltrados e incluso agentes provocadores, quienes trabajaban activamente para socavar a grupos como las Panteras Negras y el Congreso de Igualdad Racial (CORE).
Finalmente, la policía local, que regularmente trabajaba en cooperación con el FBI, emprendió la represión abierta de estos movimientos mediante arrestos selectivos por cargos falsos y, en última instancia, mediante el asesinato de líderes prominentes como Fred Hampton, el líder de las Panteras Negras asesinado en una lluvia de disparos en medio de la noche durante una redada policial en su departamento de Chicago. El Movimiento Indígena Estadounidense, la organización chicana Boinas cafés y el movimiento político de la comunidad puertorriqueña conocido como Young Lords enfrentaron formas similares de represión.
Estos movimientos fueron reprimidos en parte debido a estrategias de contrainsurgencia que surgieron a partir de la política exterior de esa época. De 1962 a 1974, el gobierno de los Estados Unidos llevó a cabo una importante iniciativa internacional de capacitación policial llamada Oficina de Seguridad Pública, integrada por ejecutivos experimentados de la policía estadounidense. Esta agencia trabajó en estrecha colaboración con la CIA para entrenar a la policía en zonas de conflicto de la Guerra Fría, como Vietnam del Sur, Irán, Uruguay, Argentina y Brasil. Según documentos internos, el entrenamiento enfatizó la contrainsurgencia, incluyendo técnicas de espionaje, fabricación de bombas e interrogatorios. En muchas partes del mundo, estos oficiales estuvieron involucrados en abusos contra los derechos humanos, entre los que están la tortura, la desaparición forzada y las ejecuciones extrajudiciales. Se distribuyeron más de $200 millones de dólares en armas de fuego y equipos a los departamentos de policía extranjeros y 1,500 miembros del personal de los Estados Unidos participaron en el entrenamiento de un millón de oficiales en el extranjero. Aún más preocupante es el hecho de que muchos de los entrenadores se integraron en gran número a las organizaciones policiacas, entre las que destacan la Agencia de Control de Drogas (DEA), el FBI y numerosas fuerzas policiales locales y estatales. Esto implicó una visión más militarizada dentro del sistema policiaco, imbuida con exigencias propias de la Guerra Fría, tales como la supresión de movimientos sociales a través de la contrainteligencia, la implementación de las técnicas militarizadas de represión de disturbios y el control del crimen con mano dura. De este modo, las organizaciones policiacas aplicaron esta perspectiva de contrainsurgencia "a los levantamientos políticos que ocurrían en el país.
El director de la Oficina de Seguridad Pública, Byron Engle, testificó ante la Comisión Kerner de Disturbios Civiles que "al trabajar con la policía en varios países hemos adquirido una gran experiencia en el manejo de la violencia, desde manifestaciones y disturbios hasta guerrillas. Gran parte de esta experiencia puede ser útil en los Estados Unidos". El resultado fue un incremento masivo de los fondos federales para la policía durante la administración Johnson. Con el pretexto de profesionalizar a la policía, el gobierno federal comenzó a gastar cientos de millones de dólares para dar mayor capacitación y más equipo a la policía, sin imponerle muchas restricciones. Desafortunadamente, y como era de esperar, en lugar de que se redujera el control policiaco racializado, esta nueva profesionalización simplemente incrementó el poder policial y condujo directamente al desarrollo de los equipos SWAT y los encarcelamientos masivos.
La policía actual
Las últimas décadas han visto una expansión dramática del alcance y la intensidad de la actividad policial. Más policías que nunca se dedican a hacer cumplir cada vez más leyes, lo que resulta en niveles astronómicos de encarcelamiento, explotación económica y abusos. Esta expansión se refleja en el aumento de los encarcelamientos masivos, y comenzó con la retórica de la Guerra contra el Crimen de la década de 1960, para luego continuar desarrollándose e intensificándose hasta nuestros días, con el apoyo de ambos partidos políticos.
