A Camila Sosa Villada no le interesan para sí las definiciones rígidas y tajantes: “Escapo de definir cualquier cosa: mi escritura, mis relaciones amorosas, mi vocación. Apenas me interesa tener los abdominales definidos”. Esta escritora y actriz argentina nació en 1982 en la provincia de Córdoba, en la que todavía reside. Aunque ahora vive en Córdoba capital, pasó la primera mitad de su vida en pequeños pueblos de la provincia en los que, entre un promedio de cinco mil personas, solo ella era travesti. Esa soledad la acompañó más adelante a la capital cuando se mudó para estudiar Comunicación y después Teatro en la Universidad Nacional de Córdoba: ahí también era la única.
En 2009, el estreno de la obra teatral Carnes tolendas representó un punto de inflexión en su vida. Gracias a su éxito dejó la calle, la merca y cambió de vida. Su nombre empezó a conocerse en el under, aunque tampoco tardaría mucho en captar la atención de la televisión y la pantalla grande. En 2010 iba a tener un rol secundario en Mía, la película de Javier Van de Couter, pero cuando el director la vio en una función de Carnes tolendas terminó por darle el protagónico.
Por más que toda su vida estuvo marcada por la escritura, su primera publicación física fueron los poemas de su blog La novia de Sandro en su libro homónimo de 2015. Tres años después publicó El viaje inútil, un poderosísimo texto autobiográfico en el que narra las dificultades y delicias de su infancia y su adolescencia como travesti en un pueblo chico. Pero no fue hasta el año pasado, justo una década después del estreno de Carnes tolendas, que vivió el segundo cambio abrupto en su carrera.
Mientras se prepara para la séptima edición de Las malas, su novela de 2019 que en poco más de un año se convirtió en un boom literario en Latinoamérica y fue traducida al alemán, francés, noruego y croata, “Camila Zorra Villana”, como se hace llamar socarronamente en las redes sociales, le da la bienvenida al éxito comercial aunque con cautela: “Las malas significó cobrar lo que yo creo que vale mi trabajo, que es muy costoso. Por primera vez me pagan lo que me merezco. Ni siquiera siendo prostituta lo lograba porque decía: ‘Ay, no soy guapa, no soy activa, tengo los dientes chuecos y la nariz torcida, tendría que estar pagándoles yo a los clientes por hacerme creer que valgo veinte pesos. En el teatro igual... y de repente con Las malas me llegó una retribución casi justa, porque también entiendo que va a terminar y habrá pasado mi época de bien pagá”.
A este ritmo, si el patrón se repite y los picos de su carrera se superan cada diez años, no es difícil imaginar a Camila como una chica Almodóvar en 2029 o, por qué no, una o dos décadas más tarde, regalándole al mundo la posibilidad de no pasar a la segunda mitad del siglo XXI sin ver a una travesti recibir un Nobel. Pero ante la perspectiva del futuro, incluso cuando su reconocimiento viene creciendo exponencialmente hace rato, ella no espera nada. Hay algo que la hace mantener su mirada en el presente: “Apenas imagino escenarios cercanos, que nunca son los mejores, pero que a las travas nos resultan familiares, pues hemos sido hechas en territorio hostil. Vivimos desde siempre entre enemigos, entonces pienso que tal vez estamos preparadas, tristemente, para el horror”.
Camila es una de lxs cincuenta líderes en disidencia sexual y de género cuya vida celebramos en nuestra quinta edición, ORGULLO.
A Fernando lo encuentras en Instagram y Twitter como @warszawo.
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