Artículo publicado por VICE Colombia.
Esta no es una columna de opinión. Es un espacio de ficción en el que se abordan temas complejos relacionados con el feminismo. Ser feminista no es simple. No serlo, por más que nos duela a las feministas, tampoco lo es. Con esta columna no quiero convencer a nadie de nada, sino mostrar situaciones concretas en las que el género y el poder se ven enredados de maneras a veces cómicas, a veces trágicas, irritantes, dolorosas, ridículas. En un tiempo en que el género más leído es el post, y en que el maniqueísmo se tomó además de las redes, las presidencias, un poco de ficción para lectura rápida en el transporte público puede ser un grato limpiador de paladar.
Yo tenía un novio al que con mi hermana bautizamos El Señor Presidente. A veces, cuando se lucía, le decíamos el Excelentísimo Señor Presidente, o ESP. Amenazaba con cosas gravísimas pero después hacia algo solo a medio camino, y yo me sentía más calma. Porque, ¿a quién no lo deja más tranquilo un sufrimiento de 24 horas cuando se espera uno de más de 72?
A veces me gritaba puta y reclamaba del libertinaje de mis amigas feministas, decía que se iba, que no aguantaba más, que se había acabado todo. Salía dando un portazo, puta, y después me mandaba un mensaje en el que pedía que dejara las llaves en la portería para que sus amigos pudieran venir por sus cosas, incluídos el sofá y la tele, que pagamos juntos, porque era lo mínimo después de todo lo que hizo por mí. Yo colapsaba, lloraba, puta, de rabia y de dolor. El primer día no dejaba la llave, pero al segundo ya me daba miedo y rezaba para encontrar las cosas de noche en la casa. El Señor Presidente volvía después de unos días y me decía, sin que yo se lo pidiera, que me iba a dar otra oportunidad, y yo sabía que era mejor ahora no ver a mis amigas. Era magnánimo comparado con lo que amenazaba ser.
Un día, simplemente y por decreto, donó bolsas y bolsas de mi ropa. Por el bien común, porque hay tanta gente sin ropa para cubrirse y en este frío. Reclamó cuando le dije que me hubiera gustado escoger, poder participar. Me dijo que yo estaba muy apegada a mis cosas y que él sabía mejor que yo qué necesitaba. Después nos encontramos en una fiesta con las novias de sus amigos, todas con la ropa que yo quería tanto y me había costado trabajo conseguir.
Otro día trajo a dos de sus amigos a vivir a la casa, sin preguntarme. A mí no me gustaba porque estaban siempre en la sala cuando me levantaba, sentados en el sofá en boxers con sus erecciones matutinas. No me gustaba tener que cubrirme para poder ir al baño a orinar, ni tener que hacerlo en un espacio que olía a paja y meos. Odiaba tener que vestirme en el baño, porque era difícil secarse bien y los pies me quedaban siempre con pelos de barba o de pubis pegados en las plantas. Cuando le comentaba eso, el Sr. Presidente me decía que estaba paranoica, que ellos eran tipos correctos y que no me estaban acosando, que éramos familia. Cuando uno de ellos me cogió las nalgas mientras me apretaba contra la nevera, el ESP se puso furioso. Mucho con él y un poco conmigo y lo expulsó de la casa. Dos días después lo trajo de vuelta, porque ya se había disculpado y además estaba borracho. Yo me preguntaba a quién consideraba más de la familia, si a ellos o a mí. A ellos les decía mis hermanos, a mí, mi mujer. Un posesivo tan diferente en los dos casos, pero cómo comprobarlo, si eran las dos mismas letras seguidas. Me estaba volviendo paranoica, ya lo decía él.
Su lema era respétame como te respeto yo a ti, que significaba que yo reconociera su autoridad para que él me permitiera la vida. Después de cuatro años juntos estuvimos cerca de terminar una vez, pero me confundí y me dio mucho miedo estar sola. Fueron cuatro años más. Finalmente terminamos y hoy tengo otro novio, que me quiere mucho, pero que me quitó la llave de mi casa para hacerse una copia, por si me pasa algo.
Juliana Ángel Osorno https://ift.tt/eA8V8J
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