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En ciudades de millones de personas, ¿cómo nos distinguimos de la masa? ¿cómo dejamos constancia de nuestra existencia efímera? Hombres de negocios quizás puedan ponerle su nombre a un edificio, tal vez alguna avenida llevará el nombre de un presidente muerto, o los logros de un científico desembocarán en que su nombre haga historia. Al final, cuando nos despojamos de todo, la gente nos recordará por nuestro nombre y por lo que hicimos. Y en cada ciudad del mundo, y definitivamente en Bogotá, miles de personas exclaman estoy vivo, aquí estoy pintando su nombre, su firma o su apodo en las paredes y calles de la capital. Así se hacen inmortales: su nombre los representa, y a los suyos, estén donde estén. Y así van por toda la ciudad, por todo el mundo.
Taggear (es decir, pintar el nombre, apodo o firma en un muro o cualquier otra superficie) es la base de la escritura de graffiti. Para el escritor de graffiti ErrorOne, que representa a las crews de VSK y LOL’C, “somos perros meando en cada esquina, y a donde sea que vaya, en cada esquina me pego un meíto, un tagcito. Y los otros perros van pasando y huelen y dicen uy, por aquí estuvo este pirobo y hacen uno al lado o se van a devolvérmelo. Si yo veo por mi barrio una bomba de alguien del sur, me voy hasta el sur y le hago otra”.
No se pide permiso, se pone el tag y a correr si llega la ley. El graffiti va contracorriente, subvierte el espacio urbano y lo reinterpreta como un lienzo infinito por el que todos compiten. Entre los graffiteros también saben cuando alguien destaca: la dificultad del spot, el uso del color, el manejo del trazo son algunos de los criterios. No se resalta al escritor, que hable la obra: si eres bueno, tus piezas lo confirmarán y no hay necesidad de presumirlo; si eres malo, tus piezas te delatarán por más que te esfuerces con tus palabras. De madrugada, son sombras que se mueven con sigilo, buscando el siguiente espacio vacío para firmar. No se da la cara, la firma –el nombre– es la constancia histórica de que estuvieron ahí.
El escritor Arco42, de la crew AEC, explica que “el tag es el ADN del proceso del graffiti, esa es la base. Es como en skate: si aprende a hacer un ollie ya empieza a dominar la tabla y movimientos. Para dominar el graffiti es esencial saber hacer un buen tag. Es la base del proceso, de ahí parte todo, la gente que hace wildstyle, estilos más enredados, con flechas. Son las letras, la firma. A partir de ahí se desarrolla el estilo y una idea gráfica. El graffiti writing son letras con estilo. Existen tags monoline, o de una sola línea, tags compuestos, tags biselados, handstyle…”.
Con el graffiti, las calles se transforman en campos de disputa. Hay una competencia tácita por cubrir la mayor superficie posible con el nombre, ser ubicuo, estar en toda la ciudad. Cualquiera puede coger un marcador y taggear una de las múltiples superficies urbanas que la ciudad ofrece, pero para muchos va más allá de una afición: el graffiti es la vida. Van por la calle pensando en dónde pintar con su crew, ensayan nuevas firmas, leen el lenguaje del graffiti a un nivel más profundo, como si fuera un mapa que dicta quién estuvo dónde y cuántas veces, con cuánta fuerza, y con cuánto éxito.
En el graffiti, el campo se equilibra: coja un aerosol, un marcador, lo que sea, y deje su nombre en la calle como constancia de su presencia, de que usted está vivo en esa ciudad. Cualquiera puede hacerlo, en teoría. En la práctica, darle la vida al graffiti implica sacrificios, problemas legales, accidentes. Y de todos los que se lanzan al graffiti como un estilo de vida, de todos los que van dejando su nombre en todo Bogotá, hablamos con algunos para conocer mejor su historia. Acá van sus testimonios, en sus propias palabras.
BEPE (S2C)
Nací en Bogotá, pero salí de la ciudad a vivir con mis abuelos. Recuerdo ser inquieto: trepaba los árboles y andaba por las llanuras. Cuando tenía 12 años regresé a Bogotá y fue como si la desconociera. Sus calles me inspiraron y el barrio bajo me atrajo. La estética de la ciudad provocó mi amor por la calle, de estar impregnado de ella, y el graffiti – que nunca falta en las ciudades – sedujo mis sentidos.
