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martes, 2 de junio de 2020

Un servicio, nada más

María lo llama el Español. No recuerda exactamente hace cuánto se volvió uno de sus más fieles seguidores. En todo caso, fue antes de que la pandemia nos pusiera a todos bajo llave. Al comienzo, el hombre se comportaba como un curioso más, alguien que entraba a internet buscando sexo virtual o queriendo presenciar un show de baile rojo que culminara con María paladeando dildos y vibradores hasta conseguir un orgasmo de gemidos estentóreos.

Pasado un tiempo, ya con el Covid 19 desmadrado en Europa Central, el Español empezó a buscarle conversación privada. María lo recibió y descubrió en él a un hombre asaltado por la extrema soledad repentina. Supo que era un cuarentón comprometido únicamente consigo mismo, que de seguro había descartado la opción de casarse con su novia de toda la vida, que tenía un trabajo estable y que, escasamente, velaba a la distancia por sus papás —ambos mayores de 70 años—. Mientras él ocupaba un apartamento en Madrid, sus viejos una casa situada en una localidad a una hora en carro por autopista.

En una de esas charlas privadas, que la página para la que trabaja María cobra a más de dos dólares el minuto, ella lo sintió abatido. El Español llevaba varios días encerrado y veía que la moral de la ciudad se estaba derrumbando. Era la segunda semana de marzo de este 2020 y el país ibérico promediaba 650 muertos diarios por causa del virus.

—¿Cómo es tu apartamento? —preguntó María queriendo que el Español hablara de algo distinto a la pandemia. El tipo se lo describió: pequeño, como todos los apartamentos de solteros en Madrid, y con un balcón de quinto piso sobre la calle—. Si quieres vamos a hablar en el balcón —invitó ella—. Así te sientes menos encerrado y menos solo.

El Español accedió y así se les fue un rato largo —y costoso— de la tarde. Al despedirse, María comprendió que, en los días por venir y en tanto siguiera la cuarentena, su trabajo de modelo webcam no solo consistiría en exhibirse como chica de lance porno sino también en hacer de mejor amiga para quien lo necesitara.

María se empleó en este negocio hace poco más de un año, luego de haber terminado la carrera de Comunicación Social y no haber hallado un trabajo afín. Cumplía veinticinco y cargaba una maleta de deudas tras su paso por la universidad. Se sentía bella y sexy, y no le temblaba la conciencia a la hora de desnudarse delante de extraños. Había dejado atrás a su amor juvenil, un novio de largo tiempo, y se sentía confiada de experimentar emociones nuevas y, quizás, llevar el conocimiento de su cuerpo a otro nivel.

Durante los días en que estuvo buscando la manera de comenzar en el oficio descubrió que había tres modalidades. Una: ser contratada como interna por un estudio de modelaje webcam. Sería parte de la nómina y recibiría beneficios corporativos, con la obligación, eso sí, de emitir todos los días desde la sede. Los ingresos que ella percibiera por su trabajo serían compartidos por mitades: 50 por ciento para ella, 50 por ciento para la empresa.

Otra: ser contratada como satélite; es decir, como parte de la nómina de un estudio realizando el trabajo desde la casa. Para esta modalidad María debía contar con la tecnología adecuada: cámaras, computadores y óptima conexión a internet. Gozaría de los beneficios corporativos y los ingresos se repartirían 70 u 80 por ciento para ella, y el resto para la empresa. La última: ser independiente, trabajar por cuenta propia desde la casa y recibir el ciento por ciento de los ingresos.

Le hicieron saber que la de independiente era la opción más difícil, solo recomendable para modelos de notable trayectoria, con público cautivo, que pudieran destacar entre la millonada de webcammers que ofrece la red. La de satélite también era complicada porque requería algo de experiencia y una inversión considerable en implementos tecnológicos. Así las cosas, la modalidad que más se le acomodaba a María era la de interna de un estudio. Por demás, los beneficios corporativos le sonaban serios y apremiantes: oficina de recursos humanos, psicólogo clínico permanente para las modelos que lo necesitaran y monitoreo constante en internet para borrar cualquier video que los usuarios subieran a canales porno sin consentimiento.

