Un millón de especies de animales y plantas están en peligro de extinción, anunció la Plataforma Intergubernamental de Ciencia y Política sobre Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos (IPBES) hace exactamente un año.
Esta impactante cifra solo reflejaba el problema que enfrenta el planeta con tres cuartas partes de su medio ambiente terrestre deteriorado y aproximadamente el 66 % de los océanos alterados de manera significativa. Se agotan los recursos y también el tiempo.
En este 2020 la situación no ha podido ser más compleja. Con una pandemia que mantiene en vilo al mundo y que está asociada, según científicos, a la depredación de la naturaleza, el Día Mundial del Medio Ambiente —que se conmemora cada 5 de junio— se vivirá desde el confinamiento.
Bajo el lema “llegó la hora de la naturaleza”, la Organización de las Naciones Unidas nos recuerda que este año la celebración de esta fecha está dedicada a la importancia de conservar la biodiversidad, esa variedad de especies de flora y fauna que el planeta pierde aceleradamente cada año.
Buscamos a quienes están siempre en la primera línea para proteger los ecosistemas más sensibles de América Latina: los guardaparques.
Tres guardianes de la biodiversidad de Perú, Bolivia y Colombia nos cuentan sus historias, nos hablan del significado de su labor y de cómo viven estos momentos de crisis ambiental dentro de un área protegida.
RADAMIR SEVILLANOS GONZÁLEZ
Parque Nacional Madidi, Bolivia
Radamir Sevillanos Gonzáles ha pasado más de 20 años recorriendo el Parque Nacional Madidi. Ingresó en enero de 1997, solo dos años después de que se creó esta área protegida, con el primer grupo de guardaparques que se instaló en esta zona.
En ese momento —cuenta Sevillano— el parque estaba invadido por taladores ilegales. “Les dimos plazo para que abandonen el bosque. Así los fuimos expulsando. Solo fueron reconocidas las comunidades que se encontraban dentro del área reservada antes del decreto de creación”, dice.
Ahora muchas comunidades producen café, cacao, crían abejas o se dedican al turismo. “Los taladores no han regresado a las áreas de manejo integrado. En esos lugares se ha implementado el turismo”, comenta y menciona que parte de la labor de los guardaparques es apoyar a las comunidades para mejorar sus actividades productivas y su forma de vida.
“¿Qué habría sucedido si se terminaba toda la madera? ¿si se seguían talando los árboles?”, reflexiona Sevillanos sobre los riesgos que aquejan al Madidi.
El trabajo contra la tala ilegal ha significado riesgos para el guardaparque. “He sido perseguido por hacer cumplir la ley”, recuerda sobre el tiempo que tuvo que dejar el Madidi para refugiarse en otro país con el fin de sortear las amenazas de las que era víctima. Fueron cuatro años a inicios del milenio. En esa época realizó intervenciones a camiones que extraían madera ilegal, pero terminó descubriendo una red dedicada al tráfico de drogas que escondía sus productos en los vehículos cargados de madera.
También ha estado en la frontera con Perú, en la zona del Madidi que se conecta con el Santuario Nacional Pampas del Heath, en el sector peruano del Corredor de Conservación Vilcabamba Amboró. “Me fui por cinco años. Ser guardaparque es realizar un trabajo peligroso, sobre todo en las zonas de frontera”, confiesa tras mencionar que es en estos lugares limítrofes entre los países donde se esconden las actividades ilegales.
Sevillanos no solo ha recorrido el Madidi, sino también la mayoría de las áreas naturales protegidas de Bolivia. “He estado en San Matías, en el pantanal de Bolivia, en Apolobamba. Solo hay cuatro de las 22 áreas protegidas que aún no conozco”. Sus recorridos por otros parques los hizo como parte de los intercambios que se realizaban años anteriores debido a las amenazas de las que eran víctimas los guardaparques.
“Me encanta la selva, nací en un área muy alejada y crecí en el campo. Salí a estudiar a las ciudades, pero regresé al Madidi. Es uno de los lugares con mayor diversidad en el planeta. Me siento orgulloso de formar parte de esto. Es un lugar privilegiado”, dice Sevillanos.
Aunque le gustan todos los animales —los jaguares, los ciervos de los pantanos, los caimanes negros—, alguna vez lo atemorizó la anaconda. “Una vez encontré una anaconda como de once metros, que atravesaba un río de un extremo al otro”, cuenta el guardaparque mientras recuerda que fue su abuelo quien le dijo que estos animales no eran peligrosos cuando han ingerido alimento. Y era justamente esa la situación. Sevillanos pudo acercarse para tomar fotos al animal que descansaba en el agua.
Actualmente lleva más de dos meses sin salir del Madidi, pero eso no es inusual para él, pues ha tenido ocasiones en las que ha permanecido ochenta días dentro de la zona protegida. Lo que le preocupa es que en esta temporada se percibe mayor presión por parte de los cazadores, por tanto, han debido incrementar sus patrullajes preventivos.
Sevillanos señala que muchas personas ingresan al parque para cazar y llevarse carne a sus casas. Se han presentado denuncias por parte de las comunidades porque se sienten amenazadas por cazadores ilegales.