Yo sigo haciendo graffiti por necesidad. Al escribir con exasperación la cosa te envuelve y se crea la rutina el día a día. Siempre habrá un propósito, un por qué de la existencia, y cuando eso se mezcla con la escritura de calle se crea una necesidad, y eso fue lo que me ató.
La gente primero tiene que empezar a comprender las diferentes formas de ver y de expresar la vida. Aparte de conocerse a sí mismo, entender eso es básico para entender el graffiti: hay que hacer ese ejercicio para llegar a comprender una virtud, habilidad, hobby, estilo de vida, malviaje, que muchos poseen, pero al que pocos le dan trascendencia.
Para mí significa muy poco ver mis tags o los de mis amigos. Llega un punto donde no quiero ni saber qué es el graffiti… la gente lo tilda y luego lo acentúa. Soy como el adicto que intenta dejar de hacerlo, pero la necesidad lo hace recaer. Hay que ser realista y saber que se tiene una vida próspera aparte de la que uno crea en su mente. Quise ser adicto al graffo, a la escritura en calle, a caminar en penumbra y el mero dirtyhand. Pero los años llegan con nuevos retos y no siempre tengo la cabeza ocupada en escribir. Hay que aterrizar y tratar de llevar una vida plena: vivir para ello y no vivir de ello.
Algo que quizás disfruto es ver como otros escritores evolucionan, no solo en sus asuntos personales sino en su forma de apropiarse de la ciudad. Algunos siguen los mismos patrones, otros son muy originales e intentan mezclar varias disciplinas y reunirlas con el graffiti, como es el caso de FCO con la fotografía collage y el bombing de Quietazo. También están algunos del crew que escriben literatura acerca de la calle y los barrios: es otra disciplina en la que no se ve como tal el graffiti pintado, sino que escriben para leer sobre graffiti desde una perspectiva callejera. Es muy brutal porque hace divagar por las avenidas curtidas y concurridas sin necesidad de estar ahí. Recomiendo Para esta enfermedad no hay cura, de Fernando Simanca Cabrera.
No quisiera encasillarme en los términos que adopta el graffiti como tal. Defino mi estilo como que el carácter ha forjado mi personalidad y que el desahogo por medio de la escritura es una cura al constante desequilibrio. Si fluye hoy es porque anduvimos bien y si no es porque estuvimos felices pasándola mal. Entonces la versatilidad, la flexibilidad y la iniciativa - aparte de trabajar siempre con los estados de ánimo - determinarían en gran parte la búsqueda de mi estilo.
En las batallas del graffiti siempre habrá sinsabores, misiones más duras que otras y más malas que buenas, pero ese es el reto que buscamos: que no fallemos en lo que no se estudió o que nos deparara la siguiente misión. Por supuesto, siempre hay que ser fuerte para afrontar lo que no sabemos, qué va a pasar. Es como pensar antes de actuar, pero ¿cómo sabemos que todo va a estar bien en la siguiente jugada?
ARCO42 (AEC)
Cuando tenía como 7 años vivía por el Claret y parchaba con manes mucho más grandes. Recuerdo que uno de ellos tenía en su cuarto revistas como de Los Ángeles, chicanas. Y ahí veía artículos y fotos de manes haciendo poses, vestidos de ancho, con tatuajes y todo ese visaje. Y a veces por televisión veía gente bailando break dance, o visitaba a mi familia en Manizales y en el teatro Libertadores se hacía un grupo de manes a bailar breakdance. Eso me marcó mucho y llamó mucho mi atención. Luego empecé a montar tabla (skate), y con un parcero nos veníamos a rodar por el centro y el Parque Nacional. Y el man iba haciendo firmas (tags), un día me dio curiosidad y le pregunté ¿qué hace? y él dijo un “ tag”. Me explicó que era como una firma, un pseudónimo, y me dijo que hiciera el mío. Así empecé, con 12 o 13 años.
No había muchos parches de skate por esa época. Yo vivía en Kennedy, por Roma, entonces escribíamos “CSB” que significaba “Casa Blanca”, la mayoría de skaters que parchábamos vivíamos por este lugar. Poco a poco, me fui envolviendo en el hip hop, también bailé break y veía en VHS videos como “Battle of the Year”: al inicio del video salía el diseño o el poster del evento y ahí vi un poco el trabajo del man que los hacía, Mode2, un francés. Me parecía muy chimba como el man podía dibujar la anatomía y expresar las caras y gestos de la gente que estaba ahí. Todas esas cosas me fueron envolviendo.