El día de la entrevista indagaron su rango de tolerancia al mariposeo morboso de los hombres. Tantearon su solidez mental y escanearon su aspecto: una piel trigueña interrumpida por tatuajes a color en la curvatura apetitosa de sus muslos, pechos erguidos, nariz respingada, ojos pequeños y una sonrisa coqueta que ella camufla con dulzura escolar. Le dijeron que la aceptaban, que era lo suficientemente sensual como para atraer nuevos usuarios. A María le quedó sonando la palabra “usuarios”, un tecnicismo que la ponía a ella —a las modelos webcam— como proveedora de un servicio. ¿Un servicio? El de acompañante sexual virtual de unos remotos hombres urgidos.

Para el momento en que apareció el Covid 19 en una provincia de China, María ya acumulaba experiencia y se había granjeado la admiración de un público numeroso. Trabajaba en turnos de siete a ocho horas diarias, pagaba las cuotas de sus acreedores, y en tres ocasiones había logrado ubicarse entre el top 100 de modelos webcam que cada semana organiza la página por la que transmite el estudio. En la última había alcanzado el top 3 por unos cuantos minutos, pero una vez la bajaron al cuarto lugar desistió de la competencia porque se encontraba agotada tras haber emitido por más de doce horas seguidas. De haber terminado en ese podio, hubiera recibido un bono en efectivo cercano a los mil dólares. Al quedar entre las diez primeras obtuvo un prestigio añadido que se le retribuyó en mayor cantidad de usuarios a la semana siguiente.

Una vez el Gobierno colombiano decretó el comienzo de la cuarentena, aquel 25 de marzo, los administradores del estudio les dijeron a sus modelos que podían pasar el encierro en la sede. Les recordaron que su trabajo era para gente que permanecía guardada y que en adelante habría más gente forzada a no salir de casa. Esto es: más clientes. Las modelos también podían irse y no perderían el empleo, pero no podrían volver a la sede hasta que se normalizara la situación, porque de hacerlo se expondrían al contagio y podrían esparcir el virus por la empresa. Si eso llegaba a pasar, les tocaría cerrar el edificio y todos se quedarían sin trabajo.

María analizó su caso: el barrio en el que vive, al sur de Cali, ya era uno de los más altos focos de contagio en la ciudad; si pasaba la cuarentena en el estudio seguiría produciendo dinero, no tendría que afectar sus ahorros, podría disfrutar de las diversiones de la sede —cancha de voleyplaya, baloncesto, piscina, jacuzzi, baño turco—, no tendría que preocuparse por alimentación ni transporte ni por lavar su ropa. Todo esto correría por cuenta de la empresa. Y estaría muy acompañada: unas sesenta modelos más habían decidido quedarse. Pero el dato definitivo para ella fue la probabilidad de perder su público si dejaba de emitir.

El mecanismo de éxito de una modelo webcam es el de fidelizar a la mayor cantidad de usuarios a lo largo del tiempo. Que los hombres sepan a qué horas y en qué momentos pueden encontrarse con la chica que les habla tierno y sexy en el oído de la pantalla. Entonces, si dejan de emitir una semana, las modelos corren el riesgo de perder una parte considerable de su público. Ahora, si dejan de emitir un mes o dos, lo más seguro es que al volver les toque iniciar casi de cero. Para María perder lo conseguido en un año de trabajo resultaba inadmisible.

Tras la primera quincena de estar emitiendo bajo estas circunstancias, María notó los cambios. Los ingresos casi se le duplicaron y supo de compañeras que hasta los triplicaron. Tres fueron las razones. Dos prácticas y una moral. Las prácticas: que muchos otros estudios no pudieron mantenerse al aire, sus modelos dejaron de emitir y su público fue en busca de las que sí estuvieran activas. “Quedaron más almas en pena para recibir”, se dijo María, burletera. Y que los usuarios que solo la buscaban por unas cortas horas apenas regresaban del trabajo empezaron a quedarse conectados el día completo, dividiendo su atención entre la matriz de la oficina y la pícara ternura de María.

