Artículo publicado originalmente por VICE Estados Unidos.
Las personas queer han estado contrayendo matrimonio mucho antes de que el caso Obergefell en la Corte Suprema de Estados Unidos en 2015 allanara el camino para el matrimonio igualitario en todo el país, y no lo digo en sentido metafórico. Las lesbianas, los hombres homosexuales y los trans en Estados Unidos han estado contrayendo matrimonio de forma legal durante siglos engañando a los empleados locales, aprovechando deficiencias en el sistema legal y siendo creativos con conceptos como "adopción" y "roomates".
El matrimonio igualitario no ha sido precisamente el único deseo de las personas queer a nivel individual, ni ha sido el principal objetivo legislativo del movimiento de liberación queer en su conjunto. Si bien la historia antes del caso Obergefell está repleta de personas trans y parejas del mismo sexo que querían tener algunas de las protecciones legales que el matrimonio ofrecía a sus contrapartes heterosexuales, también está repleta de homosexuales que construyen relaciones, familias y comunidades fuera de los límites del matrimonio tradicional y sin mucho interés en emularlo. Esa presión – lograr la protección igualitaria bajo la ley sin, como mi amiga, la escritora y académica Grace Lavery, escribió en sus propios votos matrimoniales, "menguar en la mera heterosexualidad"– daría forma a innumerables relaciones queer en las generaciones anteriores al caso Obergefell.
Los heterosexuales se hartaron de nuestra mierda desde 1829, cuando el flagelo de las "female husbands" era lo suficientemente común como para exasperar tanto a escritores como a jueces. (Aquí, como en gran parte de la historia queer antes de Stonewall, es difícil saber si estas "female husbands" eran mujeres homosexuales que se vestían como hombres para engañar a las autoridades locales para que les otorgaran una licencia de matrimonio, o si algunas de ellas se identificaban como hombres y luego eran delatadas). Lucy Hicks Anderson, chef, madame, socialité y mujer trans, fue condenada por perjurio y encarcelada en 1945 por declarar que era una mujer con licencia de matrimonio otorgada a ella y a su esposo, Reuben Anderson, el año anterior. Yolanda Daniel y Jo Ann Martínez se casaron legalmente en California en 1976 cuando un empleado del condado de Merced se dio cuenta de que, técnicamente, no había ninguna prohibición explícita sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo en el estado. Al igual que el matrimonio de los Anderson, la unión de Daniel y Martínez fue invalidada poco después de que la noticia de sus nupcias llegaran a los periódicos, pero, aunque ambas parejas fueron pioneras de sus épocas, no estaban haciendo nada nuevo.
Debido a que el estado no reconocería su unión como cónyuges, muchas parejas del mismo sexo buscaban un tipo diferente de reconocimiento familiar: la adopción. El ícono de los derechos civiles Bayard Rustin adoptó legalmente a su pareja Walter Naegle en 1982. (La historia dice que los dos hombres se conocieron en la calle en Times Square en 1977, cuando Times Square era el lugar para un tipo de encuentro lindo). Naegle ya tenía 30 años cuando la pareja decidió tratar de obtener algún tipo de reconocimiento legal de su relación. No trataron exactamente de disfrazar lo que un arreglo interno representaría para la adopción; en 2015, Naegle le dijo a la revista New York Times que la trabajadora social asignada a su caso estaba más o menos involucrada en su estrategia de adopción como matrimonio: "Estaba informada de la situación y sabía exactamente lo que estaba sucediendo... Su preocupación, por supuesto, era que no fuera un viejo demente del que estaba tratando de aprovecharme, y que no era un niño ingenuo que estaba siendo presa de un hombre mayor". (Naegle tenía poco más de treinta años en ese momento y era casi cuatro décadas más joven que Rustin). La adopción fue exitosa, y Naegle se hizo cargo de la herencia de Rustin después de que este falleciera en 1987.
Adoptar a tu pareja era sorprendentemente común antes del matrimonio igualitario: era la forma más limpia de que las parejas del mismo sexo obtuvieran el reconocimiento legal como familia. Si bien muchas de estas adopciones perjudicaban la credulidad aún más de lo que lo habían hecho Rustin y Naegle –Rustin era lo suficientemente mayor como para haber sido el padre de Naegle– las parejas del mismo sexo lo hicieron hasta que el matrimonio igualitario se legalizó en todo el país. (La adopción en lo que se refiere a la asociación LGBTQ conlleva desafíos distintos en la actualidad: aunque ya pueden contraer matrimonio, las parejas del mismo sexo continúan enfrentando obstáculos a la hora de adoptar niños por razones de paternidad real. Incluso si el matrimonio de una pareja queer es legalmente legítimo en los 50 estados, quien es reconocido como padre de sus hijos puede cambiar en el instante en que cruzan las líneas estatales).
La adopción de parejas no era fácil ni infalible, pero era una solución relativamente buena en comparación con las alternativas más caóticas. Era común que las parejas homosexuales intentaran entablar vínculos legales entre sí, generalmente en sus testamentos. Aquí, sin embargo, se complica: no había una guía sobre cómo establecer un fundamento legal adyacente al matrimonio entre dos personas, por lo que la forma de hacerlo variaba de estado a estado y de pareja a pareja.
Luca Maurer, directora del Ithaca College's Center for LGBT Education, Outreach and Services, describió estos documentos como "intentos de parejas y abogados de redactar testamentos que intentaban establecer algunos derechos entre parejas sin usar las palabras pareja, cónyuge o algo similar. [Los testamentos eran] diseñados específicamente para tratar de eludir las leyes que prohíben que las parejas del mismo sexo establezcan vínculos legales. Básicamente, explican: ¡Mira, estas personas son muy buenos amigos!". Maurer explicó que los testamentos diferían según el estado o jurisdicción en la que eran redactados, pero todos intentaban hacer valer los derechos básicos entre las parejas sin implicar que estaban vinculados sentimentalmente.