Lo que me ató al graffiti fue la adrenalina que sentía al hacerlo, esa satisfacción de sentir ¡uy, gonorrea!, la sensación de querer hacer algo y que nada me limite. Vencer el miedo. Sensación de albedrío, de poder hacer lo que quiera porque sí y ya. Con el graffiti digo ¡acá estoy!; La humanidad trata de dejar huella. Nosotros lo hacemos poniendo nuestro nombre. También hay una parte grande de competencia con uno mismo. Yo siempre me he considerado malo para dibujar, pero eso me ha hecho esforzarme, seguir practicando hasta que lo que hacía me quedara bacano y me llenara como persona y writer.
Nos llegó siempre más información de la USA que de Europa, a diferencia de Argentina, Chile y Brasil, que tienen una esencia europea. Bogotá, en cierto momento, fue escuela de Nueva York, de eso me enamoré: Style Wars, Wild Style, Beat Street, Infamy, entre otras películas. Hoy, por el acceso a la información, creo que el graffiti se globalizó y los países o ciudades pudieron encontraron su estilo. Para los que no, será un proceso más difícil, pero interesante.
El graffiti de Bogotá es recursivo en cuanto al espacio donde lo pone. Si la gente quiere rayar sobre metal, madera o cemento se las idea para poner su tag y que todo el mundo lo vea. Resaltan la recursividad y el reciclaje de objetos o envases para volverlos una herramienta de pintura. Si es un squeezer o si es una pared que absorbe mucho, nos las ingeniamos para poner nuestro tag por todos lados. Algo que identifica a los tags de Bogotá es que son dripeados, chorrean mucho. Son de mi gusto, pero creo que aún nos falta tener una identidad, aunque supongo que la construiremos con el paso del tiempo. Sin embargo, veo varios writers con bastante potencial. La calle lo dice todo: cada uno sabrá quién es y no hace falta nombrarlos.
AEC tiene esa identidad purista de la que nos enamoramos, letras wildstyle, buen manejo del color. Limpios y contundentes con las ideas. Pudimos lograr buenas producciones, y con constancia hemos logrado muchas cosas y nos trama resto abordar todas las disciplinas del graffiti. En 2006 vino un man alemán que se llamaba Loomit. Y acá todos se dedicaban a hacer wildstyle y ese man, que era muy aleta, un cucho re canchudo con otra perspectiva de una meca del graffiti como Alemania, propuso hacer cosas más trabajadas, con concepto, no solo un sancocho de letras. Y todo el mundo empezó a hacer producciones y dejaron de lado el bombing. Y en AEC vimos esa oportunidad y empezamos a bombardear. Así nos desenvolvimos.
Entre 2007 y 2012 fue cuando estuve más activo como tagger, en Bogotá. Ahora sigo pintando, aunque no con la frecuencia de antes. Pero cada vez que puedo salir en la madrugada y en la noche lo hago. Y si dan papaya, listo: uno va en el bus, caminando, en el carro, en la moto, viendo donde poner el tag y donde los demás lo han puesto. Es una batalla de estilos en la calle, como un cypher. Todo para que el graffiti crezca.
Una vez hicimos una misión en Buenos Aires para pintar un subte y nos metimos por donde entraban todos los trabajadores. Eso fue loco, ser tan osado de meterse por ahí mismo a lo que saliera. Y todo salió re bien. Hay una fábrica en la 30 con 19, por Calima, que es como el Five Points de Bogotá. Era un lugar marginal, abandonado, un montón de gente se metía ahí. Y entonces llevamos una escalerita y nos metimos por una ventanita re pequeñita, y a penas nos metimos estaban haciendo una práctica militar y pensamos que nos iban a pillar. Era de día, 9 am. Nuestras mejores acciones siempre han sido tempranito.
En el graffiti hay códigos: la disciplina, hay que dedicarse día y noche, mucha constancia. El graffiti es marginal, anónimo y espontáneo. Y el graffiti es como usted es, sus letras reflejan su personalidad: terminación redonda, puntuda, hacia donde se inclina.
