Artículo publicado originalmente por VICE Alemania.
A medida que pasan las citas en Tinder, las cosas entre Sofia y yo mejoran. Estamos tomando cerveza, compartimos un amor por los libros, y ambos nos fastidiamos con la forma en que los estadounidenses ocupan mucho espacio en las pistas de baile. Cuando ella me ofrece un cigarrillo, yo decido renunciar a mi plan de dejar de fumar por la semana.
A pesar de esta conexión, no tengo absolutamente ninguna oportunidad con ella porque nuestra cita es el resultado de un experimento. En lo que a ella concierne, mi nombre es Josef Stalin.
Cinco días antes
Impresiona el tipo de comportamiento con el que se salen con las suyas las personas atractivas en las aplicaciones de citas ¿Pero esa regla también aplica para uno de los dictadores más conocidos del siglo XX? Me pregunto esto mientras examino una caja de fósforos que un amigo me compró en Georgia, el lugar de nacimiento del antiguo gobernante soviético Josef Stalin, un hombre que presuntamente dijo, "una sola muerte es una tragedia; un millón de muertes es una estadística".
En un lado del paquete, Stalin está retratado como en los libros de historia: de cara redonda, el bigote de Tom de Finlandia, y cabello liso hacia atrás. El otro lado muestra a un hombre joven, bien afeitado y con cabello negro azabache. Podría ser el que toca el sintetizador en una banda indie basura de mediados de los 2000, pero no lo es: es el comunista totalitario cuando era un joven revolucionario e incomprensiblemente apuesto.
Para averiguar qué tan lejos lo puede llevar a uno su apariencia en Tinder, me registré como Josef, 27, en Tinder.
Desafortunadamente, no puedo encontrar una cita romántica de Stalin para darle picante a mi perfil; él estaba mucho más interesado en hablar sobre la muerte que sobre los asuntos del corazón. En cambio, manipulo un fragmento de uno de sus discursos, cambiando "Hitlers vienen y van, pero Alemania y los alemanes permanecen" a "relaciones vienen y van, pero el amor permanece".
El perfil de Stalin cuaja bastante rápido, pero encontrar una cita es un poco más difícil. Después de 15 minutos, se me acaban las personas para deslizar a la derecha, y no obtengo ni un solo match ¿Esto significa que más personas que yo están familiarizadas con el trabajo de los años oscuros de Stalin? ¿No son suficientes las notas de "A LA MIERDA LOS NAZIS" y "siempre anti-facista" que añadí a mi bio?
Cambio el orden de mis fotos y expando mi área de alcance, pero sigo sin tener suerte. Luego, cojo mi tarjeta de crédito y pago Tinder Plus. Luego abro mi perfil para los hombres. Con la posibilidad de dar "súper-likes" sin fin, y la bisexualidad recién descubierta de Stalin, las cosas de repente están avanzando. Dentro de la primera hora, mi teléfono se bloquea 15 veces. Las pequeñas fotos de perfil empiezan a bailar por la pantalla y la aplicación anuncia: "It's a match, Simon y tú se gustan".
Busco la cita adecuada de Karl Marx para romper el hielo. "Hola, compañero, ¡no tienes nada que perder, salvo tus cadenas!" Él responde: "De qué cadenas estás hablando ;)".
Yo, por supuesto, me refiero a las cadenas que las fuerzas capitalistas han usado para aprisionar a la clase trabajadora, pero me doy cuenta de que esa no es una buena frase de ligue, así que, en cambio, me decido por "puedes decidir donde las voy a usar ;)".
Ahora tengo una avalancha de mensajes en mi inbox. Mis matches pueden repartirse en tres grupos principales. Primero: los que no tienen ni idea—esos que me llenan de elogios. Segundo: esos que se han vuelto cada vez más escépticos mientras hablamos; "No me había dado cuenta de que estaba hablando con un dictador. Debería leer las bios de la gente con más cuidado", dice uno. Tercero: una combinación de estalinistas y expertos en historia. Con estas personas puedo hablar libremente del Testamento de Lenin, usando un emoji de silencio, y hablar del opositor Trotsky, usando el emoji de picar hielo.
Muy pocos parecen molestarse con el hecho de que he asumido la identidad de un tirano—por lo menos, nadie me dice que tenga algún problema con ello. Alex dice, "no me importaría compartir Gulag contigo ;)". Lindo.
Entre ellos está Sofia, a quien le otorgué uno de mis preciados súper likes. La chica de 30 años quiere "intercambiar pensamientos antes de fluidos corporales", de acuerdo a su perfil. Ella comienza la conversación en ruso, preguntando, "¿Estás vivo" y luego pregunta si he regresado para traer de vuelta el comunismo. Uso el traductor de Google y el ruso que aprendí en la escuela para mi respuesta: "Donde sea que yo esté, ahí está el comunismo".
Las respuestas siguen lloviendo—para el lunes, he alcanzado los 100 matches y, en la tarde del miércoles, llego a los 200. Mientras tanto, estoy respondiendo en ruso, inglés, y alemán, a abogados, estudiantes, y tatuadores. En este punto, he descuidado por completo mi conversación con Sofia; ella me manda un mensaje diciendo que no soy muy conversador.
