Han pasado casi dos meses desde que comenzó en Chile uno de los movimientos sociales más grandes de Latinoamérica en el siglo XXI. Lo que comenzó como una protesta estudiantil, con el alza de los pasajes del metro, ha cambiado al país entero. El 18 de octubre el Gobierno declaró estado de emergencia y toque de queda. Millones de chilenos se movilizaron para demandar una sociedad más justa. La salud pública, los salarios y las bajas pensiones fueron los reclamos más altos a la hora de exigir justicia.
La gran cantidad de manifestantes heridos en los ojos ha generado una alarma mundial. “Va a haber una generación de gente sin visión”, dice una mujer chilena a cámara. Las ambulancias no dan a basto y el perdigón, como munición contra los civiles es, sin duda, una arma de guerra. Nadie sabe cómo va a terminar este conflicto complejo con múltiples violaciones a los derechos, gente muerta y herida.
En las calles la gente le cuenta a VICE cómo, de repente, se vieron encerrados dentro de una cortina blanca de humo, mientras escuchaban disparos y sentían cómo su sangre era una marea roja que no cesaba. Y allí entre médicos, abogados y psicólogos que acompañaron a las personas que sufrieron maltratos psicológicos, violencia sexual y distintos tipos de torturas le sacamos una radiografía a lo que pasa hoy en Chile. Un diagnóstico que deja un solo dictamen: la mirada herida, la mirada perdida.
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