ErrorOne (VSK & LOL’C)
Conocí el rap y el graffiti por mi hermano mayor. Viendo videos de rap me di cuenta de que me llamaban mucho la atención los escenarios de graffiti. Los pausaba y calcaba los graffitis con papel mantequilla. Siempre tenía que hacer tags: en la oficina de mi mamá, en el colegio, donde fuera. Siempre llevaba un marcadorcito o un posterman.
Aprendí qué era el graffiti, cuáles eran los insumos y los materiales, quiénes eran los graffiteros bogotanos; era amateur, pero los bocetos y las letras me iban quedando mejor. Siempre he sido un nerd del graffiti, hasta el día de hoy, y tengo buena retentiva visual. Luego de unos años, participé en un festival en Soacha, e hice mi primera pieza de todo el día, varios colores y así. Todo lo anterior había sido una introducción, ahí fue cuando sentí que era graffitero.
Ese mismo año tuve mi primer problema judicial con la policía. Todos mis amigos desistieron, y a mí ese ardor me quemó tan dentro que dije ya me metí y ya estoy tan untado que no voy a tirar la toalla ahorita, la chimba. Ahora sí que voy a pintar graffiti pa’ que las crean, me voy a volver el mejor. Además, el círculo bogotano de graffiti que había me dio la espalda por ser un niño novato. Eso fue más motivación para seguir haciéndolo.
También descubrí el lado oscuro del graffiti, de la calle: hubo varios problemas y me fue a vivir al exterior. Cuando volví había subido de nivel, llegué a botarle la buena a todos los parceros que querían empezar y por encima de todos los que me tiraban la mala antes. Mi estilo… el graffiti es como el colegio: en su salón usted pillaba el cuaderno de sus amigos y nadie escribía igual. En los tags, en las letras, se ve eso, y lo principal es nunca copiarse de nadie. Hoy hay cagones que llevan pintando tres años y ya se sienten los más kings y uno va a ver qué han hecho y ahí hay un montón de estilos macheteados de otros graffiteros.
El tag es la columna vertebral de todo. Una persona puede pintar muy chimba, y si su tag es feo, no entiendo de dónde viene entonces ese estilo. Lo primero que uno construye desde que empieza son los tags, y no hay que descuidarlos nunca. Yo todo el tiempo estoy cambiando de tag, y pensando en firmas, en los movimientos. Yo no me permito salir a la calle sin un marcador o algo que genere una marca. Me da mal genio si salgo sin un marcador, ¡jueputa, salí a nada! Y muchas veces no lo uso, pero necesito sentir el poder de tenerlo ahí.
A mí me gusta hacer graffiti de todas las maneras posibles con todas las herramientas posibles, pero hacer tags es lo que más me llena: salir por ahí y ver por aquí ya estuve. Eso es lo que más me gusta de hacer graffiti: cuando pienso en un spot y lo veo y ya me ganaron y me acerco y me doy cuenta de que lo hice yo, ni me acuerdo cuándo lo hice, seguro borracho. Mi amor por los tags viene de esa sorpresa que me da cuando yo los encuentro en la calle o cuando alguien viaja y me escribe veo, pirobo, lo vi acá.
Haciendo graffiti me ha pasado de todo. En México pintamos un bus amarillo y el dueño nos disparó tres veces, pero no nos dio. En Ecuador pintamos unos trenes y nos pillaron, salí corriendo por las vías, y cuando volteé vi a un gordo disparando. Hijueputas, ¿cómo es posible que a uno lo quieran matar por pintar? Me ha tocado escapar por tejados. No sé qué ente me proteja. Para que yo esté aquí hablando de estas mierdas… es una novela increíble, me he salvado muchas veces. No creo en ninguna religión, me caga ese tema. Yo veo a un ente encapotado y le doy gracias.
Este contenido es una co-creación entre VICE y Reebok, que bajo el marco de su nueva campaña Respect The Icons, intenta de honrar a los iconos que marcaron la pauta en diferentes movidas, como lo taggers que le dieron inicio al graffiti, dejando sus nombres escritos no solo en las superficies menos esperadas pero también en la cabeza de los transeúntes que día a día recorren esta ciudad atestada de clásicos, grintando, acá estamos!
Santiago Cembrano https://ift.tt/2Lb38rl
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