BETO BLADIMIR BRAVO PACHECO
Parque Nacional del Manu, Perú
Orgullo es la palabra que repite Beto Bladimir Bravo Pacheco cuando habla de su labor como guardaparque del Parque Nacional del Manu. Lleva nueve años recorriendo una de las áreas protegidas más biodiversas del mundo, desde que en el 2011 dejó su trabajo en un consorcio de construcción para mudarse a los bosques de esta reserva de vida.
“Somos los protectores de la biodiversidad. Tenemos una gran responsabilidad, pero también mucho orgullo por lo que hacemos”, reflexiona del otro lado del teléfono al final de un día más de trabajo en plena pandemia.
Pero Bravo nos cuenta que no solo protege el medio ambiente, también lo documenta a través de sus fotografías como parte del proyecto Avista, una iniciativa que reúne a ocho guardaparques de diferentes áreas naturales protegidas en Perú, quienes se han convertido en documentalistas visuales de los ecosistemas que protegen.
“Me gusta tomar fotografías de aves, creo que será mi especialidad”, dice Bravo sobre su nueva pasión en el Manu. El guardaparque cuenta que cuando fue destacado a Limonel, puesto de control del parque nacional, le fascinaron los sonidos de las aves. “Nunca dejas de escuchar a las aves. Están de día y de noche”.
Bravo es también un experto en enfrentar incendios forestales, una de las principales amenazas que aquejan al Manu, luego de que la tala ilegal se controlara dentro del área protegida. Este año —dice— se han presentado algunos fuegos en la zona de amortiguamiento, debido a que muchas personas, empujadas por la pandemia del coronavirus, han regresado de las ciudades y se han instalado en los centros poblados situados en esta zona, donde se realizan actividades agrícolas.
Las quemas —práctica usada por los campesinos para limpiar el área de cultivo— ponen en riesgo la biodiversidad del Parque Nacional del Manu cada año. Bravo, quien tiene certificación de Estados Unidos y España como bombero forestal, tiene que enfrentar los fuegos que ocurren cada año. El más grande que recuerda ocurrió en 2018, en el Santuario Nacional Megantoni que se extendió hasta el Manu.
“Caminamos durante horas para llegar a la zona del incendio. Llegamos agotados. A veces en esas condiciones es muy difícil enfrentar el fuego, pero cuando te acuerdas porqué estás ahí, renacen las fuerzas y el orgullo”, dice Bravo.
Actualmente lleva más de 80 días custodiando el Manu desde que se inició el estado de emergencia en Perú por la pandemia mundial. Nadie entra al parque nacional. Incluso las comunidades nativas que viven dentro del Manu han cerrado sus territorios y no permiten el acceso a nadie.
La vida en la zona de amortiguamiento también está muy restringida y la gente permanece en sus casas. Por eso pueden ver con mayor frecuencia venados y osos de anteojos andando por esos territorios situados en la zona limítrofe del parque.
El Parque Nacional del Manu tiene más de un millón de hectáreas que se extienden desde lo 200 metros de altura en la Amazonía hasta los 4200 metros de altitud en las zonas andinas. Para protegerlo hay un equipo de 29 guardaparques, un número reducido para la inmensidad del área reservada, pero “con mucha mística”, dice Bravo, porque “el Manu es la cuna de la mística del guardaparque peruano”.
NECTARIO PLAZAS RUBIANO
Parque Nacional Natural Sierra de la Macarena, Colombia
Nectario Plazas Rubiano era guía de turismo antes de convertirse en guardaparques del Parque Nacional Natural Sierra de la Macarena, en Colombia. Recorría con frecuencia ese territorio, pero con una mirada externa, llevando a quienes quieren estar en contacto con la naturaleza.
“Ahora tengo otra mirada”, dice Plazas. “La fuente de la vida está en la conservación de la fauna y la flora. Lo más importante hoy en día es preservar la biodiversidad”, agrega.
La macarena o Macarenia Clavigera es una planta acuática endémica del departamento del Meta, que le da un color rojizo al río Caño Cristales. Plazas describe a ese sector del parque nacional como un tepuy; es decir, una antigua formación rocosa flanqueada por las cordilleras Oriental y de los Andes con un alto endemismo de flora y fauna.
Alguna vez se ha encontrado frente a un tapir —cuenta Plazas— un animal que puede medir más de dos metros de largo y pesar más de 200 kilos. Y también ha llegado a ver las ranas de cristal. “Cuando encuentras esta especie significa que el ambiente está muy bien conservado”, asegura.
El parque nacional se encuentra en uno de los sectores más biodiversos del país, pero también ha sido fuertemente impactado por el conflicto armado en Colombia. En esta zona reservada, los guardaparques fueron declarados objetivo militar por las disidencias de las FARC, por tanto, hay zonas restringidas.
Plazas menciona que la invasión de los bosques es uno de los principales problemas que enfrenta este parque. “El 91% del parque esta conservado, pero el 9% está intervenido por personas que han ingresado para hacer su finca”, comenta el guardaparque. “Cuando hacemos los recorridos de vigilancia descubrimos estos ingresos. Nosotros les explicamos que están en zona reservada”.
Selvas húmedas, bosques inundables, matorrales y vegetación herbácea de sábana amazónica se encuentran en las 629 000 hectáreas de extensión. Plazas confiesa que no se cansa de recorrer el sector de San Juan de Arama, “la zona norte que tiene una meseta con una vista espectacular y una formación rocosa que llega a los 1400 metros de altura”, cuenta.
Este texto fue publicado originalmente por Mongabay Latam.
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