La urgencia de que los homosexuales tuvieran sus testamentos en orden dio un nuevo giro cuando estalló la crisis del SIDA en la década de 1980. Organizaciones como The AIDS Legal Referral Panel surgieron para ayudar a los hombres homosexuales a designar sus representantes de atención médica, otorgar poderes a sus parejas o seres queridos y dejarle los bienes que tenían a quien quisieran. Para los hombres queer diagnosticados con la enfermedad, especialmente aquellos separados de sus familias, poder designar a sus parejas y familias por elección como los custodios de su patrimonio era fundamental para proporcionar al menos algo de tranquilidad.
Si bien estos arreglos a menudo (y por necesidad) se mantenían en secreto, podemos ver su impacto en casi cualquier historia LGBTQ en el país. Pregunta acerca de la procedencia de un artefacto en los GLBT Historical Society Archives o en la Cornell's Human Sexuality Collection, y es probable que veas que esa peluca o álbum de fotos fue donado por la pareja del propietario original, o tal vez por su familia queer por elección, lo que significa que, de alguna manera, el dueño original logró dejarle sus posesiones a sus seres queridos, en lugar de a sus familiares por defecto.
El otro método significativo que los homosexuales usaban para vincularse legalmente era vivir o compartir propiedades juntos. En otras palabras, eran roomates. El ejemplo más famoso de parejas posiblemente lésbicas compartiendo vivienda fue la tendencia del Matrimonio de Boston, un término general de principios del siglo XX que describe básicamente a dos mujeres solteras que cohabitan. Digo "posiblemente lésbicas" porque aparentemente existe cierto debate sobre si estas relaciones eran en su mayoría mujeres heterosexuales íntimas pero platónicas que optaban por vivir financieramente independientemente de los hombres, o si la "independencia financiera" era una pantalla para poder vivir juntas siendo gays.
Lo que no está abierto a debate son los acontecimientos de la "February House" de Brooklyn, que era efectivamente una comuna queer y hogar de algunos de los creativos más reconocidos de la nación, incluidos Carson McCullers y WH Auden, durante la Segunda Guerra Mundial. La February House es más un refugio que una "comunidad intencional" en el estilo en que las comunas queer se estructurarían dentro de unas pocas décadas. La vida comunitaria floreció en los Estados Unidos en la década de 1960. Los homosexuales no fueron una pequeña parte del movimiento dedicado a construir comunidades autosuficientes y de apoyo fuera de la estructura familiar nuclear tradicional. Lugares como February House habían surgido por necesidad para crear un espacio para artistas queer; estas comunas eran oportunidades para que las personas queer crearan una sociedad en miniatura a propósito y pusieran cierta distancia con el mundo heterosexual. (Ese mundo es uno donde las prohibiciones contra la sodomía, el travestismo y otras políticas anti-LGBTQ estaban vigentes y se cumplían).
La más famosa de estas comunidades es la Radical Faeries, que se fundó en 1979 y persiste hasta la fecha. Descrita por el podcast Making Gay History como un "grupo antiasimilacionista, que se inspiró en el marxismo, el paganismo, el anarquismo y la espiritualidad de los nativos estadounidenses", la Faeries fue cofundada por Harry Hay. Hay cofundó por primera vez la organización de derechos de los homosexuales Mattachine Society en 1950, uno de los primeros grupos formados en Estados Unidos para buscar la igualdad de derechos para los homosexuales, pero fue expulsado unos años después por ser comunista. Los Mattachines continuarían moviéndose por los derechos de los homosexuales con una inclinación decididamente asimilacionista (y notablemente cisgénero); mientras tanto, Hay continuaría encontrando un santuario para las personas queer. Uno de los cofundadores de Hay, Donald Kilhefner, explicó que los Faeries fueron creados "para examinar cuestiones fundamentales de conciencia gay y espiritualidad gay, alentándonos a declarar nuestra propia identidad en lugar de que nos la impongan".
No quiero reducir la vida compleja e histórica de Hay a una metáfora trillada sobre la tensión entre el asimilacionismo queer y el separatismo, o reducir ese debate más amplio a una discusión sobre si la legalización del matrimonio igualitario ayudó o no al proyecto más amplio de liberación queer. El matrimonio era un medio insuficiente y limitado para otorgar reconocimiento legal a las familias antes del caso Obergefell, y lo sigue siendo ahora. Además: ¿y qué? El estado le prohibía a las personas homosexuales acceder al matrimonio legal hasta hace solo cinco años, y aún así los homosexuales se las ingeniaban para casarse, crear familias por elección y construir una comunidad entre ellos a pesar de la oposición gubernamental y social.
Las personas queer no necesitan prestar atención a las restricciones del estado sobre cómo vivimos como parejas o como comunidades más ahora que antes de que el gobierno federal concediera el matrimonio entre personas del mismo sexo; de hecho, nos corresponde a nosotros acceder, ignorar o explotar el matrimonio igualitario como queramos. ¡Cásate por el seguro de salud! ¡Cásate por la ciudadanía! ¡Cásate por exenciones fiscales! Deberíamos continuar el trabajo y exigir que los derechos que vienen con el matrimonio legal no estén atados al matrimonio y estén disponibles para cualquier grupo de personas que quieran ser legalmente reconocidos como familia. Mientras tanto, seguiremos haciendo lo que nuestros antepasados queer hicieron, y encontraremos nuevas formas de amarnos, coger y apoyarnos unos a otros a medida que avanzamos.
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