Este aumento en el poder de la policía está vinculado a un conjunto de crisis económicas y políticas. A nivel político, los miembros del gobierno estaban ansiosos por encontrar nuevas formas de aprovechar el apoyo de los votantes blancos tras el movimiento por los derechos civiles. Como Michelle Alexander y otros han señalado, Nixon fomentó los temores raciales a través de la lente de la "ley y el orden" para convencer a los blancos del sur de votar por los republicanos por primera vez desde la Reconstrucción. Después de la desastrosa derrota de Michael Dukakis en 1988 por ser "blando con el crimen", los demócratas también adoptaron plenamente esta estrategia, lo que llevó a desastres como la Ley de Control del Crimen Violento de Bill Clinton en 1994, que implicó la contratación adicional de decenas de miles de policías y extendió las guerras contra la droga y el crimen.
Las cambiantes realidades económicas de los Estados Unidos también han jugado un papel central en este proceso. Christian Parenti ha mostrado cómo el gobierno federal colapsó la economía en la década de 1970 para frenar el aumento del poder de los trabajadores, dejando sin empleo a millones, en su mayoría afroamericanos, y creando así una nueva subclase permanente, que en gran parte quedó excluida de la economía formal. Como respuesta a esto, el gobierno se movilizó a todos los niveles para controlar a esta nueva "población excedente" a través de la vigilancia intensiva y el encarcelamiento masivo. La vigilancia de las comunidades pobres y no-blancas se hizo mucho más intensa. A medida que aumentaba el desempleo, la pobreza y la falta de vivienda, el gobierno, la policía y los fiscales trabajaron juntos para criminalizar a grandes sectores de la población con ayudada de ideologías como la teoría de las ventanas rotas y el mito del superpredador.
No podemos reducir toda la actividad policiaca a la supresión activa de los movimientos sociales y el control de las minorías raciales. La policía de hoy está claramente preocupada por cuestiones de seguridad pública y control del delito, por equivocados que sean sus métodos. De hecho, la implementación del sistema Compstat y otras técnicas de control policial han sido diseñadas para abordar problemas delictivos graves, y se destinan importantes recursos a estos esfuerzos. Pero esta orientación de lucha contra el crimen es en sí misma una forma de control social. Desde el libro Governing Through Crime [Gobernando a través del crimen], de Jonathan Simon, hasta The New Jim Crow [Las nuevas normas de segregación racial], de Michelle Alexander, existe una extensa investigación que demuestra que lo que es señalado como un crimen y lo que se busca mantener bajo control responde a las preocupaciones en torno a la desigualdad de raza y clase y el potencial de convulsión social y político.
Como Jeffrey Reiman señala en su libro The Rich Get Richer and the Poor Get Prison [Los ricos se enriquecen y los pobres van a la cárcel], el sistema de justicia penal disculpa e ignora los crímenes de los ricos que producen daños sociales profundos al tiempo que criminaliza intensamente los comportamientos de los pobres y no-blancos, incluidos aquellos comportamientos que producen pocos daños sociales. Cuando se abordan los crímenes de los ricos, generalmente ocurre a través de controles administrativos y la aplicación de la ley civil, en lugar usar agresivamente el poder policiaco, el enjuiciamiento penal y el encarcelamiento, los cuales están reservados en su mayoría para los pobres y los no-blancos. Ningún banquero ha sido encarcelado por la crisis financiera de 2008 a pesar del fraude generalizado y el saqueo a la economía estadounidense, que resultó en desempleo masivo, falta de vivienda y perturbaciones económicas.
La política estadounidense de control de la delincuencia se estructura en torno al uso del castigo para controlar a las "clases peligrosas", pero lo disfraza como un sistema de justicia. La preocupación de la policía con respecto al crimen hace que sus funciones de control social sean más aceptables. La transición del uso de milicias y tropas militares al uso de una policía civil fue un proceso de ingeniería para conseguir una mayor aceptación pública de las funciones de control social del estado, ya sea en el extranjero o a nivel nacional.