Estoy buscando algo que decir sobre cómo la Unión Soviética no puede industrializar por sí misma. Explico mi falta de comunicación afirmando que el extremadamente paranoico Stalin no puede confiar en nadie y debe hacer todo para sí mismo. Sofia me asegura que no es una espía y que puedo confiar en ella. Me ha tendido una trampa, así que decido caer en ella: "Para juzgar eso adecuadamente, tendría que mirarte a los ojos".
Sugiero que nos encontremos en el antiguo sector soviético de Berlín Oriental. Sofia acepta. Le digo que usaré una chaqueta vintage de Alemania Oriental, siendo la cosa más apropiada que puedo encontrar en mi armario.
Antes de nuestra cita, no estoy muy seguro de que ella vaya a asistir. "¿Ya estás ahí?", me escribe a las 8 PM. Estoy seguro de que envió el mensaje solo porque se está preguntando si estoy parado solo en la lluvia como un idiota. Tal vez lo único que está buscando es venganza—molestar a la persona detrás de una cuenta falsa, haciéndose pasar como un tirano responsable de las muertes de innumerables personas. Esta es, después de todo, una broma macabra y justa.
Pero luego la veo acercándose a mí. "Sofia", se presenta sin rodeos. "Soy Josef", respondo con un apretón de manos digno de hacer negocios.
"Oh, ¿Josef es tu nombre real?" pregunta, fumando lo último de un cigarrillo envuelto a mano y luego pisoteándolo. Es más alta que yo, con cabello castaño a la altura de los hombros. A diferencia de Sofia, yo no me parezco en nada a mi perfil de Tinder. Y no me engaño al creer que me parezco en algo al joven Stalin. Escondido detrás de la aplicación, tengo la confianza de un dictador, pero en la vida real soy bastante tímido.
Sofia parece aliviada de que no soy un oficial hostigador retirado de la Stasi, y yo estoy aliviado de que ella no sea una miembro de la Asociación de Víctimas del Estalinismo, usando esta cita como una excusa para atacarme. Pero la noche está lejos de acabarse.
No hay ni una mesa libre en Prassnik, el bar escasamente iluminado en Berlin-Mitte donde acordamos encontrarnos, así que somos obligados a permanecer bajo la lluvia. Antes de que encontremos un lugar para tomar algo, le pregunto: "¿por qué aceptaste salir con alguien que pretende ser Josef Stalin?"
No puede ser por falta de opciones. Sofia es atractiva, inteligente y graciosa. "Creí que sería divertido", dice. Es más interesante que los chicos que presumen sus pectorales, dice.
Una vez hemos encontrado finalmente un lugar seco para sentarnos, Sofia me dice que es profesora de alemán, y me cuenta cómo fue crecer cerca de la frontera alemana-polaca. Ella describe cómo dejó su hogar para irse a Moscú por sí misma apenas acabó la universidad y sin poder hablar ni una palabra de ruso, lo que la llevó a su decisión de enfocarse en estudios eslavos.
Distraído por la agradable conversación, comencé a olvidarme de mi papel. Me descuido y accidentalmente revelo mi nombre real. "¿Quién es Paul?" pregunta Sofia.
Cuando ella se va al baño, reviso mi teléfono y encuentro más de una docena de notificaciones nuevas. Intento, pero fracaso, en resistir la urgencia de revisar mis matches. Cada 30 segundos otro hombre parece enamorarse de Stalin. Emre cree que se ve "mágico". Egon, calvo y con una barba gris como de hechicero, me pregunta si quiero cambiar a WhatsApp. Me dice que quiere ser el que imponga el ritmo cuando tengamos sexo. No le llama la atención mi sugerencia de empezar las cosas con un beso socialista fraternal.
Mientras tanto, Sofia ha regresado del baño. Rápidamente alejo mi teléfono y decido explicarle mis viles motivos. Confieso que soy un escritor, y que planeo escribir un artículo sobre el experimento del joven Stalin. Sofia digiere la información. No está nada entusiasmada y pregunta, solo medio bromeando, "¿estás grabando nuestras conversaciones en secreto?" Por alguna razón, se queda, e imaginamos adónde podría llevarnos nuestra cita si todo fuera real. Imaginamos su habitación llena de afiches y memorabilia de Stalin y colgando sobre su cama.
Los estudiantes de Sofia tienen un examen mañana, así que ella decide tomar bebidas suaves. Vemos a las personas en la pista de baile por un rato antes de decidir irnos. Nos despedimos con un abrazo y planeamos ir al teatro pronto.
La mañana siguiente, le agradezco por nuestra "muy agradable cita" y le preguntó cómo salió el examen. El mismo día, la aplicación de Tinder me hace saber que he sido reportado por subir contenido ofensivo en mi perfil. Un número ruso empieza a llamarme incesantemente, pero cuando respondo, solo escucho ruido del otro lado de la línea. Creo que es momento de que borre mi cuenta, pero no antes de un mensaje final: le envío a Sofia mi número real. No he sabido de ella desde entonces.
Paul Schwenn http://bit.ly/2sZNFRd
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