Presentamos #BigSur, una serie de literatura argentina joven en VICE. Hoy puedes leer la quinta entrega, "La hora de las sirenas" de Leila Sucari.
Artículo publicado por VICE Argentina
Para vivir con mamá tuve que aprender a ser una piedra. Quizá fue ese el problema: en algún momento, ella también me empezó a ver como un mineral. Un ser sólido e inorgánico, demasiado transparente. Aburrido, fue la palabra que usó. Lo dijo sin mirarme, torciendo la boca con ese gestito inmundo que hace cuando algo no le gusta. Puedo cambiar, le dije, y acerqué mis labios a su mueca. Ella me ojeó por un segundo. Después dio un suspiro falso y me despeinó con la mano abierta. Olía a crema de enjuague y brillaba como si recién saliera del agua ¿Ves?, esto no va a funcionar. Tenés demasiado pelo, Hernán.
Antes de abrir la puerta le rocé un hombro. Estás húmeda, le dije y la boca se me llenó de gusto a sal. Hacen 40 grados, qué querés, respondió mientras miraba el celular como si fuera un cuerpo desnudo. Le pregunté si quería hacerlo por última vez. Si me iba a dejar, al menos que fuera vacío del todo. Pero no quiso. Mucho pelo.
Insistir conmigo no funciona. Mamá quería un parto natural y no le di el gusto, todavía tiene la cicatriz, un tajo hundido sobre el pubis blanco. Menos se lo voy a dar a esta pendeja. Si quiere un lampiño que se busque otro. Ella se lo pierde. Porque aunque parezca no soy de piedra, no, bien animal puedo ser. Un lobo, o mejor un toro. Pero sin cuernos. Con el pecho fuerte, siempre para adelante. Un toro alfa.
Fui hasta la heladera y me comí tres potecitos de gelatina al hilo. Mamá dice que es buena para la digestión. Después me acosté y me quedé dormido. Me desperté a las dos horas con la boca seca y la pija de hormigón. Mire unos capítulos de animé en el teléfono pero no pude acabar. A veces me pasa, no significa nada. Probé con un mantra y seguía igual. Desde chico me cuesta terminar las cosas. Puntos débiles tenemos todos. Mamá me llamó desde su habitación, quería mostrarme algo de las Pirámides de Egipto. Últimamente se la pasa mirando páginas de turismo. Fantasea con llevarme bien lejos, me quiere para ella sola. Caminé rápido con las piernas apretadas y le pedí permiso para ducharme en su baño. Tuve que esquivar a los camellos. Me gusta que acá el agua sale con más presión. Te noto tenso, hijo, ¿estás bien?, escuché que decía desde el otro lado. No respondí. No tengo que darle explicaciones. Otra opción son las Cataratas del Niágara, gritó con esa voz de entusiasmo agudo que tanto odio. Agarré su maquinita de afeitar y me rasuré. Así está mejor. Me siento liviano.
Cuando salí de la ducha, mamá estaba en tetas. Dice que es por el calor que no se aguanta y que si los hombres podemos andar sin remera ellas también. Free the nipple, dijo y soltó una carcajada mientras me mostraba sus frutitas oscuras.
Me fui a lo de Alterio sin avisar. Todos los días me pide que la invite así aprovechamos el aire acondicionado y la pileta juntos. Dice que soy malo con su madre, que me voy a disfrutar los amenities del vecino sin tenerla en cuenta. Hoy no tenía más ganas de escuchar sus quejas en inglés, así que salí sin hacer ruido y le dejé una nota en la mesa de la cocina. Alterio y su familia están de vacaciones y quedé a cargo del perro, un bulldog francés con problemas de incontinencia. Ahora miro el mundo desde abajo. Los edificios recortados, el cielo espumoso, los cables de Internet, que en esta casa son como lianas de diseño. Lo bueno de ser rico es que todo parece limpio.
Me gusta hacer la plancha, me vuelvo flaco y deportivo. Me toco las costillas y puedo intuir la curvatura de mis huesos. Lástima que nadie los quiera. La zunga de Alterio me queda grande, mi bulto no alcanza. Hago diez largos seguidos para no pensar, pero es imposible. Las ideas trabajan solas. De pronto todo cierra. Salgo de la pileta con el corazón desordenado. Me saco una foto en la cama de Alterio, pero no responde. El incontinente me mira y ladra con la correa en la boca. De una patada lo mando afuera. Pruebo desde otro ángulo, y tampoco. Tengo que ser más rotundo. Que entienda la idea. Si no venís me mato, escribo. De pronto la frente me hierve. La zunga se infla con discreción. Soy un toro alfa con el champignon herido. Pongo animé en el proyector del living. Los ojos enormes de las japonecitas me excitan. Suena el teléfono. No seas psicópata, estoy en Cariló con las chicas. Le digo que no mienta y corta. Al rato me manda una foto de las chicas en bikini. Ella no aparece.
Me encierro en el vestidor de los padres. Una habitación enorme y blanca con espejos que multiplican mis aristas. Me pongo una camisa de seda roja y una corbata de vincha, como cuando íbamos los tres a las fiestas de quince. Reviso los cajones de la ropa interior pero no hay nada interesante. El cuerpo me vibra a un ritmo extraño, siento que me va a dar algo. Suena el teléfono, esta vez es mamá. Atiendo pero no respondo. Dice que está preocupada por mí, que la llamó mi novia, que me quede tranquilo que todo se soluciona y que encontró un vuelo barato a las Islas Caimán. Corto. En el sector de zapatos encuentro una caja de herramientas. Elijo un destornillador del color de su piel. Lo pruebo con la punta de la lengua, es perfecto. Busco al perro, lo llevo conmigo. Al borde de la pileta me saco la zunga y repito el mantra. Puedo escuchar a las sirenas que se acercan desde el otro lado. ¿Será que vienen a buscarme? ¿Ya es la hora? Cierro los ojos y veo el brillo nítido de sus escamas antes de caer.
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