La moral. Desde los primeros días en este trabajo, María venía alternando dos comportamientos delante de cámara. La mayor parte del tiempo se dejaba ver como una seductora insaciable, de lengua mojada y labios carnosos, experta en alcanzar —o simular— orgasmos mediante un juguete llamado Lush que les vende a los usuarios la ilusión de que son ellos quienes envían las señales de intensidad de la vibración a través de internet. Con aquellos que solo entraban a la página a pasar un rato de charla, ella mostraba su lado más natural y auténtico. Procedía como si al otro lado de la línea estuvieran sus amigos de viernes de cerveza. No debía fingir interés ni aparentar sonrisas. Pero si antes el saludo a los usuarios estaba lleno de las preguntas retóricas de siempre —¿cómo estás?, ¿cómo amaneciste?, ¿qué tal todo?—, el de ahora venía con una única pregunta esencial: ¿cómo te está yendo en este encierro?, que acompañaba con otras más íntimas: ¿cómo están en tu casa?, ¿sanos y seguros?, ¿alguien de los tuyos se ha contagiado?

María descubrió que estas preguntas abrían un mundo distinto. O un abismo insondable. Algunos de sus usuarios le contestaban con palabras de tristeza y angustia. Como casi todos eran de países en los que el virus mataba gente por centenas, los golpes de la pandemia los sumían en depresión.

Según sus cuentas, antes de la pandemia su público le pedía más horas de sexo explícito. Una vez decretado el encierro empezó a recibir más solicitudes de conversación privada, que terminaban en un intercambio cercano y lleno de empatía. Como la charla que sostenía con el Español.

Este arrebato en las necesidades de los usuarios puso a María en un lugar de duda: ¿hasta qué punto estaba actuando y hasta qué punto estaba siendo ella? Y comenzó a darse cuenta de que era más el tiempo que dedicaba a ser ella misma que a representar el papel de capullo tragasables. ¿Estaba mal? ¿Estaba bien? La empresa prohíbe que las modelos revelen en cámara sus nombres reales y que compartan sus datos con los usuarios. Hacerlo puede costarles el contrato. Pero, ¿por qué no mantener el contacto con alguno si una charla sensible los hizo sentir como buenos amigos?

Por estos días, en Europa y Estados Unidos las ciudades ya están siendo más libres. La gente ha empezado a retornar a sus puestos de trabajo y María se ha obligado a reflexionar. Es cierto que al mostrarse auténtica y cercana ha podido cometer errores de manejo con los usuarios, como por ejemplo no dejarles claro que su puesto detrás de la pantalla es, apenas, un servicio. No una amistad entrañable y menos la promesa de un amor incondicional. No ha faltado el veterano que se enamora de ella y le promete una vida de tranquilidad y opulencia, personaje típico en este negocio que algunas modelos saben exprimir siguiéndole el juego del enamoramiento. Como quien dice: entre más me ame más dinero le saco. Pero María no. “No soy capaz de engañar a un hombre de estos —se dice—. No puedo aprovecharme de que se encuentre solo y necesitado para vaciarle los bolsillos”.

Sin embargo, es consciente de que el éxito de las páginas de modelos webcam se basa en cobrar por cada cosa que un usuario quiera; de ahí la importancia de retenerlos. “Mi trabajo también consiste en hacer que el usuario se quede —se dice—, alargue el tiempo de su experiencia conmigo”. Nada distinto a vaciarle los bolsillos. “Hay maneras —se reafirma—. Si el usuario se queda conmigo sabiendo que solo presto un servicio temporal, vale. Pero si pretende quedarse para enamorarme o para vivir su amor, pues no”.

Hace poco, el Español volvió a aparecer. María no había sabido de él en mes y medio, y una vez lo vio en la lista del chat lo recibió con una pregunta honesta: “¿Cómo estás, cómo sigues?”. El Español le contó que su papá y luego su mamá se habían contagiado de Covid 19 y habían pasado por cama de hospital. Le dijo que ya estaban recuperándose, pero que habían vivido días de extenuante zozobra. María escuchó atenta cada palabra, se sintió conmovida o afectada y terminó hablándole desde un risco al que hubiera preferido no subir: “Estaba preocupada por ti”.

Juan Miguel Álvarez https://ift.tt/eA8V8J

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