La policía actual no está muy alejada de sus antepasados colonialistas, pues también hace cumplir un sistema de leyes diseñado para reproducir y mantener la desigualdad económica, siguiendo generalmente lineamientos racializados, tal como lo ha dicho Michelle Alexander:
Necesitamos un sistema efectivo de prevención y control del delito en nuestras comunidades, pero nuestro sistema actual no es eso. Este sistema está mejor diseñado para crear crímenes y una clase perpetua de personas etiquetadas como delincuentes... Decir que el encarcelamiento masivo es un fracaso abismal tiene sentido, pero solo si suponemos que el sistema de justicia penal está diseñado para prevenir y controlar el crimen. Sin embargo, si entendemos el encarcelamiento masivo como un sistema de control social, específicamente, de control racial, entonces el sistema es un éxito fantástico.
El ejemplo más contundente a este respecto es la Guerra contra las drogas, en la que, a través del sistema de justicia penal, millones de personas, en su mayoría negras y morenas, han sido castigadas al tiempo que sus vidas son destruidas y sus comunidades desestabilizadas, sin que haya una reducción en el uso o la disponibilidad de las drogas.
Todos quieren vivir en comunidades seguras, pero cuando los individuos y las comunidades buscan a la policía para resolver sus problemas, en esencia ponen en marcha la maquinaria de su propia opresión. Si bien la policía por lo regular, aunque no siempre, se someterá a las solicitudes de control de los delitos, lo hará a través de una lente de escepticismo con prejuicios de clase y raza. Si bien estos funcionarios de manera individual pueden no albergar sesgos profundos, aunque muchos sí lo hacen, el propósito final de la institución siempre ha sido controlar a los pobres y no-blancos, en lugar de generar algo que se asemeje a la verdadera justicia.
Es comprensible que las personas acudan a la policía para que les brinde seguridad y protección. Los pobres, en particular, se llevan la peor parte del crimen callejero. Después de décadas de austeridad neoliberal, los gobiernos locales no tienen la voluntad ni la capacidad para seguir el tipo de políticas sociales de mejora que podrían mitigar el crimen y el desorden sin tener que convocar a la policía armada. Como señala Simon, el gobierno básicamente ha dejado a los barrios pobres en las garras de las fuerzas del mercado, que se encuentra respaldado por un sistema de justicia penalrepresivo. Ese sistema se perpetua en el poder mediante la creación de una cultura del miedo que asegura que solo él tiene la capacidad de enfrentar.
A medida que la pobreza se profundiza y los precios de las viviendas aumentan, el apoyo del gobierno para viviendas asequibles se ha evaporado, dejando a su paso una combinación de refugios para personas sin hogar y un control policial agresivo orientado hacia los barrios más pobres. A medida que cierran las instalaciones de atención a la salud mental, la policía se convierte en el primer organismo de respuesta para las llamadas de ayuda ante crisis de salud mental. A medida que los jóvenes se quedan sin escuelas, trabajos o instalaciones recreativas adecuadas, forman pandillas para la protección mutua o participan en los mercados negros de bienes robados, drogas y sexo para sobrevivir, y son criminalizados sin piedad. El control policial moderno es en gran medida una guerra contra los pobres, la cual no contribuye en nada a que las personas estén más seguras o que las comunidades sean más fuertes, e incluso cuando lo hace, lo logra implementando los medios más coercitivas del poder estatal que destruyen la vida de millones.
En lugar de pedirle a la policía que resuelva nuestros problemas, debemos organizarnos para obtener verdadera justicia. Necesitamos crear una sociedad diseñada para satisfacer las necesidades humanas de las personas, en lugar de regodearse en la búsqueda de la riqueza a expensas de todo lo demás.
'The End of Policing' [El fin de la policía] es gratis como libro electrónico a través de Verso. Si puedes, dona su costo a una organización local dirigida por personas negras o al fondo Minnesota Freedom Fund.
Alex S. Vitale https://ift.tt/eA8V8J
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